Imprescindible a la Revolución, el desaparecido investigador y teórico Armando Hart la calificó como la más entrañable de nuestras hermanas. Lo fue desde que la acción valerosa del Moncada galvanizó su espíritu de combate y le hizo renacer nuevas expectativas.
La Historia me Absolverá, en cuya distribución en Manzanillo Celia participó, le reveló el alcance programático del movimiento gestado en el Moncada. Y desde los meses anteriores al desembarco del Granma, no hubo episodio de la lucha en la que ella no estuviera. De hecho, después del reagrupamiento inicial en Cinco Palmas del pequeño destacamento de expedicionarios conto con el apoyo in estimable de Celia en la incorporación de los primeros campesinos a la guerrilla. Y más que eso, infatigable, continuaba desde Manzanillo la comunicación con Fidel, al que se había ligado desde la salida de los moncadistas de la prisión, en 1955.
Ella sacrificó seguridad, sueño y aliento con tal de garantizar el suministro más amplio posible a los aun pocos guerrilleros que comandaba Fidel. También lo hizo ante la posibilidad de llevar ante el líder de la Revolución a un periodista norteamericano Herbert Matthews, y de paso, hacer contacto con Fidel para coordinar planes y tareas del Movimiento.
Ya para entonces, el jefe revolucionario le había transmitido su convencimiento acerca de que las perspectivas de la guerrilla eran excelentes, a pesar de contar en esos momentos (febrero de 1957) con solo 20 hombres, contagiándola con la idea de incorporar activamente a la mujer, a la lucha guerrillera, lo que se produjo a principios de mayo de ese año 1957, tras una tercera estancia suya en el campamento rebelde.
Fue entonces, la guerrillera Celia, una combatiente más a resistir con tanta o mayor entereza que muchos de los hombres, la dura vida cotidiana de la lucha en el monte. Otras mujeres empuñarían después el fusil en la Sierra Maestra, pero a ella, según el desaparecido investigador Pedro Álvarez Tabío, correspondería el mérito histórico de haber sido la primera, y de haberlo hecho bien.
Los que la conocieron de cerca nos dan la estatura de la heroína desde la distancia del tiempo. Aseguran que era una muchacha de espíritu inquieto y carácter decidido; sensible y laboriosa, pero muy enérgica y con un gran sentido de la organización. Guía e inspirador de su patriotismo y rebeldía fue su padre, el doctor Manuel Sánchez Silveira, de quien Celia heredó la proyección humanista.
Era una mujer de gráciles movimientos y proverbial modestia, que aunaba a sus muchos dones una enorme capacidad para imponer disciplina y respeto. A pesar de no ser madre, crió a 10 hijos y convivió con ellos en su casa de la calle 11, en el Vedado. Sentía orgullo de sus “hijos” y estos no menos de aquella mamá ejemplar. En ellos depositó el cariño y los desvelos de una madre, formándolos para la vida.
Atenta, meticulosa, leal, gustaba del anonimato y cuánto mucho hacia, lo impulsaba enseguida, tan combativa como silenciosamente, pues ella hizo del trabajo y la preocupación por los demás una constante de su quehacer, una razón más de su entrega.
Aquella mujer de nombre breve y sonrisa hecha flor que impulsó legislaciones de Seguridad Social para las mujeres trabajadoras y campañas por la incorporación femenina al estudio y al trabajo, que atendía directamente a cuánta persona o familia requería de ella, se había hecho leyenda para dejarnos, como valiosa herencia, su ejemplo y un título que la privilegia como “la flor más autóctona de la Revolución”.