Intervención de Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, en la clausura de la II Conferencia Internacional Por el Equilibrio del Mundo.

30 de enero de 2008 - Palacio de las Convenciones de La Habana.- Saludo a los participantes en esta segunda Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo. A quienes en otros países estudian y divulgan la obra de José Martí y también bregan por una vida mejor. La realización plena de la libertad y la dignidad humana será el tributo a la medida de quien identificó a la Patria con la Humanidad y consagró hasta el último aliento a conquistar toda la justicia. Agradecemos especialmente a los visitantes sus muy valiosos aportes a un debate necesario y enriquecedor sobre los principales problemas que afrontamos. Así, este encuentro adquiere un mérito perdurable.


El amplio espectro de los temas abordados ha permi analizar la realidad contemporánea desde los ángulos más diversos, facilitando la visión integradora, indispensable cuando más que un pensamiento único encaramos el más sórdido e implacable asalto a la razón. Más allá de su fuerza militar y de sus recursos materiales y del control que ejerce sobre las instituciones financieras internacionales, el Imperio utiliza los medios de comunicación y la industria cultural, para enajenar las conciencias y reducir los seres humanos a objetos de fácil manejo, piezas reemplazables en una arquitectura que supone eterna e inmutable, siniestro templo a la codicia, el egoísmo y la ignorancia.

Desde comienzos del pasado siglo, derrotados y desunidos, víctimas de la frustración y el desánimo, los cubanos entonaban una canción amarga que era, sin embargo, profesión de fe y singular promesa guardada en el subconsciente colectivo.

“Martí no debió de morir”, decíamos y escuchábamos decir. En el fondo creíamos que de algún modo providencial, misterioso, él regresaría para salvar a la Patria que fue capaz de diseñar en el amor y el sacrificio. Los cubanos seguían esperándolo como aquellos obreros de la emigración que se reunían para escucharle en sus talleres de Cayo Hueso, de Tampa e Ibor City, a pesar de que ya conocían de la tragedia de Dos Ríos. Sabemos, desde luego, que regresó.

¿No fue él, por cierto, el autor intelectual del ataque al Cuartel Moncada? ¿No fue, acaso, para impedir que él muriese que Fidel y sus compañeros emprendieron aquella acción heroica? Volvió y nos ha guiado en medio siglo de dura resistencia, de creación afanosa, en desigual pelea con el gigante de las siete leguas, en estos largos años de riesgo y sufrimiento, pero también de amor y solidaridad. Sí, resucitó de un pueblo abnegado y noble para salvarlo y acompañarlo, ahora y en el porvenir.

Esta aquí porque su prodigioso pensamiento desentrañó las raíces de su tiempo y supo anticipar el nuestro. Por el ejemplo de su vida dedicada por completo a la emancipación y la felicidad de todos. Su existencia breve, intensa, dolorosa, dejó un legado sorprendente, de perenne actualidad, en prosa y en verso, en discursos, ensayos, artículos y correspondencia, a los que podemos acudir cada día en diálogo incesante con quien nunca dejará de ser nuestro contemporáneo.

Nuestra América necesita a Martí. Cuando vive una época nueva en la que levantamos puentes de unión y cooperación de los que va brotando la Patria Grande siempre viva en su prédica y en su acción. Los imperialistas comienzan a descubrir, ahora sí verdaderamente, un mundo nuevo. Este descubrimiento no es resultado de la proeza de intrépidos navegantes. Es el fruto de la resistencia y las hazañas de quienes fueron secularmente aplastados y discriminados, los indígenas, negros, mestizos, obreros, campesinos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, una humanidad por demasiado tiempo humillada y silenciada.

Esta nueva era de la América Latina y el Caribe se inicia en un contexto internacional especialmente complejo y contradictorio. En el están las peores amenazas para la supervivencia de la especie humana en un planeta cuyos recursos naturales se agotan y despilfarran, el medio ambiente se deteriora grave e irreversiblemente, la población se multiplica y crece sin cesar la cifra de los que padecen hambre y desnutrición, no conocen escuelas ni hospitales, y se les niega el sueño y la esperanza.

Aumentan sin pausa los gastos militares, hoy mucho mayores que en los días más agudos de la confrontación con la ya extinta Unión Soviética. En ellos emplea el gobierno de Estados Unidos cantidades superiores a la suma total de todas las demás potencias, prueba de su descabellado intento de poseer el universo.

Ahí radica el peligro supremo. El Imperio atraviesa una crisis que será cada vez más honda. Su declinación inevitable, que se manifestaba ya mucho antes, se acelera desde el fin de la llamada “guerra fría” y nadie puede ocultarla. Los límites a su poderío militar han quedado al desnudo en su fracasada, criminal e injustificable agresión al pueblo iraquí. Su economía muestra síntomas evidentes de estancamiento y retroceso. Las capas más explotadas de su población, incluyendo millones de inmigrantes latinoamericanos, hermanos nuestros, vejados y discriminados en una sociedad brutalmente racista, también anhelan un mundo mejor.

Encaran un reto difícil de imaginar. En aquella sociedad junto a los que buscan transformarla, humanizándola, han ganado fuerza en los últimos años quienes se han propuesto detener a cualquier precio el derrumbe del Imperio, revertir la marcha de la historia e instaurar a sangre y fuego una quimérica dominación planetaria.

Bush, el pequeño, pasará a engrosar la larga lista de mediocres olvidables. Lamentable final porque quedaría también en el grupo de los asesinos impunes.

Sustituirlo no basta. Es fácil encontrar a alguien menos necio. Pero reemplazarlo por otro, quienquiera que sea, es insuficiente. Hace falta en Estados Unidos un cambio de régimen, una transformación sustancial que abra paso allá, finalmente, a la democracia.
Centenares de millones en todas partes proclaman que otro mundo mejor es posible y luchan por alcanzarlo. Pero para llegar a esa meta pacíficamente, otro Estados Unidos mejor, radicalmente diferente, es indispensable.

El Imperio declina, pero son fuertes e influyentes los imperialistas que no están dispuestos a aceptar la derrota. Le sobran armas para destruir el planeta varias veces. Han probado hasta la saciedad que nada les importa la vida humana ni siquiera la vida de los norteamericanos.

Acorralados, en su desesperación, pueden recurrir a cualquier cosa. Lo advirtió el Apóstol, el tigre “muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire”.

Se requiere mucho valor, sabiduría y firmeza para domeñar la fiera. Se necesita también la unión más amplia y generosa, sin exclusiones, sin sectarismos ni dogmatismo.

Hace falta tejer nuevas alianzas entre nuestros pueblos y con la numerosa pero dispersa constelación de grupos y personas que en Norteamérica y Europa padecen el mismo sistema y buscan una salida entre la confusión y el engaño que los aprisiona. Es hora de iluminar y de juntar. Es la hora de Martí. Nadie como él se empeñó en su tiempo por unir a los pueblos, por sumar y acercar.

Nadie antes que él conoció hasta la raíz la sociedad norteamericana, la estudió y comprendió a fondo, nos la mostró tal cual era, con sus luces y sus sombras. Fue el primero en prever su curso imperialista y develar las consecuencias para nuestra América y el mundo y el primero en proponernos el único modo de impedirlo.

Saludo a los participantes cubanos que también han contribuido con sus ponencias e intervenciones al desarrollo de la Conferencia. Confío en que su presencia sirva para estimular la reflexión y el debate entre nuestros académicos y estudiantes cuando nos esforzamos para hacer mejor nuestra sociedad y nuestro proyecto político.

Tengamos presente la responsabilidad histórica de Cuba a la cual aludió Frei Betto, en su magnífica conferencia el pasado lunes. Él tiene toda la razón, sencillamente: “el socialismo cubano no tiene derecho a fracasar”.

Los cubanos y las cubanas no olvidaremos nunca que ese socialismo nuestro, con contradicciones, deficiencias y errores, ese socialismo que sabremos perfeccionar, rescató la Patria y la justicia en las peores circunstancias, resistiendo el genocidio más prolongado de la historia, el genocidio de medio siglo de la única superpotencia del planeta. Es en esas condiciones, que nadie más ha sufrido nunca, que nos empeñamos a fondo por rectificar lo que debamos rectificar y cambiar lo que haya que cambiar, para salvar y profundizar nuestro socialismo, y para hacerlo juntos, todas y todos.

Miles de millones en todo el mundo nos acompañan desde la angustia y la esperanza. Hoy se realiza plenamente el apotegma martiano: “Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos”. Pero, no lo olvidemos, levantados, a la vanguardia, estaremos siempre los cubanos y las cubanas.

Sigamos haciendo realidad la utopía. Sigamos, insatisfechos con lo alcanzado, mejorando nuestra obra. “Los pueblos -nos dijo Martí- han de vivir criticándose, porque la crítica es salud, pero con un solo pecho y una sola mente”.

Saludo, finalmente, a los que no pudieron asistir a la Conferencia porque se los impide el Imperio. Diré sus nombres: Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González. No vinieron pero aquí están.

Aislados el uno del otro, lejos de sus familias y de su pueblo, cumplen el décimo año de injusta y dura prisión, sin haber cometido falta alguna, siendo merecedores de la gratitud y el homenaje permanente. Por haber enfrentado sin armas ni violencia al terrorismo, por haber entregado sus vidas a la Patria con abnegación ilimitada, son nuestros Héroes y son héroes de la Humanidad toda.

Si ellos, en el cautiverio más cruel, en la mayor soledad, no se rinden ni claudican; si ellos resisten y luchan y nos animan a seguir adelante; si ellos actúan, solitarios pero irreductibles “con un solo pecho y una sola mente”, nosotros les juramos que no les fallaremos ni a ellos ni a la Humanidad.

Cuba cumplirá su responsabilidad histórica.

Las cubanas y los cubanos seguiremos luchando juntos, unidos, por una Patria cada vez más libre y más socialista, por un mundo mejor, hasta la victoria siempre.

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