Paula Rodríguez Modroño - Pikara Magazine / Revista Mujeres.- En los últimos años, la digitalización, la inteligencia artificial, la robótica y otras innovaciones tecnológicas están cambiando nuestras vidas, trabajos y forma de relacionarnos. En lo que respecta al mercado laboral, estas nuevas tecnologías alteran por completo en qué trabajamos, cómo lo hacemos y dónde, pues transforman tanto las tareas y ocupaciones como los requisitos y las necesidades de estas ocupaciones, las condiciones de trabajo y las relaciones laborales.


La pandemia de la Covid-19 con los confinamientos domiciliarios ha acelerado este proceso de digitalización y tendencia creciente hacia el teletrabajo, el trabajo en plataformas digitales y otras modalidades de empleo flexible. Si en 2019 solo un 8,3 por ciento de las personas ocupadas en España trabajaban desde su casa, al menos ocasionalmente y sin grandes diferencias entre géneros (8,9 por ciento de hombres y 7,8 de mujeres), con el estallido de la pandemia se recurrió desde el inicio al teletrabajo de manera preferente. Así, en julio de 2020, 2,86 millones de personas trabajaban en España desde su domicilio. 1,2 millones más que en 2019. El 35,4 por ciento de las mujeres trabajaba desde casa debido a la pandemia, frente a un 24,8 por ciento de los hombres. Aunque está descendiendo con respecto al confinamiento de los primeros meses, el 43,4 por ciento de los establecimientos mantuvieron el teletrabajo para el 37,6 por ciento de sus trabajadores en el segundo semestre de 2020. Se prevé que esta tendencia se mantenga en el futuro.

Todos estos cambios afectan de manera muy diferente a hombres y mujeres debido a la división sexual del trabajo y a las graves desigualdades de género todavía existentes en el mercado laboral y en la sociedad. En primer lugar, estos avances tecnológicos conducen a nuevas formas de organización de los procesos productivos y, por lo tanto, a un cambio en las tareas asociadas a cada puesto de trabajo. La automatización, por ejemplo, tiene fuertes consecuencias sobre la estructura del empleo por ocupación y sector, al cambiar los perfiles profesionales demandados y las competencias requeridas. La mayoría de los empleos que se perderán están relacionados con tareas que involucren procesos rutinarios susceptibles de automatización; por ejemplo, tareas administrativas, procesos de fabricación, producción y distribución, o transporte, entre muchos otros. Puesto que las mujeres, en promedio, realizan más tareas rutinarias que los hombres en todos los sectores y ocupaciones, las trabajadoras se enfrentan a un mayor riesgo de automatización en comparación con los hombres. La escasa representación de mujeres en cargos profesionales y de gestión también incrementa su riesgo de sustitución por las nuevas tecnologías. Se estima que, en los países de la OCDE, 26 millones de empleos realizados por mujeres corren el riesgo de ser desplazados por la incorporación de la tecnología en las próximas dos décadas. Entre las trabajadoras, son aquellas con menor formación académica y de más edad las que ocupan puestos administrativos, de servicio y de ventas poco cualificados por lo que están mucho más expuestas a la automatización. Además, las mujeres están subrepresentadas en los sectores STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), que son precisamente donde se generará más y mejor empleo. Si la brecha de género persiste y la velocidad a la que las mujeres están accediendo a empleos STEM no crece al mismo ritmo que la demanda, las mujeres perderán las mejores oportunidades de trabajo.

Se estima que, en los países de la OCDE, 26 millones de empleos realizados por mujeres corren el riesgo de ser desplazados por la incorporación de la tecnología en las próximas dos décadas.

La digitalización conlleva, por otro lado, un nuevo modelo productivo totalmente distinto, con otro modo de organización del trabajo en cuanto a formas, tiempos, espacios, estatus y condiciones. La flexibilidad y la elección de dónde, cuándo y cómo trabajar facilitan la desvinculación del empleo de los espacios de oficina tradicional y la combinación de este con los cuidados no remunerados, que todavía recaen en mayor medida sobre las mujeres. Trabajar fuera de la oficina gracias a las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) tiene efectos positivos, como la reducción de los tiempos de desplazamiento, el aumento de la autonomía en cuanto al tiempo de trabajo, lo que permite una mayor flexibilidad de la organización del tiempo, la mejora de la conciliación entre la vida laboral y la personal, y el aumento de la productividad. Como consecuencia, estas tecnologías pueden ayudar a aumentar la participación de las mujeres en la fuerza laboral. De hecho, en principio, estas tecnologías han reducido las barreras de entrada para las mujeres en sectores masculinizados, como el transporte de pasajeros, donde muchas mujeres se han incorporado a las plataformas Uber y Cabify.

También pueden presentar desventajas. Destacan la extensión de la jornada de trabajo, la exigencia de respuesta instantánea, la invasión del trabajo sobre la vida familiar y personal, la intensificación del trabajo o la disolución de relaciones personales del entorno laboral. En general, los estudios muestran que los y las trabajadoras no concilian mejor por teletrabajar desde casa, sino que las mujeres que teletrabajan recurren a reducir las horas que le dedican al trabajo para poder conciliar, a cambio de menos ingresos y un deterioro de su carrera profesional. Los estudios realizados durante la pandemia muestran las grandes dificultades que han experimentado los hogares en los periodos de confinamiento domiciliario y cierre de centros escolares para compaginar el empelo con el cuidado de las criaturas. Asimismo, se ha comprobado que siguen siendo las mujeres las que se ven obligadas a ajustar en mayor medida sus horarios laborales y adecuarlos a los cuidados. El impulso del teletrabajo desde casa incrementa el riesgo de retroceder a roles de género más tradicionales, en especial si se ofrece esta modalidad de trabajo más a mujeres que a hombres, o más en profesiones feminizadas que masculinizadas.

La digitalización facilita el desplazamiento de actividades que tradicionalmente se desarrollaban bajo relaciones de empleo asalariado hacia formas de empleo autónomo. Esto propicia la creación de empleo precario e incluso irregular o informal. Este deterioro de las condiciones laborales afecta especialmente a las mujeres dada su mayor vulnerabilidad en el mercado laboral y menor protección social. Estas tecnologías pueden no solo perpetuar sino también ampliar las brechas de género observadas en el mercado de trabajo tradicional. Por ejemplo, observamos cómo la segregación ocupacional se reproduce en las plataformas digitales, con las mujeres concentrándose mayoritariamente en los servicios de administración, cuidados y servicios domésticos. Investigaciones recientes muestran también la persistencia de la brecha salarial. En Estados Unidos los conductores varones de Uber ganan aproximadamente un siete por ciento más a la hora que las mujeres.

El impulso del teletrabajo desde casa incrementa el riesgo de retroceder a roles de género más tradicionales, en especial si se ofrece esta modalidad de trabajo más a mujeres que a hombres, o más en profesiones feminizadas que…

Tenemos que ser muy conscientes de los enormes retos que nos plantean estas profundas transformaciones del mercado laboral. Estos cambios afectan de manera muy desigual a mujeres y hombres y, en general, a trabajadoras y trabajadores según el sector económico, la ocupación profesional, su estatus laboral, su nivel educativo, la edad, el país de origen, etc. Es fundamental analizar con un enfoque feminista y de género los impactos de estas transformaciones digitales sobre el trabajo y los cuidados, con objeto de diseñar una estrategia para aprovechar las oportunidades y afrontar las amenazas a la igualdad de género.

La reducción de la brecha de género en la cuarta revolución industrial es un reto que va más allá de las decisiones y medidas de cada empresa o de los trabajadores y las trabajadoras. Aprovecharnos de los beneficios de esta nueva revolución industrial dependerá del mayor o menor protagonismo de lo público, de la regulación laboral bajo la que se desarrollen estos nuevos empleos, de la capacidad de generar empleo o destruirlo de los distintos sectores económicos, de las posibilidades de inserción de quienes trabajan y de los equilibrios de poder. Cambios legislativos como el Real Decreto-ley 28/2020, del 22 de septiembre, de trabajo a distancia, o la conocida como ley rider aprobada el 11 de mayo de 2021, son ejemplos de avances imprescindibles en la protección laboral en condiciones de igualdad. Las Administraciones Públicas pueden y deben intervenir en el marco institucional utilizando las herramientas ya existentes y avanzando en nuevos desarrollos instrumentales, para que los beneficios de los últimos cambios tecnológicos sean distribuidos de manera igualitaria.

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