Roberto Fernández García - Cubainformación.- “De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”, reza un sabio  proverbio bíblico cuya  razón la vida ha demostrado más de una vez a lo largo de  milenios.


Pero aún  después de tantísimo tiempo, con demasiada frecuencia los  hombres lo  desconocemos y cometemos errores muchas veces  imperdonables; empezando por la madre joven e inexperta que, por puro amor y con la sana intención de darle lo  mejor a su hijo, lo consiente y sobreprotege, en la  errónea creencia de que con  tal actitud lo beneficia y hará que, en el futuro, el  niño sea un feliz hombre  de bien. Pero, a la larga, la realidad le demostrará que  habrá logrado un  resultado inversamente proporcional; con la agravante de que, para entonces,  reconocer el error no valdrá de nada, pues la  rectificación será imposible, y el  daño, irreversible. Pero semejante equivocación no sólo ocurre con las madres jóvenes, como es el caso del ejemplo hipotético anteriormente expuesto. También ha ocurrido en repetidas ocasiones con la aplicación y puesta en práctica de  importantes proyectos socio-económicos, en los que el idealismo, la utopía, el entusiasmo propio de los mejores deseos, la inexperiencia, la prisa por alcanzar la meta en el menor tiempo posible y, a veces, el empecinamiento y hasta el capricho (ambos de buena fe, al creernos dueños de la razón que los demás no ven), han hecho creer a los pueblos y, sobe todo a algunos líderes, que sus posibilidades  estaban muy por encima de la realidad. Pero, al pasar el tiempo –ese juez inexorable que no perdona las equivocaciones – la vida se ha encargado entonces de demostrar cuán lejos estaban los propósitos humanos, de las posibilidades  para alcanzarlos. Para entonces lo único razonable debería ser reconocer los errores iniciales y rectificar los planes idealistas, ajustándolos a la realidad, siempre y cuando se esté aun a tiempo para aplicar tal rectificación; pues muchas veces ha ocurrido –y puede ocurrir en el presente – que, al momento de reconocer la equivocación, pudiera ser demasiado tarde para corregir el rumbo. Otras veces ocurre que no siempre tiene lugar el reconocimiento del error, y se apela a una política triunfalista y caprichosa, carente de toda lógica y de perspectivas, pudiendo así correr el riesgo de comprometer el futuro de todo un pueblo, y estancarlo en un callejón sin salida durante nadie sabe cuánto tiempo.   
 
En Cuba, desde los tiempos de las luchas independentistas contra el colonialismo español, ya había tomado cuerpo la idea martiana de crear una república con todos y para el bien de todos, en la que imperara la justicia social, y todos los ciudadanos tuvieran similares posibilidades; ideales estos que, como bien sabemos todos, fueron frustrados, primero por la intervención militar norteamericana en la última Guerra Hispano-Cubana y, al término de la ocupación militar norteamericana en 1902, por la cadena de gobiernos corruptos y entreguistas que se sucedieron durante los interminables años de la república de chambelonas y tiburones que sufrió el país por casi sesenta años, hasta el triunfo revolucionario de enero de 1959. Pero parece ser que aquel sentimiento de frustración profundamente arraigado, que permanecía latente en el subconsciente del pueblo cubano por saberse engañado después de tantos años de guerras, sacrificios e injusticias, con el advenimiento de la Revolución se transformó de pronto en una necesidad irrefrenable de recuperar el tiempo perdido, y a tenor con esa lógica sed de justicia y de derechos que pugnaba por estallar en la población, el Gobierno Revolucionario no vaciló en satisfacerlas, muchas veces con creces. Fue entonces que desde el mismo triunfo revolucionario comenzó entre nosotros el otorgamiento de derechos jamás soñados a un pueblo que nunca los había tenido en realidad, y, como ocurre casi siempre en los casos de revoluciones populares, fueron incontables los casos en los que se otorgaron derechos y se repartieron beneficios que, a veces, resultaban inmerecidos, algunos de los cuales más tarde llegaron a establecerse en leyes, o simplemente con el paso del tiempo los oficializó la costumbre, que generalmente tiene más fuerza que la ley misma. Así comenzó a enraizarse inicialmente el bien conocido paternalismo, que con el decursar de algunos años devino en la cadena de gratuidades, regalías y subsidios, frecuentemente innecesarios, ilógicos e inmerecidos, que en gran medida contribuyeron a lastrar, hasta hoy, la economía del país a un costo impagable, tanto en lo económico como en lo educativo y lo ideológico.
 
A nuestro juicio, tal práctica estuvo asociada a los tres supuestos aportes criollos a la teoría marxista acerca de la edificación socialista y comunista, referidos en trabajos anteriores: A saber, el primero de éstos estuvo presente en la decisión de construir el socialismo en un país subdesarrollado sin haber agotado la fase capitalista; el segundo, en que los cubanos podríamos edificar al mismo tiempo el socialismo y el comunismo, sin siquiera haber rebasado el período de transición del capitalismo al socialismo, y, de esa manera ahorrarnos un tiempo precioso, pues se suponía que arribaríamos mucho antes a la meta soñada; pero nadie se percató que tal meta no sería posible sin que antes hubiera sido creada la base económica de la nueva formación económico-social, que es la que posibilita el surgimiento de la forma de conciencia social correspondiente e la misma. Y el tercer supuesto aporte criollo fue la falsa teoría que hasta ahora ha sustentado la práctica de sustituir el principio marxista de distribución socialista, “De cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, basado en el estímulo material como motor impulsor de la productividad, la calidad del trabajo, la innovación y la inventiva, por el salario fijo para todos por igual, tanto para el que produzca mucho y bien, como para el que lo hace menos y mal; con la única distinción de que el que produce mucho y bien es recompensado por los estímulos morales, convertidos éstos en pretendida fuerza principal para impulsar la producción, aparentemente engrandecidos los mismos por la propaganda oficial, en un largo intento por imponer
 valores morales prefabricados, que a la larga se han convertido en slogans y dogmas rutinarios y vacíos, carentes de un verdadero sentido ético y axiológico, y que, lejos de lo deseado, han llevado a una enorme cantidad de gente a la simulación, la hipocresía, la adulación y el oportunismo, vías estas que, en no pocos casos, han conducido al camino de la corrupción moral, al lucro a costas del pueblo y al enriquecimiento; incluso, a la traición política.
 
Al mismo tiempo, el sano propósito de construir una sociedad superior, justa, con similares oportunidades para todos, sin vestigios de capitalismo capaces de contaminarla, ajena a los errores –reales o no-  cometidos por otros, hizo que llegáramos a creer, desde el principio mismo, que la vía correcta para llegar lo antes posible a la ansiada meta del socialismo y el comunismo, era la intervención por parte del estado revolucionario, de golpe y porrazo, no sólo de los medios fundamentales de producción como era lógico y necesario, sino además, de todos los negocios medianos y pequeños que, como ya he dicho en trabajos anteriores y no me canso de repetir, aseguraban desde tiempos inmemoriales la producción, el abastecimiento, la distribución, el transporte y la comercialización de todo un universo de pequeñas cosas que la gente común necesita todos los días para vivir, y las sigue necesitando hasta hoy, lo que constituía, además, una formidable fuente de empleo, de sustitución de importaciones y de abastecimiento del mercado interno. Se creyó entonces, y de muy buena fe por cierto que, con tal medida, se estaban socializando los medios de producción, condición ésta, como sabemos, indispensable para el paso al socialismo; cuando realmente lo que se estaba era estatalizando la propiedad de todos los medios de producción, ya fueran éstos fundamentales o no. Para mantener funcionando a duras penas la totalidad de aquellos medios de producción y los servicios no fundamentales de todo tipo del país, históricamente dirigidos, administrados, operados y controlados por sus propios dueños (pequeños propietarios que, por lo general, trabajaban ellos mismos junto a toda la familia en la empresa, durante más horas que el más modesto de los empleados) fue necesario crear ese enorme aparato burocrático ya antes mencionado,  que subsiste hasta hoy, el que – como es bien sabido- fue y es  incapaz de dar solución a los crecientes problemas de la población (porque –según la experiencia de la vida ha demostrado- a ninguno de esos burócratas hasta ahora le ha interesado otra cosa que no haya sido conservar sus propios puestos para vivir mejor) convertido además desde entonces en fuente inagotable de descontroles económicos y financieros, irresponsabilidades, indisciplinas,  indolencias y delitos económicos que se tragan los recursos del estado y alimentan el creciente e imparable mercado marginal, el que constituye uno de los ejes principales de la corrupción que cobra cada vez más fuerza en nuestra vida nacional. Al mismo tiempo, y en consecuencia con lo anterior, desde entonces fue necesario centralizar al más alto nivel la administración de aquel variado universo, monopolizando la burocracia la decisión hasta de los más mínimos detalles, necesidad que, con el decursar de los años, ha contribuido decisivamente al crecimiento imparable de dicho aparato “de control y dirección”, plagado de dogmas, esquemas, caprichos, rutinas, imposiciones y caracterizado por la lentitud y la ineficacia.   La desmedida estatalización, además, hizo que la gestión del estado para asumir aquellas producciones fuera desde siempre un fracaso, pues  éste carecía de los recursos, las estructuras adecuadas, la experiencia y la flexibilidad productiva y administrativa necesarias para hacer funcionar un universo tan disímil, variado, extenso y complejo. Entonces ocurrió lo mismo que advierte aquel viejo refrán: “El que mucho abarca, poco aprieta”. También se incluyó en el error la intervención de los pequeños negocios privados dedicados a contabilidad, los entonces llamados Tenedores de Libros, que llevaban al día y al pie de la letra los controles  contables, financieros y fiscales de toda aquella cadena de chinchales, cosa que el estado después tampoco pudo hacer y tal vez haya sido la semilla de la debacle contable que impera hoy en todos los sectores económicos del país, desde la más modesta bodega de barrio, hasta la más importante cadena comercial en divisas, o el más lujoso hotel para el turismo internacional. Pero tampoco la burocracia encargada de ello facilitó nunca tal ordenamiento, pues tal cosa resultaba imposible; pero, al parecer, los deficientes controles económicos siempre han favorecido los crecientes intereses de esta casta parásita e insaciable.
 
Por otra parte –y lo que, a mi juicio, resulta más importante- radica en que, al estatalizarse totalmente todos los medianos y pequeños negocios dedicados a la producción de bienes de uso y consumo, así como a los servicios, el transporte y el comercio, la totalidad de aquellos dueños y sus trabajadores se convirtieron, como por arte de magia, en “proletarios”; trabajadores asalariados del estado. Ahora bien, como la conciencia no se puede establecer por decreto como se decidió la estatalización, ni se asume por las personas a la fuerza, ni por repetición, (sino que, como todos sabemos y se ha visto en trabajos anteriores, es el resultado de un largo proceso de influencias que interactúan en la psiquis, la educación, la moral, y rigen la conducta de cada persona y de toda la sociedad, acorde a los intereses de esta última, consecuencia ésta, entre otros factores, de la acción que ejerce la base económica de la formación económico-social de que se trate, acorde al momento histórico y las condiciones materiales en que ficha sociedad exista, lo cual se enraíza en la conciencia de las personas a través de todo el andamiaje estatal en su conjunto) aquellos pequeños propietarios y empleados convertidos de pronto en empleados del estado, quisieran o no, llevaban en sus mentes la conciencia social del sistema capitalista del cual eran parte integrante y resultado al mismo tiempo,pues no olvidemos aquella afirmación marxista, la cual nos enseña
que: “El hombre piensa de acuerdo a cómo vive…”


Este fenómeno de la permanencia de la mentalidad capitalista durante el período de tránsito del capitalismo al socialismo, fue analizada con toda la profundidad necesaria y magistralmente explicada por Carlos Max en su obra “Crítica al Programa de Gotha”, cuando define con una magnífica metáfora de corte literario: “…porque el fantasma de las generaciones muertas oprime, como una pesadilla, el cerebro de las generaciones vivas…”; y, por otra parte, debido a múltiples razones que no es el propósito profundizar en ellas en el presente trabajo, hasta el momento en nuestro país no ha sido posible crear la base económica del socialismo y, por tanto, de ninguna manera ha podido surgir la conciencia social correspondiente a la futura sociedad en las personas integrantes de las diferentes generaciones que han emergido durante estos cincuenta años; todo lo cual se ha visto agravado por las consecuencias morales asociadas a las privaciones materiales impuestas por el subdesarrollo económico y el bloqueo imperialista, así como a la innegable acción de la propaganda y la influencia ideológica de los centros especializados con que cuentan los servicios de inteligencia del enemigo, no siempre  debidamente tomados en serio ni bien enfrentados por nuestras instituciones políticas, culturales y educacionales, así como a la no menos nociva acción de ese parásito originado en el capitalismo y alojado en las entrañas de nuestra sociedad que es la corrupción, el cual desde siempre nos ha venido corroyendo interiormente, y nunca se ha podido erradicar porque el virus que lo provoca lo llevábamos dentro desde que fueron estatalizados aquellos medianos y pequeños medios de producción, ya que se estancó el proceso de extinción natural de las fuerzas productivas capitalistas.
 
Debido a aquel error inicial, no fue posible que las reminiscencias de aquellas fuerzas productivas (F/P), restos de la vieja sociedad, fueran consumidas internamente antes de iniciarse el esfuerzo por construir la futura sociedad, como anuncia Carlos Marx en su “Contribución a la crítica de la economía política”. Por tal razón aquel “fantasma de las generaciones muertas” jamás desapareció de la vida de la gente, entre otras razones porque tampoco encontró oponente real, ya que las nuevas F/P nunca llegaron a nacer, y por tanto, no pudieron crecer, dado el escaso nivel de desarrollo que ha alcanzado hasta hoy entre nosotros la producción socialista en las empresas estatalizadas y jamás socializadas (cosa, esta última, por demás imposible ni siquiera en estos momentos) , en las cuales no se pudo llegar a erradicar la vieja mentalidad ni enraizar la nueva, pues ese proceso de extinción de la anterior conciencia tenía que haberse cumplido durante la etapa de lenta, propia y natural desaparición de la base económica capitalista, en la misma medida en que se fuera creando la correspondiente a la nueva sociedad dentro de la gran empresa socialista, lo que habría dado lugar al surgimiento de esa nueva forma de conciencia social, que debió haber nacido a partir del ya mencionado proceso de influencias que genera la formación de nuevos valores morales, políticos e ideológicos que lleguen a autorregular la conducta de cada individuo en particular y de la sociedad en su conjunto; pero nunca apelando a la inculcación mecánica, a la repetición cansona, a la compulsión moral, y mucho menos a la obligatoriedad jurídica.
 
Lo ocurrido en la realidad práctica cubana fue que, junto a la incipiente y débilmente arraigada conciencia de las fuerzas revolucionarias, no siempre bien cultivada por la acción educativa de las instituciones del estado, coexistió la mentalidad burguesa de las F/P de la anterior sociedad, ambas formando parte de lo que se suponía eran las empresas de propiedad socialista; pero que realmente no eran otra cosa que estatales, con las cuales los trabajadores nunca llegaron a identificarse en realidad, y con el paso de los años; se han venido sintiendo cada vez menos identificados, entre otras causas, como consecuencia de la falta de estimulación económica por el trabajo, y de la imposibilidad de avanzar en la formación de la conciencia social correspondiente a la nueva sociedad, debido a la inexistencia de la necesaria base económica que garantizara las adecuadas condiciones materiales de existencia de la población; sin olvidarnos de cómo ha conspirado contra la formación y consolidación de los nuevos valores morales, políticos e ideológicos el incorrecto ejemplo de actuación de la mayoría de los directivos y funcionarios a diferentes niveles, paridos por la antes aludida burocracia, los cuales, con demasiada frecuencia, han ensanchado la distancia entre la gente común y las estructuras administrativas, políticas y de gobierno, dado el nivel de vida de éstos, sus familiares y allegados, bajo el gastado lema de que en el socialismo existe igualdad, pero no igualitarismo, con el cual siempre se han tratado de justificar los privilegios, en franca contradicción con el discurso oficial; además de la práctica continuada de intentar imponer pretendidos valores a base de discursos, consignas, y la acción recurrente de la prensa y los actos formales y obligatorios. Como en los intentos por cultivar tales “valores”, de una u otra manera, ha estado siempre presente el mensaje de obligatoriedad, obediencia y hasta de castigo velado, éste ha terminado por matar la libertad de pensamiento, la valoración individual, libre y objetiva de la realidad que nos rodea, y el espíritu crítico ante la misma, propiciando con ello, en un segmento importante de las nuevas generaciones que se han venido superponiendo durante estas cinco décadas, la adopción de antivalores reñidos con la sociedad que siempre hemos dicho queremos construir; pero hoy tenemos más lejos que nunca.
 
Al mismo tiempo, la imposibilidad de que el estado revolucionario enfrentara todas aquellas producciones y servicios que antes asumían la mediana y pequeña empresa capitalista, agravada la situación por el bloqueo y, más aun después, por el período especial, se  acrecentaron también aquellas viejas necesidades materiales nunca satisfechas desde la total estatalización y centralización de la economía. Entonces, el fantasma del capitalismo, que en un inicio quisimos desarraigar, pero continuaba dentro de la gente, salió a flote y comenzó a hacer de las suyas, alentado por esas necesidades materiales largamente insatisfechas, y ayudado desde siempre por la propaganda enemiga; así como abundantemente abonado por el ya mencionado mal ejemplo de las desigualdades, los privilegios y la corrupción que desde adentro nunca le han faltado al pueblo, haciendo que una parte nada despreciable de la gente joven aspire a resolver sus problemas materiales a través del ascenso, a toda costa, a importantes niveles de dirección económico, político o gubernamental, o de lo contrario,  contraer matrimonio con una pareja acomodada, ya sea nacional o extranjero; o, en último caso, emigrando hacia países    capitalistas desarrollados, sin que en ello la gente vea ninguna causa ideológica.
 
Alentado por esas necesidades materiales insatisfechas, así como por la mentalidad capitalista oculta y disimulada hasta ahora, ese fantasma, hasta hace poco siempre oculto entre nosotros, ya ha comenzado a tomar forma material, y ha comenzado a hacerse cargo poco a poco por todas partes, de manera legal o ilegal, de la inmensa mayoría de aquellas producciones y servicios que hace casi cincuenta años dejaron de funcionar, cuando fueron estatalizadas con el sano propósito y las buenas intenciones de extirpar hasta el último vestigio de capitalismo, con la convicción de que construiríamos una sociedad socialista pletórica de justicia, equidad e igualdades sociales, que fuera imposible de contaminar por aquellos que –se creía entonces- fabricaban un socialismo impuro, mezclado con las injusticias, desigualdades, vicios y lacras de la sociedad anterior (que hoy están muchísimo más adelantados que nosotros, y hasta nos brindan su colaboración económica). Pero, esas producciones y servicios, que cada vez el fantasma acapara más y más en sus manos, casi siempre lo hace con recursos provenientes del estado, los que la corrupción burocrática pone a su disposición, y día a día genera más y más pudrición, la cual contamina a burócratas, funcionarios y autoridades, también ávidos de dinero para satisfacer sus propias necesidades, viejas o nuevas, que el magro salario impide satisfacer, así como las crecientes ambiciones y aspiraciones personales, que se hacen más y más reales con la aparición y crecimiento indetenible de la clase de los llamados “nuevos ricos”, a los cuales los jóvenes embrujados por el fantasma a todos los niveles de la sociedad, quieren imitar a toda costa y cueste lo que cueste. De esa forma rejuvenecen, crecen, se fortalecen y multiplican aquellas viejas F/P capitalistas nunca extinguidas dentro de su propia formación económico-social, porque  se quiso, con muy buenas intenciones, erradicar por completo hasta el último átomo del viejo sistema, para construir la nueva sociedad de manera aséptica, sin peligro de contaminación. Pero, como ya vimos, al no haberse  tomado lo mejor de la sociedad anterior, elevándolo a nuevas cualidades, y desechando sólo lo peor, como nos enseña la dialéctica marxista, desaprovechamos las capacidades de la mediana y pequeña propiedad privada para que extinguieran aquellas F/P, en tanto y en cuanto se creaba la nueva base económica y se desarrollaba la correspondiente forma de conciencia, las que harían surgir a las F/P de nuevo tipo.


Por lo tanto, al no ser posible la formación de estas últimas, las  ya viejas, pero aun vivas F/P, han vuelto a rejuvenecer, y de aquel espectro que subsistía en el cerebro de la gente, ha vuelto a renacer el peligro del monstruo que tanto se quiso conjurar: Lo cierto -por más que nos duela- es que estamos a punto de caer dentro de la misma boca del infierno del cual quisimos alejarnos lo más posible, poniéndose así de manifiesto la veracidad de la vieja parábola bíblica a la que hicimos referencia al principio. 
Por otra parte, esas buenas intenciones también condujeron a que se tratara de asegurar que la gestión de gobierno se hiciera sentir de arriba hasta abajo de manera hegemónica en todo el país, centralizada y autoritariamente. Para ello fue necesario garantizar la “pureza ideológica y la moral absoluta” de todas las personas involucradas en las actividades de dirección administración, control, inspección y fiscalización a todos los niveles, a fin de impedir que nadie que pudiera estar contaminado por las ideas del capitalismo pudiera penetrarnos.
   
Se consideró entonces, como es de suponer, que ese nivel de “pureza absoluta” sólo era posible encontrarlo, teóricamente, en los militantes comunistas más convencidos, por lo cual desde muy temprano comenzó a incrementarse el papel de los órganos del PCC en las actividades administrativas, económicas, de control y gubernamentales en general. De tal manera hemos llegado a lo que hoy tenemos, que las diferentes instancias del Partido se entretejen y confunden con las administraciones y los órganos de gobierno; tanto es así que a veces resulta difícil determinar si el aparato que gobierna en la base es la Asamblea Municipal del Poder Popular o el Partido Municipal. 
 
Ese papel hegemónico del Partido y esa convicción oficiosa de que donde único hay comunistas y gente confiable es dentro del Partido, condujo a que todos los cargos de alguna relevancia en los sectores productivos, de servicios, o en cualesquiera esferas económicas, políticas, sociales, administrativas, fiscal, judicial, gubernamental, etc., se cubrieran obligatoriamente con cuadros propuestos y aprobados por las correspondientes instancias del aparato político. De tal manera, al no haberse forjado desde los primeros momentos y de manera sistemática y correcta el adecuado esquema de valores morales, políticos e ideológicos en las jóvenes generaciones,así como estando éstas cada vez más permeadas por la influencia ideológica capitalista, y minadas por la corrupción interna, en muchísimos casos el ingreso al PCC llegó a sentirse en la gente joven (y no tan joven también) como una necesidad para poder acceder a buenos puestos de trabajo, con lo cual, en gran medida, se abrieron las puertas del Partido al oportunismo y a la corrupción.
 
Como consecuencia de lo anterior, en una parte importante de nuestros centros de trabajo de casi todos los sectores productivos y de servicios del país se produjo una rápida y progresiva invasión de elementos oportunistas y simuladores que habían logrado la militancia en el PCC para utilizarla como una carta de triunfo con la cual ganar la partida en el juego de la vida. Poco a poco muchísimos de ellos coparon la mayoría de los cargos de dirección, y rápidamente se rodeaban de elementos de su misma calaña y, por supuesto, de su absoluta confianza en el plano personal. De tal manera, en muchísimos lugares, casi todos los cargos integrantes de los Consejos de Dirección, fueron poco a poco copados por elementos simuladores, oportunistas y corruptos. De esa manera también se minó la base obrera del Partido, al incrementarse la nueva membresía con elementos no vinculados directamente a la producción y a los servicios, sino con burócratas dedicados a actividades de dirección intermedia, de oficina y otros; sin embargo, todos siempre son incondicionalmente fieles en el plano personal al director de la empresa o entidad de que se trate, con independencia de la honestidad y los verdaderos méritos del mismo.


Esa práctica también ha garantizado la inmunidad del jefe oportunista y corrupto ante la posible crítica o cualquier forma de enfrentamiento por parte de los trabajadores verdaderamente revolucionarios y honestos, a los que desde hace mucho se les comenzó a catalogar como atravesados y conflictivos; hasta que en la década de los 90  se les clasificó oficialmente como “HIPERCÍTICOS”, sin que jamás se tuviera en cuenta por quienes decretaron dicha categoría, que para establecer tal denominación también era necesario definir cuál era el punto intermedio correcto, es decir, el CRÍTICO, y cuál el extremo opuesto, el HIPOCRÍTICO.
Así fue que, en la práctica, se llegó a considerar que HIPERCRÍTICO era todo aquel que formulara cualquier planteamiento crítico enfrentando la actuación incorrecta de tales jefes.
 
Esa política de trabajo,  si no oficial, al menos oficiosa, permitió también la entronización de la falsa unanimidad, siempre a favor de los jefes en las reuniones administrativas, políticas y sindicales de los centros de trabajo encabezados por administraciones oportunistas y corruptas, que no son pocas, por cierto; y, por supuesto,  también se convirtió en el principal argumento que esgrimían tales dirigentes y sus acólitos y alabarderos para enfrentar y destruir a los verdaderos comunistas que se oponían (y se oponen a veces, aunque ya hoy constituyen una especie en franco período de extinción) a sus desmanes, en defensa de los intereses del estado, el gobierno, el partido y el pueblo cubano, frente a una práctica caprichosa de ordeno y mando, que se aplicó cada vez más empecinadamente en los últimos años, empeñada en continuar una ruta equivocada, sin aceptar críticas ni sugerencias, que únicamente ha beneficiado a esa casta burocrática y corrupta, así como a los enemigos internos y externos de la Revolución, con los cuales aquélla casta no demoró en aliarse, como se ha demostrado en más de una ocasión en los últimos años.
 
Como es lógico, las prácticas antes expuestas, aplicadas especialmente durante estos años de período especial, han constituido un importante abono para multiplicar y desarrollar la corrupción –esa aliada fiel e inseparable de la contrarrevolución – y llevarla a niveles jamás vistos en Cuba después del triunfo de la Revolución. 
 
Sin que nadie me crea un derrotista ni un alarmista, ni tampoco un disidente (por lo menos con el significado que se le ha dado por el enemigo a la acción de disentir, cuya aceptación se ha generalizado como si la misma fuera sinónimo de traición) considero que la situación por la que atravesamos actualmente es en realidad muy compleja, difícil y delicada en extremo, tanto en lo económico como en lo social y lo político. Por tanto, no debemos llamarnos a engaño, ni dejarnos llevar por el triunfalismo ni por consignas repetidas de memoria sin ton ni son. Hay que mirar de frente a la realidad que nos rodea, y evaluarla críticamente tal cual es: el reblandecimiento ideológico ha cedido lugar a la mentalidad capitalista y con ello a las aspiraciones propias de dicho sistema social, así como su modo de vida y las ansias propias de la sociedad de consumo, las cuales renacieron entre nosotros sin que nos percatáramos a tiempo ni hiciéramos lo correcto para impedirlo; por lo cual durante mucho tiempo crecieron libres, como el marabú en nuestros campos, minándolo todo paulatinamente, hasta contaminar a un importantísimo segmento de la población cubana, integrado casi totalmente por personas menores de cincuenta años, entre las cuales la inculcación de valores, el dogmatismo, el esquematismo y la rutina han dado lugar a la simulación, el oportunismo, el egoísmo y la corrupción, acompañados por el consiguiente abandono del interés por la construcción estatal socialista y la exaltación de los valores de la sociedad burguesa, camino por el cual, según mi parecer, vamos cuesta abajo irremisiblemente; y si no rectificamos el rumbo cuanto antes, volveremos sin remedio al infierno del cual intentamos salir hace medio siglo.

De ocurrir tal desgracia, se abriría un capítulo más de la triste historia que hoy viven los países de Europa Oriental, devenidos en naciones de tercera categoría, de cuyos errores no parece que aprendiéramos lo suficiente todavía.
Ojalá no sea demasiado tarde, y podamos ir a la carga que pidiera Villena “para matar bribones, y así acabar la obra de las revoluciones”, e impedir con ella la llegada de un día infausto en el cual tuviéramos que sentir bochorno al ver a nuestros nietos  “mendigar de hinojos la patria que los padres nos ganaron de pie”, por no haber sido capaces de descubrir a tiempo que desde hacía mucho habíamos equivocado el camino, y andábamos a ciegas, buscando a tientas la senda del paraíso, sin darnos cuenta de que ya transitábamos por el camino del infierno.  
   

5 de  septiembre de 2009.
    

 ROBERTO FERNANDEZ GARCÍA

Abogado. Profesor de Ciencias Jurídicas en la Universidad Municipal de Varadero, Matanzas, imparte Historia General del Estado y el Derecho. Posee el grado de Teniente Coronel (R). Ha publicado otros trabajos en la WEB de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). ESTE TRABAJO HA SIDO REMITIDO POR EL AUTOR A LOHANIA J. ARUCA  ALONSO (carua@cubarte.cult.cu ), CON SU AUTORIZACIÓN PARA PUBLICARLO EN REDES DE INFORMACIÓN DIGITAL CUBANAS.
 

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