Rubén Rodríguez Echevarría - Foto: Yusmilis Dubrosky Roldán/Granma.


1

Ana Hurtado está con Los Pañuelos Rojos. Ana es una voz necesaria porque es una voz militante.  Están los otros y la otra. Los oportunistas, mal reconocidos en los tiempos culturales de sus naciones e irreconocidos en la lucha social de sus terruños. Porque son allí voces ausentes.

De esos, la Revolución padeció algunos.

Jorge Ricardo Massetti fue una voz joven y argentina que subió dos veces a  la Sierra Maestra y nos legó una obra hermosa que tituló inicialmente, “Los que luchan y los que lloran, el Fidel Castro que yo conocí”. Luego Massetti fundó Prensa Latina y se convirtió en el Comandante  Segundo de la Guerrilla de Salta en su Argentina natal.  El primero obviamente seria el Comandante Che Guevara.

De “aquellos”, los extranjerizos,  rindieron sus voces genuflexas tipos como Regis Debray y Mario Vargas Llosa. Hoy aparecen otros, estentóreos y vacuos como ellos. Pero como ellos, pasarán sin penas ni glorias. Ya los hemos visto pasar como al zeppelín  lezamiano. Estemos atentos. Son la nada. Como dijera Cintio una vez, ellos no están donde nosotros. Nosotros estamos aquí con la obra de la Revolución, ellos hicieron sus previsibles maletas de partida o de regreso. No nos preocupemos por sus alaridos. En esta tarea de grandes hay mucho que hacer y estamos haciendo. Por ello vestimos geniales Pañuelos.

2

El arte es polisémico. No es  una cualidad única. Pero posee un potens revelador. Hay compañeros que no entienden o no aceptan una obra de arte  y es justo comprenderlo, por eso hay que seguir potenciando la educación estética, la suma y la conjugación. Hay que potenciar la indivisible confluencia del patriotismo que acepta al obrero en una clase de ballet, como el hecho natural y todavía subversivo que arranca a los neo burgueses, el elitismo supino que nos enfrenta en la lucha de clases.

Pero están los otros. Los que comprendiendo que “el arte es un arma de la Revolución” juegan a no comprender. Porque les resta protagonismo y ficticio liderazgo. Porque revela su pobre –no hacer-. Son los que atacan sibilinos y melifluos, casi solidarios, pero traidores por negación y vanidad a la obra que es de todos. Fidel lo padeció desde que salió de las filas del ortodoxismo. Desde entonces algunos se empeñaron en no reconocer su vanguardia. Deseaban el protagonismo a costa de Cuba y para ensanchar su estéril vanidad personal. Cuba en armas lo designó entonces su Comandante en Jefe.

Martí supo lograr la unidad de los cubanos. El Mayor General y Delegado del PRC, cuyo formidable pensamiento militar está por estudiarse a fondo  y encajadamente, supo siempre ser cuidadoso al expresarlo frente a los combatientes del 68. El Viejo Gómez, nuestro Generalísimo de hoy y de siempre, lo comprendió a tiempo y con razón.  Nunca restó Gómez una coma a las proclamas militares y los manifiestos del Apóstol de Cuba, que llevan también su cubanísima firma. Bella estrategia para las tácticas del quehacer político de Los Pañuelos.

3

Veo en los Pañuelos  Rojos  a la Juventud del Centenario en el Moncada, esos jóvenes aguerridos, mejor Pinos Nuevos que confluyen tras la esperanza de nuestro socialismo perfectible, vienen de aquella juventud.

Son, como todas nuestras fuerzas, parte de la Generación de la Continuidad Histórica de la Revolución. Son parte integrante de ella. Son parte en el  todo.

Me recuerdan a Oscar Alcalde Vals, a Fernando Chenard Piña, al joven poeta Raúl Gómez Garcia,  autor de “Ya estamos en combate”, que escribió a su madre en un trozo de papel, “Caí preso, tu hijo” y luego aparecería baleado y como si hubiese caído en combate.

A Mario Muñoz Monroy, médico, asesinado por la espalda mientras caminaba preso y tranquilo por un pasillo dentro del Cuartel.

Al negro Agustín Díaz Cartaya, autor de la Marcha del 26, estrenando en el silencio turbulento de la noche de Santa Ana, “…y arriesgaremos decididos por esta causa hasta la vida, que viva la Revolución”.

A Jesús “Chuchú” Montané, el de Melba Hernández también presa. Y a Haydee, nuestra valiente que perdió solo, y ni siquiera eso, su última batalla. Haydee la de Silvio, Noel, Vicente, Augusto Blanca, de Hart, del Che, de Fidel. Haydee de Celia Hart Santamaría.

A Juan “el Albañil”, pero esta       vez Almeida, Comandante y de la Lupe, con aquel grito que hasta hoy y hasta siempre nos niega la rendición.

Por eso soy de los Pañuelos Rojos. Porque vienen  de la tierra, del mundo, de la disimilitud, de la diversidad ondulante  que se nombra Cuba.

No son los únicos en el campo de batalla. Porque Cuba es múltiple y es sumadora. Son parte del todo, de la unidad.

La existencia de diversas fuerzas es y debe ser regional y estratégica, es signo de la diversidad de frentes de combate y no de la fragmentación en la lucha. La fragmentación es una traición a la Patria. Fidel lo advirtió como siempre visionario: la Revolución sólo podría destruirse desde dentro. El enemigo no es fuerte frente a nuestra unidad.

El optimismo de Agramonte fundó la Caballería camagüeyana, decidido El Mayor a no descreer de la vergüenza de los cubanos. Al optimismo terco de Fidel le bastaron pocos fusiles para creer como nadie en su hombrada liberadora que nos dio el triunfo del 59.

Por las calles de Holguín andan hoy los tercos optimistas, van con Pañuelos Rojos. Van guerreros, manigüeros, mambises y rebeldes. Van guevaristas por los senderos martianos de Fidel. Pero no le siga los pasos. No. Súmese con ellos  al bailongo y la algarabía, a la Sentada y el jolgorio. Hay un ¡Viva Cuba! que se nutre de todas las voces, todas. Las voces de los que solemos sentir con entraña de Nación y de Humanidad y confirman corales las catedrales porveniristas de la Patria cubana.

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