Entrevista con el escritor y traductor español Manuel Talens sobre su reciente libro Cuba en el corazón

Salvador López Arnal - Rebelión.- A Celia Hart Santamaría, in memoriam

Manuel Talens, escritor, traductor, periodista, comentarista político en medios alternativos, es una pieza constitutiva e imprescindible de www.rebelion.org. Colaborador asiduo de www.cubadebate.cu, es también miembro fundador de www.tlaxcala.es, la red de traductores por la diversidad lingüística. Ha publicado novelas como La parábola de Carmen la Reina, Hijas de Eva y La cinta de Moebius y libros de relatos como Venganzas, Rueda del tiempo y La sonrisa de Saskia y otras historias mínimas.


Reconocido traductor, ha vertido al castellano, entre otras, obras de Georges Simenon, Edith Wharton, Derek Walcott, James Petras y Blaise Cendrars. A mediados de 2008, Talens publicó en Alcalá Grupo Editorial Cuba en el corazón, un comentario cinematográfico y político sobre una serie de documentales sobre Cuba. Profundo conocedor de la historia y realidad cubanas, su libro y los avatares más esenciales de la Revolución son los motivos básicos de nuestra conversación. Agradecer su disponibilidad y paciencia es obligación mía, apuntar su excelente talante y la profundidad de su conocimiento es algo que el lector/a observará desde las primeras líneas.


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Salvador López Arnal: ¿Qué es Cuba en el corazón? ¿Un ensayo cinematográfico? ¿Un libro de historia cubana? ¿Una apuesta renovada por la Revolución?

Manuel Talens: Cuba en el corazón empezó siendo mi respuesta a la sugerencia de un amigo, Omar González, el presidente del ICAIC, que me retó a reseñar en Rebelión los siete DVD de la Revolución cubana y, como yo falté a clase el día que en la escuela primaria enseñaban a decir que no, pues le dije que sí. Poco a poco aquellas reseñas, que aparecieron una vez por semana allá por 2005, fueron creciendo en longitud y complejidad, hasta que llegó un momento en que me di cuenta de que “eran” un libro. He contado luego con la colaboración inestimable de Diana Paladino, que es profesora de cine latinoamericano en la Universidad de Buenos Aires y que escribió un espléndido prólogo, con lo cual los dos países de raigambre más simbólica en Cuba –Argentina y España– están representados en este libro, que es una carta de amor a la Revolución cubana.

Algo tiene de ensayo cinematográfico y también de historia de Cuba. He tratado de analizar las imágenes de todos los largometrajes y cortometrajes que contienen los siete DVD con un lenguaje lo más sencillo posible, al hilo de la narración, sin eludir la crítica ocasional a lo que me parecen desajustes de guión, pero también sin ocultar mi entusiasmo y mi parcialidad –yo diría más aún, mi complicidad– con un proceso histórico con el que estoy totalmente de acuerdo.

En cuanto a la tercera parte de su pregunta, no es una apuesta renovada por la Revolución, sino más bien la continuidad de una vieja apuesta, sencillamente porque quienes hoy defendemos a Cuba la hemos defendido siempre.

 

SLA: Dice usted: “sin ocultar mi entusiasmo y mi parcialidad –yo diría más aún, mi complicidad– con un proceso histórico con el que estoy totalmente de acuerdo”. ¿Cómo se puede estar totalmente de acuerdo con un proceso histórico? ¿No hay aquí demasiada entrega no matizada?

MT: Si tomásemos el adverbio “totalmente” en términos absolutos quizá debería haber establecido algún matiz, porque en la vida es imposible estar de acuerdo con todo. Pero si lo tomamos en términos retóricos –y los andaluces tenemos fama de excesivos en ese terreno–, entonces entenderá mejor mi respuesta anterior. Creo que el socialismo es la solución para los males de la humanidad, para erradicar la explotación de la mayoría por parte de una minoría, para sustituir las armas por lápices y libretas, para convertir los cuarteles en escuelas (el Moncada es un ejemplo), y ése es el proceso histórico que tuvo y tiene lugar en Cuba. Por eso lo apoyo. Y le diré más, ni siquiera estoy seguro de no estar equivocado en mi entusiasmo, pero mi instinto me dice que tengo la obligación ética de ser amigo de Cuba.

 

SLA: Cuba en el corazón, España en el corazón. ¿Por qué ha querido recordarnos el poema que Pablo Neruda dedicó a la España republicana? ¿Le sigue pareciendo Neruda, de cuya muerte y la de Allende se cumplen 35 años este 2008, un gran poeta?

MT: Muchos españoles estamos convencidos de que el franquismo fue una calamidad para nuestro país, además de un período negro que nos sumió en el oscurantismo y en el crimen de Estado durante cuarenta años. Digo que somos muchos, pero no todos, porque todavía quedan fascistas que sienten nostalgia del ruido de sables. Los que aborrecíamos aquel régimen tuvimos siempre mucho respeto por la figura de Pablo Neruda, que fue una especie de brigadista de la pluma, pues puso algunos de sus poemas más conocidos al servicio de la República, entre ellos “España en el corazón”, de su libro Tercera residencia. “España en el corazón” ha sido siempre tan importante para mí que en uno de mis libros de relatos, Venganzas [1], que gira en torno a nuestra guerra civil, hay un cuento titulado “Ucronía”, en el que al final hice realidad la maldición que Neruda le había echado al dictador: después de matar a Franco ahogado en mierda al principio de la guerra –esa parte ucrónica es de mi invención– lo trasladé a los infiernos –mediante un intertexto que le pedí prestado al libro del chileno–, donde lo dejé solo y despierto entre sus víctimas, mientras que “un agonizante río de ojos cortados empezó a resbalar sobre su piel mirándolo sin término, ya para siempre, por los siglos de los siglos de los siglos de los siglos”. Me hace ilusión pensar que, de haber estado vivo para leerlo, a Neruda le habría gustado el diálogo de mi relato con sus versos.

Y, para responder a la última parte de su pregunta, claro que Neruda fue un gran poeta. Es verdad que algunas cosas suyas han envejecido mal, pero eso le suele pasar a todo aquel que escribe sin freno. No es posible ser un genio en cada página que uno escribe, pero todo genio escribe más páginas excelentes que el común de los escritores.

 

SLA: El subtítulo de su libro es “Comentarios apasionados sobre las imágenes cinematográficas de la Revolución cubana”. ¿Comentarios apasionados? ¿De dónde surge su pasión por esas imágenes y por la Revolución cubana?

MT: Tal como suele suceder con muchas cosas en la vida, las filias y las fobias, las pasiones y los odios tienen su raíz en la infancia. En mi caso, Cuba y su Revolución están asociadas indefectiblemente a un patio de colegio y a las conversaciones con un compañero de clase que me relataba por las mañanas los avatares de la Sierra Maestra escuchados por Radio Nacional de España la noche anterior.

 

SLA : ¿Avatares de la lucha en Sierra Maestra escuchados en Radio Nacional de España?

MT : Sí, sí. No podría decirle si el sesgo de la radio franquista, que probablemente se reflejaba en el relato de mi amigo, era favorable o desfavorable a los revolucionarios barbudos, pero lo que sí recuerdo es que mi mente pueril asociaba aquella guerra a las aventuras maravillosas de los libros de Emilio Salgari o Karl May que leía por entonces. Hace un par de años escribí un cuento, “Che Carranza” [2], que mezclaba estas imágenes infantiles con las de un futbolista argentino que triunfó por aquella época en el equipo de fútbol de mi ciudad natal, Granada. Como ve, mi pasión por la Revolución cubana no es de ayer: el primer viaje que hice a Cuba data de 1976. Ha llovido mucho desde entonces.
 

SLA: Escribe usted en la presentación de su ensayo que “la imparcialidad es un mito burgués”. ¿Por qué es así? ¿Por qué la búsqueda de imparcialidad es una aspiración y ensoñación de origen burgués? Diana Paladino, en su presentación, señala también que en sus análisis, como en los documentales comentados, no se pretende ser objetivo. ¿Qué hay de malo en ser objetivo? Aunque fuera una ensoñación generada en la época burguesa, ¿qué hay de malo en ese sueño, en esa aspiración?

MT: En el diálogo de Platón que lleva el nombre de Gorgias, la retórica está definida como “el arte de la palabra”. Sócrates precisó que dicho arte es “creador de persuasión”, de una persuasión que “produce una creencia, no algo que instruya sobre lo justo y lo injusto”. La retórica es, pues, la capacidad de servirse de la lengua, con su poder de sugestión y de emoción, para convencer a un auditorio y ponerlo de su lado.

Dicho lo cual, si tomamos como ejemplo de análisis el bloqueo de Cuba (y lo escojo para no salirme del entorno de esta entrevista, pero cualquier otro asunto polémico serviría igual), vemos que las razones retóricas de quienes defendemos la Revolución son opuestas a las de quienes la atacan y, sin embargo, ambos logramos convencer a quienes están de nuestro lado. ¿Por qué es así? Pues porque la percepción de lo que es justo o injusto es algo subjetivo que depende de la ideología y no es lo mismo ser de izquierda que de derecha. Un juez imparcial de esta polémica sería alguien que pudiera observar a ambos bandos desde fuera, sopesar sus razones y emitir un juicio no empañado por ninguna preferencia personal. Pero, ¿acaso es posible observar el mundo desde fuera del mundo y decidir imparcialmente lo que es justo o injusto? Yo creo que no, porque todos ocupamos un lugar preciso en el mundo y no es posible estar al mismo tiempo dentro y fuera de él. Dios sí, desde luego, porque es ubicuo y justo por naturaleza, como pretenden las religiones, pero yo no creo ni por un segundo en su existencia, por mucho que mi última novela lo tenga como infortunado protagonista.

Entonces, si la imparcialidad no es posible en ninguno de los actos de nuestra vida, ya que estamos implicados subjetivamente en ellos, ¿por qué hay todavía quienes la defienden? He aquí mi respuesta: porque la imparcialidad es uno de los muchos mitos retóricos que sirven para acallar conciencias bienpensantes. Marx no pretendió nunca ser imparcial. Lenin tampoco. Todos defendemos una causa; algunos, hasta la muerte, como el Che.

 

SLA: A Lenin, lo confieso, lo tengo algo oxidado pero a Marx no tanto. ¿No era él, quien por cierto admiraba no sólo a Espartaco sino a Kepler, quien usaba el término canalla para referirse a aquellos que hacían trampas teórico-observacionales para que los hechos estudiados les cuadraran siempre con sus posiciones y conjeturas? Su visión platónica de la retórica acaso olvida otros desarrollos. ¿Por qué la retórica, el arte de la persuasión según usted mismo escribe, no puede utilizarse para convencer a auditorios sin posiciones definidas o abiertas? Los grupos de personas convencidos por tal o cual cosmovisión no son estáticos. Las caídas del caballo no son algo inverosímil. La búsqueda de un sujeto informado, que ocupa desde luego un lugar en el mundo, que afirme con razones que el bloqueo a Cuba o la destrucción del Chile de Allende son y fueron injustos no me parece ninguna ensoñación utópica.

MT: Vayamos por partes: cuando digo que la imparcialidad es un mito retórico no pretendo afirmar de ningún modo que la verdad (o el bien o la justicia) no existan como entes absolutos. Claro que existen. Creo profundamente en el concepto kantiano de verdad. Son los filósofos posmodernos y, en su estela, los medios hegemónicos, quienes pretenden ponerla en entredicho sacándola de su existencia real y limitándola a su horizonte textual, retórico. Ésa es la trampa en la que no se debe caer, pues de hacerlo terminaríamos aceptando bufonadas como aquella de Baudrillard, según la cual la primera guerra del Golfo no existió, ya que los yanquis se cuidaron de que las imágenes no saliesen por televisión. Jacques Derrida, por otro lado tan brillante, también cayó en excesos de este tipo con respecto a la amenaza nuclear, como bien lo explica Christopher Norris en su libro Teoría acrítica [3].

Hoy, en nuestro mundo hipercomunicado, lo que no se ve o no se lee o no se escucha no existe, aunque exista. Todo es tan teatral que lo que da marchamo de existencia a las cosas no es su realidad intrínseca, sino justamente la retórica. De ahí a pretender que con sólo basarse en la existencia retórica de las cosas es posible discernir cuál es buena y cuál es mala no hay más que un paso. Es justamente en ese paso donde yo sitúo la imparcialidad como mito burgués, pues me parece un auténtico mito el pretender que es posible alcanzarla basándose en los textos que tenemos a nuestro alcance (me refiero al concepto semiótico de texto, ya se trate de textos literarios, fílmicos, acústicos o plásticos). Y creo que es un mito porque, con Marx, no me olvido de esos “canallas” que hacen trampas teórico-observacionales para que los hechos estudiados cuadren siempre con sus posiciones.

Personalmente estoy convencido de que Marx no hizo trampas en sus libros. Tampoco Castro las ha hecho nunca en sus discursos. Son dos ejemplos de honradez. En cambio Bush, o Blair, o Aznar –y traigo a éstos a colación para permanecer en nuestra época– sí las hacen, mienten de forma impúdica y, por eso, entrarían perfectamente en la definición marxiana de “canallas”, que adopto no como concepto moral, sino político.

Veamos ahora cómo funciona esto en el día a día: los discursos retóricos de estos cinco hombres circulan libremente por el ciberespacio o impresos en papel y son accesibles para todos. La trampa está en que esa libre circulación crea el espejismo de que dos discursos opuestos, uno honrado (Marx/Castro) y otro “canalla” (Bush/Blair/Aznar) poseen el mismo grado de verdad y pueden, por lo tanto, compararse en un juicio imparcial. Pero, puesto que yo sé ontológicamente que uno es verdad y el otro es mentira, ¿cómo podría ser imparcial ante un bloqueo criminal como el de Cuba o un genocidio como el de Iraq? Para ser honrado, prefiero admitir que soy parcial, lo cual deja las cosas claras desde el principio y me permite escoger la trinchera de quienes creo justos, es decir, Castro o la Resistencia iraquí.

Por último, en la segunda parte de su pregunta me dice usted que por qué la retórica, el arte de la persuasión, no puede utilizarse para convencer a auditorios sin posiciones definidas o abiertas. En ningún momento he dicho que no pueda hacerse. De hecho yo, que soy escritor, lo hago a diario. Mi libro sobre Cuba o esta entrevista son ejemplos de retórica persuasiva. De lo que no estoy tan seguro es de su eficacia en grandes proporciones. El mundo, ya lo sabe usted, es un campo de batalla dialéctico donde se enfrentan las ideologías y a lo más que podemos aspirar quienes utilizamos la retórica es a convencer con nuestro discurso a unos cuantos despistados marginales que no sabían dónde situarse o están a la espera de caerse del caballo, como Saulo de Tarso. El resto, la mayoría, es casi inamovible. Por las cartas que recibo puedo enorgullecerme de haber interesado a unos cuantos lectores a lo largo de los años, pero también los hay que no están de acuerdo conmigo, todo hay que decirlo.
 

SLA: Dedica usted el libro a todos los cubanos que decidieron apoyar el proceso revolucionario. ¿Sigue habiendo muchos cubanos (y cubanas) que apoyan el proceso revolucionario actualmente?

MT: No me dedico a la estadística y eso me imposibilita para darle una respuesta precisa. Creo conocer medianamente Cuba y a los cubanos y sé que no todos ellos están de acuerdo con la Revolución. A muchos les encantaría vivir en una sociedad capitalista; otros, que han logrado establecerse fuera del país, hablan pestes del gobierno, como es el caso reciente de un médico joven que les contó a mis padres que había venido a España porque en Cuba se moría de hambre. Menos mal que mi padre le cerró la boca diciéndole que la Revolución le había pagado generosamente los estudios, que Cuba es el único país del mundo en el que los niños tienen un litro de leche al día gratis hasta los siete años y que allí nadie se muere de hambre, coño. Y otros, por fin, las vienen pasando putas a diario desde hace casi cincuenta años de bloqueo, pero resisten. Y si lo hacen es porque están hechos de otra pasta, de una pasta especial que sólo se da en Cuba. Y si allí se da es porque la Revolución les inyectó el heroísmo en las venas. Por supuesto, todos desearían mejorar (¿y quién no?), están hartos de penalidades, por mucho que sepan que esas penalidades vienen provocadas desde el exterior. Y, a pesar de todo, de la picaresca que se palpa en las calles, del continuo y duro resolvel diario, que los cubanos han elevado a la categoría de arte, esos que como le digo están hechos de una pasta especial no se irían de su tierra ni por todo el oro del mundo. Ésos son la Cuba que yo amo. No me atrevo a hablar de porcentajes, pero estoy seguro de que son la mayoría.
 

SLA: ¿Y cómo ha conseguido la Revolución cubana inyectar heroísmo en vena? ¿Está usted recuperando el concepto del hombre nuevo?

MT: Vaya, aquí me ha cazado usted en un exceso retórico. Espero que esté de acuerdo en que, al menos, lo del heroísmo en vena suena bien. Ya más en serio, no me cabe la menor duda de que la generación de cubanos que conocieron la injusticia crónica prerrevolucionaria y luego han vivido en la Cuba socialista tienen suficientes argumentos prácticos como para resistir cualquier intento de volver a lo anterior. Bien es cierto que, conforme corre el tiempo, esa gente irá desapareciendo y será sustituida por cubanos que ya nacieron en un país que los educa gratuitamente y les ofrece oportunidades y dignidad por el simple hecho de nacer. Sus padres o sus abuelos son o fueron conscientes de todo lo que habían ganado con el cambio. Éstos, los nuevos cubanos, quizá no, porque está en la naturaleza humana el considerar que lo que uno posee desde el nacimiento es algo natural, como caído del cielo, y no es así: basta con echar un vistazo alrededor y observar cómo viven los haitianos o los guatemaltecos, por sólo ponerle un par de ejemplos. La tarea de seguir inyectando heroísmo en las venas de los cubanos jóvenes es una de las más complicadas, pero también más exaltantes, de la Revolución.

 

SLA: Desde un punto de vista cinematográfico, ¿qué le parece más destacable de estos siete documentales?

MT: Cuba ha creado escuela en el arte del documental y ello ha sucedido precisamente desde la creación del ICAIC, tras la victoria revolucionaria. Lo más destacado de estos siete DVD es que cualquier espectador que no sepa nada acerca de Cuba y que los vea terminará con un conocimiento más que exhaustivo del país, de su historia y de su acontecer en la política mundial durante la segunda mitad del siglo XX. No era una empresa fácil condensar ciento cincuenta años de historia en siete horas de celuloide (eso es lo que duran los siete largometrajes, las otras siete horas son de cortometrajes anteriores, que complementan la información) ni hacerlo con tanta maestría. Sin embargo, el resultado es magnífico.
 

SLA: Díganos cuáles son sus preferencias y recomiéndenos unos o dos de estos documentales.

MT: Las preferencias son siempre algo personal y, por lo tanto, pueden resultar injustas o crueles. Déjeme decirle que ninguno de los DVD me ha defraudado, todos tienen destellos de genialidad y algo que los hace irrepetibles. Si acaso, me atrevo a resaltar Una isla en la corriente, de Daniel Díaz Torres, por su valentía y claridad, y Momentos con Fidel, de Rebeca Chávez, que me parece un prodigio de montaje y de ritmo.
 

SLA: ¿Y qué opinión le merece el cine cubano? ¿Podría recomendarnos algunos directores, algunas películas?

MT: Como suele suceder en todas las cinematografías, hay autores que brillan con luz propia y se convierten en el faro que alumbra a todos los demás. Para mí, el cine cubano “es” Tomás Gutiérrez Alea. La muerte de un burócrata o Memorias del subdesarrollo están entre lo mejor que se ha hecho en América Latina desde la invención del cine. Lucía, de Humberto Solás, es una maravilla estética. Lo curioso es que las nuevas generaciones de cineastas, a pesar de la crisis económica, han seguido haciendo buenas películas. Suite Habana, de Fernando Pérez, es una de ellas. Estoy ansioso por ver Rojo vivo, la última película de Rebeca Chávez, que por fin se ha decidido a saltar desde el documental al cine de ficción.
 

SLA: ¿Y qué opina de otras aproximaciones no cubanas a la realidad cubana? Por ejemplo, Habana Blues de Benito Zambrano o Comandante de Oliver Stone?

MT: Habana Blues no me gustó nada, me pareció falsa, como hecha para un público internacional que espera carnaza con pinceladas anticubanas. Como no deseo repetir cosas ya dichas por otros, me remito a la reseña “Amores que matan”, que mi buen amigo Carlos Tena escribió sobre la película hace unos años [4]. En cambio, Comandante sí me gustó. Se nota en ella que Oliver Stone respeta a Fidel Castro y que entre ambos hombres se creó una cierta complicidad. Para ser una película hecha por un yanqui me parece muy honrada, sin doblez.


SLA: Usted califica a Del otro lado del cristal de film maravilloso, un film que deja hablar a sus anchas a ocho mujeres que residen en diversos lugares de Estados Unidos. ¿Qué opiniones existen entre la comunidad cubana que reside en aquel imperial país sobre el proceso revolucionario cubano?

MT: Del otro lado del cristal (1995), de Guillermo Centeno, Marina Ochoa, Manuel Pérez y Mercedes Arce, es otra película del período especial que resulta a todas luces conmovedora, original y valiente. Si me pregunta por lo que opinan del proceso revolucionario las mujeres que salen en esta película, le diré que todas ellas, salvo una que se permite insultar a Fidel, parecen tener una posición favorable o, al menos, no muestran ese odio tan grotesco que uno observa en las manifestaciones de la gusanera de Miami. Si en cambio me pregunta por mi experiencia personal, hace casi veinte años que no piso tierra del imperio, de manera que no puedo responderle. Sí que conocí en los años ochenta a un profesor que enseñaba literatura latinoamericana en una universidad yanqui de segunda fila. Pertenecía a la clase “bien” que huyó después de la Revolución y resultaba francamente chusco. Recuerdo que una vez coincidimos en una cena y a un amigo paraguayo se le ocurrió decirle que USA había utilizado a Cuba como burdel hasta el triunfo de Fidel Castro. El viejo profesor se puso hecho un energúmeno, como si la cosa fuera personal: “¿Está usted llamando puta a mi mujer, que era una de las cubanas que vivían allí entonces?”, exclamó. Con gente de ese pelaje no hay manera de conversar.
 

SLA: El primero de los documentales está dedicado al Che. ¿Qué destacaría de esta filmación? ¿Por qué cree usted que el Che sigue teniendo esta inmensa fuerza cultural, revolucionaria? Señala usted en su libro que este documental es imprescindible como aproximación al Che como figura revolucionaria, no al individuo privado. ¿Qué sería necesario para construir esta aproximación?

MT: El Che es un personaje tan gigantesco, tan totalizador, que por sí solo ocupa un capítulo aparte en la historia del siglo XX. En tales circunstancias, Manuel Pérez Paredes lo tenía muy difícil a la hora de afrontar un filme para la “historia oficial” de la Revolución cubana que fuese al mismo tiempo informativo, no hagiográfico y, además, que aspirase a convertirse en el referente documental para todo estudioso del argentino en el futuro. Pérez Paredes ha logrado con creces un documental informativo que será el referente de la vida pública del guerrillero, pero a mi parecer (y admito que pueda haber quien no esté de acuerdo conmigo), Che Guevara, donde nunca jamás se lo imaginan no rompe con esa tendencia tan nefasta a la santificación que ha venido acompañando al Che desde su muerte, convirtiéndolo en una figura crística, más útil para el mito glorificador que para un análisis materialista sosegado.

Mire, yo fui médico antes que escritor y la psiquiatría me ha apasionado desde siempre, mucho. De ella conservo una tendencia a considerar los actos vitales de cualquier persona en función de las circunstancias personales ancladas en la infancia, en vez de dar por sentado, sin la menor reflexión, que los héroes y los villanos, pero sobre todo los primeros, se salen de la norma a causa de una especie de fuerza sobrenatural que los ha señalado con el dedo. En el caso de Ernesto Guevara, es muy sintomático (y valga la redundancia) que padeciese asma. Hay una escena de esta película en la que se ve a su padre, Ernesto Guevara Lynch, relatando que Ernestito tuvo una pulmonía de pequeño y achacando el asma a aquel episodio. A mi parecer, una conclusión tan simplista –por otro lado normal en alguien que no tenía por qué saber de fisiopatología del asma, una reconocida enfermedad psicosomática– es totalmente errónea, lo cual no ha impedido que se acepte sin discusión y se cierre una posible vía de estudio que pudiese esclarecer el porqué de una vida tan excepcional como la del Che. Nadie ha estudiado –o al menos yo no tengo noticia de ello– cuál era el ambiente, los traumas heredados y las relaciones interpersonales en aquella familia nuclear argentina; por qué Guevara rompió de manera tan violenta con su pasado, con su país, con su profesión, con su clase social; por qué fue tan inflexible consigo mismo y con sus hombres; por qué privó a sus propios hijos y a su mujer de su presencia cuando más lo hubieran necesitado. En suma, la psicopatología del Che sigue en la sombra (ojo, no hay nada de negativo en la palabra “psicopatología”: todos tenemos la nuestra), lo cual es algo que me desagrada, porque la santificación, aunque sea laica, es una falsedad científica. Cualquier ser humano tiene claroscuros y estos que le señalo no impiden que, a pesar de ellos, Guevara pueda seguir siendo un ejemplo de revolucionario íntegro para todos.
 

SLA: Nadie, dice usted, ha ensayado esa vía. Usted la propone ahora. ¿Por qué no nos apunta alguna de sus conjeturas? Más claramente: ¿por qué, según usted, y repito sus palabras, Guevara rompió de manera tan violenta con su pasado, con su país, con su profesión y con su clase social; por qué fue tan inflexible consigo mismo y con sus hombres y por qué privó a sus propios hijos y a su mujer de su presencia cuando más lo hubieran necesitado?  

MT: Por mucho que me interese la psiquiatría, que es la disciplina más literaria de la medicina, no soy ni psiquiatra ni psicoanalista y difícilmente podría responder con autoridad a esta pregunta. Pero la experiencia sí me ha enseñado que todo efecto suele tener una causa, por muy escondida que esté, y la vida del Che es tan sorprendente que lo extraño, para mí, es que nadie parezca haber pensado en buscarle un porqué. Voy a contarle un ejemplo muy lacaniano, sacado de la vida real: conocí a un español que se fue de España maldiciéndola en su juventud y necesitó más de veinte años para darse cuenta de que en realidad había huido de su madre, la típica mamá autoritaria, posesiva y castradora mediterránea. En su caso, aquella huida tomó la forma de un desplazamiento inconsciente: en vez de huir de su madre (un acto socialmente reprensible dentro de nuestra cultura judeocristiana), este español la sustituyó en el plano de la conciencia por la Madre Patria, lo cual le resultó menos doloroso. Al final, reconocido el equívoco, regresó y vive tranquilamente en Andalucía.

En cuanto al Che, qué se yo. Quién sabe si le pasó algo parecido. Lo que sí tengo claro es que su familia tuvo algo que ver en su grandeza.
 

SLA: Por lo demás, aunque me imagino su respuesta, ¿qué opinión tiene de la reciente película de Steven Soderbergh y Benicio del Toro dedicada al Che? 

MT: Fui a verla hace unos días y me impactó. Los hechos están presentados con absoluta fidelidad, sin maniqueísmo. Benicio del Toro ha creado un personaje muy creíble y convincente del Che. Y el hecho de haber mezclado escenas pseudodocumentales en blanco y negro en Nueva York, que complementan el relato en color de la guerrilla en la Sierra Maestra y le dan una densidad temporal, me parece un gran acierto de guión. Es una película que le recomiendo encarecidamente.

 

SLA: Sobre el trasfondo de sus análisis, usted va vertiendo opiniones muy elogiosas sobre el proceso revolucionario cubano. ¿Qué le parece más singular, más positivo de ese proceso?

MT: Lo que mejor define a la Revolución cubana es su valentía a la hora de romper con el pasado corrupto y empezar desde cero. Fidel cumple siempre su palabra. Tras el final de la guerra, en un acto multitudinario que puede verse en Antes del 59, lo dejó bien claro: se acabaron los engaños, los traidores y los ladrones, dijo, porque “esta vez sí que es la Revolución”. En nuestras sociedades occidentales, tan supuestamente democráticas, nunca hemos roto de verdad con el capitalismo, que es la causa que empobrece a la mayoría de la población del mundo, sólo hemos ido maquillando la fachada de los sucesivos gobiernos, mientras que el modelo económico, que es el quid de la cuestión, permanece intacto. La tan cacareada "transición" española es paradigmática de esto: se pasó de la dictadura a la democracia sin tocar las estructuras de poder. No me extraña nada que España sea el ejemplo de transición que el capitalismo venera.

 

SLA: ¿No es caer en la misma exageración, que usted mismo criticaba en el caso de Ernesto Guevara, afirmar “Fidel cumple siempre su palabra”? ¿No es esa tarea una tarea casi sobrehumana? ¿Cómo puede hacerse siempre lo que uno aspira y señala?

MT: No confundamos conceptos ni comparemos lo incomparable. Para empezar, Guevara y Castro fueron dos hombres complementarios, pero opuestos, algo así como las dos caras de una misma moneda. La tragedia y la muerte violenta en plena juventud es el caldo de cultivo del mito y esas dos cosas, que convergieron en Guevara, no se han dado en Castro, quien ha vivido largos años y morirá en la cama, como debe ser. Guevara habita en la leyenda, que es el territorio del mito, pero Castro habita en la historia, que es el territorio de los seres de carne y hueso. Los mitos pueden idealizarse, porque para eso sirven, pero a los seres de carne y hueso se les piden cuentas día a día. Y si Castro se ha mantenido durante más de medio siglo como un referente ético en la izquierda mundial, y ello a pesar de la brutal e incesante campaña de desinformación que ha padecido desde que alcanzó el poder, es porque siempre cumplió su palabra. La trayectoria vital de este hombre, ya lo he dicho en mi libro, es de una coherencia sin límites y el hecho de que yo se la reconozca no es una exageración por mi parte, sino un simple trámite analítico.
 

SLA: Cambio de cara en nuestro poliedro. ¿Hay aspectos del proceso histórico cubano revolucionario que le parezcan criticables? Le señalo cuatro vértices: el gobierno cubano, el Partido Comunista de Cuba, apoyó la invasión de Praga en 1968; la pena de muerte ha estado vigente en Cuba hasta épocas muy recientes; la apertura de la isla al turismo ha traído consigo desigualdades sociales y costumbres poco socialistas; finalmente, algunos cuadros y dirigentes actúan con despotismo político, la corrupción no está alejada de su ámbito de actuaciones y el burocratismo es moneda de actuación diaria.

MT: Ningún empeño humano está libre de errores. La Revolución cubana tampoco. Las purgas del pasado, las injusticias cometidas contra ciudadanos concretos –me refiero, por ejemplo, al caso Padilla o a la persecución de homosexuales, pero hubo otros traspiés– están reconocidas explícitamente como un error en estos DVD. Ser revolucionario es equivocarse, aceptar que uno se ha equivocado y no reincidir en la equivocación. Personalmente creo que el apoyo a la invasión de Praga fue uno de esos errores, pero entiendo la explicación que Castro le da a Ignacio Ramonet en Cien horas con Fidel [5], a saber, que fue una especie de mal necesario. Porque es que, además, y como en otras cosas, el tiempo le ha dado la razón: todos los países del Pacto de Varsovia han caído en manos del capitalismo. La guerra fría, como cualquier otra guerra, fue algo malsano y quienes la vivimos como espectadores desde el palco de la izquierda no hemos logrado quitarnos de encima esa amarga sensación de que la elite guerrerista de Washington era siniestra, sí, pero la del Kremlin no le iba a la zaga. En 1968 yo era muy joven e idealista y recuerdo que no me gustó leer que Castro avalaba la invasión. Eran otros tiempos.

 

SLA: Le interrumpo un momento. Déjeme manifestarle mi desacuerdo en este punto y señalarle que su argumento no me parece concluyente en absoluto, incluso creo que contiene un paso falaz al hablar, para apuntalar su posición, de la evolución posterior de los países del Pacto de Varsovia. Pero prosiga si le parece.

MT: Bueno, he dicho que entiendo, no que comparto la explicación de Castro a Ramonet. En cuanto a la pena de muerte, personalmente estoy en contra y me dolió que La Habana la aplicara de nuevo hace unos años, sobre todo porque aquello fue instrumentalizado en su contra por la derecha mundial. Pero no creo que se deba olvidar que Cuba está en guerra permanente desde hace cinco décadas, una guerra larvada que le impide funcionar con normalidad y, en situaciones iguales a la suya, el código penal de cualquier país suele ser mucho más estricto que en tiempos de paz. El día en que cese el bloqueo y la agresión continua –ese día llegará– estoy seguro de que Cuba abolirá la pena de muerte.

Entretanto, a mí no se me ocurriría, ni por asomo, salir a protestar en público, como hizo Saramago cuando los fusilamientos, porque aquel arrebato sólo sirvió para que gente como Vargas Llosa le aplaudieran la gracia. Por el momento, de atacar a Cuba ya se encargan sus muchos enemigos. Sus amigos no estamos aquí para eso, sino para defenderla. Es indignante que a Cuba, un país al que no se le conocen torturas, escuadrones de la muerte o desapariciones de ciudadanos, en el que la policía es extremadamente respetuosa y no le pega a nadie –soy testigo de ello–, se le esté exigiendo a diario pureza virginal y cualquier error político –verdadero o inventado– aparezca en grandes titulares en toda la prensa occidental, esa misma que se ha ido aclimatando sin queja a Guantánamo o al genocidio en Palestina e Iraq o a los paramilitares de Colombia o que considera normal que en Europa haya millones de personas que no tienen techo.

Además, se pone en tela de juicio los avances societales de Cuba comparándola con Europa, lo cual es un fraude intelectual, porque a Cuba, que es un país subdesarrollado, hay que compararla con sus vecinos geográficos, con Haití, con la República Dominicana, con Honduras, con Guatemala, etc., y ahí gana por goleada en todos los sentidos, el económico, el cultural, el ético, el social.

El turismo, es verdad, ha provocado desigualdades, pero también en esto las críticas de Occidente son hipócritas. Es algo muy perverso: se bloquea un país, se le cortan los víveres y, luego, se lo acusa de las consecuencias, que nunca hubieran tenido lugar de no existir el bloqueo. Las críticas contra los problemas acarreados por el turismo son hipócritas porque no toman en cuenta que cuando se inició el período especial, Cuba no tenía alternativa: o el turismo o el fin de la Revolución, de manera que hubo que escoger lo menos malo. Y, por supuesto, la doble moneda –peso cubano/CUC– y los desajustes sociales que provoca también son una consecuencia de aquel estado de cosas. Qué duda cabe que el gobierno cubano sabe todo eso, pero dirigir una revolución que pretende tratar por igual a todo el mundo mientras el enemigo agrede sin descanso no es tarea fácil.

Lo de la corrupción, permítame que se lo diga, me da risa. Yo no niego que exista, eso lo ve cualquiera con sólo pasearse por La Habana: siempre hay un taxista que pretende hacerse pagar con la mano izquierda para quedarse con el dinero; es habitual que uno vaya a restaurantes populares, cuyos precios son ínfimos en comparación con los de Europa, y le cobren como si estuviera en un restaurante para turistas, que tienen precios europeos. También es verdad que hay funcionarios que venden en el mercado negro la gasolina que el Estado les asigna para su coche oficial. ¿Y qué? El gobierno sabe eso, la corrupción es algo inherente a todas las sociedades, sobre todo si la situación económica es estrecha, y cuando sorprende a alguien con las manos en la masa le aplica el peso de la ley, como sucedió hace unos años con el fraude de las gasolineras. Pero que desde Occidente se acuse a Cuba de corrupción es para partirse de risa, porque el cubano que se corrompe lo más que se echa al bolsillo son unas docenas o centenares de euros para ir tirando, mientras que, aquí, nuestra descomunal masa de corruptos se hacen ricos para diez generaciones, con yate y avión privado incluidos. Hasta en eso hemos perdido el sentido del ridículo.

Y termino con la burocracia. Pues claro que en Cuba hay burocracia, y dónde no. Las películas La muerte de un burócrata y Guantanamera tratan de eso. Le contaré un caso muy significativo: un amigo mío está tramitando en estos momentos la inscripción en el Registro Central de Madrid del matrimonio de su suegra, que se ha quedado viuda. La mujer se casó en Berlín con el difunto –que era español– y ahora necesita que España reconozca su matrimonio para poder cobrar la pensión de viudedad. Todos los documentos están traducidos, compulsados y en orden, y ya sólo falta que un funcionario del registro de Madrid pase cinco minutos inscribiendo el matrimonio. Pues bien, a mi amigo le han comunicado por la vía oficial que hay un retraso de dos años, así que la pobre señora va a pasar dos años sin cobrar. Si estas cosas pasan en Europa, que es un prodigio de modernidad, de justicia, de eficiencia, de democracia, de Estado de Derecho y de no sé cuántas vainas más, imagínese en Cuba, que es el Caribe subdesarrollado y hace tanto calor que cuando uno sale de la sombra se desmaya. Seamos serios, por favor.

 

SLA: De acuerdo, intento serlo y comparto gran parte de sus apreciaciones e incluso su indignación por mi inevitable pregunta. Pero déjeme señalarle una cosa. Decía usted: “Sus amigos no estamos aquí para eso [para atacarla], sino para defenderla”. No se trata de atacarla sino de opinar y señalar aspectos que pueden mejorarse y que acaso deben cambiarse. Más allá del uso que pueda hacer Vargas Llosa y sus seguidores y financiadores, no veo qué problema hay en manifestarse contrario a la pena muerte, aun admitiendo bloqueos, estrategias contrarrevolucionarias y dificultades sin fin. 

MT: Creo haber respondido ya en parte a esto que me dice. Me reafirmo: no estoy de acuerdo con la pena de muerte y, si dependiese de mí, la aboliría en Cuba y en cualquier otro país, y eso incluye a los que dan lecciones de moral a Cuba, como USA, donde tiene lugar el 94 % de las ejecuciones que se perpetran en el mundo sin que se monten campañas mediáticas ni manifestaciones ante sus embajadas.

Pero una cosa es decírselo a usted, públicamente, en una entrevista razonada como ésta, y otra muy distinta publicar una carta en El País lanzando cohetes verbales contra la Revolución cubana, como hizo el Nobel portugués justo en el preciso momento en que toda la derecha mundial se ensañaba con la isla. Hay una cuestión de oportunidad, eso que los anglófonos llaman timing, que toda figura pública, cuyas opiniones dan la vuelta al mundo en pocos segundos, nunca debería olvidar. La carta de Saramago fue muy inoportuna, el equivalente a hacer leña del árbol caído. En su honor está el haber rectificado poco después.

 

SLA: Cita usted en su presentación una reflexión de Carlo Frabetti sobre la democracia como desiderátum. La democracia es una utopía y Cuba está construyendo esa utopía. ¿Defiende usted esta tesis, cree usted que Cuba está construyendo la democracia? ¿Deberían existir en Cuba partidos políticos con orientaciones no coincidentes con el Partido Comunista de Cuba?

MT: Hoy en día la palabra democracia se ha convertido en un eslogan sin significado alguno, lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Una prueba de ello es que la utilizan a diario desde criminales de guerra como Bush, Blair o Uribe hasta bandoleros de guante blanco como Berlusconi o Chirac, pasando por aprendices de estadista como Aznar o por toda una serie de saltimbanquis de la política planetaria. Son justamente quienes de verdad aspiran a intensificar la democracia popular –dentro de ese desiderátum que menciona Frabetti– los que menos se llevan la palabra a los labios. Me estoy refiriendo, por supuesto, a Fidel, a Chávez, a Evo, a Correa, es decir, a los nuestros. Si democracia es participación individual de los ciudadanos y si situamos dicha participación en el marco de ese desiderátum, no me cabe la menor duda de que los cubanos o los venezolanos o los bolivianos o los ecuatorianos gozan de más derechos democráticos que usted y yo en España, por muy sorprendente que eso pueda parecerle a más de uno que lea estas líneas.

Los candidatos a la Asamblea del Poder Popular en Cuba son gente elegida por los vecinos de su propio barrio y ni siquiera tienen que pertenecer al Partido Comunista de Cuba, los hay incluso que son cristianos. Esto es algo que los medios occidentales nunca nos cuentan. El único requisito que se les exige a estos candidatos es que sirvan a la comunidad, y no tienen el puesto asegurado durante la legislatura: si se descuidan, los revocan. Ésa es una democracia directa. Aquí (o en Francia o en el Reino Unido, por ejemplo), en nuestra democracia por delegación, a los ciudadanos se nos da la oportunidad de elegir a candidatos que han sido seleccionados por un cónclave de dirigentes de su partido, pero a dicho grupito, cuya función es tan trascendental para la vida política, no lo ha elegido nadie. Así no es extraño que una vez emitido el voto se olviden de nosotros hasta la próxima votación. Y como tienen garantizado el puesto, algunos se dejan comprar por la oposición, una práctica muy habitual en España.

Me ocupo ahora de la cuestión de los partidos. La democracia occidental, que tantas lecciones de moral pretende darle a Cuba todos los días, es un auténtico fraude. Lo desafío en este instante a que me nombre un solo país del mundo con ese sistema de gobierno en que haya más de dos partidos con posibilidades reales de alcanzar el poder. En España está el PSOE y el PP; en el Reino Unido los tories y el Labour Party; en Francia la UMP y los socialistas, y así sucesivamente. Al bipartidismo institucional se le llama democracia. Los demás partidos son sólo comparsas que están ahí para servir de coartada pluralista. Nunca llegarán al poder por mucho que se esfuercen, serán comparsas mientras vivan. Y lo peor es que los programas de esos dos partidos que se reparten el pastel cada cuatro años no se diferencian gran cosa en ningún país, por mucho que retóricamente se autodefinan de derecha o de izquierda.

No es que yo piense que da igual un gobierno de Nicolas Sarkozy o un gobierno de Segolène Royal, no. Tampoco es lo mismo el partido de Zapatero que el de Rajoy, pero las diferencias entre ambos no son nunca estructurales, sino coyunturales, anecdóticas e inocuas. Por supuesto, estoy de acuerdo con que las parejas homosexuales tengan hoy un reconocimiento oficial en España: eso lo hizo el PSOE y nunca lo hubiera hecho el PP; también es verdad que con el PSOE la política es menos inhumana. Pero eso es todo, lo que no cambia nunca, aquello que tanto la derecha como la izquierda parlamentarias de nuestras democracias comparten como ideología inamovible, es el capitalismo, la consagración del mercado como motor, la desigualdad económica entre los ciudadanos. ¿Son de izquierda el PSOE, el PC francés o el Labour Party? Si ellos lo dicen, lo serán, pero yo no lo creo así.

Y, ahora, volvamos a Cuba. La comparación pura y simple del Estado cubano con las democracias occidentales es algo absurdo. No se pueden comparar peras con uvas. Cuba es un Estado socialista que aplica la doctrina de Marx: el poder lo ejerce el pueblo a través de su representante, que es el Partido Comunista. Es el partido quien ocupa la cúpula del poder –que obtuvo por medio de una Revolución popular– y no tiene por qué compartirlo con chapuceros de la política pertenecientes a esa indigesta sopa de letras que incluye a socialdemócratas, democratacristianos, liberales, conservadores y demás zarandajas. Si alguna vez hubiera partidos en Cuba, la Revolución se acabaría, como se acabó en Nicaragua. Es verdad, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador siguen hoy el camino de la democracia occidental –y de ahí todas las zancadillas que les ponen desde el exterior–, pero es que los tiempos no están para revoluciones armadas como en los años cincuenta.

Si Cuba abriera las puertas a los partidos políticos, en cuestión de seis meses allí mandarían la General Motors, Texaco, McDonald’s, Coca-Cola, Monsanto o la banca internacional, como sucede en Europa, donde nuestros políticos son marionetas adiestradas para decir sí. Cuba, en cambio, dice no; ésa es la diferencia abismal entre quienes son súbditos y quienes son dignos. Al capitalismo, una vez que se lo ha vencido, como Cuba lo venció, no se le puede entreabrir la puerta, porque entonces mete un pie y ya es imposible cerrarla de nuevo.

 

SLA: Su respuesta permite (y acaso exige) muchos comentarios. Dejo dos al margen por no importunar: si usted tuviera razón, y acaso la tenga, en lo referente a la inexistencia de posibilidades de alternativas reales en los países occidentales, la cuestión sería: ¿y cuál es entonces el camino si la vía electoral es imposible? En cuanto a Nicaragua, durante la primera etapa sandinista, existían otros partidos, hubo elecciones y el Frente las ganó por amplísima mayoría. Por lo demás, no deja de ser usted muy generoso cuando habla de “izquierda” parlamentaria para referirse a algunos grupos políticos, organizaciones de las que no habla muy bien al final de su respuesta. Sea como sea, déjeme apuntarle una cuestión. Dice usted: “Cuba es un Estado socialista que aplica la doctrina de Marx: el poder lo ejerce el pueblo a través de su representante, que es el Partido Comunista”. ¿Eso es realmente doctrina de Marx? Si lo fuera, ¿no deberíamos realizar alguna revisión doctrinal visto lo visto y es mucho lo que hemos visto? ¿Cómo podemos tener garantías de que el Partido Comunista sea el representante del pueblo? ¿Lo es también el Partido Comunista de China del pueblo chino? Usted mismo pone de vuelta de perejil al PC francés.

MT: Su pregunta es múltiple y requiere una respuesta escalonada. No creo de ninguna manera que la vía electoral sea imposible para llegar al socialismo. Lo que sí es imposible es lograrlo a través de la vía electoral de nuestras democracias cautivas, que de democracias sólo tienen el nombre y en las que no existe la posibilidad de un cambio de sistema económico a través del voto. Porque la verdadera política trata de eso, de la posibilidad de cambiar el sistema, no de administrar las cuentas del Estado, que es para lo que hoy sirven los antiguos partidos de izquierda, los cuales nacieron originalmente para cambiar el mundo, pero ahora se contentan con aceptarlo tal como es a cambio de una butaca en el consejo de administración.

¿Y cómo se alcanzaría una auténtica democracia pluripartidista?, podrá preguntarme usted. Pues muy sencillo, en primer lugar haciendo que el poder económico esté en manos del Estado, no fuera de él, que es lo que generalmente sucede en el mundo democrático occidental. Y, en segundo lugar, desterrando el bipartidismo institucional. Eso en Europa hoy es imposible, a menos que la crisis económica actual desmorone todas las estructuras y se creen las circunstancias para un cambio radical, lo cual no es tan utópico como podría parecer, pues la crisis energética, que subyace a la gravísima crisis financiera actual y probablemente haya sido uno de los factores detonantes, está a la vuelta de la esquina.

En Europa, tal como le digo, hoy es imposible, pero en América Latina no es así. De hecho, la Revolución bolivariana está ahí para demostrarlo. Chávez, Correa y Morales han demostrado que es posible acercarse al ideal de democracia popular a través del voto y si lo han demostrado es porque, muy al contrario de nuestros complacientes partidos “socialistas” europeos, sus propuestas no se contentan con administrar las viejas estructuras económicas, sino que son fieles al principio fundacional del concepto de izquierda: cambiar el mundo. Y lo están cambiando, sí señor. Lo sarcástico es que, siendo estos tres países un modelo de limpieza democrática, se los acuse a diario de actitudes dictatoriales y que dichas acusaciones provengan, precisamente, de los países donde la democracia vive cautiva de las multinacionales y los bancos. Y la mejor prueba de dicho cautiverio es que cuando los bancos se arruinan, como está sucediendo ahora, nuestros políticos corren en su auxilio con dinero público.

Pero volvamos a Cuba. Marx y Engels establecieron los principios teóricos de la dictadura del proletariado y Lenin los puso en práctica. Me pregunta usted si no deberíamos realizar alguna revisión doctrinal “visto lo visto y siendo mucho lo que hemos visto”. Cuanto más lo pienso, y a la luz de cómo está el mundo, más me maravilla la clarividencia de Marx. Una cosa es la doctrina y otra muy distinta el uso que se hace de ella. Con el marxismo ha sucedido lo mismo que con el cristianismo. Ambas doctrinas fueron secuestradas y en su nombre se han cometido muchos desmanes. La praxis inmoral de la Iglesia católica no invalida en absoluto la prédica de Jesucristo, cuyo Sermón de la Montaña sigue siendo un ejemplo imperecedero de amor al prójimo. Chávez, que es creyente, cita mucho la Biblia y estoy seguro de que no se le escapa el abismo que separa los Evangelios y el Vaticano.

Con el marxismo pasa igual. Stalin, Ceaucescu, Pol Pot –por citar sólo tres nombres muy conocidos– y toda una larguísima retahíla de sinvergüenzas y criminales que camparon a sus anchas en nombre del comunismo, le han hecho tanto daño al concepto retórico de éste que su pregunta no me extraña nada. En cuanto al Partido Comunista de China, para mí de comunista no le queda más que el nombre. El año pasado tradujimos en Tlaxcala una obra de teatro de James Petras en la que los dirigentes chinos actuales no salían precisamente muy bien parados [6].

Pero el comunismo no es eso, sino compartir. Y hasta que alguien me demuestre lo contrario, seguiré afirmando que Cuba cumple a rajatabla la doctrina de Marx y, ¿por qué no?, que incluso pone en práctica el Sermón de la Montaña, pues comparte lo que tiene entre sus ciudadanos, los educa, protege su salud, su bienestar, y ayuda desinteresadamente a quienes son más pobres que ella más allá de sus fronteras.

 

SLA: Inicia su libro con una cita de Castro. Finaliza el volumen con una referencia al día en que Castro asumió el cargo de Primer Ministro del gobierno revolucionario. ¿No mitifica en exceso la figura del revolucionario cubano?

MT: A mí, Castro me parece un hombre admirable. Acostumbrado como estoy a ver la manera en que se comportan nuestros políticos, tan correctos y miedosos que no dicen lo que piensan ni por error, el hecho de tener en el panorama a un dirigente como él, de una valentía sin parangón, que llama al pan, pan y, al vino, vino, me parece un descanso para el espíritu. Además, es modesto, reconoce los errores y, por encima de todo, es un ser solidario. Tuve la suerte de conocerlo lejos de las cámaras, con un grupo de compañeros de muchos países, y su conversación fue siempre la de alguien que piensa cada minuto de su vida en cómo prestar ayuda a sus semejantes. Era algo que se palpaba en sus palabras. Como dijo Chávez una vez, Fidel es Don Quijote de La Habana [7]. No creo que de ninguno de nuestros políticos democráticos se pueda decir lo mismo. Tampoco creo que yo lo esté mitificando. Antes le dije que Gutiérrez Alea “es” el cine cubano. Ahora le digo que Castro “es” la Revolución cubana, de manera que considero perfectamente lógico que mi libro se abra y se cierre con él.

 

SLA: ¿Qué errores ha reconocido Fidel Castro?

MT: Podría hablarle, por ejemplo, de cuando en 1970 no se alcanzaron los diez millones de toneladas de azúcar en la zafra, que era el objetivo establecido por el gobierno, y Castro dijo públicamente que “la batalla la perdimos nosotros, los dirigentes de la Revolución”. Pero el ejemplo más notable –y reciente– se lo dio al mundo en el denominado “Discurso de la Universidad”, que pronunció en su Alma Mater el 17 de noviembre de 2005, en el 60 aniversario de su ingreso como estudiante de Derecho [8]. En él, a lo largo de casi treinta y cuatro mil palabras (las cuales dan fe de la faraónica capacidad oratoria de su autor), hizo confesiones de una sinceridad fuera de lo común, a empezar por esta primera, que vale su peso en oro por salir de los labios del líder más veterano de la izquierda mundial: “Entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo”. Y no se quedó ahí, porque también arremetió contra la corrupción, profundizada por algunas decisiones políticas del período especial: “Como ustedes saben, estamos envueltos en una batalla contra vicios, contra desvíos de recursos, contra robos […]. Pero no piensen que el robo de materiales y de recursos es de hoy, o del período especial; el período especial lo agudizó, porque el período especial creó mucha desigualdad y el período especial hizo posible que determinada gente tuviera mucho dinero.”

No contento con ello, puso el dedo en la llaga del futuro de la Revolución al preguntar lo impreguntable: “¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario? […] Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo?” Y se respondió a sí mismo, reconociendo errores pasados: “Hubo quienes creyeron que con métodos capitalistas iban a construir el socialismo. Es uno de los grandes errores históricos […]. Esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, y sería culpa nuestra.”

 

SLA: ¿Tiene alguna opinión sobre los recientes cambios en la dirección política cubana? ¿Cómo los interpreta?

MT: La última vez que estuve allí fue el pasado octubre, cuando ya se había iniciado el debate de ideas en toda la isla. Luego vendría la renuncia de Fidel a la vida pública y la llegada de Raúl. Hay cambios que me dejan perplejo en una sociedad socialista, porque liberalizan la adquisición y el disfrute de algunos bienes de consumo sin al mismo tiempo asegurar los medios materiales para que todos puedan acceder a ellos, lo cual crea una distorsión, ya que legaliza la existencia del pequeño corrupto de poca monta que se dedica a resolvel de manera ilícita y es una vía abierta a la aparición de clases sociales distintas que, necesariamente, tienen objetivos disparejos. De la sociedad sin clases se ha pasado, al parecer, a la posibilidad de una futura lucha de clases, estadio que ya había sido superado por la Revolución.

Dicho lo cual, soy muy consciente de que una cosa es ver la situación desde Europa, como hago yo, y otra muy distinta vivir en Cuba y estar sometido a un bloqueo que dura ya cincuenta años y que ha falseado cualquier política social emprendida por la Revolución. No seré yo quien critique los cambios, muy al contrario: mi pluma será siempre amiga de Cuba.

 

SLA: No será usted quien critique, pero de hecho está criticando…

MT: Deberíamos entendernos primero sobre los dos matices semánticos que posee el verbo criticar. Según el DRAE, uno de ellos es “juzgar de las cosas, fundándose en los principios de la ciencia o en las reglas del arte”. El otro es “censurar, notar, vituperar las acciones o la conducta de alguien”. Yo utilizo el primero, porque mi deseo es que la Revolución cubana siga creciendo. El segundo no me interesa.

 

SLA: Abbé Nozal es el ilustrador de la portada, de la magnífica portada de su libro. ¿Quién es Abbé Nozal?

MT: Abbé Nozal es una especie de hombre del Renacimiento, que pinta, hace vidrieras, esculturas, cerámicas, arte digital, escribe novelas o dirige películas y, encima, todo eso lo hace bien. No es famoso porque desprecia olímpicamente la estructura económica que tiene secuestrado al mundo del arte. La globalización neoliberal ha encontrado un método perfecto para quitarse de en medio a sus críticos: como controla los medios de comunicación, le basta con ignorar al disidente, y quien no aparece en la foto no existe. Nozal es, de lejos, mil veces más artista que muchos otros que aparecen en los medios.

 

SLA: Celia Hart –y su hermano Abel– murieron en accidente de tráfico a principios de septiembre. Escribió sobre ella –trotskista hasta la médula decía usted– en Rebelión [9]. ¿Qué destacaría de ella? ¿Una trotskista próxima a la dirección del Partido Comunista de Cuba e hija de dos grandes dirigentes de la revolución?

MT: Ésta es una pregunta que me duele mucho, porque Celia acaba de morir y todavía no me he recuperado del golpe. Es curioso, sólo tuve ocasión de conversar con ella durante unas pocas horas cuando nos conocimos y no volví a verla nunca más, porque en un viaje posterior a Cuba ella estaba ausente en el extranjero. Sin embargo, Celia era una de esas personas que subyugan a quienes las rodean y, a partir de entonces, mantuvimos el contacto por correo electrónico. Solía enviarme sus escritos antes de publicarlos e incluso me hizo el honor de que revisara el manuscrito de un libro que le publicó una editorial militante en USA.

¿Qué podría destacar de Celia? Era cálida, cariñosa, sonriente, revolucionaria, una mujer buena, fiel a sus amigos y a la Revolución cubana, siempre respetuosa con la figura de Fidel y, por encima de todo, incapaz de quejarse en público del ostracismo que sentía. No fue fácil para ella ser trotskista en un entorno que ignora a Trotsky.

Y no, el hecho de ser hija de Armando Hart y de Haydée Santamaría no la acercó de ninguna manera a la dirección del Partido Comunista de Cuba. Era una outsider, pero una outsider que no permitió nunca que nadie atacase “su” Revolución, lo cual demuestra que es posible conciliar las diferentes tendencias de la izquierda marxista sin que sufra el objetivo común. Y también demuestra que en Cuba hoy se siguen aplicando aquellas legendarias palabras de Fidel a los intelectuales, a principios de los sesenta: “Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, ningún derecho.” Celia estuvo siempre dentro de la Revolución, eso lo tenía más claro que el agua.

 

SLA: A ella, a su memoria, a su ejemplo, si le parece, podemos dedicarle esta conversación.

MT: Me parece una magnífica idea.

 

SLA: Vientos huracanados han asolado Cuba y otras zonas del Caribe. La destrucción ha adquirido proporciones dantescas: casas destruidas, zonas sin electricidad, carreteras levantadas. Eso sí, como en otras ocasiones, y no es retórica para el caso, las autoridades de la isla han puesto en el lugar central de sus preocupaciones a la ciudadanía cubana, sus vidas, su seguridad. ¿Cómo podemos ayudar? ¿Qué pueden hacer las personas que, como usted, siguen teniendo a Cuba en el corazón? 

MT: En uno de esos arrebatos líricos que me dan a veces (y que a la postre me confirman que hice bien en dedicarme a la narrativa, no a la poesía), escribí que “la Revolución cubana es la única novia perfumada que nos queda para pasear alegres de su brazo por la calle de la esperanza” [10]. La imagen es algo cursi, lo confieso, pero sigue siendo válida. Cuba es un país tan solidario que se merece todo. Quienes vivimos en el exterior y nos sentimos algo cubanos podemos, en primer lugar, seguir prestándole nuestro apoyo para tratar de contrarrestar la agresión que no cesa, incluso a sabiendas de que ese apoyo no tendrá ninguna consecuencia y terminará canibalizado por la maquinaria desinformadora de los medios dominantes, como muy bien lo expresa mi amigo Santiago Alba Rico [11].

Y, en segundo lugar, quizá lo más importante en estos momentos es que les enviemos todo el dinero posible, ya que los huracanes han creado un nuevo período especial. Hay cientos de grupos procubanos de todo el mundo que tienen cuentas bancarias destinadas a la solidaridad con Cuba, en las que podemos hacer nuestro ingreso. Yo sé que los tiempos son difíciles aquí también, pero basta con pensar que los 7 euros que uno paga en España por ir al cine, que no representan gran cosa en una economía capitalista, en Cuba son una suma algo considerable. Quien mejor ha expresado esto que digo, de manera más hermosa, es –de nuevo– Santiago Alba Rico: “Como en los cuentos infantiles, hace falta siempre una pequeña prohibición para liberar las voluntades y alcanzar la felicidad: respetar un árbol, negarse un alimento, mantener cerrada una habitación”. A estos tres ejemplos de sacrificio laico yo añadiría un cuarto: ayudar a Cuba. Si cada militante del mundo dejase de ir al bar un par de veces al mes y enviara ese dinero al Estado cubano, Cuba respiraría un poco. Allí, vale la pena recordarlo, los dirigentes no meten la mano en la lata, como por desgracia sucede en tantos países que reciben ayuda. Quien envíe dinero a Cuba puede estar seguro de que cada céntimo suyo redundará en beneficio de la ciudadanía.

 

SLA: Gracias, muchas gracias, Manuel.

 

* * *

Las fundamentadas consideraciones de Manuel Talens a lo largo de esta entrevista exigen que el entrevistador le reconozca y agradezca a un tiempo su profundo conocimiento de la realidad cubana y su sincero y admirable compromiso con una Revolución que sigue estremeciendo al mundo y cuya huella es cada vez más clara e intensa en numerosos países, latinoamericanos o no. Por lo demás, estos días en los que Chile está tan presente, es difícil olvidar aquella visita de Castro en 1972 -escarnecida hasta la extenuación y el ridículo por la derecha golpista chilena-, el apoyo de Fidel al heroico intento chileno y la última imagen de Salvador Allende en el Palacio de la Moneda armado con un fusil regalado por el revolucionario cubano.

Quien escribe estas líneas, algo provinciano y muy poco viajero, sólo ha estado una vez en Cuba, al viajar en 1985 a Nicaragua. Se me permitirá que aproveche la ocasión para rendir homenaje y recuerdo a los jóvenes médicos internacionalistas cubanos que apoyaron aquel hermoso proceso de cambio socialista en circunstancias nada fáciles y con parcial incomprensión ciudadana, atizada por un ignominioso obispo de nefasto recuerdo. Si la Revolución cubana ha tenido estos actos de solidaridad, si la Revolución cubana sigue transitando por la misma senda en países como Venezuela o Bolivia, entonces no sólo ha sido y es un proceso político justo, fundamental en la historia del socialismo y de los pueblos, sino que es, además, una realidad hermosa, admirable, solidaria en extremo y necesaria, tan necesaria, al decir de Gabriel Celaya, como el aire que exigimos trece veces por minuto.

 

Notas

[1] Manuel Talens, Venganzas. Tusquets Editores, Barcelona 1994.

[2] Manuel Talens, “Che Carranza”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=33436.

[3] “Por un lado está ese aspecto del pensamiento de Derrida –sin duda prominente en el conjunto de la “crítica nuclear”– que explota todos los gastados topoi retóricos de la actual moda posmoderna hasta tal punto que la deconstrucción parece poco más que ingenuas variaciones del mismo tópico. Es ésta la línea de pensamiento que lo conduce a anunciar –aparentemente con absoluta seriedad– que la “época nuclear” es también la era en que la literatura (“su radical precariedad y la forma radical de su historicidad”) se convierte en el único medio para representar una “realidad” más allá de cualquier capacidad de comprensión racional o de interiorización conceptual adecuada. También da lugar a una serie de non sequiturs relacionados (e igualmente extravagantes), por ejemplo, la idea de que, puesto que la literatura no puede sobrevivir al “archivo”, y puesto que la guerra nuclear amenaza con obliterar el archivo sin dejar huellas, por lo tanto la literatura es sinónimo de “referente nuclear”, en sí mismo un pseudoconcepto ficticio o fabuloso que va más allá de cualquier suputación de calculabilidad del mundo real. En cuyo caso no existe, en última instancia, nada que permita distinguir “buenos” de “malos” argumentos en el asunto nuclear. Puesto que las pretensiones de verdad ya no están en entredicho –puesto que es totalmente un asunto de estrategias, de juegos de guerra simulados, de concesiones retóricas, de amenazas sin sentido ni medida, etc.–, deberíamos abandonar el pensar en términos de anticuados paradigmas del pensamiento.” Véase Christopher Norris, Teoría acrítica. Cátedra, Madrid 1997 (traducción de Manuel Talens).

[4] Carlos Tena, “Amores que matan”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=21724.

[5] Ignacio Ramonet, Cien horas con Fidel (tercera edición). Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana 2006.

[6] James Petras, Fantasmas y renegados, obra en tres actos, http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=2515&lg=es.

[7] Manuel Talens, "Don Quijote de La Habana", http://www.rebelion.org/noticia.php?id=37947.


[8] Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005, http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2005/esp/f171105e.html.

[9] Manuel Talens, “La Hart, de profesión trotskera”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=28188.

[10] Manuel Talens, “La increíble y triste historia de la cándida Cuba y de la Europa desalmada”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=15687.

[11] Santiago Alba Rico, “Variaciones sobre el tema del socialismo”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63697.

 

Noticia relacionada: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=73892

 

El autor de esta entrevista, Salvador López Arnal, es militante de UCR (una organización republicana fundada en Barcelona por Víctor Ríos); CoBAS, sindicato de clase que cuenta entre sus líderes con Josep Bel, dirigente obrero de cuya honradez, saber y entrega no cabe atisbo de duda, y de Esquerra Unida i Alternativa, en cuya organización de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) milita junto con Àngel Plà, Epi San Román y Francisco Téllez, obrero comunista de la construcción, amigo admirado y luchador infatigable, salvajemente torturado por la policía política del franquismo.


López Arnal es profesor-tutor de matemáticas e informática, colaborador de las revistas El Viejo Topo, Dialéctica, Sin permiso y Papeles ecosociales, así como de las páginas electrónicas de Rebelión, Espai Marx y SinPermiso. Ha editado y presentado a Manuel Sacristán, Sobre dialéctica (El Viejo Topo, Barcelona, en prensa) y actualmente trabaja en una antología de la correspondencia del que seguramente ha sido el mayor filósofo de la tradición marxista-comunista hispánica. Se considera amigo y discípulo de Francisco Fernández Buey, Toni Doménech, Miguel Candel, Jorge Riechmann, Enric Tello, Joaquín Miras, Santiago Alba Rico y Carlos Fernández

 

 Manuel Talens
Cuba en el corazón
Alcalá Grupo Editorial (Alcalá la Real, Jaén).
ESPAÑA (Mayo 2008)
ISBN: 978-84-96806-50-4
130 págs.
14,00 euros
Ventas por internet en Alcalá Grupo Editorial

 

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