Carlos Gutiérrez Gutiérrez y Beatriz Torres Rodríguez. Doctores en Ciencias Médicas y Psicológicas. Profesores e Investigadores Titulares. Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el estudio de la Sexualidad (SOCUMES) - Red Semlac / Foto Semlac Cuba.- El aumento de la expectativa de vida, debido a los avances del desarrollo y los estilos de vida inadecuados, provocan que el número de personas con enfermedades crónicas constituya un problema que se incrementa de forma constante.


Las mujeres, con la gran carga de tareas y responsabilidades que el mandato tradicional patriarcal les ha impuesto, reciben una enorme sobrecarga cuando se les añade una patología de ese tipo, y si a esto se le suma el hecho de que sean víctimas de violencia de género, posiblemente las convierta en uno de los grupos más vulnerables para recibirla.  

Los avances tecnológicos y terapéuticos han contribuido al aumento de la supervivencia de la mujer con una enfermedad crónica; pero, a la par, ello ha impedido el retorno a una determinada calidad de vida. Al aumentar la supervivencia de estas pacientes, se ha dado mayor énfasis a las complicaciones que pueden disminuirla en su relación con la mortalidad y esto hace que muchos aspectos psicosociales sean postergados o pasen inadvertidos.

Resulta evidente que las mujeres con una enfermedad crónica sufren cambios físicos y psíquicos producidos tanto por la enfermedad, como muchas veces por el tratamiento que esta requiere. Por ejemplo, una mutilación derivada de una cirugía radical de mama o la pérdida del cabello por el uso de medicamentos anticancerosos.

Todas estas situaciones pueden afectarlas directamente, de diferentes formas. En algunos casos, los cambios en la piel, el cabello, en los olores, el hecho de que dejan de ser proveedoras de cuidados o economías para convertirse en proveídas producen un deterioro potencial de su calidad de vida y del estado general de salud y hacen que la mujer sea menos “apetecible” para una pareja con poca capacidad de comprensión, o que constantemente les esté recordando, de una forma más o menos evidente: “si no me satisfaces, tengo que buscarme otra pareja”.

Estas formas de maltrato pueden llevar hasta la agresión física o a violencias que operan de una forma más encubierta, pero no por ello menos dañinas, como la utilización de violencia psicológica, traducida en una terrible indiferencia o menosprecio.

Por otra parte, muchas veces se les exige que sigan cumpliendo el mandato tradicional patriarcal sin consideraciones con su estado de salud. O sea, llegan al hogar desde el centro de salud donde recibieron tratamiento y les esperan las labores domésticas. Si hay que cuidar a algún miembro de la familia, siguen descansando en ellas porque son “las que están preparada para hacerlo”. Pero cuando son ellas las necesitadas de apoyo y consuelo, suelen recibir repuestas del tipo: “no te podemos acompañar al hospital porque tenemos trabajo”.         

Los cambios físicos se relacionan con las alteraciones orgánicas producidas no solo por la enfermedad crónica original, por ejemplo, un cáncer o un daño renal, sino también por la repercusión que sobre la esfera sexual pueden tener otras que se asocian con frecuencia, como son la diabetes mellitus, la hipertensión arterial y la cardiopatía isquémica.

Los cambios psíquicos se corresponden con el impacto emocional en el paciente y su familia al diagnosticarse la enfermedad crónica y están dados, entre otros aspectos, por el estrés, la depresión, la ansiedad, el desgaste emocional, el miedo a la muerte, el temor a que las relaciones sexuales provoquen alteraciones cardiovasculares, a la posible infertilidad y los sentimientos de culpa e inseguridad que sufren estas pacientes, lo que las lleva a cambiar patrones de comportamiento, estilos de vida y procesos de construcción en su nueva identidad, ahora como enfermas crónicas. De esta forma, puede ocurrir que se formen una imagen negativa de su cuerpo, irradiando sentimientos de minusvalía y subestimación, lo que constituirá un terreno propicio para que puedan sufrir algún tipo de violencia.

La dependencia constante a un tratamiento –como pudiera ser una máquina de hemodiálisis tres veces por semana–, el miedo a una posible intervención en caso de tratamientos quirúrgicos, la pérdida del trabajo y del rol social, la invalidez permanente, los problemas económicos y los conflictos con la pareja y a nivel familiar constituyen agresiones permanentes que sufrirán estas enfermas, por lo que la sociedad en general -no solo es responsabilidad de la familia y de los equipos de salud- debe hacer  lo posible por mitigarlas.

Se ha planteado que hasta cuatro de cada cinco mujeres con enfermedades crónicas padecen algún tipo de disfunción sexual; sin embargo, es una realidad que estas pacientes deberían ser adecuadamente evaluadas para detectar problemas sexuales, lo que no ocurre con frecuencia. Tanto este aspecto, como la identificación de las situaciones de violencia, suelen obviarse en las consultas porque resultan difíciles de abordar e, incluso, porque a menudo se trata de asuntos embarazosos.

El apoyo del equipo multidisciplinario que atiende a la enferma crónica es de suma importancia, pues tiene como responsabilidad el desarrollo de nuevas estrategias que ayuden a preservar la calidad de vida y permitan aliviar el sufrimiento ante la enfermedad que tanto la debilita y la transforma en dependiente, aplicando en cada caso una intervención terapéutica apropiada. La soledad nunca debiera ser característica de una enferma crónica.

Existe escasa evidencia en la literatura científica y en trabajos de investigación, nacionales e internacionales, que aborde el tema de la violencia y la sexualidad en las mujeres enfermas crónicas. Este último aspecto se publica, con más frecuencia, dirigido a pacientes del sexo masculino.

Los servicios de salud deben programar más actividades educativas (talleres, cursos interactivos, charlas colectivas y orientaciones individuales, entre otras) dirigidas a las mujeres enfermas crónicas, donde se les brinde información y capacitación sobre la repercusión de las enfermedades que padecen en su calidad de vida, con un enfoque preventivo, terapéutico y psicológico adecuado, de manera que se facilite el afrontamiento  y superación de las incapacidades físicas, los desequilibrios emocionales y las amenazas a su vida de pareja, incluidas las posibles manifestaciones de violencia.

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