Granma.- Desde lo alto parece una isla bombardeada. Con sus abusivos vientos Gustav arrebató a los pineros el color verde, pero no la esperanza. Es cuestión de ver para creer. A cualquiera le entristece el alma ser testigo de tanta destrucción. Muchas familias se quedaron solo con la ropa que usaban aquel macabro día.

No queda un árbol en pie, en las calles hileras de postes caídos semejan fichas de dominó. El sol castiga y la gente añora una sombra para descansar.


Pero si desconcertante resulta ver un panorama tan horrible, el impacto más grande es ser testigo del espíritu de lucha que se respira, las ganas de echar pa’lante de esta gente tan humilde.

Algunas imágenes se repiten: linieros abrazados de los postes; camiones recogiendo escombros; un martillazo por aquí, otro allá; funcionarios corriendo todo el tiempo en busca de soluciones inmediatas; mujeres barriendo calles para poder transitar; otras en colas para recibir alimentos de la ayuda que llega; niños aferrados en ayudar a los maestros en la recuperación de sus escuelas.

Todos se consagran con la certeza de que esto no es para siempre. El color verde pronto pintará la Isla, su voluntad elimina cualquier escombro.

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