Ariel Terrero - Cubaprofunda.- Una primera señal: la noticia causó en Cuba un revuelo ordenado, sereno, íntimo, incapaz de alterar el ritmo manifiesto de la vida con turbaciones similares a las que provocó en fibras más profundas del espíritu. La conmoción popular, y sus rasgos, me parecían tan previsibles como tercamente dialéctico era su motivo: el anuncio de Fidel de que no aspirará ni aceptará reelección a los cargos oficiales que desempeñó al frente de la nación.


El alboroto, en cambio, fue mayor en otros escenarios, a juzgar por la prensa internacional. Preguntas, especulaciones, empeños por teñir la Isla con una incertidumbre más parecida a la que domina a observadores política y geográficamente distantes, lecturas de barajas, muy democráticas amenazas desde la Casa Blanca, y más preguntas. ¿Qué harán los cubanos? ¿Qué pasará con la Revolución y el socialismo de Cuba, después de Fidel?

Después de Fidel..., frase hiriente, que desconcierta aún, desde el verano del 2006, cuando sorpresivamente los problemas de salud sacaron al Comandante en Jefe del primer escalón de la pelea política. A pesar del recóndito desasosiego, el pueblo manifestó entonces una ecuanimidad confirmada ahora, tras el mensaje del martes 19 de febrero; señal esa, la ecuanimidad, más confiable que la voz de politólogos y brujos consultantes, para leer el futuro.

Después de Fidel, los cubanos seremos más socialistas. No hay otra alternativa para ser fieles al hombre que lideró la nación durante casi 50 años, a la historia y a nosotros mismos. Las otras dos opciones, el retroceso o la parálisis, traicionarían el pensamiento de Fidel y el de otros faros ideológicos como el Che y, antes, Martí.

Quienes se empeñan en vaticinar reformas y transiciones que implican un repliegue hacia el capitalismo, ofenden a muchos cubanos, al presumirnos rebaño de cobardes corderos, conducidos al socialismo solo por una voluntad omnímoda. No se me antoja de asustadizas ovejas una nación que en su corta historia ha vencido ejércitos y obstáculos de imperios poderosos, para conquistar primero, y defender luego, su libertad, una nación que resistió cuando se desplomaban otros socialismos. Ni parece probable la obra y las transformaciones radicales de estas cinco décadas, si la Revolución no hubiera contado con la participación comprometida y mayoritaria de un pueblo. Son hechos.

Al tradicional sentimiento de rebeldía de que se suelen enorgullecer los habitantes de esta Isla, se suma hoy la ilustración general y la cultura política ganadas en décadas más recientes, sólido fundamento para rechazar coacciones y torpes anzuelos tendidos desde un pasado con olor a Miami y para esquivar cualquier intento, aún mental, por congelar la historia en un punto del presente.

Como el retroceso, el inmovilismo negaría la lucha permanente de Fidel hacia más altos ideales de humanismo, justicia y ética, y su concepto mismo de Revolución: “cambiar todo lo que debe ser cambiado”. En el empeño de continuar desarrollando la sociedad aguardan desafíos empinados, que pasan por perfeccionar, con fórmulas más participativas, las instituciones económicas y democráticas del país.

Afinar cada vez más el socialismo es, en mi opinión, la senda para continuar escalando la cuesta escabrosa de la historia, vencer los obstáculos sembrados por Estados Unidos y limpiar los burocratismos, corrupciones y putrefacciones que amenazan desde adentro a la Revolución, como alertara el propio Fidel en aquel recordado discurso del Aula Magna de la Universidad de La Habana.

La participación colectiva suma inteligencias y voluntades de un pueblo de cultura modelada con tesón, que tiene un paradigma en esa legendaria combinación de prudencia, pensamiento estratégico y –como buen cubano- testicular gallardía de barrio del líder de la Revolución, tan admirada dentro y fuera de Cuba, y que ha enseñado una vez más en este momento de la historia, al extremo de frustrar algún brindis precipitado en Miami.

Para “ser consecuente hasta el final”, Fidel declinó mantenerse como Presidente, pero dejó claro que no se retira del combate. “No me despido de ustedes. Deseo solo combatir como un soldado de las ideas”.

Los dirigentes que lo sustituyan, y el pueblo, contarán con la sabiduría del hombre que ha conducido por casi medio siglo una de las revoluciones más firmes en la historia contemporánea. Su pensamiento y su presencia siguen siendo un valioso tesoro para garantizar la estabilidad y la marcha; hoy, en el tránsito hacia una nueva etapa; mañana, para seguir el camino de transformaciones emprendido en enero de 1959.

Y eso apenas es un anticipo. Después de Fidel, seguirá Fidel. Lo creo firmemente por dos razones: hay hombres que nunca mueren, y pueblos que no traicionan.

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