“Prensa y gobiernos dependen del gran capital, que establece las pautas con respecto a Cuba”

Cubainformación.- Enrique Ubieta, investigador, periodista y ensayista cubano con un currículo difícil de sintetizar. Fue director del Centro de Estudios Martianos de La Habana, de la Cinemateca de Cuba, y en los últimos tiempos se ha dado a la tarea de recoger la gran epopeya de la solidaridad médica cubana en América Latina, a través de varios libros, como «Venezuela rebelde: solidaridad contra dinero» y «La utopía rearmada». Actualmente es el director de la novísima revista cultural cubana «La Calle del Medio».

Texto publicado en Cubainformación en papel nº 7 - Otoño 2008

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- Hace unos años, en 1999 y 2000, hiciste un recorrido por varios países de Centroamérica y por Haití, acompañando a médicos internacionalistas cubanos. ¿Cómo fue aquella experiencia?
- En un momento específico de los años 90 se producen dos fuertes ciclones, el George y el Mitch, que en Centroamérica y el Caribe producen grandes destrozos y pérdidas humanas. En esos países, Cuba retoma, inesperadamente, algo que para muchos parecía que se iba a ir con el siglo XX: el internacionalismo.
 Yo salí con los médicos cubanos que fueron a Centroamérica. Todo esto desconcierta a todos los gobiernos centroamericanos porque en ese momento llegan brigadas de internacionalistas, unos soldados raros, sin armas, que ellos no podían detener en la frontera porque no podían decir “ustedes vienen aquí a hacer insurgencia, vienen aquí a crear una guerra”. Pero al mismo tiempo eran profundamente subversivos porque, a pesar de que no hablaban de política jamás, porque lo tenían prohibido, curaban a todo el mundo: a los ricos y a los pobres, a los de derecha y a los de izquierda, a los que habían sido contrarrevolucionarios en la guerra de Nicaragua y a los que habían sido revolucionarios...
 Eran subversivos porque no cobraban, porque iban a los lugares más intrincados de esos países, porque eran cubanos. Llegaron los médicos cubanos a Nicaragua, con su comida, con su agua, con sus colchones para dormir, con sus tiendas de campaña, así empezó esa etapa de la colaboración.
 Hoy en día, esto se ha extendido a muchos lugares de Centroamérica. La población de estos países conocía muy poco de Cuba y de pronto empezaban a tener el contacto directo con los cubanos. Un momento importantísimo en lo que yo pienso que es la guerra cultural, la guerra de valores, la batalla de ideas… como queramos llamarla.
- ¿Cuántos países recorriste?
- En esos años recorrí Nicaragua, Honduras, Guatemala y Haití. Fue muy interesante porque fui conociendo y descubriendo la sociedad de esos países de primera mano, además de su memoria histórica reciente. Y sobre todo la interacción de los médicos cubanos, que estaban distribuidos en casi todo el territorio de cada uno de todos esos países, trabajando con las poblaciones.
- Esta experiencia la repites en Venezuela. Y sobre ella publicaste un libro titulado «Venezuela rebelde: solidaridad contra dinero».
- En Venezuela es diferente, porque hay una revolución en el poder. Ya no es el conflicto entre los médicos subversivos y el gobierno, el conflicto es otro. Hay también un sector de la sociedad que ha tenido ciertos privilegios históricos, que en ese contexto revolucionario los está perdiendo. Y para ese sector de la sociedad, digamos, también los cubanos son subversivos. Caracas es una gran ciudad llena de “ranchos”, de favelas, de construcciones precarias. Lugares peligrosos en los que conviven bandas de maleantes que les llaman malandros, donde se producen balaceras y hay problemas con la droga. Cualquier persona común de fuera de esos lugares no puede entrar ahí sin correr grave riesgo. Los médicos tradicionales son personas que han llegado a un estatus social determinado, que se ven en otra posición de clase, y les parecía espantoso eso de tener que meterse en esos lugares humildes. Hubo mucha resistencia por su parte a ir allí. Los médicos cubanos entraron y se distribuyeron en todos los cerros, viviendo con los pobladores y dando consultas en las propias casas, y resultó que los principales defensores de los médicos fueron los líderes de las bandas. Cualquiera podía entrar si iba acompañado de un médico cubano, era una especie de salvoconducto que te daba seguridad. Esa experiencia revolucionó mucho el concepto sobre esas personas, es decir, la comprensión de que son seres humanos que han estado siempre marginados y que cuando reciben una oportunidad pueden evolucionar.
- Pasaste también una temporada en Estados Unidos. ¿Por qué estuviste allí?
- Estuve en la Biblioteca del Congreso, en Washington, haciendo un intercambio académico con una universidad norteamericana interesada en que un especialista cubano valorara una colección cubana que había en dicha biblioteca. A la Biblioteca Nacional de Cuba también le interesaba revisar esos documentos. Estuve tres meses asistiendo a la Biblioteca del Congreso en Washington.
- Y viviste los acontecimientos del 11–S...
- La Biblioteca del Congreso está cerca del Pentágono. Cuando yo salí del metro, ya sabía que se había producido el impacto, y la impresión que tuve fue muy curiosa. Washington es un lugar donde
están las oficinas de los congresistas, las oficinas de empresas de opinión, todo el mundo vinculado con el tema de la política. Hay decenas de jóvenes que están trabajando como asesores en esas comisiones y aspirando a ir subiendo. Y todos aquellos pichoncitos del establishment estaban parados en las aceras mirando el cielo con sensación de película de Hollywood, de que había un ataque de extraterrestres.
 ¿Cómo vive un cubano esto? Un cubano en Washington es un bárbaro en Roma. Es un país donde por supuesto hay gente buena, yo vi como se estructuró en cuestión de días el movimiento contra la guerra, cómo decenas de personas marcharon por las calles de Washington contra el ya anunciado ataque a Afganistán... Hay fuerzas progresistas en el pueblo norteamericano, a pesar de que existe una enorme desinformación sobre lo que ocurre en el mundo. Pero la televisión tras el 11–S hacía programas que iban directamente a manipular los sentimientos nacionalistas más bajos de la gente. Y el “realismo socialista” que conocimos palicecía al lado de todo aquello.
 Me acuerdo que después del 11–S cogí un avión y los registros de seguridad no terminaban para los latinoamericanos o árabes. Cuando ya pasabas la aduana, en el momento de entrar al avión volvían a registrarte otra vez. Pero cualquiera de esos rubios que no revisaban tan estrictamente podría haber sido uno de aquellos que pusieron bombas en Oklahoma, fanáticos que existen en la sociedad norteamericana y que han hecho grandes actos terroristas también dentro de aquella sociedad.
- ¿Cómo te imaginas la Cuba del futuro inmediato? ¿Qué cosas de la sociedad cubana te gustaría que cambiaran?
- No puedo imaginarme una Cuba que no sea socialista. Una Cuba que ojalá no tenga las trabas económicas para su desarrollo que actualmente tiene y pueda demostrar si su sistema de vida es viable o no. Pienso en una Cuba que va a ir eliminando ciertos lastres que también ha acumulado, obstáculos que son pequeños pero que uno al lado de otro pueden constituirse en grandes, que nosotros mismos nos hemos fabricado. Nosotros vamos a perfeccionar el socialismo. ¿Qué socialismo? ¿Cómo es el socialismo? Es una respuesta que no la hay en ningún manual, los manuales se acabaron, sencillamente.
 El grave problema es que el mundo del capitalismo, el mundo que existe hoy, no quiere que nosotros avancemos. Aunque existe, claro está, una gran solidaridad internacional. Pero el mundo del poder está dispuesto a arrasar con Cuba y tratar de impedir que nosotros avancemos. Y de hecho desde hace muchos años decretó que nosotros íbamos a morir, que íbamos a desaparecer como estado alternativo. Yo creo en el socialismo como única alternativa a la sociedad contemporánea, y creo en la capacidad del pueblo cubano unida a la de todos los que son solidarios con Cuba para que dentro de unos diez o quince años tengamos una Cuba mucho más desarrollada y más socialista.
- Uno de los temas que abordáis en la revista que diriges, «La Calle del Medio», es el de la penetración de los valores capitalistas en la sociedad cubana, como el consumismo.
- Ninguna sociedad puede impedir la cultura oficial global, que no es precisamente la que emana de un gobierno revolucionario. El gobierno revolucionario lo que crea es un espacio contracultural, que apenas intenta poner ciertas barreras a esa cultura oficial global que es la del capitalismo y la del consumo. Pero esa cultura entra. Entra a través de la televisión, de los seriales, del cine, del imaginario, del turismo, de los mitos del deporte, del modo de vida... que tanto se recalca en ese sistema cultural capitalista, que tiene como base del triunfo no los méritos sino la cantidad de dinero
que se obtiene.
 No se trata de aislarnos del mundo, ya que vamos a estar cada vez más integrados. Pero tenemos una ventaja fundamental, y es que la población tiene un mínimo de noveno grado. Que existen decenas de miles de graduados universitarios y eso nos da la posibilidad de discutir con una población que tiene un nivel de instrucción alto, que tiene la capacidad de llegar a sus propias conclusiones. Esa es una ventaja que tenemos y que no tienen muchos países en América Latina.
- Este año se celebró el VII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, con importantes
conclusiones. ¿Qué papel tienen artistas e intelectuales en el actual proceso de transformaciones?
- Tenemos sobre todo el derecho de participar en ese debate a nivel nacional. Pero es un derecho que yo quiero circunscribir a nuestro carácter de ciudadanos, es decir, no a una condición especial. Nosotros somos partícipes de esa realidad y nos da derecho a ser críticos con ella, a estar insertados con nuestra propia participación. El pensador revolucionario no puede ser nunca un pensador de gabinete. Los libros te dan una cultura general necesaria, información, pero parte de la información viene por otra vía, por las emociones, sentimientos, para comprender a los demás a partir de estar en el lugar de los demás. Y ese estar en el lugar de los demás no se adquiere en los gabinetes de estudio, sino te obliga a participar en los trabajos voluntarios, a vivir la cotidianidad con todos. El mundo del pensamiento en Cuba vive así. Esa es una ventaja que tiene el pensador de un país en revolución.
- Tú participas también en la labor contrainformativa, o de información alternativa, de algunos medios en Internet. ¿Cómo ves la salud de los llamados medios alternativos?
- Por suerte existen medios alternativos. Por suerte hemos encontrado al menos un espacio donde podemos expresarnos, un espacio que cada vez es más visitado, que cada vez más gente tiene necesidad de consultar. Yo creo que la gente está harta de la información que recibe cotidianamente. Lamentablemente, estamos hablando de un grupo de gente con un nivel de conciencia, estamos hablando de un grupo de gente que al menos sabe que no sabe. El problema es que la inmensa mayoría de las personas de este mundo no sabe absolutamente nada y cree que sabe, porque confía, ha depositado toda su confianza en los medios y sencillamente vive engañada, entre otras cosas porque le resulta más fácil, le evita dolores de cabeza. Confía en esos medios. Busca en el periódico quiénes son los malos, quiénes los buenos; el periódico le dice que los malos son éstos y los buenos son éstos, y sale a la calle con esa firme convicción. Es una persona buena, no es una persona de malos sentimientos, de verdad quisiera estar del lado de los verdaderos buenos, pero es manipulado de una manera brutal.
 Cada día habrá un número mayor de personas que se informen por los medios alterativos. Ese es el entorno de la batalla que libramos y el papel que juegan los medios alternativos.
- Hablemos del bloqueo mediático. ¿Qué aspectos son los que más te indignan de lo que escuchas o
lees sobre Cuba en los grandes medios?
- No podemos hablar de prensa independiente, por ejemplo, cuando el Grupo Prisa pone a circular información en perfecta concordancia con el enfoque del gobierno de Estados Unidos o el gobierno de España. Tanto la prensa como los gobiernos están en dependencia del gran capital, que establece pautas con respecto a Cuba. Esta prensa ha estado en estos últimos cinco o seis años insistiendo en el momento en que Fidel no esté.
 Cualquier cubano que habla con un extranjero, por ejemplo español, es preguntado de forma insultante: “¿Va a ser una transición pacífica como la que hubo en España o va a ser una transición violenta?” Mi respuesta es: “¿Por qué tiene que haber una transición?, ¿Qué transición hubo en España?” Porque entre la política económica de Franco y la política económica de los gobiernos que le han sucedido no hay ninguna diferencia, es decir, hubo una continuidad absoluta entre Franco y los restantes gobiernos.
 Un buen día amaneció Fidel enfermo y con una proclama que declaraba que hacía un traspaso momentáneo del poder y después, en definitiva, se ha consolidado ese traspaso y no ha habido ninguna transición en Cuba. La prensa crea una gran expectativa con la transición con dos objetivos: primero, para intentar producir una presión sobre Cuba, y segundo, porque, al no tener resultado, el público, de manera irracional, se levanta todas las mañanas a ver qué dicen los periódicos de Prisa, u otros medios, y se siente defraudado porque Cuba no ha aprovechado la posibilidad de ser como ellos. Esa frase de “ser como nosotros” la escuché al presidente del gobierno español, que en un momento dijo: “mi aspiración es que Cuba llegue a ser una sociedad como la nuestra”.

 

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