Ese sentido para el buen ver también es propiedad de gente sencilla, como Arquímides Nuviola, el pequeño y fiel almacenista de libros de la Casa de las Américas: "No tengo que cerrar los ojos para verla nuevamente aquí, preguntando por mi familia, queriendo saber si estoy triste o alegre. Aquí basta respirar para sentirla viva", cuenta sin la más mínima concesión a la nostalgia.
Y es que condición humana, fuego, libertad, poesía, sensibilidad y Revolución hacen de Haydée Santamaría una mujer en presente: combatiente del Moncada, fundadora del Movimiento 26 de Julio, luchadora en la clandestinidad y del Ejército Rebelde, y luego del triunfo revolucionario descubriéndose ella misma como promotora cultural única e irrepetible, de alcance universal, al frente de la Casa de las Américas.
De haber estado físicamente entre nosotros es dable imaginarla este sábado, en vísperas de su 85 cumpleaños y en la cercanía del aniversario 49 de la Revolución, como más la quería el Che, "con todos los fusibles disparados y tirando cañonazos a la redonda".
Cuando en 1959 Fidel le encargó fundar una institución como la Casa de las Américas, para enlazar la Cultura cubana con la de los pueblos de la región, nació otra leyenda. La muchacha de Encrucijada creció e hizo crecer a hombres que ya eran imprescindibles en la vida espiritual de Nuestra América: el argentino Ezequiel Martínez Estrada, el guatemalteco Manuel Galich, el colombiano Jorge Zalamea, el uruguayo Mario Benedetti.
Entrevistado por Luis Báez, el gran argentino Julio Cortázar vertió esta opinión: "Ella es un símbolo muy grande no solo para los cubanos, sino para todos los que hemos estado en contacto con el mundo cultural de Cuba. Esa difícil conciliación de la ternura con la energía que forma parte del carácter de Haydée Santamaría es lo que define su máxima eficacia y su máxima proyección".
Tuve el privilegio de hablar con Cortázar durante una sesión de trabajo del jurado de Casa en Cienfuegos. En un tono íntimo pero seguro me dijo: "Si he vuelto a Cuba es porque Haydée me ayudó a mirar el fondo de las cosas. A diferenciar lo circunstancial de lo permanente. Y me dio una lección de lo que era en verdad la lealtad".
En ese plano de las confesiones, a Roberto Fernández Retamar, actual presidente de Casa, le escuché decir, con voz entrecortada, en un encuentro público: "Tuve el privilegio de trabajar 15 años con Haydée y cuando se quiere, admira y debe tanto a una persona, es difícil imaginarse su desaparición. Yo francamente daba por sentado que Haydée era inmortal, como pensábamos que el Che era inmortal"
De manera que es fruto de la realidad, en su raigal dimensión poética, saberla multiplicada en cada acto de la creación, tanto en la letra recién aprendida por el ser originario del Orinoco como en las sinfonías urbanas de México y Buenos Aires.
Siempre nos conmoverán las palabras de Silvio en una tarde nunca imaginada por el trovador en la que recibió una condecoración con el nombre de la Heroína. Entonces confesó: "Dice Alfredo Guevara que le gustaría faltar alguna vez a la promesa que le hizo, para poder sentir cómo Yeyé le hala los dedos de los pies alguna madrugada y, aunque sea de esa forma, seguir conversando con ella"
Por idéntica razón, termino esta evocación con una frase de Pablo, ese otro gran cantor cubano: "Nunca nos alcanzará el tiempo para corresponder a Haydée".
