Blog "Paquito el de Cuba".- Después del esclarecimiento del incidente violento entre cocheros y homosexuales en Cárdenas, en cuya investigación tuve la oportunidad de participar gracias a la invitación del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), les comparto aquí mis impresiones y criterios sobre este hecho y su posterior repercusión.


 

El lugar donde ocurrieron los hechos. 

No voy a relatar los acontecimientos y los resultados de la pesquisa, que ya publicó la página digital de esa institución, pero sí quiero explicar las satisfacciones y aprendizajes que me dejó esta singular expedición al emblemático municipio del norte de la provincia de Matanzas.

Lo primero que agradezco fue la posibilidad de conocer en persona a Alberto Abreu Arcia, humilde y destacado intelectual cubano, Premio Casa de las Américas en el 2007, quien reveló los detalles de los sucesos ocurridos durante la madrugada del 3 de octubre pasado en su bitácora Afromodernidades.

Alberto Abreu, intelectual y bloguero comprometido con el activismo contra la discriminación racial y por orientación sexual. 

Alberto actuó como un bloguero y activista militante, al describir lo sucedido con toda la precisión de que puede ser capaz un simple observador de una refriega callejera en horas de la madrugada, y con las valoraciones que de acuerdo con su experiencia vital —las cuales podemos compartir o no— creyó necesarias para llamar la atención desde su terruño sobre el fenómeno de la homofobia en la sociedad cubana actual.

Tal intervención pública en el debate social a través de Internet es otra demostración de lo importante que puede resultar para Cuba la ampliación cada vez más de estos espacios de participación para ejercer nuestros derechos ciudadanos de una manera responsable, y en aras de superar nuestros problemas, tendencia que las instituciones y decisores deben ver como una fortaleza y oportunidad para perfeccionar su trabajo, y nunca como una debilidad o amenaza.

Lo más efectivo para disipar cualquier manipulación ideológica o política —externa o interna— que la divulgación de alguna denuncia fundada pueda generar, es precisamente actuar con prontitud y rigor en su investigación, aclaración y respuesta.

Manuel Vázquez Seijido, asesor jurídico del Cenesex, dialoga con Alberto justo desde el lugar donde el escritor presenció parte de la riña. 

Así lo entendió el Cenesex al enviar a Cárdenas un equipo de trabajo encabezado por el coordinador de su servicio de asesoría jurídica, Manuel Vázquez Seijido, en una visita cuyo principal saldo en mi criterio, más allá de las enseñanzas en materia legal a las cuales me referiré luego, posiblemente fue la creación de un estado de opinión y la reflexión crítica acerca de lo ocurrido entre parte de la comunidad homosexual y de la población de la localidad, así como en sus autoridades.

Resultó evidente la importancia de atender y responder a este tipo de episodios de intolerancia en lugares públicos donde convergen grupos con diferentes características, gustos  e intereses, no con violencia entre las partes, represión o intervenciones forzosas que tuerzan las dinámicas, preferencias y comportamientos de estas personas, sino con una labor educativa preventiva que abogue por el respeto recíproco, y siempre que sea posible, mediante la búsqueda de espacios y alternativas atractivas y amigables para todos y todas.

Lo otro que me llamó la atención fue el avance en la comprensión de la diversidad y el derecho a la libre orientación sexual e identidad de género que es posible palpar cuando hay un acercamiento desprejuiciado y sensible hacia esta realidad.

Los gays nos cuidan a nosotras cuando hay peleas, dicen las dependientas en El Rápido. 

Los testimonios de las trabajadoras del establecimiento gastronómico El Rápido de la calle Ruiz, en cuyo entorno ocurrió la trifulca, son el mejor ejemplo. “Ellos nos cuidan a nosotras”, nos contó Yamilé Pérez Viera, una de las dependientas, al ponderar la conducta mayoritaria entre gays, lesbianas y trans que son habituales del lugar, donde el consumo de bebidas alcohólicas y la confluencia de individuos marginales provocan frecuentes reyertas nocturnas.

Los jimaguas nos contaron todo en detalle, con honestidad y valentía. 

Pero la revelación más inquietante, y hasta tierna para mí, fue la extensa conversación con dos de los jóvenes homosexuales envueltos en la riña, Yasmany y Yosmany, los hermanos jimaguas de 25 años que nos narraron con lujo de detalle, total honestidad y mucha valentía, todo lo que aconteció aquella madrugada del 3 de octubre.

Nos hablaron de su propia respuesta violenta ante el intento por desplazarles por la fuerza del lugar donde estaban, y también las serias amenazas proferidas contra ellos por los cocheros al huir en desbandada.

Me sentí muy cercano a Yasmany y Yosmany. 

Con una aguda inteligencia natural, pero atrapados en una evidente espiral de desventaja social, me sentí muy cercano a esos muchachos extrovertidos, elementales, díscolos, aunque seguros y hasta alegres en medio de su precariedad.

Hablamos largo y tendido con ellos, y hasta algún consejo les dimos sin tratar de sermonearles ni desconocer su difícil contexto, pero con la esperanza de que alguna vez puedan asumir que la vida puede ser mucho más plena y enriquecedora cuando no nos conformamos con lo que pudiera parecer un destino desfavorecedor infranqueable y aprovechamos y hasta peleamos por las oportunidades para superar la adversidad y demostrar nuestra valía como seres humanos ante nosotros mismos y nuestros semejantes.

Y finalmente no quiero dejar de referirme a la actuación policial y a las garantías y cultura jurídicas que necesitamos fortalecer y fomentar en la ciudadanía en general, y en la comunidad LGBT en particular.

Como indica el Cenesex el reporte del incidente no trascendió más allá de un acta y el interrogatorio a los implicados “porque no fue presentada una denuncia”. O sea, desde mi punto de vista, los jóvenes homosexuales actuaron de manera correcta y muy hábil al acudir a la estación de la policía para narrar la pelea callejera con los cocheros y así evitar que estos les incriminaran como los responsables de la rencilla, y también quizás resguardarse de que pudieran cumplimentar su amenaza de “buscar una pistola”. Allí fueron escuchados y tratados correctamente, según refieren los jimaguas.

¿Pero debería o no la policía actuar de una manera más firme y categórica ante casos como este e instruir a las personas que acuden en su ayuda sobre la posibilidad de presentar una acusación formal ante los tribunales?

Sin yo ser abogado ni pretenderlo, una simple revisión del Código Penal me arroja al menos dos figuras delictivas que pudieran aplicar para la actuación de los cocheros: escándalo público y amenazas, previstas entre los delitos contra el orden público y contra los derechos individuales respectivamente.

Por supuesto que ello requeriría una investigación más exhaustiva, determinar el grado de responsabilidad de cada parte y abrir un proceso judicial que para mucha gente, incluyendo los involucrados, podría parecer excesivo en relación con su percepción sobre la real envergadura de este tipo de altercado que, lamentablemente, en algunos sitios a veces casi parecen de rutina o pasan por sucesos triviales, hasta que un día hay una tragedia.

No estoy para nada seguro de que en este caso concreto los jóvenes envueltos en la riña, por sus propias características, patrones de conducta e historias de vida, quisieran ir más allá en sus pretensiones de justicia frente a los sorprendidos y casi apaleados cocheros homofóbicos.

Pero sirva la alerta para que las autoridades policiales no descarten la posibilidad —ante la inexistencia en nuestro ordenamiento legal de tipificaciones delictivas específicas como los crímenes de odio u otras aplicables en los casos de violencia extrema por cualquier tipo de discriminación, en particular contra las personas homosexuales y trans— de cortar por lo sano y a tiempo, con los recursos legales que tenemos, cualquier escalada, agravamiento o reincidencia en este tipo de agresiones homofóbicas en cualquier lugar de nuestro país.

Como contribución a nuestra cultura jurídica, reproduzco del Código Penal las dos figuras delictivas que tal vez mejor describen la actuación de los cocheros de Cárdenas:

DELITOS CONTRA EL ORDEN PÚBLICO

CAPITULO I

DESORDENES PUBLICOS

ARTICULO 200. 1. El que, sin causa que lo justifique, en lugares públicos, espectáculos o reuniones numerosas, dé gritos de alarma, o profiera amenazas de un peligro común, incurre en sanción de privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas o ambas.

2. Si los actos previstos en el apartado anterior se realizan con el propósito de provocar pánico o tumulto, o de cualquier otra forma altere el orden público, la sanción es de privación de libertad de uno a tres años o multa de trescientas a mil cuotas o ambas.

DELITOS CONTRA LOS DERECHOS INDIVIDUALES

CAPITULO I

DELITOS CONTRA LA LIBERTAD PERSONAL

Amenazas

ARTICULO 284. 1. El que amenace a otro con cometer un delito en su perjuicio o de un familiar suyo, que por las condiciones y circunstancias en que se profiere sea capaz de infundir serio y fundado temor a la víctima, incurre en sanción de privación de libertad de tres meses a un año o multa de cien a trescientas cuotas.

2. Si para la amenaza se emplea un arma de fuego o de otra clase, la sanción es de privación de libertad de seis meses a dos años o multa de doscientas a quinientas cuotas.

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