Gloria Analco - Cubainformación.- Armando Valladares Pérez, un terrorista, fue convertido por los servicios especiales de la CIA, en cuestión de unos cuantos años, en líder estudiantil, furioso defensor de los derechos humanos, artista, pintor, poeta, famoso en los círculos intelectuales de Europa Occidental, escultor y miembro del Pen Club francés.

Cuando Valladares inició su farsa de cautivo en silla de ruedas, una de sus principales conexiones fue Carlos Alberto Montaner.
En mayo de 1979 Valladares le escribió una carta a Montaner destinada a la publicidad donde le decía que estaba preparado para todo. Que moría sin asistencia médica y que le negaban una silla de ruedas.


Textos como ese dieron la vuelta al mundo y sirvieron para convocar a personalidades que mostraban su solidaridad con ese reo en particular cuya situación ponía aparentemente en evidencia la forma en que eran despreciados los derechos humanos en Cuba.

Montaner estaba presuntamente detrás de los textos de Valladares sobre las peripecias de un recluso incomunicado “que tuvo comunicación con todo el penal y sus afueras y con medio mundo literario”, como publiqué en Excélsior en septiembre de 1992.

En el caso de Valladares Pérez, Montaner jugó un papel estelar dando a conocer su caso a nivel internacional. La historia de la trama que se elaboró en torno a este personaje es la siguiente.

En el folio 65 del tomo 57 de la sección de Nacimientos del Registro Civil en el Juzgado Municipal Norte de Pinar del Río está asentada la inscripción 192 por el nacimiento de Armando Balladares Pérez, ocurrido la mañana del 30 de mayo de 1937

Este personaje llegó a la adolescencia en un ambiente nacional de corrupción y terror policíaco.

Una vertiente de su generación se inmoló en la lucha; otra combatió arriesgándolo todo; también hubo escépticos que no se comprometieron, y los peores se cobijaron bajo la protección de la tiranía. Ese fue el caso de Valladares, quien ingresó en los servicios especiales de la policía mediante nepotismo, pues su tío, el sanguinario Gregorio Valladares, pidió a su jefe, el conocido asesino Orlando Piedra Negueruela, que lo admitiera en el Buró de Investigaciones.

En esa época Valladares no estaba preocupado por los derechos humanos, tampoco escribía poemas y su voluminoso expediente 9736 de policía de segunda clase, placa 6724, tiene numerosas anotaciones comprometedoras.

En un lugar de estilográfica usaba el revólver Colt 531736, era persona de confianza del coronel Conrado Carratalá Ugalde, conocido por El Chacal, y en el tiempo en que sirvió a la policía, su unidad fue ejecutora de numerosos y relevantes crímenes políticos, personas que eran asesinadas por sus ideas sin que se enteraran siquiera que existía una Declaración Universal de los Derechos Humanos.

El 7 de mayo de 1958, un momento crítico de esta época, cuando incluso estaban liquidados por decreto todos los derechos civiles y las garantías constitucionales, Valladares fue ascendido a vigilante de primera, un grado que no solía ganarse gratuitamente.

Recibió este ascenso después de haber prestado servicio durante cuatro meses en una “compañía especial” a nivel de jefatura, subunidad que se dedicaba a los “trabajo delicados”, y éste es el hombre que después el Presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, nombraría defensor de los derechos humanos.

El 8 de enero Fidel entró a La Habana (1959) y se produjo una depuración del cuerpo de policía.

Los asesinos fueron juzgados, los corruptos dejados fuera, y aquellos a quienes no se pudieron comprobar crímenes, pero se tenía la presunción de que los habían cometido, fueron dados de baja “por conveniencia del servicio”. Tal fue el caso de Armando Valladares, quien sin embargo fue nombrado en un puesto oficial del Ministerio de Comunicaciones.

Valladares no agradeció esta concesión, por el contrario se dedicó a la actividad contrarrevolucionaria, al terrorismo, junto con otros ex militares batistianos comprometidos con la Agencia Central de Inteligencia.

En diciembre de 1960, la Seguridad del Estado cubano operó contra una red terrorista que era liderada por un ex sargento de la Marina de Guerra batistiana, nombrado Oliver Obregón.

La banda de Obregón se dedicaba a rellenar con explosivos gelatinosos, recibidos clandestinamente desde Estados Unidos, unas pequeñas cajetillas de cigarros Edén, las llamadas “petaquitas” que se prestaban para servir de envase; también preparaban cartuchos de dinamita reforzados con metralla, todo lo que colocaban en cines y otros lugares públicos para asegurar un saldo de heridos y muertos y una secuela de inseguridad y temor.

La policía hizo una redada en el lugar donde se estaban preparando los explosivos y entre los detenidos estaba Armando Valladares, sorprendido en la actividad.

En ese instante, los archivos de la Seguridad tenían el antecedente de que Valladares se reunía con elementos terroristas en su casa de la avenida 259 número 9622, en el reparto La Cumbre, donde se discutieron planes de atentados, pero contra los que no se había operado en espera de una actividad ilegal específica y práctica, como lo sucedido “en la bodega de Alfonso el Chino”, el lugar donde Valladares, Obregón y otros preparaban los explosivos.

La captura de un incendiario condujo a la detención del grupo, la Seguridad confiscó 17 bombas gelatinosas, una ametralladora Thompson con su parque, rollos de mecha, detonadores y las petacas listas para ser utilizadas en la siembra de gelatina en lugares públicos.

Los pormenores de las detenciones y las ocupaciones aparecen en el acta 2318 del Departamento de Información de G1 sito en Quinta Avenida y Calle 14, donde hoy existe un museo del Ministerio del Interior.

En el acta puede leerse que a las once de la mañana del 3 de enero de 1961 fue detenido entre otros “Armando Valladares Pérez, hijo de Armando y Mariana, natural de Pinar del Río, de 23 años, blanco, soltero” y fue juzgado conforme al derecho procesal según el artículo 469, inciso B del Código de Defensa Social modificado por la ley 923.

En el juicio actuaron tres jueces legos y dos profesionales; los acusados contrataron los servicios de tres abogados a quienes se sumaron dos de oficio para encargarse de aquellos que no designaron a ninguno.

El doctor Fernández, uno de los abogados defensores contratados por las familias de los inculpados, es hoy funcionario del Arbitraje Estatal Nacional y dijo a la televisión cubana, que la naturaleza sumaria de este juicio no significó que careciera de todas las garantías y derechos que podían asistirle para defenderse.

Valladares fue condenado a 30 años de prisión, mientras a nivel popular se esperaba la aplicación de la pena máxima, dada la naturaleza del delito y el potencial riesgo de víctimas inocentes, incluido niños.

Mientras no fue objeto de manipulación de los servicios especiales estadounidenses y las campañas diseñadas alrededor de su cautiverio, Valladares estuvo conforme con su destino.

En 1969 se casó en la propia oficina del director del penal con Martha López Sardiñas, y en 1973 las autoridades cubanas respondieron positivamente a una solicitud de revisión de su causa y en consecuencia la pena impuesta en 1961 fue rebajada en cinco años.

Las autoridades penales también lo beneficiaron con una protección especial cuando algunos reclusos propalaron el rumor de que Valladares estaba colaborando con los custodios.

Repentinamente Valladares se interesó por conformar una mejor estampa de “preso político”, fue incitador de desórdenes y de agresiones físicas a carceleros; participó en una evasión junto a otros presos, fueron capturados 48 horas después y Valladares no fue procesado por este nuevo delito ni se le aplicó ningún castigo interno disciplinario por su acción.

Entonces, mediante contactos clandestinos y utilizando las visitas, comenzó a escribir poesías, relatos, dibujos relativos a “crueldades de la cárcel”.

La USIA y otros medios se encargaron de hacerlo famoso como preso de conciencia y poeta enclaustrado por sus ideas.

En junio de 1977 le escribió una carta a Pierre Toby Gollendorf, un fotógrafo francés que en 1971 fue condenado en Cuba por sus actividades como agente de la CIA, donde le contaba que estaba paralítico, que le negaban la comida y la atención médica, que vivía en un calabozo tapiado.

La estampa de un paralítico “vendió” rápido su imagen a escala internacional, conmovió a los pocos enterados, a los miembros de las asociaciones de Derechos Humanos.

En 1974 se sometió voluntariamente a una huelga de hambre, llegó a padecer de una “polineuropatía carencial” y fue atendido en distintas instalaciones hospitalarias, incluyendo el Hospital Ortopédico Frank País, uno de los centros asistenciales especializados más modernos de América Latina.

Valladares trató de dificultar el tratamiento, se negó a hacer los ejercicios de rehabilitación, su principal interés estaba dirigido para mantener su imagen de recluso lastimado. Con la intención de alimentar ese mito, comenzó a simular males mayores, respondía con trucos a las pruebas, se dedicó a forzar su relativa inmovilidad.

Una junta médica integrada por especialistas en ortopedia, traumatología, neurología y rehabilitación física, llegó a la conclusión de que, sin lugar a dudas, estaban ante un impostor.

Aunque se negaba a deambular de manera voluntaria, el paciente presentaba un estado físico exterior acorde con su edad y una musculatura delineada sin atrofias.

A todo trance Valladares mantuvo su fachada de paralítico, mientras su “obra literaria” era bienvenida en editoriales de sospechosa vinculación con la CIA.

Así fue como rápidamente de un recluso terrorista pasó al primer plano internacional como un “intelectual preso político”.

La conclusión irónica de un funcionario fue que “las cárceles cubanas suelen ser las mejores del mundo, porque los hombres que transitan por ellas reciben positivas transformaciones y se forman con más integridad que en las mejores universidades del mundo”.

El terrorista-poeta clamaba: “¡préstame tus piernas un instante! Le crecerán alas un día a mi silla de ruedas”, pero a oscuras, en la soledad de su celda se dedicaba a hacer ejercicios calisténicos a la altura de un deportista de alto rendimiento.

Pese a todas las precauciones que tomó, no sospechó que tales ejercicios fueron filmados y que las imágenes de su farsa se acumulaban en los archivos del G2.

La campaña que lo encumbraba en la ignorancia de los extranjeros y en la enemistad de los malintencionados estaba ya en un franco punto de saturación cuando visitó La Habana Regis Debray, con un encargo muy especial del Presidente francés François Mitterand.

Presionado por la prensa derechista, por los centros ideológicos que de una u otra manera se habían vinculado a la operación de guerra sicológica contra Cuba, el Presidente galo optó por interceder a favor del famoso farsante.

En su libro: Las Máscaras, Debray comentó las incidencias de esa solicitud.

“Yo obtuve la liberación antes del término, al cabo de una noche de discusiones frente a frente con Fidel Castro, de un poeta paralítico cubano condenado por delito de opinión. Su detención  era cien veces más larga, pero el delito no era de opinión, el hombre no era poeta, el poeta no era paralítico y el cubano es hoy norteamericano.

“Temo estafar a Francois Mitterrand –me decía Fidel- como si me reclamara la mercancía y yo le diera otra de menor calidad. No soy comerciante, pero eso no es honesto. Él se va a sentir decepcionado”.

Cuba no engañó a nadie, Mitterrand sabía a qué clase de gente reclamaba, Valladares se entusiasmo con la demanda, pero a él se le puso una condición inexcusable para proceder al indulto:

-Bueno, mientras persistas en esa mentira, nosotros no podemos ponerte en libertad.

Fue conducido al Departamento de Seguridad del estado en Villa Maristas en La Víbora, todavía llegó allí simulando ser paralítico, cargado por los custodios que llenos de paciencia reían por la payasada.

Luego lo sentaron frente a un televisor y en seguida comenzó a verse en la pantalla, inmerso en sus secretos ejercicios, mostrando su verdadera vitalidad, y entonces, al verse descubierto, no tuvo otra salida que la de aceptar que era un impostor.

Amargamente aceptó su situación, dijo que no tenía sentido que siguiera posando en su silla de ruedas, pero rogó que no lo devolvieran al penal. Temía las represalias de tanta gente a la que había engañado, por los privilegios que gozó a partir de su condición de paralítico.

Mientras esperaba por los trámites de su salida del país, Valladares hizo derroche de su fortaleza física corriendo las pistas del campo deportivo de Villa Maristas y entrenándose con disciplina y constancia, con el rigor de los deportistas profesionales.

Una tarde típica otoñal, en octubre de 1982, los periodistas se congregaron en el Aeropuerto Internacional José Martí para contemplar al hombre de traje azul y caminar atlético, que acompañado de funcionarios diplomáticos franceses salía rumbo a Europa.

Ya en Madrid otro vuelo ejecutivo llevó a Valladares a Paris. Así lo vio llegar un testigo excepcional: Regis Debray:

“A su llegada en avión especial a Orly, se negó a salir de la cabina; demasiadas personalidades de las artes y de las letras lo esperaban al pie de la escalerilla, quienes sin conocerlo habían creído de buena fe su leyenda.

“El comandante de la nave me hizo llamar al Eliseo para que viniera a convencerlo de que venciera sus inhibiciones.

“Luego de haber batallado en La Habana para que le abrieran las puertas de su prisión, tuve que batallar en Paris para que se sobrepusiera a su conciencia. No fue fácil. Acabó por mostrarse, descendió de la forma más natural del mundo”.

Lo esperaban una silla de ruedas y muchos periodistas ávidos de una escena patética. Alguien desde la muchedumbre rezongó:
-¡Diablos!, si al menos simulara un desmayo.

El presidente Ronald Reagan lo convirtió en su mascota y en un ejemplo de cómo se debe luchar por los derechos humanos.

 

 

 

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