Encuentros resistencia de la memoria con Fernando Martínez Heredia

La Jiribilla.- A Fernando Martínez Heredia, junto con Jaime Sarusky, está dedicada la 20a. Feria Internacional del Libro de Cuba. Filósofo, ensayista, director del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello, es autor de varios títulos que abordan la sociedad, la cultura y la historiografía cubanas, así como acercamientos al pensamiento marxista y del Che. Entre sus libros destacan En el horno de los 90, El corrimiento hacia el rojo, Che, el socialismo y el comunismo, y Repensar el socialismo.


Colaborador habitual y entrañable de La Jiribilla, Fernando sostuvo un encuentro de más de tres horas con los integrantes del equipo de la revista. Sus inicios en el campo intelectual, algunos de los momentos clave de su biografía —profundamente imbricada con la historia de la Revolución— y sus reflexiones en torno a procesos de cambio y transformación ocurridos en la Isla y el mundo en las últimas cinco décadas, sirvieron como puntos de inflexión para este diálogo plural del cual ponemos a disposición de los lectores algunos fragmentos.

De los inicios y la Revolución

No vengo de la intelectualidad, sino de una familia de origen sumamente humilde. Mi padre nunca pisó una escuela, y mi madre tuvo un grado nada más, para que no dijeran que no sabía leer ni escribir. Después se fue para el despalillo de tabaco; pero a través de la vida fueron mejorando y mejorando, aunque se les murieron dos de los seis hijos, como sucedía antes.

Mi mamá tenía un sistema pedagógico formidable para nosotros cuatro: “aquel que no estudie lo mato”. De jovencito me tocó ser combatiente, como le tocaba a la gente entonces, no porque yo tuviera un deseo especial. Cuando se ganó la guerra, afortunadamente todavía era muy jovencito, me daba un miedo terrible pasar la calle 23 o el Malecón, porque cuando llegué a La Habana por primera vez hace 50 años, había 300 mil automóviles, cosa que la gente de fuera no cree. Le decían el París del Caribe.

Universitario… y comunista

Me incorporé a la oleada de muchachos que podían acceder a la universidad. Me encontré con que todo estaba cambiando en todas partes. La universidad que conocí se destrozó de inmediato. Por mi extracción social y porque apoyaba a los representantes de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) que eran comunistas, me decían Nikita II, como Nikita Krushov. Yo tenía entonces un compañero que quería alzarse y que me alzara con él, con Fidel, pero contra el comunismo. Había sido primer teniente y tenía dos armas largas. Discutimos largamente porque él quería pelear otra vez junto con Fidel, pero contra el comunismo. Al final lo convencí, pero pensé que en realidad tenía razón en cuanto a Fidel y el comunismo, y que si seguía con Fidel, tenía que hacerme comunista. Así me hice comunista, y los comunistas son marxistas, por lo tanto, había que estudiar Marxismo.

Comencé con el manual de economía política de la Academia de Ciencias de la antigua URSS, que ya estaba aquí, de la Editorial Grijalbo. Leí hasta el capítulo siete y pensé que si para ser comunista había que leerse aquello, no iba a ser comunista. Esa fue mi primera experiencia desgraciada con el marxismo. De todas maneras, había otras experiencias no tan desgraciadas, como la defensa de la Patria y todas esas luchas del 60, 61 y 62, que fueron muy grandes, entonces uno seguía hacia adelante.

Después de los días de Playa Girón, por primera vez empezó a tener el marxismo una consideración social en Cuba. En esa época alcanzaron notoriedad dos novelas históricas: Los hombres de Panfilov y La carretera de Volokolamsk. El protagonista, que era un personaje real, estuvo en Cuba y conversó con el Comandante Linares, quien murió en Bolivia.

Profesor, investigador, marxista

En menos de un año me tocó ser profesor de Filosofía marxista, porque dentro de las revoluciones generalmente las cosas no llevan mucha maduración. Sin dejar de ser teniente de artillería, empecé a ser profesor de Filosofía después de pasar un curso terrible, primero porque era interno, con 30 horas de pase semanal, y luego porque eran profesores hispanosoviéticos —españoles de nacimiento que de niños se los habían llevado para la URSS—. Los mandaron para acá, con algunos cubanos, para que explicaran el Marxismo-leninismo con Dios en el medio.

Entre las mejores cosas que me sucedieron entonces fue que me fugué de la escuela y aprendí qué era lo principal. Yo estaba en la división de antidesembarco de Pinar del Río; a las siete de la noche del 22 de octubre, a los 104 que habíamos sido elegidos, de los cuales luego seleccionarían 24 para ser profesores universitarios, el director nos leyó un pequeño decreto del director nacional de escuelas del naciente Partido cubano. Recuerdo que decía: “Estudiar y estudiar, dijo Jorge Dimitrov” y “la trinchera de ustedes es la escuela”. Cuando llegué al albergue, recogí lo poco que tenía y me marché por la cerca de atrás porque si ganaban los americanos, ¿a quién le iba a dar clases de Marxismo-Leninismo? Estuve 32 días en la línea de combate. Cuando regresé, 99 de mis compañeros se habían quedado y estaban muy tristes y avergonzados. Moraleja: a uno a veces le dicen equivocadamente lo que hay que hacer y se lo va a decir a alguien que parece que es la voz de la Revolución, pero puede estar equivocado. Si uno hace lo que hay que hacer, que por lo general es muy simple, se fastidió.

Así fui profesor universitario. Como yo ganaba 80 pesos, el compañero que nos dirigía decidió que mi novia —habíamos aprovechado para casarnos antes de que la cosa se pusiera más mala— entrara también y como éramos dos en el mismo lugar, ganábamos 150 pesos cada uno, mientras el resto ganaba 300. Once años después seguíamos ganando lo mismo, porque nos negábamos a ganar los salarios de los profesores universitarios, que eran altísimos (750 pesos), y en aquel momento el dinero valía mucho. Allí eran 300 pesos para todo el mundo, y cualquier otro trabajo tenía que ser voluntario.

Hicimos todo tipo de labores y eso nos llevó hasta Fidel, hasta la dirección del Partido que era Armando Hart, hasta el Che, a Manuel Piñeiro que era su segundo y a algunos otros lugares. El Departamento de Marxismo de la Universidad era un centro para dar Marxismo, pero era muchísimas cosas más. Por ejemplo, hicimos una investigación de la rehabilitación de prostitutas en Camagüey; en ese entonces muchas muchachas que habían sido prostitutas en La Habana llegaron a ser choferes de transporte público. También investigamos en siete centrales en el norte de Oriente cómo cambiaban las personas con los cambios de tecnología en el trabajo y con los cambios de horario. Empezamos a tratar de saber cómo vivía el pueblo de Cuba. Hay que saber cuáles son los medios ideológicos para que una población se comporte de una manera u otra.

Nos formamos en actividades diversas y eso nos ayudó mucho con el marxismo. Como era muy joven, lancé una declaración muy firme: "Tenemos que hacer que el Marxismo-Leninismo se ponga a la altura de la Revolución Cubana". Fue una frase famosa entonces, parecía una falta de respeto decir que no estaba a la altura. Por eso, en esa ideología el paso pacífico era fundamental; la coexistencia pacífica daría el triunfo del comunismo a escala mundial, y la Unión Soviética pronto iba a vivir en el comunismo. Mientras tanto nosotros lo que estimulábamos eran las revoluciones pues veníamos de una Revolución armada.

Entonces hubo una polémica muy famosa —que ahora los jóvenes conocen un poco más gracias al libro de Graziella Pogolotti— entre Alfredo Guevara y Blas Roca, porque se suponía que James Joyce, Proust, Franz Kafka, eran resultado de la pudrición del capitalismo y había una cosa que se llamaba la estética marxista leninista, que era la que decidía a quién uno debía leer, qué era bueno, cuál era la manera de contar. Un marxista cubano, escribió un folleto llamado "Conversación con nuestros pintores abstractos", para convencer a Amelia Peláez y a otros que no siguieran pintando abstracto porque estaban siguiendo a la burguesía, había que pintar en la figuración porque era la socialista.

Aquello era horroroso, pero más horroroso fueron las muertes en la Unión Soviética de muchas personas a manos de sus compañeros. Nosotros tomamos una distancia que cada vez fue mayor, hasta ser un abismo, y a la vez tratamos de construir un marxismo cubano que enseguida nos llevó a volver a Carlos Marx. Volvimos a Marx, como escribí en un articulito de entonces, sin haber ido nunca, porque allá en Europa estaba de moda la vuelta a un Marx humanista, en los manuscritos del 44. Escribí: "En Cuba no estamos volviendo a Marx porque nunca hemos ido, pero sí nos vamos a apoderar de él". Nos hicimos marxistas y los dogmáticos de Cuba nos criticaban porque decían que éramos clasicistas, porque el pueblo cubano no tenía desarrollo y tenía que estudiar manuales. Cuando tuvieran desarrollo estudiarían a Marx, a Engels y a Lenin. Eran falacias pero era lo que tenían a mano aquellos compañeros para ver cómo lograban mantener el control.

En la lucha revolucionaria, la ideología desempeña un rol importante. La Revolución tenía como principio que ella es la fuente del derecho. Es decir, la Revolución trataba de sacar de sí misma su explicación, su fuerza y el marxismo debía ser parte de eso, tenía que pasar la prueba.

Al Instituto Juan Marinello llegué por casualidad. En el año 1996 tuve que irme del Centro de Estudios sobre América, y el entonces ministro de Cultura, Armando Hart, me propuso ir para era el Marinello, un centro muy interesante de investigaciones de cultura cubana.

Ese centro se hizo como parte de los proyectos del CAME para que se entendiera con su contraparte en la URSS y otro en la RDA. Aquello como se sabe tuvo un final infeliz. El Marinello era un lugar muerto. Entonces, bajo la dirección de Pablo Pacheco, quien había sido presidente del Instituto Cubano del Libro, empezó a cambiar su perfil, y tuve la oportunidad de participar en esas transformaciones. Hicimos un cambio muy fuerte para que fuera la gente de la ciudad a escuchar conferencias, para que se debatiera. Grabábamos el debate y tratábamos de publicarlo.

El Marinello trata de rescatar los problemas de la sociedad cubana en una perspectiva histórica. Hay investigadores ya viejos que han hecho un duro trabajo, serio, tratando de establecer, por una parte, la sociedad civil de los siglos XVIII y XIX y, por otra parte, las formas más populares de comunicación, por ejemplo, los cuentos, los chistes, las canciones anónimas, que son formas de saberes.

Otras líneas de estudio son las relacionadas con la temática de la familia. Tenemos la línea de la participación en el hecho cultural, que es el grupo mejor organizado sociológicamente. La metodología de encuesta para ellos es fundamental e investigan, por ejemplo, el consumo cultural, cómo lo ve la población, tenemos también la Cátedra de Gramsci, que se dedica, no específicamente a rescatar su obra, sino al marxismo en general y al pensamiento revolucionario latinoamericano contemporáneo sobre todo. Es decir: Revolución del 30 en Cuba, Mariátegui y otras fuerzas, aunque también hemos incursionado con Rosa Luxemburgo; pero siempre buscando romper algo la costra terrible que en nombre del marxismo se implantó en Cuba.

Los jóvenes no sufrieron con los manuales sobre marxismo, el Constantino, por ejemplo, no lo recuerdan. Cuando ellos comenzaron a estudiar, ya estaba en crisis; pero casi todos los cubanos sí. Hubo un proceso de asunción del marxismo, y después hubo un proceso de dogmatización y empobrecimiento de la teoría. La Cátedra Gramsci pretende contribuir a desarrollar estos conocimientos sobre el marxismo. Ya se han publicado diez libros y se han organizado varios eventos, entre ellos el taller 50 años de la Revolución Cubana, del que publicamos una larga relatoría. En él cerca de cien personas, sobre todo jóvenes, discutieron alrededor de varios tópicos, uno de ellos fue: “¿Cómo has sentido la Revolución? Y otro era: “Raza, religión, sexualidad y género, como factores o no de igualdad y de liberación entre los cubanos”. El último fue sobre la educación en Cuba, una discusión profunda y riquísima.

En siete años se publicaron 80 libros, cuando hasta ese momento no se había aparecido ni uno solo. Había una especie de editorial también, gracias a los contactos de Pablo Pacheco, pero lo fundamental era el aire de debate, que era posible intercambiar ideas. La estructura era poco factible para llevar a cabo algo valioso, sin embargo, la gente era buenísima. La otra medida que tomamos fue bajar el promedio de edad. Fuimos logrando que entrara una cantidad muy grande de jóvenes, que ya son hoy muchos. Ese es el Centro que dirijo.

Foto: R.A. Hdez.

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