Andrés Marí, actor cubano, para Cubainformación - Primer capítulo de su ensayo “Cuba, una memoria imprescindible”.- Plantearse a Cuba es, por encima de todo, admitir que los pueblos oprimidos, explotados y humillados tienen, al menos, el derecho a emanciparse de la pobreza y de la indignidad, reconociendo además, en el caso de la isla, que las coyunturas en que realizó incuestionables conquistas sociales para todo un pueblo resultan de suma importancia para entender los errores que cometió en su derecho a defenderse. Esto es indiscutible, porque se trata de que, llegado un momento, el hambriento quiere liberarse de todas las hambres de la vida.
No sólo quiere satisfacer al cuerpo, ya necesita la más amplia satisfacción del espíritu. ¿Alguien puede pensar que quien conquista sus alimentos los abandonará fácilmente? La cuestión no es si Cuba entregó su revolución a la extinta Unión Soviética o a las más descabelladas ideas y prácticas del comunismo. Se trataba de una alianza con aquellos que no pretendían quitarle los panes conquistados y que la acercaban al mundo existente en ese entonces que se planteaba cómo compartirlos ¿Alguien puede creer que compartir el pan de todas las hambres no es, por ahora, el mayor y el más enigmático de los conflictos humanos? El que camina por este pensamiento será el que más tropezones encontrará por el camino.
Si en ningún régimen de los llamados democráticos, ni siquiera en los estados de derecho del Primer Mundo, existe un perfecto control de todos los actos de sus instituciones y ciudadanos para evitar miles de errores, ¿cómo imaginarse que en la isla no se cometerían? Seguramente que en Cuba se han cometido muchos menos errores que en todo el resto del mundo. Aunque habrían de hacerse todas las preguntas en todas partes. Si pusiéramos toda la justicia en nuestros juicios, si esa balanza fuera posible hoy día, habría que reconocer, en inmensa medida, que a Cuba no se le debería exigir tanto, porque ya ella misma se ha exigido lo máximo en justicia social, sin egoísmos nacionales, que ningún país del mundo se ha planteado hasta ahora.
Si todas las naciones de la tierra hubieran tenido ese objetivo, ni Cuba, ni ningún otro país del Tercer Mundo, tendrían la pobreza que muchos creen ver en la isla. No obstante, Cuba se está exigiendo más, como si el mínimo pan todavía pudiera ser más compartido, a pesar de continuar en pésimas condiciones. Ni el imperio ni el sistema capitalista mundial podrían sobrevivir si los pueblos llegaran a creer que pueden prescindir de ellos. Realmente tienen razón cuando afirman que la isla es una amenaza a su seguridad. Cuba, como David, puede vencer a Goliat sólo con la solidaridad internacional que se plantea para compartir la vida. ¿Podríamos imaginarnos qué pasaría si todos los pueblos compartieran este planteamiento? Casi la perfección. Que maravilla entonces criticarle a Cuba todos sus errores. Veríamos la infinita alegría de estarlos compartiendo. Después vendrían otros y otros, pero al ser de todos, nos acercaríamos a la más exacta de las verdades conocidas: estamos plagados de errores por todas partes. Pero en Cuba se sigue pretendiendo que no sólo valga un individuo, un país, un pueblo, sino todos. Una profunda idea de sociedad humana.
El mejoramiento de la vida, entendiéndolo como un derecho de todos los seres humanos, es indispensable para hablar de Cuba. Hasta tanto eso no suceda, la isla seguirá siendo lo que es: un sin fin de errores, imperfecciones, miles de problemas y todas las ansias, acumuladas en ella sola, luchando contra los errores del mundo. Pobre isla, o magnífica, como tengamos la vista, queriendo hacernos ver que existe el paraíso cuando lo que vemos es el infierno. Parecería que otra vez, como ya ha sucedido en la historia de tantos pueblos, imaginarse la existencia de la luz en plena oscuridad no nos dejará sus huellas. Aunque quizás, esta vez, las turbulencias de la isla puedan vencer al oleaje de la memoria y ésta logre reunir todas las iluminaciones que nos han precedido.
