Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Radio Miami.- Estados Unidos tiene un sistema bipartidista consolidado desde hace más de un siglo en el que el Partido Demócrata es, a priori, el que defiende una política más progresista, y el Partido Republicano el que representa una postura mucho más conservadora. Pero no siempre fue así, de hecho, en sus inicios ambas formaciones defendían las posturas que ahora sostiene su rival.


 

El Partido Demócrata durante ese proceso político no ha titubeado en proclamar que restituirán la política de Barak Obama.

El proceso electoral estadunidense tiene muchas diferencias con las naciones de Europa, las cuales se identifican políticamente como “democracias representativas, aun cuando algunas se denominan “estados de bienestar”.

La evolución cultural en Estados Unidos ha creado conglomerados que se han convertido en intereses de consideración en las campañas electorales. Uno de ellos tiene sus raíces en la esclavitud aceptada por los fundadores del nuevo país, la cual derivó en la formación de un “racismo” congénito al tejido social. Esto ha dado lugar a “intereses raciales”, un elemento irrenunciable tanto durante el tiempo previo a las elecciones como en la creación y administración de ciertas instituciones del Estado.

A diferencia de otros países donde el electorado es considerado igualitariamente, o sea, todos los votantes son ciudadanos del país, en Estados Unidos de América son atendidos a virtud de su color, etnia, clase, preferencia sexual, creencia religiosa, nacionalidades, sistemas políticos de sus países de origen y así hasta abarcar muchas otras, que llevan a pensar al espectador que no están frente a un país, sino contemplando un terreno parcelado en grupos humanos, cuyos intereses se excluyen unos a otros.

Una de esas parcelas, por ejemplo, son los cubanos de Miami. En dicha ciudad conviven junto a ellos otras compuestas por, venezolanos, nicaragüense, colombianos, centroamericanos, argentinos, peruanos, españoles y algunas más provenientes del sur del Río Bravo e islas del Caribe.

A estas “parcelas políticas”, los candidatos les ofrecen cambiar los gobiernos de sus países una vez se instalen en el cargo. Son ofrecimientos que implican la injerencia en los asuntos internos de terceros.

A los cubanos les ofrecen “el derrocamiento de la dictadura castrista”. Es una vieja promesa que han venido haciendo durante los sesenta y un años del proceso revolucionario cubano, el cual ha transcurrido por diversas etapas, de las cuales la soviética fue la más larga.

En realidad, todos aquellos que han prometido el derrocamiento del gobierno de turno cubano, no han hecho otra cosa que imponer sanciones a la Isla que dificultan la vida de sus ciudadanos y no han dañado al gobierno. Consisten en restricciones a las cantidades de dinero que pueden ser enviadas a los familiares; prohibición de enviar remesas a quienes no tengan vínculos sanguíneos; limitar los viajes de personas; prohibición de los viajes turísticos; desautorizar las transacciones comerciales con Estados Unidos; prohibición a las compañías estadounidenses, incluyendo aquellas extranjeras que tengan un diez por ciento de capital de ese país, invertir o comerciar con la Isla y un sinfín más que llenan miles de páginas de la Ley Helms Burton.

A pesar de esa práctica abyecta y ruin contra un país que nunca se ha declarado enemigo de Estados Unidos, la cual afecta a los más de once millones de cubanos que viven en Cuba y que no ha provocado la más mínima quiebra interna de las instituciones del gobierno durante esos años, hay un considerable número de cubanos en Miami y otros sitios que las apoyan.

Pero lo más significativo es que, siendo los gobiernos republicanos quienes en líneas generales han sido los más agresivos, es precisamente el Partido Republicano quien parece ser el preferido de los cubanos de Miami.

Me llamó mucho la atención que personas en Cuba, muchos de ellos amigos, manifiesten que para Cuba será igual que gane Trump o resulte electo Joe Biden. Frases manidas como: “los republicanos nos quieren ahorcar y los demócratas pretenden matarnos de un disparo flojito”, no han faltado.

Quizás por haber sido los cubanos del Condado Miami-Dade quienes han dirigido las campañas electorales de los diversos partidos en esta zona y siendo el sector político dominante del mismo, enemigo acérrimo del gobierno cubano, identifican una cosa con la otra.

Pero en realidad hay una diferencia abismal que se ha manifestado más hondamente durante el proceso electoral para la presidencia del 2020.

El Partido Demócrata durante ese proceso político no ha titubeado en proclamar que restituirán la política de Barak Obama. Primer Presidente estadounidense que se atrevió a establecer relaciones diplomáticas con Cuba, en el año 2014.

Estas declaraciones no significan que Estados Unidos no continúe aspirando a que el gobierno cubano haga cambios en sus estructuras de gobierno y en su visión sobre la economía. La concepción religiosa heredada de los colonos que llegaron a esas tierras, pensando ser “un pueblo elegido de Dios” y el enfebrecido criterio de llevar a otros sitios lo que consideraron en 1787 “el Estado más perfecto” (y lo era en ese instante), conformó una visión evangélica, a la cual aún no ha renunciado del todo. Diversos cambios introducidos en aquella Biblia Política llamada Constitución, nutrido por la expansión del conocimiento y el aprendizaje histórico, han moldeado esos criterios. Tanto en el Partido Demócrata como en el Republicano, pero más aún en el primero.

Estados Unidos, en su convencimiento de ser el “primer estado de democracia representativa” del Planeta Tierra, no tiene menos interés por cambiar los sistemas de otras naciones que, los asumidos en su época, por el “primer estado socialista” fundado en Rusia por los bolcheviques. Tampoco va a renunciar a sus “esferas de influencia” más que la China o la Rusia actual. No podemos olvidar que estamos a menos de 200 años de la época de los imperios geográficos, arrastramos esos lastres y a pesar de eso, el ser humano ha cambiado sustancialmente durante ese tiempo.

Me parece una verdad de Perogrullo decir que uno de los Partidos políticos del poder en Estados Unidos quiere que nosotros, los cubanos independientes y soberanos, cambiemos nuestro sistema político, porque es obvio y entendible, que los dos partidos del Poder comulgan con esa aspiración.

También considero poco sustancioso, echar a volar una idea que implica creer que es igual que nos bloqueen y pisoteen como ha venido haciendo durante su mandato el Presidente Donald Trump o como lo hizo George W. Bush durante el suyo, quien llegó a prohibir prácticamente los vuelos familiares a todos los emigrados, a diferencia de uno que nos conceda espacios donde poder movernos, avanzando sin obstáculos en algunos campos de la vida económica y política.

El gobierno de Barak Obama, amén del restablecimiento de relaciones diplomáticas, echó a un lado todas las restricciones que podrían afectar a los emigrados, aun cuando beneficiaran al gobierno.

Entre las restricciones que benefician a los familiares y amigos de los emigrados que viven en la Isla se encuentra el envío de dinero que es al mismo tiempo, el que más beneficia al gobierno y el Estado cubano.

Cuando la moneda convertible llega a Cuba, inmediatamente es convertida en un activo del Estado. Las personas reciben moneda nacional con la cual tienen acceso a las mismas mercancías, en dependencia del inventario, que las personas de otros países que reciben directamente los dólares. La diferencia es que la moneda convertible, en el caso cubano, es administrada por el Estado, lo cual significa grandes beneficios para la población, porque esos dineros son invertidos en construcciones turísticas, infraestructuras y subsidio, para los cientos de servicios sociales que administra el gobierno.

Del millón de cubanos que vive en Estados Unidos, casi todos con domicilio en el condado Miami-Dade, medio millón aproximadamente envían dinero a familiares y amigos.

La suma calculada por el Departamento del Tesoro, que es enviada anualmente por esos emigrados, suma unos tres mil quinientos millones de dólares. Es posiblemente el principal ingreso del país si consideramos que los haberes generados por el turismo, rara vez sobrepasan el 12% del ingreso bruto o sea que, para llegar a la cifra neta de los envíos, los turistas tendrían que desembolsar en Cuba unos veintinueve mil millones de dólares, cifra muy lejos de los actuales.

El Tesoro considera que la masiva construcción hotelera iniciada por Cuba hace poco más de dos años, se ha financiado con las remesas. Y a pesar de eso el gobierno de Obama quitó la restricción a la cantidad de efectivo que podían enviar los cubanos emigrados a familiares y amigos. La Administración Obama, como todas las anteriores, conocía perfectamente el beneficio recibido por el Estado y el gobierno de Cuba por concepto de las remesas.

Esa es una política acertada de Estados Unidos, porque esas construcciones crean fuentes de trabajo que, al ritmo de las reformas que vienen proponiéndose, contribuirán sustancialmente a elevar el confort de la población trabajadora de Cuba.

No existe explicación posible que permita entender por qué el cubano recién llegado desde la época de los ochenta y especialmente los que han ingresado a partir del 2000, asuman una actitud que perjudica a sus conciudadanos, familiares y amigos que viven en Cuba y sin embargo reclamen el derecho a viajar y ayudarlos económicamente, mientras apoyan al Partido político que se los impide.

Las ayudas fueron uno de los factores que impulsaron y estimularon el surgimiento y desarrollo del trabajo por cuenta propia, especialmente en el área de los oficios, los cuales se vieron en posesión de tecnología que les permitía ofrecer un mejor servicio.

Aducir que un gobierno representado por Joe Biden será “el mismo perro con distinto collar”, es un sofisma equivalente a decir que la única solución posible es tomar Washington por asalto. Eso está bien para un debate televisivo “made in usa”. Pero entre cubanos no me parece saludable y mucho menos, apropiado a las reglas de una discusión seria.

Para que la verdad sea entera, el primer paso es que sea objetiva.

Creo que no es hora de levantar miedos infundados o justificar estrategias que desconocemos, sino de comenzar a laborar intensamente en cómo lidiar con la nueva situación y sobre todo el modo de administrar racionalmente la política del compromiso: el de allá, en el del Norte y el de aquí, en el del Sur.

No existen buenas relaciones, en ninguna esfera de la vida, sin una clara disposición al compromiso.

 

 

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

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