Granma.- El 8 de enero de 1959, hace hoy cincuenta y un años, toda La Habana, hombres, mujeres y niños, para quienes el Ejército Rebelde era una representación viva de la lucha, de la dignidad y de la victoria, dieron la bienvenida en nuestra capital a su Comandante en Jefe.


El pueblo, de rebelde impaciencia y tradiciones de lucha, recibió a Fidel aquel día inolvidable. En cada esquina, en cada cuadra, en balcones y ventanas, había un grito, un saludo y una bandera. El regocijo general, hermoso como una mañana de triunfo, recorrió interminablemente barrios y calzadas, calles y avenidas de la ciudad alborozada: había culminado casi un siglo de sacrificios, de luchas y de esperanzas.

Un gran anhelo hizo estallar un júbilo popular incontenible en la capital de nuestra República: la presencia de Fidel y la marcha triunfal del Ejército Rebelde hasta el mismo Estado Mayor de la tiranía, en Columbia, hoy Ciudad Libertad.

La Habana fue un gigantesco campamento de alegría porque había llegado el día de enero para el hombre de todo el año; porque habíamos comenzado a poner contento el rostro de los niños, dignidad a la vida nacional y justicia al dintel de la Patria, que era reivindicar cien batallas y esfuerzos patrióticos del pasado y ejecutar las aspiraciones de los héroes de nuestra historia.

El camino no sería fácil, y Fidel lo aclaró bien precisamente aquel 8 de enero: "Estamos en un momento decisivo de nuestra historia. La tiranía ha sido derrotada. La alegría es inmensa. Y, sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil. Quizás en lo adelante todo sea más difícil".

Hubo, en efecto, que ponerles el pecho a la reacción y el puño al imperialismo yanki —derribados en nuestra Patria de su pedestal de hierro— para que comenzaran a desaparecer los crueles latifundios, el olvido, la miseria y la injusticia; para que la alfabetización alumbrara sin demora el hogar del campesino; para rescatar nuestros recursos naturales, y las fábricas y talleres donde los obreros clavarían la estrella fundida del socialismo; para defender con coraje, sudor y sangre la soberanía conquistada; para ejercer el derecho del hombre al trabajo y a la educación y para asegurar la tranquilidad de los viejos y el futuro de los jóvenes.

Ha habido que luchar muy duro, en efecto, para arreglar el caos económico y social de cuatro siglos de régimen colonial y neocolonial, de cuatrocientos años de explotación, y para abrir el camino por donde marcharía la Revolución que unió al país con el pueblo, al trabajo con el desarrollo económico y social y al hombre con el porvenir, pese a tantas dificultades y tantos obstáculos

Han transcurrido cincuenta y un años de esfuerzos, de sacrificios y de victorias, desde aquel día en que el pueblo, estremecido por la invocación del triunfo, saludó al Ejército Rebelde y a Fidel al entrar en La Habana.

Nuestra, es hoy nuestra tierra, nuestro trabajo y nuestro futuro; nuestra, definitivamente, nuestra Patria socialista y nuestros héroes; y nuestro, para siempre, aquel 8 de enero de 1959 con Fidel al frente.
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