Paco Azanza Telletxiki - Cubainformación - Baraguá.- No diré que los imperialistas yanquis y europeos son unos necios crónicos, pero sí que el ansia de lucro y poder les convierte muy a menudo en individuos carentes de raciocinio. En Cuba, la oligarquía nacional y extranjera siempre tuvo mucha fuerza, cierto, pero fortaleza no es sinónimo de inteligencia. Cegados por su parásita codicia pusieron en serio riesgo el mantenimiento de sus inmensos e injustos privilegios, tanto que, por querer más y más, finalmente acabaron perdiéndolos todos. Los imperialistas y sus obedientes lacayos apretaron demasiado la soga alrededor del cuello de los oprimidos, y éstos, sencillamente, no tuvieron otra alternativa que recurrir, con éxito, al único método eficaz que les quedaba para alcanzar la soberanía de la nación y hacerse con las riendas de su propio destino: el reinicio de la Guerra Necesaria. A eso obedeció el asalto al Cuartel Moncada aquel 26 de Julio de 1953, cuyo autor intelectual, sabemos, fue José Martí.
Y es que todo maltrato tiene su límite. Existen maltratos soportables y maltratos insoportables. Si la población “maltratable” es maltratada con “moderación”, el maltratador podrá adquirir pingües beneficios económicos, y al maltratado difícilmente se le ocurrirá rebelarse contra el maltratador de forma decidida y contundente. Es decir, seguirá permitiendo el maltrato a cambio de las migajas que le permitan creer que vive a un nivel de vida más o menos aceptable. E incluso, en algunos casos, tendrá palabras de agradecimiento para su maltratador porque, éste, “con su bondadoso y arriesgado esfuerzo me está dando de comer todos los días”. Pero, insisto, la parásita ambición de los históricos maltratadores es insaciable, y ésta no les permite ver más allá de sus propias narices; así está el mundo como está, que estallan conflictos por doquier todos los días.
La población cubana siempre fue extremadamente maltratada por la colonia española, primero, y por la neocolonia yanqui después. Por eso el pueblo cubano se rebeló repetidas veces contra el colonialismo español y el imperialismo yanqui. Con el Grito de Yara -10 de octubre de 1868- se inició la Guerra de los Diez Años. Ésta finalizó tras la firma de un pacto indigno –el del Zanjón, 10 de febrero de 1878-, aunque un grupo de insurrectos, con Antonio Maceo a la cabeza, salvó la honra del pueblo con la Protesta de Baraguá del 15 de marzo de 1878. Año y poco después, el 26 de agosto de 1879, la Guerra Chiquita estalló en Santiago de Cuba. Ésta guerra la conocemos con el nombre de “Chiquita”, ya que fue la más corta de las tres desatadas durante la época colonial. Pero no lo fue tanto, porque se combatió hasta 1881, y los muertos, heridos y prisioneros se acercaron a los 6.300. Aunque éste intento no fructificó, sirvió para mantener vivo el espíritu de combate. Después, tras diecisiete años de “tregua fecunda” o “período de reposo turbulento”, el 24 de febrero de 1895, en Baire, estalló la ya mencionada Guerra Necesaria ideada por Martí. No por gusto, al cabo de la “tregua fecunda” el Apóstol dijo de Cuba que era “un presidio rodeado de agua”. Y anteriormente dejó escrito: “Para que la Isla sea norteamericana no necesitamos hacer ningún esfuerzo, porque, si no aprovechamos el poco tiempo que nos queda, para impedir que lo sea, por su propia descomposición vendrá a serlo. Eso espera este país y a eso debemos oponernos nosotros”.
Con Martí y Maceo caídos en combate, y el anexionista Tomás Estrada Palma adueñado de la dirección política de la guerra sin que fuera efectivamente electo; con la intervención yanqui de 1898, la disolución del Partido Revolucionario Cubano a final de aquel mismo año –eliminando de esa manera la unidad ideológica de la Revolución-; con la disolución igualmente del propio Ejército Libertador, así como de la Asamblea General de Representantes de la Revolución, Cuba siguió en manos extranjeras, ya que de las garras españolas pasó a las estadounidenses.
En 1901 se aprobó una Constitución a medida de los imperialistas yanquis, a la que además, como apéndice de la misma, se le impuso la Enmienda Platt, que permitía al Gobierno estadounidense intervenir militarmente en Cuba siempre que lo considerara necesario; de hecho llegaron a intervenir entre 1906 y 1909 y desde 1917 hasta 1922. La Enmienda Platt también permitió la cesión de parte del territorio nacional –la porción de Guantánamo que hoy todavía permanece ilegalmente ocupada- para, según su sarcástico artículo séptimo, “mantener la independencia de Cuba y proteger al pueblo de la misma, así como para su propia defensa”. Finalmente, con la firma del Tratado Permanente y el Tratado de Relaciones Comerciales se oficializó la dependencia política y económica respectivamente de Cuba a los Estados Unidos. La Revolución quedó pospuesta, y el pueblo cubano siguió sufriendo sobremanera.
Entre 1920 y 1930 –llamada por Juan Marinello como “La Década Crítica”-, se rescató la conciencia nacional de inspiración martiana y antiimperialista. A esta importante época pertenece el surgimiento de la Protesta de los Trece, el Movimiento de Veteranos y Patriotas, el Grupo Minorista, la Federación Estudiantil Universitaria, la Universidad Popular José Martí, la Confederación Nacional Obrera de Cuba y el primer Partido Comunista de Cuba; emergiendo como protagonistas de estos hechos tan importantes nombres no menos importantes para la historia como el ya nombrado Marinello, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, el “Canciller de la Dignidad” Raúl Roa, Antonio Guiteras…
Derrocada, el 12 de agosto de 1933, la sangrienta dictadura de Gerardo Machado –el “asno con garras”, al decir del citado Rubén- por la lucha revolucionaria del pueblo –la Revolución del 30-, el 29 de mayo de 1934 quedó abolida la Enmienda Platt y con ella también cesaron los desembarcos de marines y las injerencistas notas diplomáticas. Así acabó la era del protectorado (1902-1934), el régimen semicolonial de dependencia que sustituyó a la anexión, y se iniciaron los tiempos de la neocolonia (1934-1958) no mucho mejores, como lo demuestra la historia.
Con Machado derrocado, los yanquis trataron de prolongar el machadismo sin Machado. Pero el 4 de septiembre de 1933 se instaló en el poder, por primera vez en la historia de la republica plattista, un gobierno producto de un golpe revolucionario que, obviamente, no contó con la anuencia y aprobación de los Estados Unidos, sino todo lo contrario. El nuevo gobierno contó con el respaldo mayoritario del pueblo, y, por supuesto, con la acérrima oposición del gobierno imperialista, así como de los politiqueros y la oligarquía nacional. Pronto dictó leyes de carácter social, llegando a intervenir la compañía norteamericana de electricidad.
Pero los Estados Unidos no podían tolerar un gobierno nacionalista y popular en Cuba -que ya había rechazado la Enmienda Platt al no jurar la Constitución de 1901-, y no tardaron en comenzar a tramar, desde su embajada en La Habana, una conspiración con la reacción del país y el concurso traicionero del por aquel entonces jefe del Ejército, Fulgencio Batista. Mientras tanto, amenazante, la flota de guerra yanqui rodeaba las costas cubanas.
El “Gobierno de los Cien Días” no consiguió sostenerse, y acabó cediendo el poder el 18 de enero de 1934. Una lástima, sin duda, porque, como dijera el Che, “revivió, en una de las épocas más oscuras de Cuba, todos los ideales de la generación anterior, que fueron frustrados después de 1898” y “volvía a tomar el espíritu de aquellos mambises…”
Estados Unidos utilizó a Fulgencio Batista para instaurar la república neocolonial en 1934, y lo utilizó otra vez colocándolo al frente del gobierno tras el golpe militar del 10 de marzo de 1952. “No fue suficiente la traición de enero de 1934… el pueblo sintió que había retrocedido veinte años de historia patria” –expresó Fidel en La historia me absolverá.
Por la vía electoral estaba claro que no existían posibilidades de tomar el poder. La Plataforma Programática del Partido Comunista de Cuba lo dijo de esta manera: […] “el imperialismo y los sectores más reaccionarios de las clases dominantes nativas, temerosos de las fuerzas de las masas, no estaban dispuestos a permitir el triunfo electoral de los candidatos que contaban con el respaldo de las mayorías nacionales, lo cual no habría implicado un cambio social, pero sí la barrida de la pandilla gobernante de turno, abriéndose nuevas perspectivas de lucha”.
Así lo entendió en su momento la llamada Generación del Centenario que, afortunadamente, tenía bien aprendida la lección del Maestro: “Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. […] En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Ésos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana…”
El 28 de enero de 1953, José Martí cumplió 100 años de nacido. “Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, ¡tanta era la afrenta!” –expresó Fidel en su alegato del 16 de octubre de aquel mismo año-. “Pero vive, no ha muerto –continuó diciendo-, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo […] ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apostol!”
Efectivamente, José Martí no murió el año de su centenario, todo lo contrario. Con las primeras luces del día 26 de Julio de 1953, un grupo de jóvenes dirigidos por Fidel Castro Ruz asaltó los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba y Carlos Manuel Céspedes de Bayamo. Estos hechos supusieron el reinició la Guerra Necesaria de 1895, la continuidad, en definitiva, de la Revolución iniciada en 1868. Debido a algunos contratiempos, los asaltantes fracasaron militarmente, pero nunca políticamente. Prueba de ello es que, cinco años, cinco meses, cinco días y 20.000 compañeros caídos después, la contundente victoria del Ejército Rebelde liberó al pueblo de Cuba de sus gruesas y oprobiosas cadenas.
(Baraguá)
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