Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Desde 1978, los emigrados cubanos en Estados Unidos han realizado una labor de acercamiento con el gobierno cubano, compuesta por sectores diversos, política, ideológica y socialmente.


Años después, a raíz del desmerengamiento de la URSS, en la década de los noventas, aparecieron otros grupos de cubanos emigrados, preocupados por el respeto a la soberanía del país. La nueva etapa fue bautizada eventualmente por el gobierno cubano como Encuentro de la Nación y la Emigración. El llamado Diálogo de 1978 se transformó por obra y gracia de preceptos ideológico-políticos, en la palabra Encuentro.

El gobierno cubano, hasta ahora, ha sido renuente a reconocer la existencia de cubanos ajenos al Estado, gobierno o al Partido. Todos suponen ser parte del todo. Tal parece que la existencia de sectores dentro del abanico social, es considerada por el gobierno como un opuesto, por consiguiente, desconociéndolos erradica cualquier duda sobre quién decide el conversatorio. La interpretación del concepto socialista oficial, desconoce factores internos que no dimanen de las instituciones de gobierno, dirigidas, administradas y calibradas por las mismas. De aquí la palabra Encuentro, término que no implica debate, aunque de hecho se produce, limitado por una agenda previamente confeccionada por el oficialismo. Digo esto en son de crítica, pero no para desacreditar o dañar los eventos, sino porque creo que ese enfoque ha debilitado la efectividad del emigrado para influenciar en las instituciones estadounidense y el gobierno de Washington, tareas que, en mi consideración, debe ser su principal objetivo. Esto no excluye su derecho a opinar sobre la política interna de su país. Por eso dije en otro trabajo que el mecanismo está agotado y demanda revisión.

Como resultado de los Encuentros, se han producido cambios en la política migratoria de Cuba, limándose tensiones, normalizándose relativamente las relaciones entre la nación y los emigrados, diluyéndose las tensiones que prevalecieron por muchos años por el terrorismo proveniente de Estados Unidos, dirigidos o monitoreados en su mayoría, por sus cuerpos de inteligencia. En la actualidad el emigrado es parte del país, hasta el punto que, aquellos que lo desean, pueden recuperar sus derechos como ciudadano cubano. No obstante, es un derecho temporal, sujeto a caducidad si el emigrado no visita la Isla en el transcurso de dos años.

La última etapa de ese proceso, comenzó a principios de la década de los noventas. Fue una acción dirigida por emigrados, sin participación del gobierno en su diseño y elaboración. Entre los primeros más destacados podemos señalar los Seminarios de Democracia Participativa. Ese proyecto fue encabezado por Amalio Fiallo y organizado por Nicolás Ríos, quien estableció los primeros contactos que dieron lugar a la realización del primer Seminario en 1992. Fue tan abundante el entusiasmo por normalizar las relaciones entre el emigrado y el Estado, que llegó a fundarse un llamado Partido Social Demócrata Cubano que planteó la inserción al proceso, como foro de debate y no como partido electoral, una modalidad que, en mi saber, no ha existido en ningún país. Aunque aquello era lo menos concebible, las autoridades se interesaron en conversar por separado a nivel de Seguridad Nacional, con algunos de sus integrantes. Había un espíritu de acercamiento al margen de los lazos que los grupos tuviesen con el gobierno. Luego de los Seminarios, se organizaron agrupaciones como PECA (Pequeños Empresarios Cubano Americanos) y otros. Poco tiempo después el gobierno decide actuar como factor aglutinante y único protagonista.

La primera Conferencia que tuvo lugar, ya con el gobierno al timón del barco, todavía tuvo la frescura plural de aquel primer impulso inaugurado por los Seminarios de Democracia Participativa, de las demás organizaciones y de la labor imborrable, pertinaz y valiente de Francisco González Aruca quien, al igual que los Seminarios, organizó simposios en la ciudad de Miami, inventó desayunos abiertos para todas las tendencias, sin gritos de hurras al gobierno cubano, llegando incluso a contar con la presencia de alcaldes locales. Fueron reuniones enfocadas en los intereses de una emigración que demandaba reconocimiento y también participación en su país. Excepto aquella primera Conferencia, todavía sin el nombre de Encuentro, ninguna tuvo jamás el alcance público nacional del Diálogo de 1978.

La decisión del gobierno de dirigir aquellos eventos, contribuyó a que los movimientos espontáneos de diálogo que se venían produciendo, como la Democracia Participativa, PECA y otros, languidecieran. Muy pronto aquellas reuniones parecieron más el encuentro de una cofradía de funcionarios gubernamentales y sus representantes políticos en el exterior, que un proceso por restaurar los derechos perdidos del emigrado y crear un ambiente de mayor dinamismo político en la nación.

De aquellos primeros acontecimientos queda poco y el desarrollo pálido de los mismos, pareciera mostrar que el asunto migratorio es un tema privativo del gobierno.

A veces parece que reclamarle a la Casa Blanca el respeto de la soberanía cubana, es asunto del ciudadano en tanto en cuanto el gobierno lo autorice.

Existirán quienes piensen lo contrario, pero las realidades lo confirman y la percepción pública así lo considera. Si no se cambia el modelo y son los propios emigrados quienes convocan y organizan grupos y conferencias con gente inteligente y conocedora que viven dentro del país, que no son funcionarios, aunque algunos lo hayan sido, no se puede avanzar en las labores políticas dentro de Estados Unidos, para contribuir a cambiar el rumbo de las relaciones exteriores. Mientras no ocurra un cambio profundo en la conducción de esos diálogos, la influencia y cabildeo para el diseño de la política exterior de Washington la ejercerá con eficiencia el enemigo de Cuba, de la ciudadanía cubana y del gobierno cubano.

Los “Encuentros” que periódicamente se realizan no parecen un movimiento de emigrados, sino una reunión del gobierno y eso no es sano. Porque como bien dice el refrán, “la mujer del César no sólo debe serlo sino parecerlo”. La oportunidad para que sean más eficientes ha sido preterida. Espero que sobren voluntades para actualizarlas.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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