Mary Luz Borrego Díaz - Revista Mujeres.- La espirituana Edith Reinoso, infiltrada durante un lustro en grupos terroristas radicados en Estados Unidos, desgrana un testimonio sobrecogedor a la vuelta de casi 40 años.


-¿Y si el G-2 la llama aquí a Miami y le propone liberar a su esposo y a su hermano y darle una cantidad de dinero para que usted colabore con ellos?, pregunta insidioso uno de los tres oficiales del FBI que desde hace más de una hora la interroga en esta oficina aséptica e impersonal, donde ya comienza a sentirse fatigada de escuchar una y otra vez las mismas preguntas, como los golpes de aldaba sobre una puerta solitaria.

 

La agente de la Seguridad del Estado cubano, la espirituana Edith Reinoso Hernández, decide ir entonces en contra de toda lógica y jugarse quizás su última carta con el enemigo. La década del 60 se desliza agonizante del almanaque. Ella se incorpora en el mullido asiento, mira desafiante a los ojos de sus interlocutores y con aparente tranquilidad responde lo inesperado.    

 

-Bueno, pues lo pensaría.

 

Enseguida intuyó que su estratagema había resultado, pues esta sería la última de tantas veces que les pareció sospechosa y la llamaron a interrogatorio: “Tuve muchos momentos difíciles con esa gente del FBI. A mí no me gusta sobresalir, pero los oficiales del FBI me decían ‘Edith, usted es muy inteligente’, y eso me helaba la sangre, por la desconfianza, tenía que relajarme, mucha tranquilidad y calma, eso me ayudaba”.

 

Algunos recuerdos se le escabulleron sin remedio por los puertos de la memoria, pero otros se quedaron escoltando para siempre a esta mujer que desde la Seguridad del Estado penetró varias organizaciones contrarrevolucionarias hasta ser coordinadora provincial de la Unidad Nacional Revolucionaria (UNARE).

 

“Yo había estudiado en la escuela de Comercio y participé en protestas contra Batista. Después del triunfo, me casé con el capitán Fernando Roque Vigil, que algunos meses más tarde comenzó a colaborar con la contrarrevolución, con los alzados y me vi envuelta en aquello. Pero mi familia era muy humilde, me habían formado diferente y aquella violencia y los intereses de poder me repugnaban. En 1960 Fernando fue sentenciado a 30 años y lo enviaron para Isla de Pinos”.

 

¿Cómo comenzó a colaborar con la Seguridad y se decidió a aceptar algo desconocido que la enfrentaba a su esposo?

 

“Un día me vienen a ver a la casa un agente de la CIA y un rebelde, que luego se fue para Estados Unidos, a proponerme que trabajara con ellos. Yo no sabía nada de la Seguridad, pero les dije que iba a pensarlo. Estaba confundida y quería ver a alguien de mi confianza. Aproveché que habían traído a Fernando a Santa Clara y fui allá, a ver a un compañero llamado Pablo, que era un alto oficial muy querido y le conté lo que sucedía. Me contactó con Tito, que fue mi primer oficial, eso fue como en el 64”.

 

Así, ella se convirtió en fundadora de la Seguridad del Estado y comenzó una doble vida que tres años después la llevó a la médula misma de la mafia de Miami, donde llegó a trabajar en las oficinas de Alpha 66, con Andrés Nazario Sargent, cabecilla de esa organización contrarrevolucionaria.

 

Algunos días graban el destino. La noche del 23 de septiembre de 1967 transcurre aparentemente impasible en la costa norte, cerca de Caibarién. Una lancha minúscula y silenciosa se escuda en la oscuridad con una carga inusual: Emilio y Luis Aurelio Nazario Pérez (sobrinos de Andrés Nazario Sargent), junto a Edith Reinoso y su hija Lumy (con apenas siete años) salen del país hacia Estados Unidos.

 

¿Por qué se decidió a enrolar a su hija en una misión tan peligrosa?, ¿con qué garantías contaba para su protección?

 

“Quise llevármela porque una separación me parecía más peligrosa en su formación; pensé que el viaje, conocer aquella realidad, podía ayudarla desde el punto de vista humano. Eso me costó mucho, fue muy tremendo para mí el doble papel y ampararla a ella, que enseguida tropezó con la droga, la violencia en las escuelas.

 

“En ciertos momentos sentí temor, aunque tenía la confianza de que siempre me estarían protegiendo de alguna manera. A veces, la niña me creaba situaciones complejas, no entendía que me relacionara con personas tan perversas, que fueran capaces de asesinar y hacer fechorías. Yo la educaba en otros conceptos, esa contradicción la hacía reaccionar y a veces hasta me puso en dificultades”.

 

Desde el primer día Miami abrió las puertas tal cual es: largos interrogatorios de emigrante, horas y horas en ayuno, el egoísmo de la familia de su esposo -quien enseguida le recordó la condición de agregada-, la zozobra de quedarse sin techo ni alimento, arrendamientos de mala muerte donde pedían sumas imposibles.

 

Por fin un alquiler en el hotel Barlington. Y el hambre de ese primer día, literalmente saboreada. Una anciana le alcanza aquel platillo salvador de arroz con vegetales. Lo mínimo también sabe a gloria. En el cuarto pequeño, con cucarachas, sin atención médica cuando la niña enferma, Edith Reinoso no olvida la clave de su viaje.

 

“La Seguridad no podía ayudarme en esos momentos porque iba contra la lógica que yo tuviera dinero. Sólo contaba con una sortija de brillantes que me habían entregado antes de salir para alguna situación extrema. Después conseguí varios empleos, a veces me dejaban en la calle o tenía que trabajar hasta la madrugada y me preocupaba dejar a la niña sola”.

 

Lentamente, la agente Alba para la Inteligencia cubana se acerca a sitios decisivos en su misión, ahora como empleada en las oficinas del Centro de Refugiados Cubanos, después en Alpha 66, donde paso a paso gana la confianza de Andrés Nazario Sargent.

 

Como infiltrada, ¿cuáles evalúa como sus aportes más valiosos y que más ayudaron a la Revolución?

 

“Poco a poco pudimos ganarme la confianza de los más connotados cabecillas contrarrevolucionarios y contribuimos a desmoronar planes fraguados contra Cuba, se evitaron agresiones a barcos, atentados internos, desembarcos, sabotajes en refinerías, pérdidas de vida. Trabajé con Alpha 66, con el Plan Torriente, en Miami y Nueva York, con el mundillo contrarrevolucionario y los grupos que son muchos. Ofrecimos informaciones útiles, los compañeros aquí consideraron que fueron muy valiosas”.

 

¿Aún recuerda los momentos más difíciles como agente entre las filas del enemigo?

 

“Lo más peligroso es encontrarse con el oficial, el contra-chequeo, a veces dormí en una cuneta, en un parque. Pero me gradué de agente cuando mataron al Che, cuando lo vi en el periódico Patria que le estaban repartiendo a la gente de Alpha 66, tirado en una mesa, el pantalón raído, flaquito, aquello fue terrible delante de toda esa gente con su algarabía y yo con aquel dolor. Lo pude soportar porque busqué el mecanismo de caminar mucho, como 80 y pico de cuadras; cuando regresé estaba con fiebre, me tiré en un sofá y eso me ayudó a disimular”.

 

Probablemente, Edith Reinoso haya flaqueado un minuto, una hora, un día durante los cinco largos años que se mantuvo infiltrada en Estados Unidos, pero se lo negó a sí misma como un lujo que no podía permitirse. Entre tanta tensión, el Sol ilumina una noche cuando alguien le anuncia el regreso. Entonces, la urgencia de enseñar a su hija en horas una identidad falsa; el barco que se rompe, un trasbordo; y por fin esa línea lejana que define su horizonte, su tierra.

 

¿Acaso esa doble personalidad y el compromiso político lastimaron su vida familiar?

 

“Claro, lastimó a todo el mundo. Nadie conocía mi verdadera realidad. Mi mamá sufrió mucho porque era ferviente revolucionaria, fidelista, e irse la hija así y llevarle a la nieta; además sus dos hijos pensábamos diferente. Cuando regresé también me divorcié del padre de mi hija, él ya murió, era una persona muy buena, generosa, pero no nos entendíamos. Recuerdo que por los días en que regresé, a mi papá le había llegado la salida, quería ir a encontrarse con nosotras. Cuando nos abrazamos aquí en el hotel me dice: Cabrona, fui gusano por tu culpa y mira tú en lo que andabas”.

 

Ya en Cuba, Edith escribió un libro y estudió Periodismo, profesión que ejerció en varios medios de prensa. Luego regresó al MININT como analista, hasta su jubilación. Ahora se interesa por la energía verde, la cromoterapia, todo en busca de mejor salud. Su hija también se vinculó al Ministerio del Interior algunos años, hoy trabaja en el Hospital Calixto García y como premio le regaló dos nietos.

 

Cuando se hizo pública su verdad, ¿cómo reaccionó la gusanera?, ¿recibió amenazas?

 

“Allá hablaban muy mal, decían horrores de mí y Andrés Nazario me pedía la cabeza. No recibí amenazas, aunque sí fraguaron un posible atentado por Emilio Nazario, que estaba preso, pero le dieron pase y me fue a buscar, lo entretuve en el cine, luego supe que ya tenía enlaces para hacerme un atentado, aunque no lo pudo concretar”.

 

A la vuelta de tantos años, ¿valió la pena jugárselo todo por un ideal?, ¿se arrepiente de algo?

 

“Valió la pena, lo siento como una gloria, estoy feliz de haber podido dar algo a mi país. No me arrepiento de nada, estoy orgullosa de mi trabajo y me siento realizada. Este ideal me llena toda”.


 

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