Granma.- A fines de enero de 1962 sesionó en el balneario de Punta del Este, Uruguay, el cónclave de los cancilleres de los gobiernos de América. Se sabía de antemano cuál era el objetivo de aquella reunión: expulsar a Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA) y engatusar a los pueblos de América Latina con una alternativa económica y social diferente a la Revolución.


El argumento pseudojurídico esgrimido por los cancilleres de la indignidad, los que votaron a favor de la expulsión ordenada por el amo yanki, lo había suministrado de antemano la Conferencia de San José, Costa Rica: el socialismo es incompatible con el sistema interamericano. Y en verdad, no les faltaba razón.

Para ello arbitraron la llamada Alianza para el Progreso, programa de supuesta ayuda del imperialismo al desarrollo de América Latina, que insólitamente la administración Kennedy calcó de unos pronunciamientos expresados por el compañero Fidel tres años antes, durante la reunión del Consejo Económico de los 21 que tuvo lugar el 2 de mayo de 1959 en Buenos Aires, Argentina, donde el Comandante en Jefe planteó la necesidad de que Estados Unidos asumiera el compromiso de contribuir a las soluciones de los principales problemas latinoamericanos, facilitando un financiamiento de 30 mil millones de dólares en un plazo de 10 años, si de verdad quería producir un desarrollo pleno de América Latina.

En definitiva aquella promesa asumida por los yankis solo sirvió para fortalecer un poco más a los monopolios, a los oligarcas, a los intermediarios, a los ladrones y parásitos que a su mezquina sombra medraron más con las miserias de América Latina, costo que todavía sigue asumiendo al ser la región con la mayor desigualdad en la distribución de la riqueza.

La Segunda Declaración de la Habana, suscrita por más de un millón de cubanos en la Plaza de la Revolución, al ser leída por Fidel como respuesta a la farsa de Punta del Este el 4 de febrero de 1962, hace hoy 50 años, es un documento programático de la Revolución Cubana, tanto por avizorar la inevitable transformación latinoamericana, como por su profundo análisis del común desarrollo histórico de nuestros pueblos, encabezado por la visión certera de José Martí.

Muchos afirman, con razón, que la Segunda Declaración de La Habana puede considerarse como el documento político más importante y trascendente formulado en América Latina en la segunda mitad del pasado siglo; que reúne armoniosamente las condiciones de análisis científico y de guía para la acción y que su visión de largo alcance se confirma en este primer decenio del siglo XXl por el vuelco histórico que ha venido conformándose en la concertación cada vez más unitaria de la mayor parte de los países de la región bajo una concepción latinoamericanista y caribeña, como ha venido sucediendo con la creación y primeros pasos fundadores de la CELAC, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

Posiblemente lo más importante, y lo que estremece al releerla al cabo de cinco décadas, es que Fidel dio a conocer ante aquella gigantesca manifestación popular un examen detallado y analítico —como posiblemente nunca antes se hubiera realizado—, de la realidad latinoamericana, de la explotación capitalista e imperialista sobre nuestro continente, de las luchas revolucionarias y de las búsquedas incesantes y los caminos que deberían recorrer nuestros pueblos para su emancipación definitiva, la que no alcanzaron al liberarse de la metrópoli española.

Como concluyó Fidel al leer la Segunda Declaración de La Habana y reiteró después el Che Guevara en su discurso ante la Asamblea General de la ONU en 1964:

[... ] Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado, que se empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más, los mayoritarios en todos los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar las ruedas de la Historia y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los sometieron.

Porque esta gran humanidad ha dicho: ¡Basta! Y ha echado a andar. Y su marcha, de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. Ahora en todo caso los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia.

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