Pedro de la Hoz – La Jiribilla.- La idea de colocar a la percusión cubana como eje temático central del Festival Internacional Jazz Plaza 2010 no solo trajo entusiasmo a los músicos participantes y a los amantes del género, sino puso en perspectiva la necesidad de tomar en cuenta, desde una visión mucho más honda, que rebase lo anecdótico, lo que han aportado los ejecutantes de esa familia de instrumentos a la conformación de los estilos predominantes en la escena jazzística contemporánea.


Apunto esto porque los hitos suelen detenerse en la irrupción de figuras virtuosas —el caso providencial de Chano Pozo y su encuentro con Dizzy Gillespie en el nacimiento del bebop—; y en el indiscutible protagonismo de las tumbadoras —cómo no valorar la extraordinaria impronta de Tata Güines, Patato Valdés, Mongo Santamaría, Oscar Valdés (padre), Jorge Alfonso, Miguel Angá y más acá un fenómeno como el de Yaroldi Abreu—; sin considerar también contribuciones esenciales como las de los bateristas, los timbaleros y los ejecutantes de otros instrumentos de percusión.

La memoria del baterista Guillermo Barreto o del güirero Gustavo Tamayo engarzan con la vigencia de sus colegas Enrique Pla y Enrique Lazaga, y con el color y el acento que en otras partes del mundo le están dando a la batería músicos como los de Horacio (El Negro) Hernández y Dafnis Prieto.

Pero no se trata solo de nombres, sino de esencias. Bobby Carcassés, por ejemplo, ha hecho un culto de la imbricación de la ritmática de origen africano a los géneros de la música popular cubana y sus vínculos con el jazz.

El jazz se ha contaminado felizmente con rumbas y sones, guarachas y boleros, rezos yorubas y montunos profanos, al punto que se ha establecido un perfil múltiple en el que la herencia inequívoca de esos aportes aflora.

De eso habló, en una parábola interesantísima El Negro Hernández en un documental proyectado durante el evento, El sueño del baterista, de John Walter. El joven que fue, consideró alguna vez la música de los septetos como cosa de viejos y el jazz de locos, pero cuando escuchó la batería de maestros del rock sinfónico y lo que hacía Dizzy Gillespie con piezas al estilo de “Night in Tunisia”, comenzó no solo la música del jazz sino la “música de los viejos” y se abrió a la contemporaneidad.

Presente en Jazz Plaza 2010, el investigador y activista afronorteamericano James Early nos decía: “La percusión cubana le dio al jazz un sentido del movimiento diferente al que venía de Nueva Orleans y Chicago. Cuando los intercambios culturales entre nuestros dos países alcancen la fluidez que se merecen, estoy seguro de que los músicos norteamericanos se llevarán nuevas sorpresas y recibirán estímulos suficientes como para seguir desarrollando el jazz”. Y al respecto recordaba cómo en los últimos días de noviembre, la presentación de Chucho Valdés y los Mensajeros Afrocubanos en Washington había sido un suceso tanto por develar una vez más la maestría singular del gran pianista, como por el gustazo que se dio el público al admirar la alfombra rítmica de la batería, las tumbadoras, el contrabajo y los tambores batá.

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