Cubadebate.- En Cuba, donde un amplio por ciento de la población está envejecida, los cuidados son un fenómeno importante a analizar. Miles de personas, fundamentalmente mujeres, deben poner en pausa su vida para dedicarse a cuidar a otros. Este es el primer episodio de una serie de Cubadebate sobre el tema. no te lo pierdas.


“El cuidado es un trabajo que por desgracia no es remunerado”: Historias y desafíos de los cuidados en Cuba (I)

Lisandra Fariñas Acosta, Ana Álvarez Guerrero

Cubadebate

“El cuidado es un trabajo. Y es un trabajo que por desgracia no es remunerado”.

Felicitas Regla López Sotolongo lo tiene muy claro y quizá por eso pronuncia esas palabras con detenimiento, con énfasis.

Como cuidadora por partida doble en su vida, sabe al dedillo los desafíos que implica para cualquier persona esta labor, y tiene mucho más aprehendidos los retos que para una mujer— y más cuando se está próxima a cumplir los 60 años, como era su caso— tiene la tarea de cuidar.

“Es un trabajo”, insiste, casi siempre depositado sobre los hombros de las mujeres y poco reconocido como soporte de la vida. Es un trabajo y como tal debe ser visibilizado, enfatizó en diálogo con Cubadebate esta mujer.

Investigadora del grupo de Estudios sobre Familia del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), y con 70 años ya cumplidos, López Sotolongo nos acerca desde su propio testimonio a la urgencia de reconocer a los cuidados como un derecho universal, un paso esencial en el tránsito hacia una sociedad donde esta labor esté basada en la corresponsabilidad.

“Tuve la experiencia de cuidar a mi madre y a mi padre. El cuidado más largo, que más se extendió, fue el de mi mamá. Ella fue una tremenda buena madre que me formó sobre valores, sobre el amor, la familia… y me correspondía cuidarla cuando ella llegó a una edad avanzada. Pero, ¿qué significó para mi? La ruptura laboral”, cuenta López Sotolongo.

“Me vi obligada a dejar mi trabajo, tuve que enfrentarme a situaciones muy difíciles económicamente. Hasta un día que llegó un amigo y me encontró en un estado bien deplorable: nerviosa, ansiosa… Me faltaba lo más importante para mí, que era el trabajo. Yo tenía un trabajo, pero un trabajo de cuidar. Me faltaba el otro, el que siempre hice, el trabajo profesional, investigativo, como asesora, como especialista”, rememora la entrevistada.

Esta persona abrió una puerta. “Permitió que yo conociera a otra persona maravillosa, directora de un centro que cuando me vio me dio la oportunidad de trabajar a distancia. Ella me dijo: ‘tú eres jurista, yo necesito aquí a una persona que me apoye en determinadas tareas jurídicas’.

“Me dio la oportunidad de trabajar desde mi casa durante el día y en determinados momentos acceder al centro. Es decir yo tenía vida laboral, pero una vida laboral con flexibilidad”, apuntó.

Perder su vínculo laboral al comenzar a cuidar a sus seres queridos es uno de los costos de los que Felicitas habla, por el impacto que representa en la vida de quien cuida.

“Yo en ese momento dije: ‘aquí lo que tengo que hacer es jubilarme’. Y me jubilé, como dice la gente, con la ley antigua, una jubilación mínima. Realmente yo no podía mantener a mi mamá, no podía mantener las condiciones que yo necesitaba de manera económica”, rememora.

La comprensión de Isabel Hansel, “a quien recuerdo con mucho cariño y le agradezco muchísimo”, fue más que un aliciente para esta mujer, fue esa red de apoyo imprescindible y que no debería faltar a quien cuida.

“Ninguna tarea se dejó de cumplir. ¿Qué hacía yo? Trabajaba en horario de noche. Después que yo terminaba mi trabajo como cuidadora, que ya mi madre se acostaba, que ya estaba alimentada, que ya no había ningún problema…  era que empezaba a trabajar. 

“Claro, dormía poco porque evidentemente si había que trabajar de noche, ya cuando prácticamente iba a descansar veía que comenzaba el día. No eran todos los días iguales. Habían días menos azarosos para mí, pero por lo general (y eso es un llamado) el problema está en flexibilizar la jornada laboral, en darle al cuidador espacios para que pueda cuidar, pero para que pueda también ser útil a la sociedad.

“¿Cuántas personas no hay hoy en día que dejan de trabajar? Hay algo muy interesante: la feminización de los cuidados ¿Quién cuida? La mujer. Eso es una idea desde la sociedad: ‘la mejor que puede cuidar es la mujer’ y esa idea hay que deconstruirla. Todos podemos cuidar, todos tenemos derecho y todas tenemos derecho a cuidar y a que nos cuiden”, subrayó López Sotolongo. 

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De 19 189 personas entrevistadas en Cuba en 2016 –de acuerdo con la Encuesta Nacional de Género llevada a cabo en ese año– , un total de 964 declararon haber tenido que abandonar el empleo en los cinco años anteriores a la entrevista, para cuidar: 802 eran mujeres y 162 hombres.

Para la doctora en Ciencias Sociológicas, Rosa Campoalegre Septien, hablar de cuidados requiere tomar como uno de los puntos de partida para el debate la feminización que los caracteriza.

“Cuántas horas dedican las mujeres a los cuidados y qué tiempo invierten los hombres en esta misma actividad. Cuando vemos el horario de una familia, hay una brecha a favor de los hombres. Ellos tienen mayor tiempo disponible para otras actividades en relación al tiempo disponible que tenemos las mujeres”, reflexionó la profesora e investigadora titular del CIPS.

En diálogo con Cubadebate, la especialista sostuvo que hay que concebir los cuidados como un derecho universal, un concepto que a su juicio tiene muchas aristas. “La primera de ellas es que sí, todos tenemos derecho a los cuidados en alguna etapa de la vida, todos los necesitamos, los proveemos. Pero hay algo muy interesante y es el derecho a decidir cuándo, cómo, a quién y en qué condiciones se cuida”, dijo.

“Este derecho generalmente es negado a las mujeres, porque existe una división sexual del trabajo. Desde la cuna nos están diciendo que el rol de las mujeres es especial para cuidar, un mito que hay que desmontar. Todas las personas tenemos la capacidad para cuidar. Un tercer aspecto esencial es que hay que autocuidarse, no basta con cuidar: en otras palabras, si no te autocuidas no podrás cuidar. Es una condición también para la vida”, señaló Campoalegre Septien. 

Sin embargo, la experta llama la atención sobre el hecho de que en esa división sexual de los cuidados, también están distribuidos racialmente. “Las mujeres racializadas en esta América Latina y el Caribe, son las que mayor cantidad de horas de tiempo de procesos de cuidado tienen a su cargo y las que están más precarizadas en esos procesos”, señaló la investigadora. 

“En el caso cubano, cuando vemos determinados espacios de cuidado, observamos la brecha que marca la racialidad. Si observamos cómo se distribuyen, cómo se precariza en algunos contextos, podremos ver que esos rostros tienen color. Por eso decimos que no se puede entender ni solucionar el problema de los cuidados, no se puede avanzar hacia una sociedad de los cuidados, —donde estos se redistribuyan, reconozcan y resignifiquen– sin desracializarlos”, apuntó Campoalegre Septien.  

“Hay experiencias tremendas y no tiene que ver con la envergadura de la población afrodescendiente. Esto pasa en todos los países. Veamos Uruguay, Argentina…, países donde hay un mínimo por ciento de población afrodescendiente…En México siguen siendo las mujeres racializadas las que hacen la mayor parte de los cuidados. Entonces este es un tema de justicia social, pero también de equidad racial. Una justicia social que llegue hasta allá, hasta la equidad”, enfatizó. 

De ahí que, a juicio de la entrevistada, el cuidado social  –que va más allá de los cuidados a largo plazo a personas mayores– hay que entenderlo en esa intersección género y raza o color de la piel, porque hay sectores que están feminizados, pero al mismo tiempo están racializados, una brecha que lejos de revertirse se acrecienta.

“Miremos la educación primaria y el papel de las maestras, miremos las enfermeras en los hospitales y otros escenarios donde se provee cuidados profesionales. Hay determinadas cuestiones que tienen que ver con el cuidado y con el trabajo doméstico, donde el rostro son mujeres, y dentro de estas las mujeres negras o afrodescendientes, en su mayoría de más de 60 años”, remarcó.

“Por eso hablamos de que los cuidados están unidos a la demanda feminista, de que no puede seguir la división sexual del trabajo. Tampoco puede seguir la división racial ni la etárea. Alrededor del 60 % de las personas que realizan trabajos de cuidados y domésticos son mujeres racializadas. Ese número nos está diciendo muchas cosas”, dijo la experta, quien señaló que la pandemia de la covid-19 visibilizó con más fuerza esta problemática. 

“En Cuba esa tendencia también se manifiesta. Las mujeres racializadas tienen un peso importante en el trabajo de cuidado remunerado o no en el país”, apuntó la investigadora. 

“No podemos perder de vista las múltiples intersecciones que recogen los cuerpos de las mujeres. Y esas intersecciones tienen que ver con las desigualdades, también en los cuidados. Ser mujer, negra, madre, racializada o no, una mujer urbana, una mujer que tiene un nivel de escolaridad determinado, una mujer en situación migratoria…  todos son factores que pueden estar presentes”, sostuvo.

A ello se suma los dilemas de una sociedad altamente envejecida como la cubana. Al cierre del 2022 este indicador se situó en 22.3%, de acuerdo con la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).Cada vez hay más personas que envejecen, más personas que demandan cuidados y menos personas que pueden proveerlos de manera sistemática”, reflexionó. 

Transversal a todos los elementos anteriores, la investigadora coloca en el debate lo que ella llama uno de los grandes desafíos en relación a los cuidados: “¿Cómo enseñamos, educamos en los valores de una sociedad del cuidado?

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Cuando a Felicitas  Regla López Sotolongo se le pregunta qué es lo más importante para una persona cuidadora no vacila en responder: “Redes de apoyo”, aseguró.

“Tuve personas que hoy son mis amigos, mis hermanos, gente que quiero, gente que aprecio, que en aquellos momentos tan difíciles me tendían una mano. A veces de manera material, pero también de manera espiritual. Llegaban, por ejemplo, en la tarde a mi casa. Ya yo estaba agobiadísima por todo el trabajo del día: lavar, tender, cargar por seis años a mi mamá encamada… Fueron muchas cosas, muchos momentos difíciles y yo no soy una persona joven. Podrás imaginar que una persona adulta mayor cuidando a otra persona adulta mayor fue bien difícil”, relató. 

“Ya yo estaba próxima a los 60 años y estaba cuidando, es decir, que yo también requería cuidados. Pero, ¿quién me cuidaba a mí? Yo no tenía quien me cuidara, no tenía quien me tomara la presión, yo no tenía quien me dijera ‘vete hoy para la playa, descansa, siéntate en un parque’... No había nadie más, pero las redes de apoyo, para mí fueron muy importantes. Les agradezco y les agradeceré mientras viva. Es la persona que es vecina, pero que te toca la puerta y te trae algo, aunque sea un paquetito de caramelos, lo que fuera, lo que encontraba. ‘Mira, te traje esto para tu mamá’. 

“Está el vecino que te decía: ‘te voy a buscar el pan’. Una ayuda. Está el otro que a lo mejor me veía con cara de amargura y se sentaba y me decía: ‘ay espérate’ y me hacía un cuento y me hacía reír. Eso también es respiro del cuidador. A la persona que cuida no se debe dejar sola,  esa persona tiene que tener un acompañamiento o bien de la familia…, en mi caso yo no tenía familiares próximos pero, tenía vecinos, amistades… 

“Hasta una llamada por teléfono alivia a un cuidador o a una cuidadora. Lo alivia porque tiene que dejar de hacer lo que está haciendo, por obligación, para escuchar a alguien que te llama a lo mejor con un problema… Ya tú tienes un problema, pero te llamó el amigo o la amiga con otro problema y ya te obliga un poco a despejar el ambiente y conversar. Esas son experiencias necesarias y maravillosas”, refirió. 

Felicitas vuelve a hablar de la importancia de la reincorporación al trabajo con flexibilidad, de no perder el vínculo y la posibilidad de seguir siendo útiles a la sociedad y no aislar a quien cuida.

“Ese tiempo para mí, en el que yo estaba leyendo, que estaba estudiando, que estaba preparando una resolución o que estaba analizando un caso, ya salía del trauma aquel que tenía, en el que me sentía atada de pies y manos, en el cual no era yo, sino otra persona que había tenido que empezar a transitar por el camino del cuidado, sin experiencia anterior. 

“Cuidé a mi padre, pero fue un breve tiempo. No fue tan longevo como mi mamá. Mi madre vivió 104 años para dicha mía. Y le agradezco a la vida mucho porque la disfruté. Pero ese disfrute lleva implícito la parte del cuidado. Y ya te digo, por lo general son adultas mayores las que cuidan, por ejemplo a sus esposos, porque han vivido juntos 30, 40 años y cuando el esposo o la esposa enferma, esa persona tiene que cuidar. 

“La sociedad cubana debe entender, los cubanos y las cubanas tenemos que sensibilizarnos con este tema de los cuidados. Es un problema, no solo de la familia, sino también de la sociedad en su conjunto ”, insistió. 

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“Las necesidades de cuidado son otras, serán otras mañana. Cambian por las dinámicas sociales, por la dinámica poblacional y también por la dinámica cultural de la sociedad”, aseguró la socióloga Campoalegre Septien . 

Para la investigadora, es preciso y urgente ver los cuidados con ese anteojo progresivo y también crítico. “Yo pienso que en relación a los cuidados hay mucho que deconstruir. Cuando digo deconstruir, me refiero a que hay que derribar todas esas tradiciones, mitos y prácticas discriminatorias en el cuidado, pero hay que construir nuevas. Nuevos conceptos, nuevas ideas, atrapadas y asentadas en los valores existentes”, dijo. 

Por ejemplo, cuando hablamos de la colonialidad, nos referimos a las huellas del hecho, del régimen y del orden colonial que persisten hoy, sostuvo.

“Qué cosa más colonial es que sean las mujeres las que se ocupen de los cuidados. Por lo tanto, aquí no solo es una colonialidad del desequilibrio de poder entre los sexos sino también una colonialidad del género y del saber, porque incluso se nos acusa: ‘ustedes son las que saben cuidar’. Siempre digo ‘yo sé que tú sabes cuidar, hazlo conmigo’”, dijo. 

“Todo se educa, todo crece. ¿Quién enseña a amar? ¿Quién enseña a cuidar? Son respuestas también que solo no podemos aplicárselas, no podemos exigírselas a las familias. Tienen que ser respuestas a todo nivel de desarrollo de la sociedad, desde lo individual, desde lo familiar hasta las políticas”, afirmó. 

 

Los cuidados en Cuba demandan la autonomía y bienestar de quienes cuidan

La Encuesta Nacional de Igualdad de Género, realizada en 2016, evidenció que las cubanas dedican semanalmente un promedio de 14 horas más que los hombres al trabajo no remunerado que incluye la atención a personas adultas mayores, enfermas crónicas y dependientes.

Tal reclamo es aún más perentorio en un contexto de acelerado envejecimiento demográfico, creciente emigración de jóvenes y una profundización de la crisis económica en este país insular del Caribe que arroja sobre cuidadoras y cuidadores obstáculos para dar alimentos, conseguir medicinas y gestionar insumos.

“Desde hace cinco años mi mamá, de 92 años, tiene una prótesis debido a una fractura de cadera. Debo atender que no resbale, bañarla, darle sus medicamentos y asistirla en algunas actividades”, ilustró Martínez, de 57 años, residente en el municipio de Marianao, uno de los 15 que conforman La Habana.

“También apoyo con mi única nieta, porque mi hija debe tomar muy temprano el transporte para ir a trabajar. En el caso de la niña, de cuatro años, la levanto, doy el desayuno, llevo al círculo infantil (preescolar). En la tarde la recojo, baño, doy algún alimento, además de jugar o leerle, hasta que llegue su mamá”, agregó.

Al conversar con IPS, Martínez convino en que facilita sus tareas “ser editora web y laborar desde la casa, pero debo ajustar muy bien los tiempos y trabajar muchas veces de noche y madrugada”, lo cual le resta tiempo para el descanso.

“Mi vida social se ha reducido bastante. Tengo que acudir a otras personas cuando voy a comprar alimentos u otros trámites, que casi siempre llevan colas (filas) y bastante tiempo. En eso me colabora una vecina quien conversa con mi mamá y la observa mientras estoy fuera”, apuntó.

Si bien en ocasiones tiene el respaldo de una hermana y su sobrina, “ellas viven distantes. Cuando vienen nos alternamos en las tareas, pero mi hermana es mucho mayor que yo y también tiene enfermedades que necesitan atención”.

Cuidar me ha servido también para tomar conciencia sobre quién soy, qué me merezco en la vida, cómo hacer las cosas mejor, cómo ayudar a otras personas cuidadoras con circunstancias más difíciles que las mías, y tomar conciencia en el ámbito familiar y hacer valer nuestros derechos”.

Idalia Martínez

Martínez refirió que enfrentar tareas de cuidado “limita muchísimo compartir con amistades, salir al teatro o ir a los cines, sobre todo al Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, algo que disfrutaba mucho”, cada diciembre en La Habana.

Calificó como “complicada” la vida de un cuidador, porque “es un trabajo que no tiene remuneración y socialmente tampoco está visibilizado. Es indispensable el apoyo de toda la familia, ponernos de acuerdo, porque si bien hay una persona a mi cargo, también tengo necesidades”.

De acuerdo con Martínez, si bien el tiempo para su cuidado personal es escaso, “trato de mantener si no pintadas, al menos sí limpias y arregladas las uñas de manos y pies. De eso se ocupa mi hija los fines de semana. He dejado que las canas florezcan, ya no me tiño, aunque una peluquera cerca de la casa me da tratamiento en el pelo. Ese es también un pequeño espacio para conversar y socializar”.

Añadió que en las noches, intenta asimismo “leer o ver alguna película que me interese”.

Barreras

La Encuesta Nacional de Igualdad de Género, realizada en 2016, evidenció que las cubanas dedican semanalmente un promedio de 14 horas más que los hombres al trabajo no remunerado el cual incluye la atención a personas adultas mayores, enfermas crónicas y dependientes, así como apoyar las tareas escolares de niñas, niños y adolescentes.

Por su parte, la Encuesta Nacional de Envejecimiento de la Población (Enep), de 2017, cuyos datos trascendieron en 2020, arrojó que cerca de 68 % de quienes ofrecen ayuda son mujeres y la mayoría tiene más de 50 años.

En el caso de necesitar cuidados, más de 57 % de la población que sobrepasa las cinco décadas prefiere que sean ofrecidos por mujeres, según el estudio.

Investigaciones apuntan que las personas cuidadoras generalmente ven limitados sus proyectos de vida, lo cual genera desigualdades en el acceso a oportunidades y refuerza inequidades de género.

Otros análisis coinciden en que la sobrecarga por el trabajo doméstico, ayuda a la familia y cuidado de personas dependientes, así como la desvalorización e invisibilización de estas tareas, pueden considerarse una expresión de violencia del orden patriarcal.

La división sexual del trabajo ha naturalizado la idea de que tras cesar su labor como trabajadoras fuera de casa, las mujeres están “obligadas” a asumir una segunda jornada laboral en sus hogares.

Una redistribución y revalorización del trabajo mejoraría las posibilidades reales de desarrollo, autonomía y bienestar de ellas.

Subsisten otros desafíos relacionados con la crisis económica interna que precariza aspectos de la vida cotidiana y con ello, la situación de vulnerabilidad tanto de las personas que reciben cuidados como de sus cuidadores.

Además de las dificultades para conseguir alimentos suficientes, de calidad y a buen precio, en un país con una notable inflación y déficit de las producciones agropecuarias, “resulta complicado acceder a medicamentos o insumos como pañales desechables, algodón, alcohol o jabones para lavar las sábanas con frecuencia”, señaló Maura Sánchez.

Esta médica veterinaria jubilada de 67 años, residente en el municipio de Centro Habana, contó a IPS que desde hace casi una década cuida a su padre, hoy con 89 años y una demencia senil.

Eso “implica estar muy pendiente de él. Es muy demandante y una se agota. Sin respaldo de la familia o de donativos, resulta muy difícil atender adecuadamente a una persona con estas condiciones”.

Reconoció que aunque sus dos hermanos aportan dinero y algunos productos, “el peso de la atención la llevo yo. Como hay pocos medicamentos en las farmacias, algunos para la hipertensión, la diabetes o mantenerlo sedado debo comprarlos por la calle (mercado negro), bien caros. Ni la pensión de mi padre ni la mía alcanzan”.

“Creo que ganaríamos mucho si tuviéramos mecanismos que nos facilite la adquisición de ciertos insumos, al igual que la compra de alimentos. Eso organizaría y mejoraría nuestro tiempo, para enfocarnos mejor en esa persona que cuidamos”, apuntó Sánchez.

Más apoyos para familias y quienes cuidan

Unas 221 000 personas mayores viven solas en Cuba, en su mayoría mujeres, cuya esperanza de vida sobrepasa los 80 años, frente a 75 años los hombres.

De ese conjunto con una edad promedio de 71 años, más de 82 % cuenta únicamente con ingresos devenidos del trabajo o la jubilación, al tiempo que casi 8 % tiene necesidades especiales que ameritan auxilio de otra persona o cuidados constantes, corroboró la Enep.

Datos de la estatal Oficina Nacional de Estadística e Información (Onei), señalan que 22,3 % de la población cubana tiene 60 años y más, y al concluir 2023 la cifra será un punto porcentual superior.

Para 2025 uno de cada cuatro residentes en la isla será un adulto mayor. Una década después este grupo poblacional representará un tercio del total y aumentará las presiones sobre la población económicamente activa, que a su vez disminuirá.

Desde 2016, cuando alcanzó una cota máxima de 11,2 millones de habitantes, la población cubana comenzó un anómalo proceso de decrecimiento, en el cual confluyen diversos factores como el éxodo de las capas más jóvenes, la sostenida reducción del índice global de fecundidad y el aumento del número de muertes en relación con la totalidad de nacimientos anuales.

Para 2025 Cuba tendrá una población inferior a 11 millones de ciudadanos, 17 años después debe bajar de los 10 millones y serán menos de nueve millones en 2055, según las proyecciones de la Onei.

Las condiciones económicas en la isla estimulan en estos momentos la emigración, sobre todo de profesionales y mayoritariamente de personas con edades de 15 a 49 años.

Sobre los hombros de la población de 50 años en adelante recaen, principalmente, las labores de cuidado, con el consiguiente desgaste físico y psicológico, que a su vez la coloca en condiciones de vulnerabilidad.

Investigaciones insisten en que a pesar de los esfuerzos del gobierno cubano, resultan insuficientes los servicios y los sistemas de apoyo a las familias para proveer cuidados, en particular a las personas mayores.

Al respecto recomiendan el establecimiento de un sistema integral de cuidados, que además de un aumento de hogares de ancianos, priorice la formación de más personal de enfermería, de la medicina y asistentes especializados en geriatría para afrontar los retos de la demencia y discapacidades, además de la atención de salud y psicológica para la calidad de vida de las personas que cuidan.

También abogan por la promoción de estudios sobre sistemas de atención a las personas proveedoras de cuidado, que contemplen la capacidad personal, las condiciones sociales y los servicios para ofrecer cuidados, y a su vez proteger su salud y bienestar.

Ramírez aseguró que la creación de grupos de Whatsapp “de personas que cuidamos nos ha permitido compartir experiencias, avisarnos sobre la llegada de algunos productos y comprar o compartir determinados insumos”.

Cuidar a su mamá y nieta, confesó la editora, “me ha servido también para tomar conciencia sobre quién soy, qué me merezco en la vida, cómo hacer las cosas mejor, cómo ayudar a otras personas cuidadoras con circunstancias más difíciles que las mías, y tomar conciencia en el ámbito familiar y hacer valer nuestros derechos”.

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