Jorge Gómez Barata - CubaDebate.- Aunque existen excepciones, los grandes procesos políticos y sociales se expresan como tendencias generales que abarcan regiones, a veces a todo el mundo y confieren el perfil a grandes épocas históricas. La globalización es una de ellas, como antes lo fue la universalización del capitalismo cuya evolución en Europa condujo a los “estados de bienestar” y ahora a una oportunidad para el socialismo latinoamericano.


Tales corrientes desplegadas en Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia; pudieran prosperar en Argentina, Uruguay, Chile y Nicaragua, asoman en Guatemala y pudieran debutar en Paraguay y, eventualmente en El Salvador, no se definen por una doctrina filosófica común, sino por proyectos nacionales, identificados por ideales compartidos que, sin necesidad de un centro dirigente, confieren dimensión continental y coherencia al proceso.

Con enfoques particulares, estrategias especificas y grados de radicalismo derivados de situaciones locales, la línea general apunta a la  contención de las tendencias neoliberales, avanzan en el rescate de los recursos nacionales, punto de partida para alcanzar una más equitativa distribución de la riqueza y establecer estándares de justicia social más avanzados mediante la aplicación de políticas sociales acertadas en áreas como la lucha contra la pobreza, educación, salud, protección a la infancia, la mujer y los ancianos, así como para poner fin a la discriminación y la exclusión.

Un componente esencial de esos esfuerzos es una definida voluntad de avanzar en la integración económica, comercial y financiera de los mayores países de la región que, como por gravedad, dan pasos al encuentro en materia de integración política. Todo ello favorecido por un liderazgo de lujo.

Por primera vez en la historia, en los ambientes políticos latinoamericanos predominan los estadistas jóvenes, talentosos e ilustrados, que han llegado a sus cargos legitimados mediante elecciones libres y limpias y entre los cuales no hay dictadores, millonarios, oligarcas, corruptos ni representantes de partidos políticos tradicionales. Entre las excepciones figura Colombia, estancada y dominada por mafias y oligarcas y México, conducido por una administración espuria.

La actual situación latinoamericana puede entenderse de muchas maneras; lo que no puede es ignorarse que hay en marcha un proceso de cambios aunque no violentos, revolucionarios, de signo socialista al que no se ha llegado espontáneamente sino como fruto de la maduración integral y que no ha sido promovido por un empeño voluntarista exógeno. Se trata ahora de situaciones resultantes del proceso histórico y de otro socialismo que no es el llamado real ni el socialdemócrata.

Atrás quedaron los días en que Cuba, empeñada en una épica batalla por transformar las estructuras que originan la pobreza y el subdesarrollo, al proclamarse socialista se quedó sola y con la complicidad de las oligarquías del continente, fue excluida de la OEA por “representar una amenaza extracontinental”.

Tampoco están presentes las circunstancias en que dominado por las corrientes prevalecientes en la Unión Soviética y China, que resultaron no sólo erróneas sino también plagadas de deformaciones de todo tipo, el pensamiento de la izquierda más radical, no percibió otras opciones. La idea de que la lectura soviética del marxismo era la única posible y que el régimen soviético era la realización del “socialismo científico” sostenida a lo largo de setenta años, tal vez haya sido tan costosa como lo fue después la desaparición de la URSS.

Aunque todavía en determinados círculos, se perciben con reservas las experiencias china y vietnamita porque se arriesgan al “introducir elementos capitalistas” y en nombre de la pureza de los ideales originales se rechazan las alusiones al socialismo socialdemócrata, se abre paso un proceso caracterizado por la diversidad de opciones. De momento, si bien se reflexiona sobre el contenido de las diferentes alternativas socialistas que asumen perfiles propios en cada país, ninguna es rechazada ni excluida.

La coherencia no se procura en el ámbito ideológico porque no existe ninguna doctrina o filosofía dominante sino que se construye a nivel político mediante acciones de cooperación, que abiertas por Venezuela y Cuba, una con sus recursos petroleros y la otra con su cuantioso capital humano, promueven una solidaridad energética y social que marca pautas a un proceso al que, en la medida de sus posibilidades y las exigencias de sus respectivos espacios políticos, se suman uno tras otro los países del continente.

En ninguna otra región del mundo se experimenta un dinamismo político comparable al que se despliega en el ámbito iberoamericano en el que, naturalmente, se experimentan también grandes tensiones al interior de cada país y en la región en su conjunto.

Esas tensiones, derivadas de la resistencia de las oligarquías y los sectores privilegiados que manejan el grueso de la economía y los medios de difusión masiva, todos amparados por Estados Unidos, son todavía capaces de confundir y manipular a amplios sectores de la opinión pública y de colocar a determinados procesos, como ocurre en Bolivia, en situaciones limites.

Entre los rasgos más llamativos de la presente situación figuran la forma torpe y viciada con que los Estados Unidos, que alguna vez controlaron la  región y durante dos siglos, mediante la Doctrina Monroe, impusieron una óptica exclusivista, se han colocado ellos mismo en posición de “fuera de juego”.  

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