Quienes esperaban que la desaparición del Comandante desencadenara una crisis política insuperable y propiciara una "transición hacia la democracia" tutelada por el Primer Mundo (tomando a menudo como referente la transición-traición de esa "España democrática" que no es ni una cosa ni otra), están desconcertados e inquietos. Y con razón. Esta victoria final --inaugural-- de Fidel y de Cuba demuestra, con una contundencia que ni los más recalcitrantes podrán ignorar, dónde está la verdadera democracia y hasta qué punto es incompatible con el capitalismo.
Hace un par de años, en un artículo titulado Yo soy Fidel (Rebelión, 4-3-06), escribí: "Si Fidel fuera necesario, sería inútil. Suena a paradoja o a juego de palabras, pero es literalmente cierto. Si el triunfo de una revolución dependiera de personas extraordinarias, excepcionales, ‘únicas’, sería un acontecimiento fortuito y de muy dudosa continuidad. Si en Cuba ha triunfado la revolución (porque ya ha triunfado, y además varias veces) es precisamente por todo lo contrario: porque miles de cubanos y cubanas podrían haber hecho lo mismo que Fidel, porque todo un pueblo apostó por el socialismo y asumió el compromiso de llevarlo adelante en las condiciones más adversas.
"Einstein no es el padre de la física moderna, sino su hijo; su hijo aventajado, su primogénito, con cuya llegada la familia científica que lo engendró ‘renació’ a su vez, se transformó cualitativamente, dialécticamente. Einstein se tragó vivo a Newton, la mecánica cuántica se tragó vivo a Einstein y siguió adelante sin él (sin él como individuo, pero con sus aportaciones plenamente incorporadas al proceso). Y lo mismo se puede decir de Fidel: Cuba lo engendró, Cuba se transformó con él (y con muchos y muchas como él), Cuba se lo tragó vivo. Puede seguir y seguirá adelante sin él. Sin él como individuo; con él, siempre, como parte viva del proceso revolucionario. ¿Es conveniente que Fidel se mantenga en su puesto a los ochenta años? No lo sé; pero, en cualquier caso, esa no es la cuestión. La cuestión es que no es necesario.
"Alguien estará pensando: ‘Puede que su dedicación cotidiana a las tareas de gobierno no sea imprescindible, pero Fidel es mucho más que su actividad política concreta: es un símbolo viviente, el rostro de la revolución’. Sí, ¿y qué? Los símbolos y los iconos pueden ser muy útiles en un momento dado, pero no son necesarios. Sobre todo en una sociedad que empieza a superar (y tiene que seguir superando) el pensamiento mágico y la alineación religiosa, que ha sustituido los mitos por la razón y la metafísica por la dialéctica. No en vano los comunistas siempre han criticado el culto a la personalidad como manifestación del individualismo burgués y como forma solapada de religiosidad. No en vano dijo Marx, consciente de que la revolución es un proceso que trasciende las doctrinas y las nomenclaturas, ‘Yo no soy marxista’. No sé si lo ha dicho alguna vez expresamente, pero estoy seguro de que Fidel no es castrista".
Pues bien, ya lo ha dicho, y de la forma más elocuente.