Antonio Enrique González Rojas - Cubainformación.- El informe del Comité Provincial de la UNEAC en Cienfuegos, leído dentro del marco de la más reciente reunión de la presidencia nacional de la organización que sesionó durante tres días en la Perla del Sur, culminó sus enjundiosos análisis y argumentaciones con una cita textual del poeta y amigo Ian Rodríguez Pérez (Premio Calendario 2005 de Poesía) expresada por este en una asamblea anterior:


“Se hace imprescindible acortar la distancia (mediante el restablecimiento de un diálogo crítico y verdaderamente participativo) entre las primeras generaciones de la Revolución y la que algunos críticos de arte han denominado a partir del estudio de sus comportamientos generación 00 o del MP3, caracterizada por una alta tendencia al hedonismo y la abulia política, ética e intelectual, y conformada por una gran parte del sector juvenil cada vez más fragmentado en sus estratos sociales (mikis,picamuertos, punkies, emos y reguetoneros, entre otros); y todos ellos, grupo de jóvenes nacidos en los años más duros del período especial, ya que no podemos perder de vista que se trata de una generación que, en el futuro,tendrá en sus manos el destino de nuestra patria; ese diálogo como estrategia,es la garantía para que el futuro que hemos soñado no desfallezca con tendencias anarquistas e iconoclastas.” 

Esta frase resucitó una escena burilada en mi memoria de la película soviética de 1988, La pequeña Vera (palabra que significa esperanza en ruso), en la cual varios desmadejados y aburridos en una playa y uno interpela a la protagonista (Vera) “¿A qué aspiras en la vida?”, a lo que ella responde con voz amodorrada por el alcohol: “Al comunismo, como todo el mundo”, y sigue languideciendo como un fumador de opio. Esta cinta, realizada entre las ruinas de la agónica Unión Soviética, aborda la atrofia moral, el nihilismo entronizado y el desapego definitivo de las nuevas generaciones respecto a un proyecto social de bases teóricas profundamente humanistas y populares como lo fue la Revolución Socialista de Octubre. Una juventud marcada por el sino posmoderno de los tiempos corrientes, donde la crisis de paradigmas alcanzó su punto de mayor gloria, cuando la hoz y el martillo se derrumbaron por su propio peso y se puso en jaque a todas las corrientes filosófico-historiográficas de bases marxistas o marxista-leninistas.

¿Por qué,contrariamente a las proyecciones de mejoramiento humano (en cuanto a engrandecimiento del espíritu) exponencial en la sociedad socialista soviética y sovietizada, aumentó exponencialmente respecto al proyecto el extrañamiento de las hornadas? ¿Por qué, en medio del complejo entramado social de Cuba,sobreviviente parcela de la utopía realizada, muchos jóvenes se adscriben a tendencias de pensamiento y conducta, divorciadas de todo compromiso con el proyecto colectivo revolucionario, no importa cuán coherentes y maduros sean sus presupuestos?

Durante la segunda mitad del siglo XX, y en lo que va del XXI, en Cuba han convivido y conviven, al menos, cuatro grandes
generaciones, encabezadas por la dada en llamar “generación histórica” que,despojándola de solemnidad, prefiero ampliar a todos los cubanos testigos o gestores maduros del triunfo y la consolidación de la Revolución, todos agentes sociales activos, pues de ellos brotaron las posteriores fuerzas rectoras del proceso.

A la par de estas personas que navegan al pairo por las aguas de la tercera edad, respiran los nacidos alrededor de 1960,comprometidos con el aliento beligerante de sus padres,combatientes del fusil y el machete. Estos dieron sus primeros pasos y tumbos en la siguiente década,cuando 1970 posó el gris en la mejilla de nuestra sociedad.

La tercera generación, en la que me incluyo (junto a Ian Rodríguez, quien, aunque unos años mayor que yo, caminó por los mismos senderos), jugamos a los agarrados, trompos y bolas durante las sesiones del Congreso de Educación y Cultura, la guerra de Angola, la regatas de una sola vía del Mariel, el Proceso de Rectificación de Errores, la bonanza económica de la década de 1980 y nos parapetamos tras nuestros padres ante las acometidas del dado en llamar Período Especial. Como el coloso de Rodas, tenemos un pie en la orilla más optimista de nuestra historia reciente y la otra planta en el período más turbulento.

A partir de la definitoria década de 1990, la juventud que soltó amarras de los muelles familiares hacia la liza de la vida en escuelas y sociedad, acunada por la crisis económica que puso en entredicho la solidez de principios, la adhesión incondicional al proyecto colectivo, y la disposición a seguir la estrella y no el yugo, avanzó por terreno frágil y mares azarosos, en medio de una abrupta re- jerarquización de valores, donde la consecución y aseguramiento del beneficio personal ante la incertidumbre del panorama general ganó la prioridad en muchas mentalidades, por encima del bregar por el bien común.

El escepticismo,el desencanto y la indiferencia abierta hacia los presupuestos morales,éticos y políticos establecidos por la generación madre de nuestra sociedad post ´59, son bloques que alimentan los muros divisorios entre los más antiguos y los más jóvenes vástagos de la Revolución. Muros cuya innegable existencia sólo puede negar un ingenuo desconocedor de las leyes más básicas de la sociología y de la perogrullada que postula cuánto las personas son más hijos de su época más que de sus padres. Aunque nuestro proceso revolucionario es considerado como único,desde 1868 hasta 1959, no puede ser homogéneo.

El surgimiento de los conflictos generacionales es una constante en toda sociedad del planeta y la continuidad de un proceso como el de la Revolución Cubana sólo puede ser posible si se reconoce la pluralidad de voces y tendencias manifiestas dentro del variopinto espectro social, seguidoras de los principios generales del proceso, previamente adaptados a las nuevas perspectivas y situaciones endo y exógenas. Dichas barreras naturales tampoco tienen que ser herméticas, pues el grado de fluidez de las relaciones dialógicas intergeneracionales facilitará la evolución consecuente de cualquier proceso. Si por el contrario, los términos de tales relaciones parten de la asimilación tácita de modelos sociopolíticos y culturales por parte de los pinos nuevos, negado su papel creativo en la construcción de la sociedad, como simples reproductores de un modelo axiomático,cual exoesqueleto no mudable y limitador de toda ampliación o modificación de los cánones, pues sólo restan dos actitudes: el divorcio explícito y el oportunismo (plegamiento aparente y hasta exaltado a todos los dictados de la autoridad, mientras se reporte engrosamiento del peculio particular).           

La adhesión mencionada por Ian Rodríguez a comunidades culturales minoritarias, definidas algunas por filosofías más menos coherentes (como los punks y rastafaris en mayor medida y los emos en menor), otras bajo pendones meramente hedonistas y sibaritas,como los repa, los reguetoneros y los mikis, son sólo algunas de las expresiones de independencia de las nuevas generaciones de cubanos respecto al pasado. Es el proceso pleno de sedimentación de nuevos estratos identitarios, manifestado también en cambios superestructurales más sutiles y complejos que involucran a la nueva intelectualidad: artistas,escritores, gestores de las nuevas formas del pensamiento cubano, trasgresor y redimensionador de fórmulas pasadas.

Muchos de estos diversos segmentos, si es que miran alguna vez al pasado latente que dicta las necesidades del presente,lo ven como algo ajeno al que hay que sacarle el jugo o desentenderse, de ahí la indiferencia ante la enseñanza de la historia nacional,impartida muchas veces desde el memorismo impugnado por el Padre Varela; desde la reiteración automática de acontecimientos y fechas aisladas hasta perder sentido lógico dentro de la compleja interdependencia de causas y efectos que es la Historia; y desde la deificación de los héroes y personalidades hasta dimensiones nirvánicas, desde donde se presentan como arquetipos inalcanzables. Muchos de estos diversos segmentos son vistos a través de anteojos prejuiciosos por parte de las generaciones que se han encargado de garantizarles todo, pidiéndoles a cambio sean reproductores no creativos de un paradigma, en cuya flexibilidad radica el éxito.

El diálogo escasea, no se conversa, no se abren espacios multitudinarios al debate complejo de las aristas más candentes de la sociedad y de la Humanidad toda, dentro de la que Cuba se presenta como una real alternativa a la colonización cultural y económica (sin la primera no podría existir la segunda). Se alzan muros insalvables, tan inexpugnables que bajo nuestro cielo ya respiran jóvenes entre los 12 y 17 años, adscritos a filosofías suicidas, aplastados por el nihilismo, como expresión más extrema del desencanto de quienes tienen barriga llena y corazón vacío.

El restablecimiento de los puentes dialógicos intergeneracionales que solicita Ian en su llamado, implica, en primer lugar, recordar que la historia de este país la han hecho los jóvenes;reconocer la validez y la madurez de sus planteamientos,cuestionamientos y posturas; identificar sus motivaciones para no negarlas desde la intolerancia sino aceptar las diferencias y reacomodar los cánones a las nuevas circunstancias, no viceversa.

La anarquía que late bajo estos rostros apiñados tras los muros de la incomunicación debe contenerse desde el entendimiento entre todos los grupos sociales, culturales y generacionales que conviven juntos, pero nunca revueltos en un charco monocorde cuya nota sea tañida desde la misma campana. Recuerdo siempre la  metáfora gramsciana de que una Revolución es una orquesta sinfónica en la cual, antes de tocar, los instrumentos deben afinarse por su cuenta para entonces lograr la armonía final, a lo que añado que, aún tocando según una misma partitura, cada instrumento no deja de sonar diferente y sólo así el tema interpretado será espléndido.

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