Pedro de Jesús López Acosta* - Paquito el de Cuba**.- Conversaba con estudiantes de Medicina en el café de mi pueblo —Fomento, Sancti Spíritus—, y uno de los libros que traían llamó mi atención: Medicina legal. Según aclararon, constituía la bibliografía básica para la asignatura de igual nombre, que reciben en el segundo semestre del quinto año de la carrera.


 

Tras un rato hojeándolo descubrí que decía: «El estudio de la homosexualidad es tal vez el capítulo más sugestivo y trascendente de la ciencia sexual moderna, cuyos primeros pasos fueron iniciados precisamente en la investigación de esa anomalía, la más importante de todas, sin duda alguna».

La palabra anomalía me sobrecogió, pero supuse que en un texto científico con fines docentes se empleaba para significar un tipo de comportamiento que desde el punto de vista meramente estadístico o cuantitativo se diferenciaba de la norma.

Pero no. El texto proseguía así: «Se distinguen tres formas de inversión: la completa o absoluta, bien establecida desde el nacimiento como desviación constitucional; la ambisexual o bipolar, que no excluye del todo al sexo contrario como objeto erótico; y la ocasional o accidental, que es la determinada o propiciada por influencias ambientales o circunstancias exógenas capaces de desencadenar una homosexualidad latente y escondida».

Como puede apreciarse, al vocablo anomalía se suman otros dos, inversión y desviación. Es indudable que no se está describiendo el fenómeno de manera neutral y objetiva, sino que se lo presenta desde una perspectiva evaluadora, prejuiciada y negativa. Y con términos demodé, que rezuman el tufillo del lenguaje excluyente y vejatorio empleado en una época de triste recordación en Cuba. Y esto, sorprendentemente, en un libro que se edita en 1999, nueve años después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS), bajo presupuestos validados por la ciencia, eliminara la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales…

Recordé entonces que en otro libro cubano que había leído tiempo atrás, ¿Cómo enfrentar el peligro de las drogas?, de 2006, el afamado doctor Ricardo González Menéndez incluía el comportamiento homosexual entre las reacciones adversas provocadas por la mariguana.

En un contexto donde se enumeran enfermedades, trastornos y otros males tanto físicos como síquicos y sociales (esquizofrenia, demencia, delirios, alucinaciones, apatía, pérdida de valores…), el galeno asegura que la mariguana «facilita en quienes tienen tendencias homosexuales latentes, la atracción por sujetos del propio sexo y los comportamientos consecuentes».

Nunca comprendí cómo desde el lenguaje de la medicina —ciencia que se ocupa de la salud humana, entendida esta como «el completo estado de bienestar físico, mental y social» de personas y colectividades (OMS)— podía considerarse nociva para el sujeto la realización de sus deseos ocultos e insatisfechos, cuando resulta más bien todo lo contrario. Represión y frustración constituyen un profundo malestar que puede originar, a la postre, una verdadera enfermedad.

Así que el mensaje de ese texto —escrito con propósitos divulgativos, no lo olvidemos—, lejos de provocar el rechazo a la mariguana en personas con inclinaciones eróticas reprimidas hacia otras de su mismo sexo, acaso pudiera convertirse en magnífico incentivo para que la consumiesen y, ¡bendita sea la yerba milagrera!, por mediación suya tuvieran experiencias sexuales liberadoras…

Pero no los engañe mi ironía. Por supuesto que otro, bien distinto, es el objetivo que persigue el texto, encaminado como está, primero, a referir los graves daños que la cannabácea inflige al organismo y, segundo, a disuadir de su empleo. ¿Será, quizá, que no bastando con la numerosa lista de desgracias que, ciertamente, puede acarrear la mariguana, se pretende atemorizar a las personas bajo el supuesto de que su integridad sexual corre peligro si la prueban?

Porque en un país de tradición machista como este, leer —en palabras de un médico, no olvidemos el detalle— que algo (yerba, raíz, bejuco o lo que sea) «facilita […] la atracción por sujetos del propio sexo y los comportamientos consecuentes», es suficiente para hacer que se reavive en los lectores ese temor tan persistente que se llama homofobia. De hecho, las palabras están escritas desde el discurso heteronormativo y homófobo propio de la cultura patriarcal dominante y el receptor ideal que prefiguran debe, también, responder a los códigos de ese discurso; de otro modo, démonos cuenta, el mensaje carecería de pertinencia y eficacia.

No es este, lamentablemente, el último de los textos que motivan este comentario. Hablándole a una amiga —enfermera, por más señas— acerca de ¿Cómo enfrentar el peligro de las drogas?, me señaló que el argumento de que la mariguana «facilita» las prácticas homosexuales le resultaba familiar… ¡Aparecía en uno de los libros con que estudió su carrera!

En efecto: si usted quiere corroborar la información, busque un ejemplar de Enfermería familiar y social, publicado por la Editorial Ciencias Médicas en 2004; en las páginas 166-167, junto con otros efectos perjudiciales de la mariguana, aparecen las conductas homosexuales.

Ante las evidencias de estos tres textos —dos destinados a la enseñanza de los futuros médicos y enfermeros de nuestro país, y el otro, de divulgación científica, escrito para un público más amplio y heterogéneo—, solo me queda preguntar, casi a punto de la perplejidad, si no fuera por la sorda indignación que me embarga: ¿cómo es posible?

La sola existencia de tales textos contradice la política que desde hace años lidera el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) para combatir la homofobia en los diferentes ámbitos sociales del país, habida cuenta de que la homofobia —y no la orientación homosexual— resulta una enfermedad y expresa, por sí misma, la actitud anticientífica de una cultura machista basada en la ignorancia, los prejuicios y los estereotipos.

Creo que no debo decir más. Urge actualizar esos textos —y otros que, acaso, pudiesen estar en circulación— a la luz de los nuevos enfoques de la ciencia… y de los esfuerzos institucionales que se realizan en Cuba y muchas partes del mundo para hacer de las sociedades contemporáneas espacios plenamente abiertos a las múltiples diferencias humanas.

* PEDRO DE JESÚS López Acosta (Fomento, 1970). Escritor. Máster en Estudios Lingüísticos-Editoriales Hispánicos y Licenciado en Letras. Ha publicado los libros de relatos Cuentos Frígidos (Olalla, Madrid, 1998; Unión, La Habana, 2000; City Lights Book, San Francisco, 2002), La sobrevida (Letras Cubanas, La Habana, 2006; Diálogos Book, New Orleans, 2014) y La vida apenas (Bokeh, Leiden, 2017). También la novela Sibilas en Mercaderes (Letras Cubanas, La Habana, 1999; Océano, México, 2002), el cuaderno de poesía Granos de mudez (Luminaria, Sancti Spíritus, 2009, 2016) y el libro de ensayo Imagen y libertad vigiladas. Ejercicios de retórica sobre Severo Sarduy (Letras Cubanas, 2014).

Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Premio de la Academia Cubana de la Lengua (2015), la Distinción por la Cultura Nacional (2015), el Premio Nacional de la Crítica Literaria (2014), el Premio Alejo Carpentier (cuento, 2006; ensayo, 2014), y el de La Gaceta de Cuba de cuento (2013).

Ha representado a Cuba en las Ferias Internacionales del Libro de Frankfurt (1998), Guadalajara (2006), Mazatlán (2009) y Bogotá (2015).

** NOTA MÍA: Pedro es, sin saberlo él quizás, una de las personas más importantes en mi vida. Algún día contaré por qué, pues guarda estrecha relación con el tema central de esta bitácora, pero ello requerirá una conversación previa entre nosotros. Por el momento, sepan que fuimos compañeros de aula en la carrera de Periodismo, hasta que él cambió para la Facultad de Artes y Letras a estudiar Filología, en segundo o tercer año, no recuerdo bien. Nos dejamos de ver por muchos años, pero yo seguí siempre con gran admiración su destacada carrera como escritor y ensayista, con el doble mérito de hacerla desde su pueblo, su terruño de Fomento, no solo lejos de La Habana, sino incluso en un municipio que no es la capital de su provincia, Sancti Spíritus. Hace pocos años pude hacerle una visita y reencontrarlo en su contexto, su mundo cotidiano, sus amistades, sus discípulos. Me percaté entonces de que Pedro además de un importante intelectual cubano y un promotor cultural incansable, es también —casi seguramente sin proponérselo—, un activista nato, con su ejemplo, su inteligencia, su valentía. Me honra, pues, publicar aquí este texto suyo, que además de oportuna denuncia, es crónica exquisita y traviesa. Gracias, Pedro, por tu confianza y amistad.

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