Jesús Arboleya Cervera – La pupila insomne.- Por ser considerados entre los más conservadores del espectro político estadounidense, bastante revuelo ha causado la noticia de que al menos un 45 % de los electores cubanoamericanos votó por la candidatura del presidente Barack Obama, en las pasadas elecciones.


En realidad no debiera causar tanta sorpresa. Como dijo Álvaro Fernández en uno de sus comentarios, tales resultados no hacen más que confirmar una tendencia apreciable desde hace algunos años, que está relacionada con el impacto de los nuevos inmigrantes y la emergencia de jóvenes nacidos o formados en Estados Unidos, dentro del conjunto de votantes.

Aunque algunos opinan que estos cambios conducen inevitablemente al desinterés por el tema cubano, no parece que fue esto lo acontecido en las elecciones. Si los electores cubanoamericanos hubiesen votado por razones exclusivamente económicas, lo más probable es que tantos no lo hubieran hecho por Obama. Tampoco los movilizó una reforma migratoria que no necesitan o el problema de los indocumentados. Por último, aunque efectivamente a una población con altos índices de envejecimiento debiera preocuparle las propuestas republicanas contra los beneficios sociales, paradójicamente no fue este segmento el que votó por el presidente u otros candidatos demócratas.

Dos hechos, de cierta forma relacionados, saltan a la vista como causas del resultado electoral: el temor de muchos a que la política hacia Cuba regresara a sus fundamentos más hostiles y el rechazo ideológico de las nuevas generaciones al extremo conservadurismo de los republicanos, quedando otra vez establecida la diferencia entre el llamado “exilio histórico” y la mayoría del resto de la sociedad cubanoamericana, con el consecuente debilitamiento del predominio de la extrema derecha, que además se vio afectada por el retroceso de los sectores ultraconservadores estadounidenses, con los cuales se vinculan.

Resulta evidente que el tema de las relaciones con Cuba constituye una necesidad existencial de los nuevos inmigrantes, colocándolos en franca oposición con las propuestas republicanas encaminadas a limitar estos contactos. Pero esta contradicción no resulta tan clara en el caso de los jóvenes, cuyo vínculo con su patria de origen tiene un valor más difuso e incluso muchas veces ni siquiera se materializa en la práctica.

Quizá la razón de base, consiste en un fenómeno que por razones políticas ha quedado oculto en el análisis histórico de la comunidad cubanoamericana: la afiliación conservadora poco tiene que ver con la cultura cubana, donde casi resulta una aberración el fundamentalismo religioso y la intolerancia social que caracteriza a esta corriente, por lo que su preeminencia en este contexto solo se explica a partir de su identificación con el proyecto contrarrevolucionario.

En la medida en que por otras razones, incluso reflejando un proceso que engloba a buena parte de la sociedad norteamericana, esta filosofía ultraconservadora es rechazada por las nuevas generaciones, inevitablemente se produce el cuestionamiento de las premisas que le han servido de sustento dentro de la comunidad cubanoamericana, dígase la política haciaCuba, aunque ésta efectivamente no sea la principal prioridad de estos electores.

El otro aspecto muy discutido ha sido la significación del cambio ocurrido y su impacto real en diversos aspectos de la vida política norteamericana. En realidad, la importancia del voto cubanoamericano ha sido bastante exagerada, ya que apenas tiene relevancia más allá el enclave miamense y ni siquiera en esta región ha determinado el triunfo del candidato presidencial republicano en múltiples elecciones.

Sin embargo, esto no quiere decir que descartemos su valor relativo, toda vez que la participación y cohesión mostrada por los electores cubanoamericanos ha posibilitado un alto nivel de control de las estructuras gubernamentales y administrativas locales, potenciando su influencia a otros niveles, como ocurre usualmente en Estados Unidos, sobre todo cuando este proceso resulta funcional a los intereses del sistema, como ha sido el caso.

La extrema derecha cubanoamericana ha sido un “producto” de la política norteamericana, no de la importancia del voto cubanoamericano, pero no hubiese podido plasmar su influencia sin la existencia de un electorado que le aportó credibilidad y acceso a posiciones de poder. Como el factor de cohesión por excelencia ha sido la beligerancia contra Cuba, la magnitud de lo ocurrido radica no solo en que el “lobby cubanoamericano” puede perder ascendencia en la política de Estados Unidos hacia la Isla, sino en que también podría verse afectado el balance de fuerzas a escala local, en detrimento de la maquinaria política tradicional.

Esto no quiere decir que los cubanoamericanos están condenados a perder su influencia en el sur de la Florida, sino que no bastará prometer fidelidad a la “causa contrarrevolucionaria” para ganar el apoyo de estos votantes, lo que abre espacio a otros competidores con otras agendas. Así induce a pensar la derrota del congresista republicanoDavid Rivera frente al candidato demócrata Joe García, no tanto por la afiliación partidista de cada cual, sino porque el tema central de la disputa entre ambos, más allá del desprestigio de Rivera, fue el referido a la política hacia Cuba.

Estamos, por tanto, ante una situación nueva, que obliga a ambos partidos a revisar sus proyecciones políticas hacia esta comunidad. Para los republicanos, el discurso de la extrema derecha puede convertirse en una potala que hunda sus aspiraciones a escala local y dificulte el consenso con otros sectores conservadores interesados en los negocios con Cuba. Para los demócratas, por su parte, se abre la posibilidad de ampliar sus bases sociales en un entorno hasta ahora adverso, pero ello dependerá de satisfacer las aspiraciones de los nuevos electores, lo que necesariamente incluye una política más flexible y contemporizadora en el caso cubano.

También es nueva en lo que respecta a la política cubana, ya que tendrá que poner su mirada no solo en los nuevos emigrados, grandes beneficiarios de las reformas migratorias aprobadas recientemente, sino en los jóvenes cubanoamericanos, los cuales, al mismo tiempo que rechazan lo que consideran la obsesión irracional de sus padres y abuelos, perciben a Cuba como una realidad distante y problemática, obligando a pensar en acciones que estimulen el acercamiento, si el país pretende influir positivamente en la relación con los mismos.

Mirado hacia el pasado, algunos en Cuba pueden pensar que no vale la pena y lo mejor es que se olviden, pero ello sería una pretensión imposible, ni Cuba puede desentenderse de una realidad que reviste una importancia estratégica para la nación, ni los emigrados y sus descendientes desconocer el impacto del contacto con su patria de origen en su propia identidad como personas.

La moraleja es quizá el tema de las relaciones con Cuba es un asunto mucho más cercano a la vida cotidiana de los cubanoamericanos que lo que algunos piensan y eso también lo reflejó las pasadas elecciones.

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