Pailero de oficio, a Rolando Domínguez la dinámica de la brigada lo convierte en soldador, mecánico o ayudante. Aunque parezcan muy pocos para tanta industria levantada, 11 hombres tenaces se han especializado en el oficio de instalar cuanta tecnología llega para modernizar el proceso fabril del arroz en Granma.

Dilbert Reyes Rodríguez -Granma.- Muy por delante de los indicadores propiamente agrícolas de la producción arrocera en la provincia de Granma —rendimiento, toneladas, calidad del grano— , va la ejecución de inversiones en este frente. Ello no ha sido solo una cuestión de decidir para esta actividad más recursos que los asignados al cultivo. Ha dependido, además, de la acertada interpretación que sobre eficiencia y calidad como atributos necesarios al trabajo, hacen diariamente los hombres encargados del montaje.


Es verdad que son cientos los responsables del manejo, reparación y mantenimiento cotidiano del inmenso complejo agroindustrial del arroz en el mayor polo cubano del cereal; sin embargo, hablamos exactamente del esfuerzo primario de la instalación de infraestructuras para el secado y el molinado, que en esta provincia oriental ha tenido el protagonismo de una brigada integrada por solo 11 personas.

Perteneciente a la Empresa de Talleres 26 de Julio, del Grupo Empresarial de Logística del Ministerio de la Agricultura, la pequeña formación de avezados “montadores” fue en sus inicios, allá por 2005, el resultado más feliz que provocó la urgencia económica de diversificar los servicios de la entidad en busca de solvencia.

A Carlos García, el ingeniero creador y líder del piquete, le bastó entonces su visión de largo alcance para entender las oportunidades que el despertar del ramo arrocero concedían a un perfil como el suyo y de su empresa, por lo cual, apenas sin pensarlo, cargó con la mochila, sus 10 mejores hombres, y se fue el campo a construir fábricas.

PRINCIPIOS

“Tenemos una premisa: uno más uno es igual a todos”, arranca diciendo Carlos, y con la frase explica el porqué de aquel ajetreo sincronizado de soldaduras, cortes y ensamblajes, que le permitirá a su decena de operarios —entre paileros, soldadores, mecánicos, chofer, ayudante y cocinera— terminar en apenas dos meses el montaje de la primera línea de pulido marca Zaccaria, adaptada a un molino de vieja tecnología japonesa.

Eso sucede en Jucarito, el único molino de la Empresa Agroindustrial de Granos José Manuel Capote Sosa, la menor de las dos existentes en Granma.

“Otras cinco plantas similares en el país, una aquí mismo en la provincia, dos en Sancti Spíritus y dos más en Pinar del Río, recibirán esta modernización, que en el caso de Jucarito permitirá aumentar en 80 toneladas diarias la producción de arroz terminado —explica Carlos—. Sin embargo, nos ha tocado el reto de ser los primeros, con todo lo que eso lleva”.

No se refiere a la banal satisfacción de la experiencia primera, sino al tremendo trabajo que provoca, porque ya han hecho muchas veces esto de adaptar lo nuevo con lo viejo para que funcione “como de paquete”. Y otra vez como tantas ocasiones, no descansan hasta lograrlo.

“Esa ha sido nuestra especialidad desde que empezó a reanimarse la industria arrocera en Granma: montaje de enormes silos de secado, de alimentación, de reposo, vinculaciones aéreas entre ellos, basculadores, líneas completas de procesamiento…”

El primer gran reto, en 2007, inició en el molino Julio Zenón, de Manzanillo, el más grande de Cuba por su capacidad potencial.

“Desde entonces, nuestra labor ha sido un permanente de-safío a la innovación, y esta, a la vez, nuestro mayor y mejor aporte; pues ni con el pasar de los años nos hemos despojado de la impuntualidad o el suministro incompleto de los recursos y piezas, incluso para las inversiones totalmente nuevas.

“Ahora mismo, para esta planta de pulido en Jucarito, si hubiéramos esperado que entraran los recursos demandados, no hubiéramos hecho nada. Hemos trabajado con los propios materiales que desmontamos, reutilizando vigas, salvando chapas, conjugando elementos que conservamos o fabricamos en la empresa.

“No es que nos guste el ‘invento’, pero es la única manera de salvar en tiempo la ejecución de las obras. Esto del retraso y las piezas incompletas es un lastre que todavía cargan los procesos inversionistas, y el daño sería mayor si no apelamos a la inventiva.

???Hay que sacar todas las cuentas posibles: ¿En qué estado se encontraría la planta si esperamos por los anunciados angulares de 63 por 63 que no llegan, o por el piso que arribó hace pocos días, o las vigas para reforzamiento de la estructura, que no vienen todavía? ¿Qué salario hubiéramos ganado si decidimos sentarnos a esperar?

“Hay mucho de conciencia, es verdad, porque nos tomamos en serio la presión de una industria que no puede detenerse. Este mismo molino es el único de una empresa que suministra arroz a Holguín y Las Tunas, y no puede estar parado mucho tiempo.

“Pero también está el incentivo económico, tiene que haberlo. Mientras más se haga más se gana, no es cosa solo de conciencia. El Che nunca separó una de la otra, y el promedio de salario nuestro es de 1 200 a 1 400 pesos”.

FAMILIA

Hay que pararse delante de cualquiera de las plantas, para sentir la envergadura del trabajo que tiene la brigada. En todos los casos son objetos altísimos, puro metal en cada parte, motores, correas, tornillos, vigas, hornos.

Allí mismo en Jucarito, esos 11 hombres ya dejaron instalados dos silos de 2 000 toneladas, la reparación capital de otros ocho de secado, dos pesas, también la vinculación aérea con la industria.

Al terminar con la línea de pulido, se trasladarán a Cayamas, el otro molino granmense que recibirá igual modernización. O sea, que para el volumen de trabajo, 11 hombres parece un número muy corto.

“Es que de eso, de la alta productividad que logramos pocos hombres bien llevados, dependen las ganancias”, vuelve Carlos García.

“Nos ha ido muy bien hace años, somos como una familia. Recuerde la premisa: uno más uno es igual a todos. Aquí vale cada opinión, porque la idea oportuna puede salir de cualquiera de nosotros. Además, todos hacen de todo, aparte de su especialidad. Incluso el chofer lo es hasta que parquea el camión. Al bajarse es un operario más”.

Se llama Melvin Ramírez, y justo cuando hablamos de él, pasa con un tubo al hombro.

“Realizo lo que haga falta: cargar piezas, apretar tornillos, acomodar máquinas. Al terminar la jornada vuelvo al camión y acabo después de todos. Pero no me molesta terminar de último, lo que sí me incomoda es no hacer nada mientras los otros están pega’os.”

Rolando Domínguez, el pailero, califica a la brigada como un grupo chiquito que da prioridad a la rapidez y la calidad, “dos cosas que no siempre se llevan bien, pero nosotros hacemos funcionar. Además, hoy soy pailero, pero mañana mecánico, soldador, ayudante, lo que haga falta.”

Otra cosa son las condiciones de estancia, pura campaña entre nubes de mosquitos, roedores, calor, humedad, para un descanso después de 12 horas de trabajo rudo. Así es la noche en un emporio industrial clavado en medio del campo, rodeado de arrozales.

Y así llevan la vida estos 11 hombres que renunciaron a la estrechez de la oficina o el taller sin contenido. Merecen premios mayores, porque gracias a la habilidad y el talento han salvado importantes inversiones del error y la ineficiencia, casi siempre cometidos por otros que no conocen sacrificios similares.

Ciertamente, 11 es un número pequeño, pero el ejemplo de esta brigada dice mucho de cuánto puede el hombre cuando articula bien la inteligencia con la fuerza del brazo, los practica juntos en la tierra o la fábrica, y a pie de obra los reproduce en beneficios para los bolsillos, los suyos y los de la nación.

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