Denisse Delgado Vázquez - Foto: Yen Cordero.- Los desplazamientos del ser humano hacia distintas áreas en el planeta han acompañado su devenir. Las causas y consecuencias de estos procesos son diversas, e influyen de manera diferente según los contextos en que se desarrollan. Forman parte de un fenómeno histórico y multicausal, y se presentan con gran dinamismo y complejidad, conectados con un sinnúmero de dimensiones e interrelaciones que les condicionan.


Como se conoce, la migración en Cuba se caracterizó –desde la etapa colonial (1492) y hasta las primeras décadas del siglo XX– por la recepción de migrantes. Es a partir de 1930 que –en vínculo directo con su dependencia económica de los Estados Unidos– cambia su direccionalidad y pasa de ser un país de inmigración a uno de emigración.

El triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959, significó un giro radical en la historia de las migraciones externas cubanas, una ruptura con los componentes tradicionalmente presentados, pues aumentaron las cifras de emigrantes y ocurrió una modificación de los actores sociales que protagonizaban esos flujos.

Desde ese momento se producen importantes variaciones del patrón migratorio de Cuba, con un elemento adicional: la politización de la problemática migratoria y su ubicación dentro del conflicto bilateral Cuba-Estados Unidos, lo cual presenta una conjunción entre un contenido esencialmente político y otro de corte económico.

Asimismo, se confiscan los bienes de las personas comprometidas por diversas causas con el gobierno de Fulgencio Batista –en el poder hasta 1958–, por lo que se fueron, esencialmente, cubanos que contaban con medios y riquezas necesarios para su vida en el exterior.

Uno de los hechos que marca el proceso migratorio cubano es la llamada Operación Peter Pan. Según Jesús Arboleya en su reciente libro Cuba y los cubanoamericanos. El fenómeno migratorio cubano (2013), en la década de los 60´ importantes sectores católicos alentaron a familias cubanas a valorar la opción de enviar a sus hijos hacia el exterior, basados en el criterio de que el gobierno cubano les retiraría la patria potestad.

Muchos menores viajaron sin acompañantes y fueron a parar a hogares de adopción, creyendo que la reunificación con sus familiares sería inminente. El proceso implicó que entre finales de 1960 y 1962 salieran del país al menos 14 mil niños y jóvenes, una buena parte de los cuales demoraría largos períodos en volver a ver a sus familiares, y algunos de ellos nunca llegarían a hacerlo.

Por otro lado, debido al incremento significativo de las salidas por vía irregular –fundamentalmente hacia Estados Unidos–, dadas las restricciones impuestas por el gobierno norteamericano para los viajes que tenían lugar entre ambos países, se habilita en 1965 el puerto de Camarioca, al norte de Matanzas.

El gobierno cubano autorizó que aquellos emigrados que desearan recoger a sus familiares en Cuba pudieran hacerlo, de modo que entre octubre y noviembre de ese año salieron unas 2.700 personas, según documenta la investigadora Mercedes Arce en La emigración en Cuba 1959-1990.

Otro de los hechos importantes en la historia de las migraciones cubanas se refiere a la llamada Crisis del Mariel. En 1980 llegan a suelo cubano embarcaciones para recoger a familiares en la Isla, lo que inició un nuevo flujo migratorio producido a partir de la apertura del puente marítimo Mariel-Cayo Hueso. Entre abril y septiembre de 1980 salieron por esta vía más de 125 mil cubanos, recuerdan Redis Gómez y Rafael Hernández en Retrato del Mariel, retrato socioeconómico (1986).

Respecto a este hecho, el especialista Antonio Aja Díaz, en entrevista que me concediera para mi tesis de licenciatura en 2010, explicó que “con el Mariel, cerca de veinte años después (del triunfo de la Revolución), vienen a Cuba por primera vez muchas familias que vivían en la comunidad. Aparece esa familia que casi quería ser olvidada por las dos partes, muchas veces olvidada por acá pero también por allá, porque había una herida muy fuerte por posiciones políticas e ideológicas, por toma de principios de unos y otros, con una afectación tremenda para la familia”.

Casi veinte años después de 1959 ya había migrado, primero, toda la clase alta y, luego, toda la clase media, así como los sectores subordinados y su clientela, y se fue conformando una estructura social-clasista con nuevas características, compuesta por obreros, campesinos, intelectuales y sectores que se fueron moviendo hacia esa pertenencia, agrega el experto.

El mismo Antonio Aja, en su libro Al cruzar las fronteras (2009), ha identificado como última oleada migratoria aquella que se remonta a la década de 1990, a partir de 1994, una de cuyas peculiaridades centrales se identifica con el predominio del componente económico.  

Los años 90´ estuvieron marcados por los momentos más duros de la crisis económica conocida como Período Especial. En plena crisis, el gobierno norteamericano de George W. Bush anunció medidas de presión que limitaron la ayuda monetaria familiar mediante la entrada de divisas y realización de viajes a la Isla desde Estados Unidos. Ello, junto a la vigencia de la política de pies secos-pies mojados (con sustento en la Ley de Ajuste Cubano), que otorga asilo a emigrantes cubanos que tocan territorio estadounidense ya sea por mar o por tierra mediante el tratamiento de “refugiados políticos”, influye en que muchas personas valoren la emigración irregular como alternativa para paliar los efectos negativos de las dificultades económicas.

Si bien la migración externa cubana actual no es de las más significativas de América Latina (representa solo el 3,4% del total de emigrantes de esta región, según informó el especialista Antonio Aja a IPS), resulta llamativa en relación con la población que reside en el país.

Los resultados finales del Censo de población y viviendas realizado en 2012 mostraron que al cierre de ese año residían en Cuba alrededor de 11,2 millones de personas, con tendencia a disminuir, pero a finales de 2010 se estimaba que la cifra acumulada de cubanos residentes en el exterior oscilaba entre 1,6 y 1,8 millones –incluidos emigrados y migrantes temporales, según la investigadora cubana Ileana Sorolla en su reciente texto Reconfiguración del patrón migratorio externo cubano en el período 2000-2010. Esto representa el 13,8% de los residentes en Cuba en ese momento.

El Anuario Demográfico de Cuba del 2012 revela que un saldo migratorio externo negativo, sostenido desde 1960, se plantea en el cuadro sociodemográfico nacional, con un peso importante en el decrecimiento de la población.

Como muestra la gráfica siguiente, a partir de 1997 se ha venido produciendo un incremento relativamente continuado de la emigración externa, aunque desde 2010 se percibe un aumento mayor, hasta que al cierre de 2012 se reportaron 46.662 salidas, la cifra más alta de los últimos 15 años, y la que alcanza la mayor cantidad desde 1994 con la llamada "crisis de los balseros”, durante la cual salieron 47.844 personas.

 

Elaboración propia a partir de los datos ofrecidos por la ONEI, 2012 

Pudiera ser que esta tendencia continúe y se fortalezca, condicionada por una mayor flexibilidad para los procesos migratorios a partir de la puesta en vigor, en enero de 2013, de las modificaciones realizadas a la Ley Migratoria de Cuba.

El patrón migratorio cubano experimenta cambios paralelamente a las transformaciones que vive el país. Si bien han sido diversos los hechos que han impactado en sus comportamientos, aquí se han presentado, en síntesis apretada, algunos de los más significativos. Ello muestra un cuadro dinámico, cambiante, en relación con la coyuntura en la que ocurre, pero también visibiliza las rupturas que la emigración provoca, con efectos directos para las familias.

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