Gloria Analco - Libertas.- Estados Unidos es lo bastante rico y poderoso como para haberse permitido el lujo de acabar con el régimen de Fidel Castro, como ha sido su propósito desde 1959. Semejantes prerrogativas de la potencia número uno del mundo han chocado, sin embargo, con un líder de características excepcionales, quien siempre ha tenido la respuesta correcta a cada embate de sus enemigos. 
Esta situación inédita explica por qué Fidel Castro se vio obligado a utilizar de por vida su uniforme verde olivo, circunstancia que refleja claramente lo que verdaderamente ha estado ocurriendo desde que él tomó el poder, hace más de 48 años. El uso habitual de su traje de campaña no es producto de una fantasía o un falso idealismo. Es la cruda realidad que se ha impuesto al propio personaje. La equivalencia dialéctica del uso por tanto tiempo de su uniforme verde olivo es que Fidel Castro ha gobernado en un estado de excepción permanente, debido a la hostilidad de Estados Unidos.

Esta peculiar situación obliga a desarrollar un nuevo marco filosófico apropiado, con parámetros teóricos que permitan definir debidamente a un personaje de las características de Fidel, y que además tome en cuenta las circunstancias especiales que han rodeado su vida política. No hay precedente histórico por medio del cual se pueda analizar, valorar y comparar su caso particular, sin correr el riesgo de que una parte quede desfigurada. Si bien es cierto que Fidel ha permanecido en el poder por más de 47 años, también lo es que él no ha fungido sólo como un gobernante más, sino que ha estado obligado a seguir desempeñándose en su calidad de líder guerrillero. Realmente Fidel ha dado muestras de ser una especie de superhombre al cumplir eficientemente una doble tarea: gobernar a un país con sentido social y estar al mismo tiempo permanentemente en el campo de batalla, enfrentando una guerra que ya se hizo interminable, contra el país que cuenta con el aparato de inteligencia más poderoso del planeta.

Esta realidad histórica no permite de ninguna manera catalogar como dictador a Fidel Castro, porque en términos reales él todavía no ha bajado de la Sierra Maestra, y sigue al frente de una guerrilla que no ha concluido su tarea por el empecinamiento de Estados Unidos de volver a controlar la isla. Se ha tratado, entonces, de la prolongación de una guerra que se inició en 1956 y que continúa hasta nuestros días. En tales condiciones es muy difícil afirmar que Fidel “se ha eternizado en el poder”, puesto que primero, antes que nada, ha sido un combatiente, y esa perspectiva prevalece por encima de cualquier otra consideración, porque en su confrontación con Estados Unidos siempre ha estado en juego la soberanía de Cuba.

No cabe duda que él era el personaje llamado a encabezar semejante odisea. Su historicidad y características personales le permitieron conducir con gran éxito esa difícil tarea. No había nadie más que lo pudiera lograr. Es decir, que Fidel no puede ser visto como un gobernante a secas por las circunstancias que han rodeado a su régimen, el cual ha sido sometido a una persecución sin precedente en la historia, acechado por el más poderoso enemigo que hay sobre la Tierra y victimizado por el terrorismo. Fidel, por tanto, fácilmente puede recibir el título del “eterno guerrillero”, y nada más.
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