Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Radio Miami.- Quisiera que el lector me permita incursionar en un breve y personal análisis de la situación que vive mi país, Cuba, con motivo de la actitud que, en meses atrás, asumieron los medios de difusión que parecen a veces los encargados de simplificar la complejidad cubana y en ocasiones la internacional.
Dichos medios magnificaron una protesta acaecida principalmente en La Habana, esencialmente motivada por la situación económica adversa que vive la Isla, parcialmente aislada por las sanciones de Estados Unidos y por la lentitud del gobierno cubano para reformar la economía, liberando al máximo las fuerzas productivas.
Para ello considero necesario definir conceptualmente algunos aspectos de índole sociológico y político, como modo de hacer entender mejor la razón de mis observaciones, porque las realidades políticas están salpicadas de matices y lo que vemos y se parece no siempre es la esencia del fenómeno.
En ese sentido debo comenzar mencionando que el estado es una estructura organizativa que requiere administración.
Las teorías del estado son varias, pero lo cierto es que surge como una necesidad para balancear la convivencia de los grupos humano, en un momento de su desarrollo. Fue un conjunto de requerimientos en el cual los sectores más poderosos económica y militarmente, se hicieron cargo del mando y dirección de la estructura.
Los modos de seleccionar estas administraciones han sido variados. El más conocido es la propuesta del liberalismo, y el más compleja, ha sido planteado por los teóricos del socialismo, quienes entendieron las libertades, la justicia y el respeto al individuo, de un modo social en contraposición a la manera en que fueron originalmente proclamadas por los pensadores que desataron las revoluciones europeas de los siglos XVI, culminando con la llamada Revolución Americana en la cual primó la concepción económica para ejercer el voto, aspecto que ha sido superado actualmente en teoría..
Considerando el Estado en abstracto, desligado de ideologías liberales, socialistas, anárquicas, comunistas o de otra índole, siempre que conlleven el sentido de humanidad como elemento central del pensamiento, uno de sus más importantes componentes es, cómo se designan los administradores de la apabullante y tenebrosa maquinaria.
Además del modo en que designamos a los administradores es importante crear un balance de poder entre los electores y los elegidos. Hago esta salvedad para dejar constancia de la específica concepción que tengo en relación con este particular, altamente debatido entre conservadores y progresistas. No me refiero a un balance entre “poderes”, porque no concibo la existencia de un mando administrativo del Estado, disperso entre fuerzas diferentes, sino un balance entre aquellos que administran y quienes los eligieron para tales menesteres.
Creo firmemente en ese balance porque sin su existencia, las elecciones carecen de efectividad para garantizar una administración idónea. Pienso que los discrepantes de catequesis de este criterio, que lo desechan como esencial para preservar la justa administración de la administración estatal, son proclives a gobiernos dictatoriales con predilección por conservar el control de la superestructura en cuestión. Ahora bien, durante este estadio de la humanidad, donde la Ley es elemento imprescindible del tejido social, no estoy totalmente convencido de la forma que debe tomar ese balance, lo cual me lleva a admitir que el complejo administrativo que constituye el Estado, requiere de un equilibrio entre sus partes esenciales, en conjunción con la existencia de un mando único relativo.
No comparto la manera en que la revolución liberal, materializada magistralmente por los dirigentes del proceso independentista estadounidense, la concibió, otorgándole al Poder Judicial un rol que lo convierte en gran medida en un instrumento omnímodo, capaz de echar por tierra las decisiones legislativas y las propuestas ejecutivas, de un modo que recuerda la impunidad que el sistema liberal pretende combatir. En Estados Unidos de América, al menos ese balance tiene una gran imperfección, acentuada por las prerrogativas que concede al Tribunal Supremo.
Esa decisión en ninguna instancia justifica minimizar el sistema político de administración del Estado inaugurado por Estados Unidos en 1786 que, sin dudas, a pesar de sus imperfecciones y en particular la del Tribunal Supremo, al terminar los primeros ciento setenta años de su fundación, había logrado libertades no existentes nunca antes. Tampoco comparto la tendencia a encumbrar por razones ideológicas, los mandos centralizados que, en algunas instancias como en Cuba, es cierto que ha logrado administrar justicia e igualdad con una relativa eficacia, pero también ha creado limitaciones para el fluir evolutivo obligado por el desarrollo de la ciencia, la tecnología, la producción, distribución y por ende de las estructuras que ayudan a canalizar las nuevas tendencias creadas por estas variantes.
Dentro de esta polarización, podemos observar que ambos extremos recurren a blandir sus ideas como verdades absolutas y, tanto el liberalismo, como los estados socialistas, utilizan para estos menesteres a los medios de difusión, cada cual con sus propios controles.
Los sistemas políticos capitalistas, encumbran la gestión privada, elevándola a categoría ideológica, alimentando por este medio una prensa que lucra con la información y para obtener sus beneficios económicos magnifica el sistema de gestión privada y adoctrina a un lector cautivo con pocas alternativas para enfrentar y corroborar la información que le llega por una vía única. Aunque debemos observar que dentro de este cinturón de fuerza. existen bolsones flexibles que hacen posible ciertas prácticas alternativas, muchas de la cuales logran mantener la inmunidad contra los virus del sistema.
Los gobiernos socialistas con reminiscencia soviética, de tendencia más autoritaria que los liberales, dirigen estatalmente la información de los medios, administrándola, escogiendo la temática, seleccionando la noticia y limitando la libertad investigativa de los periodistas y las personas dedicadas al trabajo en los medios. No obstante, el tiempo ha permitido que se abran márgenes que permiten limitados debates sin contradecir la socialización y no han podido controlar, especialmente en los actuales tiempos de la proliferación del internet, el flujo oficioso de información. Esto ha venido sucediendo fundamentalmente en Cuba. De Vietnam y China no tengo conocimiento en este aspecto.
En general, lo señalado es una pincelada del cuadro socio político que presenciamos en el mundo que nos ha tocado vivir. Dentro de ese mundo tenemos que acomodarnos a las reglas establecidas por cada uno de los sistemas políticos y aprender a vivir con sus limitaciones, no sin aprovechar los resquicios que posibilitan avanzar en su perfeccionamiento.
En el viejo sistema liberal, transformado en los ochenta a una modalidad bautizada como neoliberalismo, laborar dentro del sistema es de relativa facilidad y acomodar las nuevas necesidades a través de sus mecanismos (en este caso el voto) tiene altas probabilidades para introducir cambios surgidos de las propuestas de las facciones sociales en activo e incluso de las políticas, como en Estados Unidos. A este último debemos excluirlo de esta dinámica porque la Constitución actual, prácticamente no deja espacios para el cambio y su proceso adoptará formas no comunes a otras latitudes.
En los países socialistas ese devenir se hace más difícil, excepto en aquellos donde la toma del poder es resultado de un cambio evolutivo y gradual del sistema político liberal, como consecuencia de las luchas políticas, a pesar de todos los escollos y subterfugios circunvalados para alcanzar la dirección del Estado.
Pero en los sistemas políticos de estructuras rígidas a favor de un grupo de poder, el solo hecho de que prevalezca una concepción social del Estado, como es el caso de Cuba, aun cuando los cambios pasan por vías más difíciles y complicadas, también es posible, porque el tiempo ha mostrado que las relaciones sociales desatan una dinámica evolutiva a favor de una pluralidad de opiniones, concentrada fundamentalmente en el modo de aplicarlas, en los mecanismos políticos idóneos para garantizar una mejor administración macro-social, y buscar los medios para una alternancia política organizada, acorde con la Constitución, pero con la mayor participación. Otro aspecto no menos importante ha sido asumir con un mínimo invasivo, la mejor flexibilidad ante la opinión pública. No pretendo decir con esto que es un hecho consumado, sino que es la tendencia que percibo en la actualidad.
Esta visión general de las realidades sociopolíticas del mundo actual y de Cuba en particular, me parecen que escapan a la comprensión de personas aisladas dentro de Cuba, que asumen actitudes contestarías, marcadamente desafiantes del sistema político cubano, asumiendo, como consecuencia, conductas que denotan un carácter anárquico que no es conducente a solucionar los problemas del país, la mayoría de los cuales, contradictoriamente, son señalados por estos individuos, pero sin enlazarlos a soluciones factibles.
Inconsistencia y anarquía del pensamiento disidente cubano
Por Lorenzo Gonzalo, 21 de diciembre del 2021
Es precisamente por sus malos entendidos o el rechazo ciego de algunas personas a querer entender la realidad cubana, que la llamada disidencia y quienes manifiestan disgusto con el gobierno cubano por el estado de cosas vigentes, adoptan en ocasiones y en insignificante número, una actitud anárquica, poco congruente con las realidades vividas por el país.
Si bien es cierto que no es factible para todas las personas con ideas ajenas o en contradicción con los postulados oficiales, participar de manera pública dando sugerencias, opiniones y críticas que consideren útiles para el desarrollo del socialismo cubano, también es cierto que la Cuba de hace treinta años, su concepción del socialismo y sus implementaciones políticas, se han transformado. En Cuba se ha vivido una verdadera revolución dentro de la revolución en el transcurso de las últimas tres décadas.
No valorar ese aspecto, teniendo en consideración las observaciones previas que, en apretada síntesis intentan aprisionar la realidad socio-política del mundo que vivimos, actualmente resulta en un craso error. Pero si agregamos aspectos más delicados, como es la intromisión de Estados Unidos en los asuntos internos de la Isla y, peor aún, su conspiración diplomática, de inteligencia militar y las sanciones impuestas al gobierno cubano, a título de su poder económico y bélico, las confrontaciones políticas de algunas personas, no sólo es un suicidio para los actores de tales prácticas, sino incluso para la propia estabilidad del Estado cubano, si su administración aceptara a ciegas dichas actitudes, antes de tener asegurada la neutralidad de los poderes extranjeros en relación a las políticas internas. Me refiero obviamente a transformaciones o reformas en el plano político, no así en lo económico, por cuanto este depende por entero de las decisiones del gobierno cubano, en lo cuan ha sido zigzagueante, indeciso o bien se ha abstenido de actuar con la seguridad que otorgan los conocimientos y las experiencias económicas actuales.
Actuar a contrapelo de lo dicho es sin dudas, para mi entendimiento y experiencias en asuntos de conspiración, discrepancia y confrontación, incluyendo la armada, una manera anárquica de enfrentar la realidad de nuestro tiempo. Es preferible que esas personas busquen nuevas avenidas, cuando el disgusto llega a extremos que no consiguen atenuar dentro de Cuba haciendo más plácida su realización personal. Si se carece de la visión, la fuerza de voluntad y sacrificio y el valor de la paciencia, para incidir en lo posible, para que las condiciones que forman parte de los problemas cambien, que Estados Unidos cambie y que el gobierno cubano entonces siga por la vía de las reformas emprendidas hasta los días de hoy, la mejor solución momentáneamente, es buscar en paz y buena lid otro país en el cual vivir, y desde allí hacer cosas útiles que, en lugar de crear problemas al gobierno cubano, al país y a su gente, ayuden a que continúe dando pasos en pos de una democracia socialista eficiente y más justa, en gran modo impedida por las condiciones actuales.
No estoy de acuerdo que las discrepancias con el gobierno cubano sólo puedan canalizarse fuera de Cuba. Pero tampoco concuerdo en hacerlo de modo que aliente a los sempiternos enemigos de los cambios políticos en Cuba, entre ellos el residuo del antiguo sistema liberal, cuestionado por la población desde antes de la década del cuarenta que finalmente tuvo como corolario una dictadura de siete años, derrumbada por la voluntad de una mayoría abrumadora de la ciudadanía, dispuesta entonces no sólo a derrocarla sino a reformar el sistema político y la correlación de los actores económicos y el papel de la economía en la sociedad.
En Cuba no existe una masiva oposición al gobierno sino a la difícil situación económica existente, donde la administración socialista tiene una parcial responsabilidad, pero donde una buena parte del peso recae en la agresión e injerencia de Estados Unidos a lo largo de 63 años y haber copiado con demasiada seriedad el fallido sistema soviético. Quienes en Cuba adoptan actitudes radicales de enfrentamiento o manifiestan su disgusto y sus quejas de modo altisonante, para lo cual nunca faltan los medios adversos para que los magnifiquen, son unos pocos y no representan la manera en que la mayoría de la población cubana que allí vive, disfruta, sufre y entiende las funciones del Estado y las obligaciones de los órganos estatales y sus representantes para con la población.
La extrapolación y sobre todo la manera distorsionada en que algunos interpretan las noticias que les llegan de otros países o el modo en que lo ven cuando viven fugazmente en ellos unos meses, también contribuye a que una minoría asuma tales actitudes. Y para esto se requiere una función informativa capaz, no ideologizada, de las autoridades del gobierno cubano, una reforma de sus medios informativos, que permita el debate para hacer entender a la población, en su mayoría altamente culturalizada, las partes grises del cuadro que les llega de rebote.
Vengo de regreso de momentos políticos peores y me preocupa que a estas alturas todavía existan almas incapaces de entender cuáles debían ser la mejor actitud a seguir y más aún me entristece pensar que muchos de ellos lo hacen llevados por el afán de recolectar unas pocas monedas o asegurar un trabajo que al final puede resultar de dudosa moralidad u obligar a espurios compromisos.
*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.