Ambrosio Fornet - La Jiribilla .-  Me siento honrado y a la vez un poco desconcertado por el hecho de estar hoy aquí, compartiendo esta sesión de homenaje a Jorge Ibarra como si compartiera también los méritos de los demás participantes.

 

Hay tres cosas que quizá justifiquen el atrevimiento: la primera es que puedo dar testimonio de ciertas facetas de la trayectoria del homenajeado que han contribuido a modelar mi visión no solo del proceso de desarrollo de la conciencia nacional, sino también de la propia actividad historiográfica; la segunda es que todos los orientales —y en especial los bayameses y santiagueros— se sienten un poco historiadores desde que toman conciencia de sus orígenes regionales; y la tercera es que soy un admirador incondicional de Ibarra desde que en 1967 —siendo yo editor de la editorial nacional— tuve el privilegio de editar y comentar brevemente los ensayos de “ideología mambisa”, uno de los primeros volúmenes incluidos en nuestra colección cocuyo. A propósito de su texto inaugural —“notas sobre nación e ideología”— recuerdo haber comentado: es quizá “el ensayo más brillante que se haya escrito sobre el tema en la Cuba revolucionaria”.

Había algo en él que me llamó poderosamente la atención y era que, por encima del cúmulo de datos y sucesos se iba dibujando, como el diseño de un tapiz, una visión compleja de la historia y sus personajes que a mis ojos de crítico literario adquiría la intensidad del discurso novelesco. No es que Ibarra escribiera “bien”, sino que sin resultar engorroso o puntilloso parecía querer abarcarlo todo, no dejar fuera ningún matiz o detalle significativo. Corro el riesgo de ser descalificado por la alusión a hyden white —una “autoridad” expresamente rechazada por Ibarra, que en su reciente discurso del acto de inauguración de la Feria habló, precisamente, de la “metahistoria”—, pero el modo en que Ibarra iba entretejiendo hechos y personajes parecía responder a ese mecanismo de la creación dramática que consiste en convertir el conjunto de sucesos narrados en “unidades de sentido”, procedimiento —ya descrito por Aristóteles en su “poética”— que se cumple dentro de un ciclo estructurado en fases (la famosa terna formada por el planteamiento, el nudo y el desenlace, o, si lo prefieren, por el principio, el medio y el final). Ibarra ha rechazado también el chantaje ideológico de esos adversarios que pretenden tildarnos de “deterministas” porque apelamos a supuestos razonamientos teleológicos, pero yo aún no conocía la “poética” y mucho menos la voluminosa “metahistoria” de white cuando me pareció encontrar, como soterrada en el discurso de “ideología mambisa”, una cumplida y coherente progresión que más tarde asocié, en efecto, con las estructuras dramáticas.

El fundamento histórico de esa estrategia discursiva no se me haría evidente hasta la aparición, casi 15 años después, de Nación y cultura nacional: era el papel que Ibarra —apartándose del mecanicismo prevaleciente por entonces en algunos análisis— concedía a  la “subjetividad”, o más concretamente, al proceso de formación de la conciencia nacional y a la voluntad de imponerla en la práctica. Nación y cultura nacional proseguía una exploración del tema que alguna vez califiqué de “brillante y sorpresiva” porque, aunque el objetivo de aquella búsqueda no se ceñía a un solo aspecto, parecía basarse “en una sola premisa —Cuba es Cuba porque ‘quiso’ serlo”, y girar además “en torno a una sola pregunta: ¿cómo ha llegado el cubano —cada uno de los sectores de la nación cubana, en las distintas etapas de su historia— a negar o afirmar su ‘cubanía’?”. No era la lectura de Aristóteles, sino el análisis concreto de la situación concreta —la tragedia del dominio colonial y la absoluta decisión de superarla— lo que había dado a la nación en ciernes el impulso necesario para producir el desenlace cuyo “planteamiento” o episodio inicial se desplegó en el escenario de la Demajagua.

Fue en “nación y cultura nacional” —concretamente en el valor icónico que se atribuía al cuadro “La familia”, de Arístides Fernández— donde encontré, además, la primera pista de lo que más tarde iba a desarrollarse en otras latitudes como una verdadera concepción antropológica de la cultura insertada en el ámbito historiográfico. Supongo que la interpretación del cuadro –tan sorpresiva en ese contexto—, era un chispazo procedente de la escuela de Anales, pero en aquella época las historias de las mentalidades o de la vida cotidiana eran cotos lejanos, supuestamente ajenos al marxismo, que los historiadores no se animaban a explorar.   

Imagínense ustedes el impacto que, apenas cinco años después, produjo en lectores como yo, aficionados a la sociología de la literatura, la aparición del más contundente de los estudios socioculturales de la época: Un análisis psicosocial del cubano: 1898-1925. Permítanme citar por extenso la reseña periodística con que saludé este acontecimiento: “el autor lleva aquí su exploración a zonas poco frecuentadas por nuestros sociólogos o críticos y raras veces integradas a un núcleo ideológico común. En expresiones literarias y artísticas de signo muy diverso, y en ciertas formas de conducta y comunicación –como el suicidio y el habla popular— Ibarra va descubriendo los indicios, y por último la prueba irrefutable, de que, en el período estudiado, amplios sectores de la población sentían, o más bien “padecían” de manera semejante, las secuelas del neocolonialismo, y que esa sintonía había acabado convirtiéndose, por decirlo así, en conciencia colectiva. […] sin conocer esta intrépida pesquisa sería difícil demostrar que existe un vínculo secreto entre la prosa marmórea de Poveda y un dicharacho popular, entre el citado cuadro de Arístides Fernández y las décimas campesinas, entre la novelística de Loveira y la tasa de suicidios. Pero Ibarra nos convence de que, como expresiones de un mismo ámbito sociocultural, todas acaban integrando, a su manera, un bloque sin fisuras, el horizonte ideológico y espiritual de una época dislocada y sombría.”

No he vuelto a leer ninguna de las obras mencionadas, pero no renuncio a la posibilidad de hacerlo en alguna ocasión. Y estoy seguro de que entonces el entusiasmo y el provecho seguirán siendo los mismos.

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