Bandera y Palma Real en el Cementerio de Santa Ifigenia. Foto: Marcelino Vázquez Hernández / ACN / Cubadebate.


Randy Alonso Falcón - Cubadebate

Aquel 11 de julio, hace un año, Cuba daba una batalla frontal por la vida. El MINSAP reportaba 6923 nuevos casos de COVID-19, más de 50 mil ingresados y 47 fallecidos. La variante Delta se expandía con su contagiosidad sobre nuestra población. Dirigentes principales del Partido y el Gobierno estaban desplegados en diferentes provincias del país encabezando la batalla contra el brote pandémico. Un pequeño equipo de nuestros jóvenes periodistas comenzaba una cobertura especial desde Matanzas, el epicentro de la pandemia.

Apenas dos días antes, el CECMED había autorizado el uso de emergencia de la vacuna cubana Abdala. Nuestros científicos concretaban la hazaña de validar la primera vacuna latinoamericana contra la COVID. El sistema de salud se aprestaba a comenzar una campaña masiva de vacunación en toda la geografía cubana, en una batalla contra el tiempo. Millones de jeringuillas llegaban enviadas por cubanos en el exterior y otros amigos solidarios.

En medio del desafío, el Gobierno de Estados Unidos alargaba alevosamente el impacto de las 243 medidas tomadas por la administración Trump para reforzar la guerra económico-financiera contra la nación cubana, provocando más escaceses y penurias en nuestro pueblo, en los tensos días del confinamiento sanitario.

Mientras, destinaba abundantes millones para sostener la maquinaria subversiva contra la Revolución, con el generoso financiamiento a sus operadores políticos y la maquinaria mediática que se había creado en los últimos tiempos, fundamentalmente en el espacio público digital.

Washington apostaba a revivir la política genocida de Mallory: provocar al extremo "hambre, desesperación, y el derrocamiento del Gobierno". Y calcularon que había llegado el momento.

Desde días previos a aquel domingo, desplegaron con intensidad una operación político-comunicacional de gran enver­gadura, donde se combinaron los pronunciamientos oportunistas y cínicos de la claque política anticubana, con la estrategia manipuladora de los grandes medios de comunicación alineados al imperio y una engrasada tropa de odiadores cibernéticos, bots y trolls que inundaron las redes sociales de hipócritas llamados de auxilio a Matanzas y Cuba, mientras clamaban a la vez por más bloqueo y hasta invasiones militares.

Aquel 11 de julio pareció que la estrategia imperial había fructificado. La chispa se encendió en San Antonio de los Baños y llegó hasta otros lugares de nuestra geografía. El efecto combinado de las carencias materiales, los apagones, el necesario confinamiento, la emergencia sanitaria, el bloqueo reforzado y la intensa campaña de influencia psicológica en las redes provocó el estallido social que los estrategas imperiales anhelaban.

A sus mercenarios y provocadores en el terreno, lograron sumar personas insatisfechas y unos cuantos vándalos, que pronto convirtieron la protesta en escenario de actos violentos, saqueos a establecimientos y agresiones contra las fuerzas del orden y el pueblo revolucionario.

De inmediato se activó la cámara de eco político-comunicacional que intentó vender al mundo la noción de un estallido social que pretendía "derrocar a la dictadura" y acabar con el "Estado fallido". Las redes sociales parecían estallar con el "fin de la Revolución cubana". Imágenes manipuladas o totalmente mentirosas se utilizaban con el avieso fin de darle combustible interno y externo al plan de Golpe Blando contra Cuba.

Pero, como en agosto de 1994, la dirección de la Revolución salió primero a encabezar el combate y confió, como entonces, en el pueblo como garante de la prevalencia revolucionaria en nuestras calles y de la tranquilidad ciudadana en el país.

En pocas horas, el cuidadoso y bien financiado plan enemigo de un Golpe de Estado vandálico fue derrotado. La manipulación fue desnudada. El cinismo imperial evidenciado. El pueblo nuevamente proclamó su victoria.

La unidad volvió a ser la más poderosa arma de la Revolución frente a sus enemigos. La verdad nuestra herramienta más importante. El amor nuestro mejor escudo contra el odio.

Los cubanos defendimos aquel 11 de julio nuestra aspiración de un país que quiere la vida, que defiende la paz, que aspira al desarrollo sin injerencias ni imposiciones de poderosos, que cree en su independencia y su libertad como conquistas preciadas e irrenunciables.

Poco ha cambiado desde entonces en el intento de doblegarnos o por la seducción y la manipulación, o por la fuerza.

Tampoco han cambiado mucho las dificultades que hemos de enfrentar en el orden económico y social (en un contexto de aguda crisis económica internacional), y mucho menos el bloqueo.

Pero menos ha variado nuestra capacidad de convertir los reveses en victoria, nuestro espíritu transformador, nuestra resistencia creativa, nuestras esperanzas y nuestros sueños.

Hemos crecido como pueblo en este año de trascendentales batallas. Nos hemos multiplicado en los barrios y en los escenarios digitales; hemos reforzado nuestra estrategia económica frente a la crisis, hemos fortalecido nuestros espacios de participación y nuestra democracia socialista, y no hemos dejado de prepararnos para la defensa de la patria.

La justicia social y la participación popular siguen siendo nuestros derroteros.

Nuevos desafíos nos esperan. Para ellos nos inspira el inclaudicable espíritu de lucha y victoria de la generación que protagonizó la histórica hazaña del 26 de julio. ¡Seguimos en Combate!

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