Verónica Vega - Alas Tensas.- A una amiga su pareja le cayó a golpes en plena calle, en presencia de varios conocidos. Solo uno de ellos reaccionó con justa indignación, defendiéndola. El resto asumió que no era su asunto. Porque “entre marido y mujer nadie se debe meter…”, porque, “y si luego ella vuelve con él, ¿te imaginas?, me busco un problema por gusto”.


 

Al parecer, un acto de evidente injusticia teniendo en cuenta la ventaja corporal del hombre (notoria en el caso de la joven agredida), se vuelve difusa cuando hay una relación sexual de por medio. Y el sentido, ya no de solidaridad sino de compasión, se enturbia o se paraliza.

Tendencia que es sustentada desgraciadamente por la experiencia, porque es cierto que estas historias contienen una acumulación de culpas, miedos, de falta de autoestima en la mujer muy difícil de romper. Pero la situación empeora, al menos en nuestro país, con los prejuicios, la falta de visibilidad mediática al problema y la ausencia de leyes efectivas.

Conocí el caso de una joven que fue agredida por su esposo y amenazada de muerte mientras llevaba en brazos a la niña de ambos. La sentencia para él fue una multa de 30 CUP. Otra fue golpeada por su cuñado y el resultado de la denuncia fue 100 CUP.

Sin embargo, en el mes julio la Gaceta Oficial publicó un Decreto Ley que anuncia la implementación de inspectores para sancionar el trabajo artístico independiente, con contravenciones calificadas de “graves” o “muy graves” y sanciones en forma de multas de 1000 y 2000 CUP…

¿Es más destructiva la creación artística libre, que la violencia de género? Violencia que deforma a los hijos y propaga la simiente de un atavismo donde se mezclan ignorancia y misoginia.

Un caso desconcertante me lo refirió una trabajadora social: una menor asistía a la escuela con estigmas de ser abusada sexualmente, al parecer, por el padrastro. La muralla de impunidad consistía en que no había denuncias por parte de la familia; nunca se inició una pesquisa, y el asunto se diluyó entre rumores de desaprobación.

Tuve una joven vecina que intentó denunciar a su padre, por acoso sexual. La respuesta que recibió en la unidad de la policía de Alamar, fue que era “un problema familiar”. Conozco mujeres que en algún momento fueron violadas y no denunciaron el hecho porque tenían una relación con el agresor. Otras renuncian a la idea por el mero pudor de hacer público el asunto, por el trasiego burocrático y en general por falta de fe en la viabilidad de la justicia.

Por otro lado, la supuesta liberación de la mujer se distorsiona con la exhibición y explotación del cuerpo femenino como mercancía. A qué aspirar entonces si (según reza una canción que fue muy popular) “eso” —los genitales— es lo más lindo que tú tienes”…

Y “eso”, es el centro de donde algunas adolescentes, jóvenes y mujeres maduras creen que irradia su principal poder de convicción, de aceptación y de ascenso social. “Poder” que se diluye con la edad y no basta ningún implante, estiramiento o píldora para aceptar el peso físico y moral de la vida.

Cuán vigentes se demuestran las palabras de Martí: “Rebelaos, oh, mujeres, contra esas seducciones vergonzosas, ved, antes de daros, si se os quiere como se adquiere una naranja, para chuparla o arrojarla, o si os ama dulce, penetrante, espiritual y tiernamente, sin sacudida, sin predominio ni obsesiones de deseo, si se busca en vosotras algo más que la bella bestia…”

Y decía el Apóstol sin orgullo que el hombre: “va por las calles como león hambriento, porque el hambre del estómago se sacia, la de vanidad, nunca”:

Una amiga que fue forzada por su pareja al coito anal, enfrentó la triple decepción del hecho: el daño físico (tenía problemas de hemorroides), que él no tomara la ruptura de la relación en serio, aquello era imposible, fue “sólo un juego”, y que estuviera convencido “¡de que a ella en el fondo le había gustado!”

Ah, la deleznable línea entre el no por sensualidad y el NO por rechazo y por derecho.

Decir que en la educación en Cuba se inculca el respeto a la mujer es una fanfarria oficial que desmiente la tradición, la realidad, e incluso la propaganda mediática. La visión que se tiene de los problemas de género hasta cuando se abordan, es parcial, poco profunda, salpicada de desproporciones y clichés.

Los medios condicionan mucho cómo interpretamos el mundo. Más de una vez, siendo por azar espectadora involuntaria de alguna telenovela de turno (productos del trasiego clandestino como el “paquete semanal”), he notado con espanto la recurrencia a escenas de violaciones. Es obvio que proliferan porque tienen rating.

Pero por dónde empezar si incluso amigos de aparente sensibilidad, me han confesado haberse excitado con alguna escena de violación a una mujer hermosa.

¿Dónde se difumina el límite entre la libertad y el daño, entre lo lúdico y lo abusivo? ¿Por qué violaciones y no BDSM (Bondage Disciplina Sadismo Masoquismo)? ¿Por qué incentivar la transgresión, fortaleciendo arquetipos de patriarcado?

Cuando pienso en la anécdota que motivó este artículo, una y otra vez llego a las mismas conclusiones:

—Los pretextos de los que se negaron a auxiliar a mi amiga son máscaras de una misma cara: ¿machismo? Cobardía, indolencia, egoísmo.

—El respeto al cuerpo de la mujer termina cuando se interpreta como objeto sexual. Y es aquí donde empieza la otra forma de violencia. El límite entre la agresión sexual y la física es más corto que un milímetro.

—Los que no ayudan a una mujer que es golpeada por un hombre porque es su pareja, asumen que el derecho sexual sobre ella implica potencialmente este riesgo. Y lo consideran natural.

Recordemos que el machismo se alimenta no sólo del acto y su omisión, sino de cualquier forma de indiferencia.

No olvidemos que la mayoría de los actos de violencia de género ocurren entre cuatro paredes, que los agresores se esconden en el anonimato y que las estadísticas de feminicidios en Cuba, para mayor desgracia, no se publican.

Y no olvidemos que el machismo también, en gran medida, sobrevive gracias a las actitudes de algunas mujeres. Madres que crían hijos machistas, novias o esposas que sostienen sobre sus delicados hombros un imperio que se desplomaría si solamente dieran un paso fuera del círculo.

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