Gladys J. Gómez Regüeiferos - Revista Mujeres.- La capital de Cuba, pronta a cumplir 500 años de fundada el próximo 16 de noviembre de 2019, trae a mi memoria al insigne escritor y periodista cubano Alejo Carpentier, que en su prolífera obra literaria y periodística La Habana ocupó un lugar medular.


Y desde sus impresiones permitió redescubrir no solo el singular encanto arquitectónico y los acontecimientos culturales trascendentales que tuvieron lugar en la urbe, sino también las costumbres de la época en que le tocó vivir y de esa realidad captar la situación de las mujeres.

 

En el libro Alejo Carpentier conferencias, -volumen que compiló una considerable cantidad de las impartidas en Europa, América y África, cuya selección y edición estuvo a cargo del también destacado escritor cubano Virgilio López Lemus y fue publicado por la editorial Letras Cubanas en 1987- aparece la intitulada Sobre La Habana (1912-1930), en la que el autor del Siglo de las luces destacó la impresión que le produjo la invisibilidad de las mujeres en las calles merece atención desde la mirada de la capital actual:

« (…) he de decir algo que va a aparecer asombroso a los que han nacido después de los años treinta, y es que La Habana, hasta que se encendió la lucha contra Machado, hasta que los estudiantes empezaron a bajar de la Universidad, hasta que las mujeres participaron en la lucha contra la tiranía de Machado, o sea, desde pasados los años 1927, 1928, La Habana pudiera haberse dominado una ciudad sin mujeres. La Habana era prácticamente una ciudad sin mujeres (…) ».

Impresiones de una realidad que de no producirse el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 hubiera continuado. La capital es un reflejo de lo alcanzado en toda la isla. Podría afirmarse con justeza que la política del Estado Cubano con los programas educativos implementados favoreció la participación activa de las mujeres en la sociedad. La que nos preparó para desafiar la supremacía del patriarcado de raíces históricas, e imperante en los regímenes precedentes y en este fragmento escogido a propósito del aniversario 500 de la fundación de la otrora Villa San Cristóbal de La Habana, corroboramos la abismal diferencia:

« … Cuando yo les decía que La Habana era una ciudad sin mujeres, quiero recordar cosas que hoy les van a parecer a ustedes absolutamente inverosímiles.

(…)Estaba tan mal visto que una mujer saliera sola, era tan imposible que una mujer entrara a un café sola ni acompañada, que en los únicos cafés de La Habana en que hasta 1920, 1921, 1922 pudieron entrar las mujeres fue, a saber: el Néctar Soda de la calle San Rafael, el Salón La Habanera de la calle Obispo, y la segunda la mitad del Café La Isla. La parte de adelante reservada a los hombres y la parte de atrás a lo que llamaban las familias.

Los cafés más importantes estaban en torno al Parque en Central, pero o bien era el Inglaterra, o bien el París, donde iban después de la ópera las mujeres con sus esposos, o bien eran esos tres cafés los únicos lugares donde una mujer honesta pudiera refrescar, porque se tenía entendido que una mujer que entrara sola a un café, o con una amiga, o con una hermana, o con la misma madre, era una mujer que andaba buscando aventura, o andaba buscando algo. Los cafés eran de hombres solos y, lo repito, había una segregación completa.

No había [costumbre] de que la mujer trabajara en el sentido en que empezó a trabajar en los años treinta y tantos. Las mujeres trabajaban o bien como maestras de primaria, y de ahí no pasaban por aquello de que la atención al niño chiquito lo puede prestar la mujer mejor que un hombre; trabajaban en tiendas, por ejemplo, de artículos femeninos que hubiera que probarles las ropas a las mujeres, porque los géneros, las telas, los encajes y todo, las vendían los hombres.

(…) las que estaban un poco más altamente calificada en farmacias y algunas para la venta de artículos de consumo femenino, productos de belleza y cosas por el estilo. Y trabajaban en bancos, que eran considerados los bancos como una cosa respetable y una cosa honesta, aquellas que tuvieran conocimientos de inglés, taquigrafía, mecanografía en castellano, inglés u otro idioma.

(…) Y las madres iban a buscar a las hijas al lugar del trabajo, o la hermana o el hermano, cuando daban las cinco de la tarde, para acompañarlas hasta su casa, porque se consideraba muy mal que una mujer caminara sola por la calle, una mujer joven, aunque fuera para ir al lugar de trabajo hasta su casa, un trayecto de cinco minutos[1]».

No es posible olvidar a Carpentier en este tercer milenio en que esta urbe que a tantos turistas atrae recibiera en el 2016 el título de Ciudad Maravilla. No dudo de que estuviera orgulloso. Le sugiero al lector o lectora como pide el colega Reynaldo Taladrid al concluir en su gustado programa televisivo Pasaje a lo desconocido, que saque usted sus propias conclusiones.

[1] Tomado de Alejo Carpentier Conferencias. Editorial Letras Cubanas, La Habana, Cuba, 1987, pp. 76-77.

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