Leidys María Labrador Herrera – Granma.- Sexo débil, fue ese el calificativo que heredamos de una tradición patriarcal, que durante siglos segregó a la mujer. Un mito que nos encerró en el círculo vicioso de la reproducción y los quehaceres del hogar.


Pero la historia es sabia y su caprichosa espiral determinó que, no sin incontables barreras, las féminas se deshicieran de esa pesada carga, para demostrar su valía, y una fortaleza que na¬da tiene que ver con músculos, sino con la sensibilidad y la capacidad de sortear los obstáculos del destino. Creo que a nadie le quepa la me¬nor duda de que las cubanas han sido ejemplo en ese arduo bregar.

Mucho camino han transitado las hijas de esta tierra para materializar una Revolución dentro de la Revolución, como brillantemente lo definiera Fidel. El sentimiento patrio y la necesidad de hacerse valer como seres humanos, hicieron que las voces femeninas poco a poco se escucharan en ámbitos dominados por el sexo opuesto como las artes, la política y las ciencias. Las palabras de Ana Be¬tancourt de Mora en fecha tan temprana como 1869 demostraron que la mujer cubana no seguiría siendo la sombra oculta tras un protector marido, ni la cálida retaguardia del guerrero, sino abanderada de la nacionalidad que se gestaba, protagonista incólume del futuro de Cuba.

Y escribieron su propio destino. Empuñaron el machete en la manigua y el fusil en la Sierra, burlaron a los esbirros en la lucha clandestina, se lo jugaron todo por una noble causa, la libertad. La grandeza del espíritu, la dignidad a prueba de los más duros golpes, hicieron que del vientre de Mariana no solo nacieran los Maceo, sino Melba, Haydée, Celia, Vilma, y millones más, que decidieron inmortalizar los valores heredados y unirse en un frente que por siempre acompañaría a la obra revolucionaria, la Federación de Mujeres Cubanas.

Razones suficientes para que la Cuba de hoy no se conciba sin el aporte diario e imprescindible de un sexo cuya debilidad ha quedado solo como un mito en pensamientos retrógrados. No ha habido un solo peldaño del desarrollo social que no haya escalado la mujer, dibujando el sello inconfundible de su entereza y de las cualidades físicas y humanas que la distinguen.

Hace mucho dejamos de ser el objeto decorativo circunscrito a la delicadeza, a la bella sonrisa o al andar cadencioso.

Hoy brillamos en el campo, cara a cara con el surco, lucimos nuestras mejores galas en la industria, derrochamos inteligencia en los enredados caminos de la ciencia y mostramos orgullosas nuestra sabiduría en el seno del hogar.

Nos hemos desdoblado en cada una de las facetas que la vida nos impone, sin la hipocresía de fingir lo que no somos, porque la originalidad de nuestro ser radica en ese multifacético carácter, para el que los imposibles son solo vacíos pretextos.

La mujer cubana sueña, pero no con príncipes azules, sino con llevarse a sí misma al límite de sus capacidades, con alcanzar la verdadera realización personal, no para competir con los hombres, no para demostrarle nada a quienes desconfían de ella, sino para crecer como personas, para fundirse con el sexo opuesto en un camino común, el de fortalecer los cimientos de un país donde las diferencias quedan solo para el ámbito biológico.

Retos existen todavía, decir lo contrario sería negar la lógica del desarrollo. Aún debemos aprender a valorarnos más, a vivir también por nosotras y no solo para los demás. Nos toca enfrentar la maternidad en un mun¬do cambiante, enfrentar el crecimiento profesional en ámbitos cada vez más competitivos, sobreponernos a los estereotipos que persisten, a las incomprensiones y al machismo que intente cerrarnos puertas, pero, para ello la vo-luntad es el único camino.

A la mujer cubana de hoy, a la que impregna con su aroma el día a día de esta sociedad, ya no le sirven los moldes, hace mucho se desprendió de ellos. Luchadora innata que nada teme, salvo perder las conquistas que la han traído hasta aquí, y si esa amenaza fuera real algún día, con el empuje de su corazón estará dispuesta a entregar hasta la vida.

 

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