Por Orlando Cruz Capote.- La nación, el racismo y la discriminación racial en la historia de Cuba y en la contemporaneidad. ¿Otra batalla ideológica-cultural? Ira Parte.

Cuando en la Cuba actual se debate y polemiza acerca de la necesidad de investigar y estudiar sobre el problema racial, como consecuencia de la presencia y vigencia -no solo por atavismos ancestrales provenientes de la colonia y la neocolonia- de ciertas conductas racistas y discriminatorias hacia la raza negra en el seno de la sociedad, podemos hacernos las siguientes interrogantes:


¿ello es parte además de una moda intelectual internacional que se nos indica desde una agenda exterior, específicamente, a partir del auge y repercusión de los “estudios poscoloniales”, los “estudios de alteridad” y los subalternos”?; ¿es consecuencia directa e indirecta de los impactos de los discursos post que aún subsisten en la teoría filosófica-política, económica-sociológica y psicológica social, así como de otras disciplinas científicas y saberes, acerca de la crisis de las identidades-diversidades societales, el denominado fracaso del Estado nación moderno y las contradicciones socioclasistas devaluadas?; ¿o acaso esa eclosión académica y sociopolítica de la problemática identitaria-social y racial, iniciada desde mediados y finales de los años 90 del pasado siglo y que continúa con mayor fuerza en este milenio, corresponde a un inadecuado o insuficiente tratamiento -subestimación y olvido casual o seudo-intencionado-, por parte de algunas ciencias sociales en ciertos períodos de la historia de la nación?; ¿o es resultado de algunas subvaloraciones o inadecuadas implantaciones de la política social y cultural de la Revolución Cubana, basadas en la igualdad y equidad, y a pesar de todo lo alcanzado en este campo a través de estos cincuenta años de proceso transformador?; ¿es motivada por los conflictos de valores en la sociedad cubana actual que se agravaron luego del derrumbe del paradigma y referente histórico del socialismo este-europeo y de la Unión Soviética, y su correlato inmediato que constituyó la crisis económica y social en la Isla, recrudecida por la agresiva política oportunista estadounidense, más la dominación y hegemonía omnímoda del capitalismo-imperialista a nivel planetario?; ¿es acaso también un semi-olvido de las izquierdas en general, que subestimaron en cierto sentido esa problemática a lo interno de sus sociedades?; ¿es tan real su existencia y dimensión en un país en el cual más del 50% de sus habitantes son negros, mulatos o mestizos y un porciento mayor frutos cercanos y lejanos de la hibridación social, racial, religiosa y cultural, aunque no aparezcan así reflejados en los censos de población efectuados?; ¿existe un peligro previsible para la Identidad Nacional y Cultural cubanas por la persistencia de los prejuicios racistas y las formas más sutiles de la discriminación racial?

Las múltiples preguntas y preocupaciones pueden sucederse in crescendo y convalidar su realidad a través de los resultados de las investigaciones eruditas y de la propia vida cotidiana, por observación, inducción/deducción, análisis y síntesis, por estudios de historias comparada en el tiempo, y porque todas esas percepciones e interpretaciones poseen una lógica racional auténtica y legítima que no pueden ser obviadas y, mucho menos, minimizadas.

Cuando el debate es a lo interno de la Isla, las preocupaciones son válidas si entre los diferentes interlocutores existe una proyección estratégica común, patriótica, revolucionaria y socialista básicas, y no hay segundas intenciones en las propuestas. No todos los caminos de la polémica son acertados si, por ejemplo, se pretende imponer una visión tremendista y extremista, que de todas formas podremos escuchar y dialogar con ella. Las reivindicaciones no se ganan si a las problemáticas reales, en cualquier dimensión cuantitativa y cualitativa, se le añaden premisas de solución que sólo tengan que ver con el más frío análisis positivista que significa una relectura histórica-política y cultural, así como sociológica, económica y psicológica, entre otros conocimientos y saberes, que solo aborden este problema desde el empirismo “teórico”, que más tiene que ver con una instrumentalización del pragmatismo y el utilitarismo en la interpretación de la esencia del fenómeno, con sus mediaciones, y las posibles transformaciones hacia una salida positiva. Cualquier abandono de la complejidad del análisis sería errada.


Los tiempos para las catarsis ya pasaron, aunque algunos tienen derecho a hacerla si estiman que deben y pueden. Sin embargo, en la actualidad se han generado distintos espacios dentro de la sociedad civil y política para discutir el asunto con mesura pero profundidad, se han creado y continúan surgiendo comisiones a distintos niveles y se discute el problema racial-discriminatorio en diversos congresos de las organizaciones y asociaciones sociales para que todos aporten sus diferentes puntos de vista para hallarle solución a corto, pero sobre todo a largo plazo, en un marco político y jurídico adecuado, que puede profundizarse.


Para un debate serio, en las ciencias sociales o humanísticas y, hasta en la política diaria, de mediano y largo alcance, no basta con ejemplificar a través de censos, números que muestran desequilibrios entre blancos y negros -y mestizos- en cargos públicos de primer nivel, errores históricos y enumeración de políticas inadecuadas o no correctamente implementadas, sino de estudiar con cierto detenimiento las causas del problema, sus diversas manifestaciones y su emergencia-repercusión en la contemporaneidad.


Si esta polémica-debate que resurge por una necesidad interna y el reconocimiento de que nuestro país es una nación uniétnica, pluriracial y multicultural, y que la heterogeneidad y diversidad de identidades colectivas e individuales en el cuerpo societal son múltiples, por lo que deben tener espacios de representación y actuación como cubanos, repetimos, si a este debate legítimo interno se suman otros individuos y colectivos con malaintenciones desde el exterior y el interior del país, con vistas “a pescar en río revuelto” y brindar visiones apocalípticas, debemos brindar otra tonalidad a las discusiones. Porque si el problema es cubano -como decía Nicolás Guillén, en “el problema negro en Cuba es el problema del blanco”-, no debemos dejar intersticios para que, por ejemplo, desde el Miami contrarrevolucionario se levanten voces que, además, de manipular el tema y distorsionar la historia, encuentren ese protagonismo de los sietemesinos que poco tienen que aportar a los asuntos internos de nuestra Revolución y Nación.


Y cuando advertimos desde Miami u otras zonas eurocéntricas del planeta, no lo realizamos como una homogeneidad de colectivos e individuos, con las mismos posicionamientos científicos e ideopolíticos. Hay mucha gente seria trabajando y estudiando, pensando e investigando para que no hagamos distinciones. Existen incluso investigadores en la Florida y en otras universidades norteamericanas que han realizado aportes al estudio de los problemas raciales en Cuba, entre otros temas históricos de interés. Pero resulta difícil imaginar que algunos de los que escriben profusamente sobre esta temática en el exterior sin rigurosidad y profundidad, sean de piel negra, blanca o amarilla, no obstante conocer que estudiaron y se formaron en universidades cubanas después del triunfo revolucionario y también integraron parte de un profesorado que impartía clases de filosofía e historia. O sea, eran ¿o no? personas inteligentes, aplicadas y muy capaces en sus disciplinas científicas. Sin embargo, valdría preguntarse si los y lo que hoy escriben, lo realizan desde una herida socio-racista extralimitada ex-profeso o son individuos que reciben un salario para que se incorporen a las discusiones con seudo-doctrinas y opiniones políticas que no dejan lugar a dudas.


Conozco a uno de ellos, que cuando llegó al “gran país de la libertad, la democracia y los derechos humanos”, los Estados Unidos de América, sufrió la doble discriminación por ser negro y marxista -esto último, por lo menos de formación pero no de convicción-, y tuvo que hacer mucho esfuerzo, tradúzcase bajar la cabeza y humillarse, para hacerse converso y llegar a hablar y escribir lo que querían, ocupando una plaza en los periódicos del mal llamado exilio político cubano, verdadera emigración económica en su gran mayoría, aunque silenciosa, que se ha visto aventajada y apuntalada por la Ley de Ajuste Cubano, aprobada en 1966, por lo que también existe una minoría políticamente contra-cubana y anticomunista en esencia. Esa industria anticubana, que gustan llamar anticastrista, es una verdadera pepita de oro, que les reporta múltiples ganancias, ya sea a través del pago directo e indirecto que les llega a sus manos por los caminos del salario, del desvío y la corrupción de las agencias oficiales y encubiertas que se dedican a sufragar todo lo que sirva para subvertir la realidad cubana. Quizás algunos lectores imaginen que todo lo estoy inventando y exagerando, pero pueden leer los constantes fraudes, robos y malversaciones del dinero de la USAID, de la Fundación Nacional Cubano-Americana y otras agrupaciones apartidas y agencias de “ayuda para la democratización cubana”, publicados recientemente en los propios EE.UU., para dar fe de ellos.


Por si fuera poco, un traidor miembro en esa emigración, hace poco menos de un mes acusaba a los americanos-cubanos -me gusta llamarles así, porque ponen siempre los intereses de los grupos de poder estadounidenses primero y porque ya no son nada cubanos- de fomentar el voto en contra del recién elegido presidente de los EE.UU., Barack Obama, por el simple hecho de ser negro y advertía, el susodicho desertor, que esos “arios” tropicalizados tenían de “congo y carabalí”, mucho más de lo que ellos, imaginariamente, se habían pensado y casualmente olvidado. El estar inmersos en ese contexto conservador, ultracontrarrevolucionario -no solo contra Cuba, sino contra las mejores tradiciones democráticas y progresistas estadounidenses-, racista, segregacionista y ser reaccionarios en el sentido más amplio del humanismo, más abstracto o más concreto históricamente, los ha extraviado, lamentablemente, en los laberintos de la historia de la humanidad. Los otros, los elaboradores del discurso intelectualoide, aunque basen sus argumentaciones en partes de la verdad, nunca hallarán su verdadero sentido de la vida. Serán in eternum egoístas, individualistas, envidiosos y ambiciosos: en resumen hombres malos, sin ética y moral. Si ya traicionaron una vez, lo harán miles de veces.


El tema sobre el problema racial, sin embargo, no es tan novedoso aunque si de una necesaria profundización para un grupo de investigadores cubanos de varias instituciones, así como desde dentro y fuera de la academia. Están tan desfasados estos paracaidistas intelectualoides contrarrevolucionarios de variada especie, que obvian que hace más de una década distintas publicaciones cubanas han hecho público esta problemática: editoriales con libros, folletos, etc., y revistas con artículos, todas muy diversas en sus enfoques y abordajes sobre la temática.


Dentro de ese gran grupo de personas trabajando en la problemática, hace solamente un año, el proyecto de pensamiento cubano del Instituto de Filosofía (1), culminó una investigación de tres años acerca de lo publicado en Cuba entre 1989 y el 2005, sobre la Identidad Nacional, en la cual emergió como necesidad de la propia pesquisa e indagación la problemática racial, la sociedad civil, la vida cotidiana, la religión y su contextualización teórico-filosófica y política en el plano regional e internacional. Algunos de los resultados a los cuales arribamos fueron que: la Identidad Nacional es el resultado de una construcción social y cultural, históricamente condicionada, o sea algo nunca totalmente acabada, construida o determinada a priori, en un tiempo único, aunque con hitos fundamentales; que es el producto de las relaciones entre los diversos actores sociales a través del espacio-tiempo. Por lo tanto, constituye el carácter social de un pueblo, y no es un componente finiquitado de la realidad, sino un proceso en permanente construcción y deconstrucción de representaciones, generadas por la acción combinada de las estructuras y de las prácticas de los actores sociales. Asimismo se concluyó que en la contemporaneidad, la Identidad Nacional, no sólo en Cuba, está siendo cuestionada en sus posibilidades de ser el núcleo esencial, capaz de fungir como sustrato orientador frente a la inconmensurabilidad de cambios amenazadores, provenientes tanto del exterior -el sistema-mundo capitalista, ahora transnacionalizado y neoliberal- como desde el interior de los cuerpos societarios modernos. Todo ello refuerza la afirmación que “[...] La identidad sólo se torna una cuestión cuando está en crisis, cuando algo que se supone como fijo, coherente y estable es dislocado por la experiencia de la duda y la incertidumbre”. (2)


Es lo que la escritora y pensadora española María Zambrano solía también expresar, pero en otro sentido, al advertir que una catástrofe sólo es verdaderamente catastrófica si de ella no se desprende algo que la rescata, algo que la sobrepasa. Unido a ello se hizo hecho hincapié en la índole dinámica-conflictiva y tensional de la cuestión identitaria, particularmente en regiones como America Latina y el Caribe, intervinculadas a la realidad cubana, en la que están coincidiendo una hibridación entre formas e instituciones tradicionales y manifestaciones socioculturales (post)-modernas o modernas tardías, como algunos la han llamado, en virtud de la diversificación de interacciones transnacionales, e incluso del resurgimiento de lo Hispanoamericano, así como de los variados intentos de integración regional, en los que algunos Estado naciones están configurándose como potencias emergentes y actores significativos. A la dificultad para conformar identidades densas nacionales y regionales -fuertes y resistentes- se une la existencia de una pluralidad de medios de identificación antes homogeneizados por la política o por sistemas holísticos de creencias que, a la vez, se acrecientan como entes atomizados y desvinculados. A la ola de homogeneización se une, paradójicamente, la avalancha desintegrativa y fragmentadora, como partes de la misma estrategia y táctica del Sistema de Dominación Múltiple del Capital.


Distinguimos que, en el caso cubano, la raigal Cultura Nacional incluyendo las mejores tradiciones políticas, patrióticas y revolucionarias de todos los tiempos, se convirtió en un factor esencial de la resistencia popular patriótica y antiimperialista, latinoamericanista, solidaria e internacionalista, así como en el valladar ético más importante para la salvaguarda de la Identidad Nacional, la Independencia y Soberanía Nacional, la Nación, el Estado- Nación Popular y Socialista cubano. En estos difíciles años de Período Especial en Tiempos de Paz, consecuencia del derrumbe del paradigma socialista de Europa del Este y la Unión Soviética, el Comandante en Jefe Fidel Castro resumió, en una frase, una posibilidad de re-construir y ayudar a la salvación de la Independencia, Nación y el Socialismo cubano, como un todo indisoluble: “Una revolución solo puede ser hija de la cultura y las ideas”. (3) A su vez, el papel activo que tiene el sujeto social histórico-concreto, individual y colectivo, en la construcción del imaginario simbólico que lo rodea, hace que la identidad lejos de ser un concepto que dé cuenta de una realidad homogénea y unívoca, refleje la heterogeneidad y los conflictos sociales tales como los étnicos, raciales y clasistas, los de géneros, los sexuales, gays, generacionales y familiares, así como de las diversidades identidades grupales, sectoriales, y de todos los segmentos y estratos sociales que existen en una sociedad.


Desde lo más complejo, la Identidad Nacional del sujeto individual y colectivo ha empezado a entenderse como subjetividad compartida que se auto-crea constantemente, producto de las interacciones diversas en contextos también diversos, móviles, y hasta virtuales, en un rejuego de vivencias y experiencias personales y colectivas, definitorias y trascendentes, memorables y formativas, pero también efímeras y emergentes, transitorias y casuales, inconscientes, desestabilizadoras y transformativas, marcadas todas por las particularidades individuales, y las diversidades culturales, sociales e históricas. Y ello es también el resultado de una dinámica singular de adaptación y cambio para la búsqueda individual del equilibrio con el cambiante entorno natural y social y con nosotros mismos: Pero, visualizado e interpretado desde la apertura, la auto-transformación, la creatividad y la relatividad del propio conocimiento que se da a través del dialogo, la comunicación y el intercambio, a veces muy contradictorio, para lograr el acuerdo y el compromiso con los otros, que supone la realización de nuestra propia libertad de elección y autonomía personal relativa. Aunque, lo más importante a los efectos de la investigación es la definición de la Identidad Nacional y su comprensión como construcción social-cultural, aunque tiene puntos nodales esenciales que permite hablar de conformación y consolidación. Entendiéndose por ello la “representación” que tiene el sujeto”, de lo que entiende como la construcción de una representación de sí, por lo cual la identidad de los pueblos remite constantemente a su cultura, como sistema de creencias, actitudes y comportamientos que le son comunicados a cada miembro del grupo por su pertenencia a tal; siendo un modo de sentir, de comprender y actuar en el mundo y en formas de vida compartidas, que se expresan en instituciones, comportamientos regulados, artefactos, objetos artísticos, saberes transmitidos, es “la representación del sí mismo colectivo”, los mitos y la memoria colectiva que alimentan sentimientos compartidos por la colectividad nacional.


Todo el proceso de Identidad Nacional se produjo entonces, en el presente como en el pasado, como en la necesaria búsqueda de una utopía, de un ideal siempre por alcanzar, de un sueño “imposible” pero realizable, sujeto a permanente perfeccionamiento y renovación. Esta percepción de que, lo que existe nunca está completamente conquistado y, por eso, urge revitalizarlo con superiores metas originales y creativas, hace del proceso cubano de conformación de la Identidad Nacional de un dinamismo singular. Y este desarrollo a lo largo de la historia, en esencia dialéctico, no renuncia a los pilares básicos de sus mejores tradiciones históricas revolucionarias, sino que las refuerza. Ese discursar y la propia realidad, cotidiana y trascendente, es por sobre todas las esencias y fenómenos, emancipatoria y ética-revolucionaria, rechazando al conservadurismo quietista y evolutivo de cualquier fuerza y movimiento social e ideopolítico, lo que ha hecho reafirmar al politólogo Fernando Martínez Heredia, que en Cuba “[...] esta específica nación surja no sólo como plasmación de realidades preexistentes sino como sobre todo como un proyecto”” (4) que, a su vez, es corroborado por otra investigadora cuando expresa “[...] Nuestra conciencia de Nación por razones históricas y culturales, es más expectativa de liberación que consagración del orden, más horizonte e invención que tranquilizadora y pesante estructura.” (5) Un año más tarde, en 1996, el poeta e intelectual Cintio Vitier escribía, en su ya prolifera obra ensayística, “[...] Lo que mejor nos identifica, pues, nuestra más creadora identidad, no puede ser únicamente un catálogo de “logros”, de realizaciones, de paradigmas. Sin desdeñarlos, la identidad está más cerca de la utopía que de la consagración. La identidad no es un hecho consumado”. (5) Y por su parte, el filósofo e historiador Eduardo Torres Cueva planteó que “[...] lo esencial de la definición de la cubanidad es el resultado de fases y etapas diversas en la formación de un pueblo. Ese fondo profundo que condiciona actitudes, aspiraciones, sentimientos, modos de ser y de vivir, y sobre todo, esa compleja amalgama que conforma lo más profundo de la mentalidad cubana. Profana, libérrima, alegre, fuerte, y siempre situada en el límite de todos los límites. En la necesidad de ser y en la obligación de buscar su deber ser, porque de lo contrario podría sería su no ser”. (7)


Teniendo en cuenta entonces este marco teórico conceptual y su análisis histórico en el espacio-tiempo, se debe enfocar el estudio partiendo de que la Identidad Nacional es una construcción social-cultural, compleja, contradictoria, dinámica y abierta, de creación objetivo-subjetiva no lineal y que ha variado históricamente, recomponiéndose constantemente y que, de hecho, ha atravesado en Cuba por distintas etapas, reelaboraciones, estancamientos relativos, retrocesos y avances, en tanto ha sido un proceso en permanente crisis, desequilibrio y reajuste. La Identidad, según la psicóloga Carolina de la Torre, “[...] es una necesidad cognitiva, práctica y existencial, tanto en lo que se refiere (a lo que se es y) a poder ser, conocernos y hacernos a nosotros mismos (poder construir y expresar nuestra identidad individual, que es social, y nacional-cultural), como en lo vinculado a nuestras afiliaciones y pertenencias (poder participar con otros en la asimilación creativa, desarrollo y construcción de identidades colectivas, que son también personales). Asimismo, es una necesidad cognitiva, práctica y existencial en lo relacionado con la interpretación, conocimiento y construcción del mundo que nos rodea”. (8)


Si a ello añadimos que, entre los resultados ya demostrados y demostrables, es relevante y trascendente la conclusión de que las razas humanas tienen un origen común (9) y no son más que variedades biológicas muy similares de una sola especie: el ser humano, que evolucionó en millones de años, a partir de los grandes y desarrollados antropoides; y que las diferencias de razas son las que existen entre grandes grupos de personas, las cuales dependen de sus particularidades biológicas, constitución hereditaria, los condicionamientos geográficos, el influjo del medio ambiente y la adaptación del ser humano a esas condiciones naturales: el clima con su calor intenso, temperaturas más cálidas y frío excesivo, las tierras fértiles, áridas y desérticas, aunadas a la abundancia o limitaciones del agua, así como a las condiciones sociales, históricas y culturales de su evolución y desarrollo. Aunque es cierto que algunas de las razas se han expandido más rápidamente, otras con mayor lentitud y, aquellas más pequeñas, aisladas y subsumidas por otras, fueron mezclándose y desapareciendo a lo largo del devenir histórico, proceso que continúa en nuestros días. Las no similitudes biológicas son muy perceptibles, aunque son de importancia secundaria, tales como las facciones de la cara, los labios, la nariz y los ojos, en que cada uno de ellos pueden variar en el volumen o carnosidad, la forma rectilínea o achatada, por el tamaño, la forma y el color, respectivamente. Además, están también referidas a la pigmentación de la piel, carácter de la vellosidad en la cara y el cuerpo, una línea especial en el párpado o la carencia de ella, la longitud del cuerpo y las proporciones de sus partes, detalles de la forma craneal, etc., ello incluye sus peculiaridades morfológicas, fisiológicas y psíquicas, pero todas han estado condicionadas sociohistórica y culturalmente. Entre los antropólogos y etnólogos, entre otros, no existe unanimidad acerca de la cantidad de razas en que se divide la población de nuestro planeta, aunque existe una generalización que advierte tres grandes razas: amarilla, negra y blanca y, en los trabajos científicos, se mencionan tres troncos raciales fundamentales: mongoloide, ecuatorial / negroide y, europoide (caucásica), aunque no se descartan las ya mencionadas razas pequeñas o de menor cuantía. Otros estudiosos han dividido esos troncos raciales en: 1.- negroide-australoide, o afro-oceánica ecuatorial; 2.- europoide o euroasiática (caucásica); y 3.- mongoloide o asiático-americana. Pero una conclusión básica radica en que existe, desde el propio surgimiento del Homo Sapiens, una enorme población mestiza que niega rotundamente el concepto de una “raza pura” como consecuencia de los cruzamientos sexuales, el intercambio de culturas, el resultado de los procesos migratorios, los enfrentamientos violentos entre los primeros grupos humanos, que trae como resultados que los vencidos se incorporen pacífica o violentamente a los vencedores, etc., y, reafirma la tesis, de que el proceso biológico no es inmutable, ni está estancado en su desarrollo.


Las últimas investigaciones sobre el Genoma Humano han desbaratado las teorías de una heterogeneidad genética esencial, cuando demostró que todas las razas humanas son portadoras de los mismos genes fundamentales del ADN. La aparición de restos humanoides en el Sur de Africa, considerados los más antiguos encontrados hasta la actualidad, viene a confirmar que Europa no fue la única génesis de la especie humana. El estudio actualizado de los mapas geológicos del planeta Tierra, a través de medios técnico-científicos más sofisticados y eficientes comprueban la unicidad, en un tiempo, de grandes porciones de tierras que, más tarde, se separaron entre sí, con el consiguiente surgimiento y desaparición de islas y continentes, lo que puede haber motivado la separación natural de territorios y de las grupos humanos-razas en un inicio, o en su contrario, su unión. Igualmente, los resultados de las búsquedas arqueológicas, unidas a los análisis etnologicos, históricos y de otras disciplinas y saberes científicos demuestran que las migraciones, desde las épocas más remotas de la vida humana, fue una condición sine qua non para la supervivencia de los diferentes grupos humanos. Los hallazgos de instrumentos de labor, formas de vivir, vestimenta, costumbres, bailes y creencias religiosas, bastante coincidentes en muchas culturas, evidencia que entre las diversas razas y grupos homínidos, hubo intercambios, vínculos y forma de coexistir, a pesar de los asimétricos procesos civilizatorios ocurridos en el tiempo y el espacio.


Notas bibliográficas y referencias:

(1) MsC. Alejandro Sebazco, Dr. Orlando Cruz, Lic. Reynier Abreu, Lic. José Aróstegui, Lic. Wilder Pérez y la Lic. Dania Leyva “La problemática de la Identidad Nacional. 1989-2005”, en Revista Cubana de Filosofía, en formato digital, mayo-septiembre de 2008, www.filosofia.cu

(2) Mercer Kobena Welcome to the jungle: identity and diversity in postmodern politics, Rutherford (ed.), Identity: culture, communit y and difference, Lawrence and Wishart, London, 1990, p. 51.

(3) Fidel Castro Ruz Discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, el 3 de febrero de 1999, Editora Política, La Habana, 1999, p. 7.

(4) Fernando M. Heredia Nación y Sociedad en Cuba, Contracorriente, No. 2, La Habana, 1995, p. 27.

(5) Magaly Muguercia “Parecen blanca y la estrategias “nacionalizadoras”, La Gaceta de Cuba, No. 3, La Habana, 1995, p. 21.

(6) Cintio Vitier La identidad como espiral, La Gaceta de Cuba, No. 1, Ene-Feb, La Habana, 1996, p. 24.

(7) Eduardo Torres Cueva En busca de la cubanidad, (II), en Debates Americanos, No. 3, enero-junio, La Habana, 1997, p. 10

(8) Carolina de la Torre Las Identidades. Una mirada desde la psicología, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2001, p. 34.

(9) Algunas teorías biológicas y antropológicas asumen que el origen de la especie humana procede de antepasados completamente distintos, es decir poligenéticos.

(9) Charles Darwin lo explica fehacientemente en su obra cumbre “El origen de las especies” (1859) y Federico Engels lo retoma en su folleto, “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, en Carlos Marx y Federico Engels Obras Escogidas, en un tomo, Editorial Progreso, Moscú, s/f., pp. 371-382.


*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba

 

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