Texto de René González, uno de Los Cinco Héroes cubanos.


René González.- Estos días de “corredores humanitarios”, me retrotraen a finales de agosto de 1994, cuando se manifestaron los primeros síntomas de que el bote de Hermanos al Rescate comenzaba a hacer aguas.

En ese espíritu triunfal, pero auto engañoso, que siempre ha acompañado al plattismo, la mesura nunca ha sido una virtud. Para ese entonces y poco a poco, negados a la cordura, los caritativos hermanos de nuestra historia habían ido dando tirones a la cadena hasta meterse con el mono.

Todo comenzó -hay que admitirlo- como una brillante operación de guerra sicológica en la que las salidas ilegales y la tragedia de los balseros ofrecían el gancho perfecto. Imposible no conmoverse con las imágenes de los migrantes rescatados a la vista de la muerte. El dinero fluyó y la organización vivió unas espléndidas vacas gordas, hasta que el humo llegó a la cabeza de los padres fundadores, y consideraron llegado el instante en que la dura realidad cubana -cuyo empeoramiento habían aplaudido de siempre- se combinaría con sus mensajes a los “hermanos de la isla”, para provocar la soñada explosión social en Cuba. Habían concluido, como algunos ahora, que nos tenían donde querían. Como algunos ahora, creyeron que era su momento.

Y que casi lo logran, o eso pensaron. El año comenzó difícil, la economía cubana había tocado fondo y al presidente de Hermanos al Rescate le pareció el tiempo preciso para subir la parada. El 17 de abril despegamos de Opalocka para ejecutar la primera irrupción publicitada del espacio aéreo habanero, con lanzamiento de bengalas y bombas de humo frente al malecón, en una escuadrilla compuesta por desertores de las FAR, veteranos anticastristas y lo que ahora se ha dado en llamar “periodistas empotrados”, con el encargo social de competir entre sí para ver quien vendía mejor aquella irresponsable e ilegal monería en el mercado noticioso de la sagüecera.

Los meses que siguieron fueron tumultuosos y duros, para el pueblo cubano y para quienes allá nos devanábamos los sesos para protegerlo del espíritu humanitario de hermanos como aquellos. Para el día de esta historia, el remolcador Polargo 5 había sido secuestrado y llevado a la Florida, se había producido la tragedia del remolcador 13 de marzo a mediados de julio, y el 5 de agosto una multitud había sido manipulada hasta provocar actos de vandalismo en el malecón.

La euforia se adueñó del ambiente anticastrista de Miami. Cualquier desgracia era recibida con mal disimulada fruición, como si cada vida perdida en el mar fuera un triunfo, y en medio de aquel jolgorio comenzaron a atribuirse toda clase de atrocidades al gobierno cubano. Pronto se replicó por los medios de Miami la información de que helicópteros de las FAR salían a la caza de balseros, cargados con sacos de arena, y quienes tenían la mala fortuna de ser descubiertos eran enviados al fondo del mar lanzándoles la carga desde la aeronave. Los medios del gueto multiplicaron por varios días los rugidos de indignación, conque “representantes de la comunidad” descargaban sus sentimientos humanitarios en la más absoluta condena a los desmanes del castrismo.

Entonces pasó lo que tenía que pasar. Nunca dejó de asombrarme que cegados por su jolgorio ellos no lo vieran venir. El 13 de agosto el gobierno cubano retiró la protección de las costas y sobrevino el éxodo de balseros; seis días más tarde Bill Clinton ordenó la intercepción y traslado a la base de Guantánamo de los que fueran recogidos en el mar.

Ahora los ataques al gobierno de Cuba eran por dejar salir a los balseros. Quienes hasta el día antes defendían el derecho de los balseros a vivir en libertad, ahora reclamaban al gobierno norteamericano que esos mismos balseros eran una amenaza a la seguridad nacional. En este ambiente de reclamo por que el gobierno yankee tomara represalias contra Cuba por la agresión “balseril” de que ahora era objeto, se produjo el vuelo de ese último sábado de agosto de 1994, conque comencé esta historia.

El espectáculo que nos esperó alrededor del paralelo 24 fue caótico. Decenas de embarcaciones del gobierno norteamericano de todo tipo, rodeadas por cientos de balsas, llenaban el mar hasta el horizonte y parecían no dar abasto. Nosotros revoloteábamos sin rumbo ni orden de una balsa a otra, marcando en desconcierto algunas varias veces, abrumados por la densidad de aquellas por milla cuadrada. El vuelo de regreso se realizó en un sombrío silencio, hasta llegar a un hangar tragado por la pesadumbre, en el que cada cual recogió sus cosas taciturno y se marchó sin apenas despedirse. Finalmente, la falta de retaliación del gobierno norteamericano y la experiencia de aquel vuelo, habían hecho caer en cuenta a los padres fundadores de Hermanos al Rescate de que el tiempo que había pasado no era precisamente el de la Revolución Cubana.

Al lunes siguiente, como de costumbre, llegué temprano a mi trabajo en International Flight Center, en el aeropuerto de Kendal Tamiami. Un pequeño grupo de pilotos se había formado en la entrada y la conversación giraba sobre el tema del día: Cómo Castro se había salido con la suya, agrediendo nuevamente a los Estados Unidos, sin que Bill Clinton tuviera los pantalones de responder militarmente. El reciclaje de la frustración dio salida a las pasiones.

Fue entonces que estalló F.F. Ex agente de la CIA, mercenario del Congo, somocista y doble exiliado, primero de Cuba y luego de Nicaragua:

- ¡¡Balseros de mierda!! ¡Lo que me dan es ganas de salir con un avión cargado de baterías e ir hundiendo balsas hasta que se me acaben!

Y ahí lo dejo. Piénselo bien el que quiera creer que esa gente nos quiere.

Opinión
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