A pesar de lo abultados de los números, el monto de las rupturas matrimoniales en Cuba ha ido tendiendo al equilibrio. Foto: Alas Tensas.

Dixie Edith - Letras de Género / Cubadebate.- Cuando Dayana Martel tomó la decisión de divorciarse a los 26 años, apenas tres después de la boda, su abuela estuvo dos semanas sin hablarle. Pero para la joven bióloga el asunto “ya no tenía marcha atrás”.


Ahora, casi cuatro años después, con otra pareja y un bebé de 8 meses, evalúa en retrospectiva que las tradiciones en asuntos de vida doméstica” le costaron el matrimonio y perder a quien creía “el amor de su vida”. “Pero el mundo no se acaba y siempre aparece otro amor”, asevera.

Fueron novios desde el preuniversitario –él estaba en terminando cuando ella empezaba-, pero optaron por igual profesión y se casaron cuando ella estaba en el último año de la carrera.

“Me prometió ayudar con la investigación final para que no me atrasara, pero en cuanto volvimos de la luna de miel todo se fue enredando. Las tareas de la casa se fueron acumulando y yo no podía hacerlo todo pues me pasaba horas en el laboratorio terminando la tesis. Como vivimos solos desde el principio, la limpieza, la cocina, los mandados... todo me tocaba a mí. Para colmo, a él le gustaba tener la ropa bien planchada, así que yo terminaba levantándome a las cinco de la mañana para arreglar sus batas de trabajo”.

Dayana logró graduarse con felicitaciones, pero antes del año ya había agotado sus reservas de estoicismo “doméstico”. Para colmo, en su centro de trabajo le propusieron pasar un curso de seis meses en el extranjero y los gritos del esposo sonaron… muy lejos. Apenas un mes después, el divorcio estaba firmado y ni la abuela, ni las amigas pudieron evitarlo.

“Aún me duelen las palabras de mi suegra la última vez que nos vimos porque me confirmaron que allí no había arreglo posible. Me dijo que ella le había advertido a su hijo que ‘las mujeres que les gusta mucho la calle y el estudio no son buenas esposas’”, confesó la joven, que hoy produce ciencia en uno de los laboratorios del polo científico del oeste capitalino.

Aunque cubanas y cubanos siguen apostando a vivir en pareja, los cambios sociales acumulados en el último más de medio siglo en este lado del mundo han traído nuevos aires a esas relaciones. El aumento de las uniones consensuales y los divorcios revelan la difícil pero persistente convivencia, sobre todo al interior de los hogares, de patrones machistas junto a formas de comportamientos menos tradicionales y esquemáticos. Y nuevas formas de vivir en familia, más plenas y democráticas, se vislumbran al final del túnel.

No por gusto hoy la Constitución habla de “familias” y no de “familia” y se reconoce que ese paso es apenas el primero en un camino legislativo de enormes y múltiples desafíos. Para Leonardo Pérez Gallardo, presidente de la Sociedad Cubana de Derecho Civil y de Familia, “en una sociedad plural no puede existir un concepto único y excluyente de familia”.

Son múltiples las razones que abonan la frecuente ocurrencia de divorcios en Cuba. Otros colegas de Pérez Gallardo han citado entre ellas la facilidad del trámite, en el que resulta suficiente la voluntad de una de las partes. En pocas palabras, nadie amarra a nadie en Cuba, y, por si fuera poco, los divorcios no son caros.

Los conflictos habitacionales, en un país donde la carencia acumulada de viviendas hace que convivan más de una generación en el hogar, también son razón de peso para el fracaso de un proyecto de vida en común. Al igual que casarse muy joven, pues a menor edad la vida en pareja suele asumirse con menos responsabilidad, confirman investigaciones recientes del Centro de Estudios sobre la Juventud (CESJ) y del Centro de Estudios Demográficos (CEDEM), de la Universidad de LA Habana.

Pero la mayoría de los especialistas que han estudiado las tendencias del rompimiento en las parejas coinciden que en reiteradas ocasiones una inadecuada selección del cónyuge, fruto de una decisión rápida y a la ligera, provoca desencuentros, discusiones y, finalmente, la ruptura.

El asunto es aún más complejo y hay que escudriñarlo, también, con lupas de género. El matrimonio en su concepción más patriarcal se ha ido dinamitando por importantes modificaciones en la posición social de la mujer, como la elevación de su nivel cultural, mayor participación en el empleo -que le da independencia económica- además del apoyo estatal en la manutención y educación de los hijos. Una mujer sola o separada, ya no es mal vista por la sociedad, ni queda desprotegida en caso de que tenga descendencia.

A pesar de lo abultados de los números, el monto de las rupturas matrimoniales en Cuba ha ido tendiendo al equilibrio. A fines de la década de los noventa del pasado siglo la estadística alcanzó una tasa de 6 divorcios por cada mil habitantes, para luego estabilizarse entre 2,7 y 3 por mil, entre 2010 y 2019, año este último en que registró 2,9 por mil. Y según especialistas, lo que ocurre en Cuba con las parejas es parte de una tendencia global.

“El divorcio es una problemática de la sociedad moderna, y aunque las tasas en Cuba están moderadamente altas, no es una tendencia alarmante, compleja o anómala con relación a otros países”, sostenía a inicios de este siglo la fallecida demógrafa Sonia Catasús, maestra de muchas generaciones de estudiosos de la población.

De acuerdo con Catasús, la psicóloga Patricia Arés ha explicado más de una vez que la ocurrencia de divorcios puede estar indicando avances, en lugar de retrocesos. A su juicio, las personas han ido cobrando conciencia "de cuándo las cosas no están bien y buscan que el vínculo sea satisfactorio. No quieren vivir en pareja como algo irremediable, sino para ser feliz, y eso expresa un desarrollo personológico, de lo individual, desde el punto de vista humano".

Al final, a juicio de la experta, sale ganando la familia, esa misma que se hace más diversa y heterogénea, pues los hijos de quienes buscan hoy parejas más felices tendrán mejores brújulas para formar hogares más abiertos y democráticos en el futuro cercano.

Para Arés, toca desprenderse de la idea de la familia biparental, conyugal y legal como la garante para todas las funciones familiares, porque ese es un concepto idealizado y retrospectivo que no se ajusta a la realidad de hoy

La investigadora Rosa Campoalegre, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), también comparte esa tesis al abogar por una “mayor democratización de las relaciones familiares, que proyecta otros estilos de comunicación y desdibuja roles tradicionales, especialmente en la maternidad y paternidad, las relaciones de pareja y con los hijos”.

“El matrimonio no dura ya para siempre”, afirma, convencida, Dayana Martel. “Las mujeres nos hemos independizado, no dependemos de nadie, pensamos mejor y nos valoramos más” precisa.

No podía ser de otra manera. En más de medio siglo de Revolución, múltiples cambios económicos, políticos y sociales se colaron en las familias cubanas y si bien trajeron mejorías para toda la población, impactaron particularmente a las mujeres. De ser consideradas el “sexo débil” pasaron a sumar mayorías entre el personal técnico y profesional del país; comenzaron a percibir ingresos iguales -e incluso mayores que sus congéneres-; y tuvieron acceso a planificar los hijos, el matrimonio, la vida familiar… y también el divorcio.

La socióloga Marta Núñez Sarmiento cree que todas esas transformaciones también están relacionadas con que las mujeres “hemos tenido que transformar, reconstruir los patrones de género y la mayoría de los hombres no lo han hecho todavía”.

Y es que, por obra y gracia de esa fuerte tradición machista que nos ronda, la mayoría de los hombres cubanos no son educados para expresar sus sentimientos ni ser flexibles; para atender las tareas del hogar o ser tiernos y cariñosos, una conducta muchas veces legitimada por las propias mujeres, cuando se convierten en madres, como pudo comprobar Martel en su propia piel.

Como resultado, Núñez dibuja con palabras un desencuentro, útil para explicar eso que otros especialistas llaman sociedades en tránsito: “Los hombres cubanos aspiran a mujeres que ya no existen y las mujeres soñamos con hombres que aún no existen”.

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