Alina Carriera Martínez – Mujeres.- El hecho de escribir y estudiar sobre los temas de familia, en ocasiones nos convierte en una suerte de consejeros/as para nuestras amistades. Una de estas confesiones es la que motiva a escribir este trabajo-alerta.


Mi vecina me cuenta que su nieta gustaba de ver películas de princesas, de hecho tenía una abundante colección en la computadora, donde eran protagonista desde Cenicienta, la Bella durmiente, Ariel la sirenita, Bella, Jasmín, Pocahontas, Tiana y Rapunzel; hasta Sofía, Elsa, Ana… Frecuentemente a la niña en casa la llamábamos “princesa”, con el inocente propósito de hacerle saber el lugar que ocupaba en el reino de nuestro hogar.

“En ocasión de su cumpleaños la llevaron a cierta casa en el Vedado capitalino para celebrar sus nueve años. Es un lugar en el cual las niñas, envueltas en un mundo color rosa (es el color que predomina en todo lo que les rodea), gozan la posibilidad de tener todo tipo de tratamiento de estética, peinados y maquillaje (generalmente innecesario a esas edades), en un salón de belleza dotado de lujo y glamour, las peinan, ponen una mascarilla facial, les hacen la manicura y la pedicura. Después las visten con múltiples trajes que componen una pasarela para el disfrute de los padres y las madres, de manera tal que las niñas se sientan princesas… por un día. En otros casos padres y madres solo se contentan con ver a través de una pantalla (circuito cerrado) todo el proceso.

“Yo me di cuenta que con el tiempo ya ella no saltaba ni corría cuando jugaba, solo se quería poner vestidos principalmente si eran rosados, gustaba de sentarse como a esperar a que llegara alguien o algo, en fin: las princesas se comieron a mi nieta”

Este no es un hecho aislado. La alternativa de trabajos por cuenta propia brinda la posibilidad de reproducir en nuestro país, tendencias ya experimentadas en otras partes del mundo, en una suerte de “empresa del ocio infantil”.

Sin embargo ¿qué hay detrás de ese juego? Si las y los adultos damos tanta importancia a esta forma de entretenimiento significa, en el imaginario infantil, que es un ideal a copiar

Con ello seguimos multiplicando ese modelo de mujer florero, que poco tiene que ver con las de este siglo.

¿Son dignas de admiración las cualidades de las princesas (culto a la belleza, sumisión, docilidad, dependencia, pasividad, el ser hacendosas en el ambiente doméstico, la subordinación al universo masculino, ser emocionales y sin apenas voluntad…) o por el contrario las cualidades de las mujeres con alta autoestima y asertividad, seguras de sí y llenas de sueños?

Las princesas son perjudiciales para la autoestima, casi todas promueven una imagen muy limitada. Perpetúan el ideal de delgadez y las características de las mujeres tradicionales. Las niñas mientras más conectada están con el universo de las princesas, más reproducen el mundo a partir de estereotipos de género

Las princesas son productos que están muy bien concebidos pues comienzan a impactar en la niñez sobre los tres o cuatro años de edad. Sus creadores tienen excelentemente pensado el marketing de manera tal que las niñas sean el objeto de la publicidad, aun sin tener la posibilidad de defenderse de ello

Basados en audiovisuales están dirigidos a cosificar a las niñas. El 89% de los halagos que reciben están referidos a lo bellas que son, lo cual las exacerba desde la más tierna infancia en el rol de objetos de deseo como su máximo valor social, con la consecuente sexualización de la belleza infantil

Las princesas de Disney promueven una imagen del cuerpo que resulta ser hasta insana, pues es muy alto el precio que se paga para mantener esa delgadez, en cuanto a salud se refiere, pero se impone lograrlo a cualquier precio para conseguir ese “empoderamiento” necesario como parte del juego feminizado

El romance es otra de las prioridades para ellas. Estas “bellas e inocentes doncellas” deben dejarlo todo por amor.

El consumismo globalizado las ha abrazado y transformado en productos tan necesarios como atractivos, así las encontramos en vasos, sábanas, gafas de sol, ropa interior, mochilas, merenderos, forros de libretas pullovers y hasta cepillos de dientes. Es decir que el mito se ha convertido en un objetivo al servicio del mercado.

¿Qué hacer?

Se recomienda no prohibirlas, no se trata de satanizarlas, pero de alguna manera hay que frenar su capacidad invasiva. Debemos darles otras opciones a nuestras niñas. Brindar todo tipo de actividades de manera tal que el mundo de las princesas sea una más de las cosas que le gustan

Un muy recomendable ejercicio puede ser permitirles descubrir, a través de la literatura, ejemplos de mujeres, quienes sin ser necesariamente bellas y sin un príncipe que las rescatara, fueron capaces de hacerse un lugar en la historia del mundo (ver Colección Antiprincesas).

También podemos hablarles sobre las princesas y sus historias para desmontar los estereotipos y puedan ver que hay otras maneras de destacarse en la vida

Se trata de hacerles comprender que hay variedad en lo físico, diversidad étnica y cultural, que las mujeres pueden tener opiniones, destacarse por las habilidades físicas e intelectuales y ser felices incluso sin casarse. Que no es necesario dejar de lado un proyecto personal y/o profesional para tener una familia. Nunca un buen porte va a tener más valor que un título universitario y ni una sonrisa bella, será mejor que hablar cinco idiomas.

Otra forma de ser princesa por un día

¿Queremos que realmente sea este el ideal de mujer que sigan nuestras hijas? La respuesta la sabemos, sin embargo en ocasiones caemos en la ingenuidad de seguir las modas y hoy encontramos familias que se desangran económicamente en celebraciones, no ya de los tradicionales quinces, sino en algo más maquiavélico: los miniquinces.

Una suerte de ensayo de lo que serían los quince pero a los diez años. Como si pudiéramos predecir qué puede pasar en esos cinco años, y por lo tanto vaticinar que la segunda fiesta va a ser igual o superior a esta.

Según reza la tradición, el objetivo inicial de la celebración de los quinces es la presentación de la joven en la sociedad pues es el momento del paso de niña a mujer. Ahora bien con diez años se pasa de niña… ¿a qué?

Es otra manera de ser princesas por un día, pero esta vez con un alto precio económico

Para conseguir la mayor rimbombancia de la fiesta, se ha desarrollado toda una industria en torno al evento que mueve mucho dinero, con un nivel de creatividad incalculable y con un repositorio de ideas en los sitios digitales para crear nuevos productos.

Vuelve a estar presente la historia de la “dama y el caballero o príncipe azul” –léase dependencia a lo masculino- con ese niño disfrazado que pretende ser el acompañante de la miniquinceañera, como su futura media naranja, como si la niña no tuviera toda la capacidad para ser una naranja entera.

Ahora con la tecnología como aliada y la correspondiente repercusión en las redes sociales, sometemos a las niñas (y hasta a los niños) al estrés de lograr una apariencia artificial a una edad en la cual aun no están preparados, –aunque en realidad a ninguna edad se está listo para toda esa parafernalia.

A esto se le suman los flashazos, las “fotografías artísticas” y confección de un álbum, book, video y de cuantos inventos existen, llenos de imágenes donde aparece la niña en poses totalmente sexualizadas, como prototipo de mujer objeto, pero tristemente en miniatura y sin plena conciencia de a lo que está sometida.

Estas celebraciones son el paradigma de la imagen frívola del mundo de las princesas, un mensaje claro de que las mujeres son sobre todo un cuerpo y representan muchos pasos atrás en los intentos por empoderar a las mujeres y las niñas por sus capacidades y valores y no por su cambiante aspecto externo.

 

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