Red Semlac.- Comprender la violencia de género para poder atenderla y prevenirla pasa, también, por conocer sus intersecciones, entre las cuales las diferencias según el color de la piel ocupan un espacio de particular relevancia. Para intercambiar sobre esta problemática No a la Violencia invitó a tres doctoras en ciencias, con muchos años de especialización: las sociólogas Geydis Fundora Nevot, investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) en Cuba y Rosa Campoalegre Septien, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), y la pedagoga Yohanka Rodney Rodríguez, profesora de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona.


La violencia de género tiene diferenciales por raza, etnia, color de la piel. ¿Cómo se manifiestan?

Geydis Fundora Nevot: Cuando se estudia la experiencia cubana y otras similares, sobre todo de América Latina, se evidencia la existencia de algunos de esos diferenciales. En el caso de la violencia psicológica, podemos encontrarlos en el momento en que se realizan ofensas, se descarateriza la imagen de la mujer como estrategia de dominación hacia las mujeres afrodescendientes, negras y mulatas, quienes viven las mismas situaciones que el resto de las mujeres, con el agregado de que también reciben ofensas racistas.

En cuanto a la violencia económica, que las mujeres negras estén muchas veces en espacios de trabajo informal las pone en situaciones de mayor vulnerabilidad económica y de violencia en espacios laborales por parte de sus superiores. Si vamos a la relación de pareja, nos podemos encontrar que muchas veces las diferencias por color de la piel están muy vinculadas a diferenciales socioclasistas y también de género. Por lo tanto, nos podemos encontrar parejas con asimetrías en su nivel de ingreso, de ocupación, en la disponibilidad de tiempo, que al final también generan situaciones donde se crea un contexto más favorable para la ocurrencia de violencia económica.

Otra expresión de violencia para tomar en consideración es la sexual. Si solamente miramos la representación de adolescentes negras y mulatas en la fecundidad adolescente del país, se puede presumir la ocurrencia de dinámicas diferenciadas que pueden esconder expresiones de violencia sexual. El ejercicio de la prostitución también es un espacio violento para cualquier mujer, pero las negras y mulatas sufren otros maltratos asociados a la misma estructura socioclasista que existe dentro de este tipo de trabajo. Creo que las mujeres negras y mulatas también experimentan autoviolencias, a partir de los patrones y estándares de belleza presentes en nuestra sociedad. Y no se trata de una mera cuestión estética, sino que por ahí a veces pasan las posibilidades de inserción laboral, de encontrar pareja, de reconocimiento y aceptación social. Entonces, más allá de la decisión de lucir de una manera u otra, se trata de interpretar qué implica esta decisión y hasta dónde la tomamos de manera condicionada, o no, por la sociedad.

Las mujeres negras y mulatas, -las afrodescendientes en sentido general-, a partir de las representaciones sociales que existen sobre nosotras –y también de los hombres negros y mulatos o, peor aún, de las personas trans negras y mulatas-, tienen poca o nula presencia en espacios de producción simbólica como los medios de comunicación, las campañas de publicidad, etc. Y cuando aparecen, lo hacen en roles que refuerzan estereotipos y prejuicios; que reproducen visiones discriminatorias. Esto refuerza muchas veces la victimización, la discriminación, la inferiorización, que también son expresiones de violencia.

Rosa Campoalegre Septien: La violencia tiene diferenciales significativos por raza, etnia, color de la piel, así sea la definición que se asuma. ¿Y por qué? Se trata de un fenómeno complejo y estructural y, por lo tanto, atravesado por la matriz de desigualdad y esa cultura de privilegio a la que alude la Comisión Económica para América Latina y El Caribe. Esto quiere decir que hay una matriz donde se intersectan las principales variables que explican y reproducen la desigualdad en nuestros países. Raza y género fueron factores constitutivos de la colonialidad y, por lo tanto, en ellos se asienta hoy la colonialidad del poder y del saber. Eso explica los diferenciales. En todos los países de la región son las personas afrodescendientes o negras, o en general racializadas -porque no podemos olvidar las poblaciones indígenas- quienes tienen el mayor peso en el patrón de desigualdad y de vulnerabilidad. A tal punto, que organismos internacionales han advertido que, si no se atiende la situación de las mujeres afrodescendientes, no se podrán alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible1.

¿Cómo se manifiestan estos diferenciales? Pues de múltiples formas. En relación con las mujeres afro están presentes todas las formas de violencia: física, psicológica, económica, patrimonial, entre otras, pero quiero hacer referencia a dos importantes. Una es la mediática; esa imagen que folcloriza a las mujeres negras como mujeres hipersexuales. Y esto las pone en riesgo, incluso, frente a la violencia sexual. Igual ocurre cuando se muestra que son las negras las coleras en nuestro país, sin que haya un estudio científico que lo demuestre; solo guiado por la percepción de riesgo hacia las negritudes, que constituye uno de los pivotes de las expresiones centrales de racismo emotivo. Ahí también estamos ante una violencia mediática. O cuando se visibiliza en los medios a las mujeres negras en posiciones vulnerabilizadas, subalternizadas, reprobables desde el punto de vista de los patrones imperantes o aceptados y reconocidos a nivel de sociedad. También hay violencia de género y racismo mediático cuando se les muestra en roles que tienden a la subvaloración.

Yohanka Rodney Rodríguez: Esos diferenciales se evidencian en varios sistemas e instituciones de la política pública que perpetúan y refuerzan -por separado y conjuntamente- los obstáculos de la desigualdad. En la falta de apoyo y protección efectiva, en los problemas de acceso limitado a la educación de calidad, a los servicios de salud, a la vivienda y seguridad social. Existe discriminación a la hora de acceder a la justicia, muchas veces estas personas son víctimas de violencia policial y se les aplican perfiles raciales. Se les ridiculiza y humilla por su pelo, por la “textura del cabello”.

Sin duda alguna, los factores de discriminación por motivos de color de la piel, entrecruzados con el género, propician la violencia de género y ubican a las personas pertenecientes a estos grupos en mayores situaciones de vulnerabilidad.

¿Qué refieren las investigaciones sobre esta problemática para el contexto cubano?

GFN: Hay mucha investigación cualitativa y menos cuantitativa. Este asunto requiere aproximaciones desde diseños de investigaciones mixtos, que incluyan también la metodología experimental, para poder explorar e indagar un poco más en el alcance del fenómeno y profundizar en sus diferentes expresiones. Se requieren estadísticas para sensibilizar, estudios cualitativos para poder profundizar y también estudios experimentales y otras técnicas proyectivas que permitan explorar a la gente, más allá de los discursos políticamente correctos, para que realmente afloren los fenómenos y sus causas. Desafortunadamente, en las agendas sobre violencia de género no siempre está tan presente la interseccionalidad como otras variables. Igualmente, en los estudios sobre el racismo no siempre está tan presente analizar la perspectiva de la violencia de género. Entonces, en ese sentido, creo que los estudios no son suficientes.

Tanto el movimiento de Mujeres en Espiral, como la Red Barrial de Afrodescendientes, donde se entrecruzan especialistas, nos podrían brindar diferentes visiones, alternativas incluso a las que se producen en las investigaciones más clásicas. Otra referencia de investigación que habría que tener en cuenta es la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades que, desde una perspectiva de género y de color de la piel, rescata la experiencia de hombres negros y los tipos y situaciones de violencia a las que son sometidos. Esto es importante porque coloca la mirada no solamente sobre mujeres, sino también en los análisis sobre masculinidades. Otro camino en el que hay que avanzar muchísimo, porque está muy poco abordado, son los estudios sobre las personas trans o con otras identidades de género y orientaciones sexuales, desde una perspectiva también interseccional.

Por otra parte, están los estudios prospectivos sobre escenarios de políticas y evolución de las desigualdades, donde no suelen aparecer directamente los problemas sobre violencia de género, pero sí la reproducción de muchas de las causas que desembocan en hacer a estas mujeres más vulnerables a situaciones de violencia. Es el caso, por ejemplo, de las desigualdades económicas y, dentro de ellas, de las laborales, las de ingreso, las de acceso a vivienda… Esta última directamente relacionada con la obligación de convivir con agresores.

RCS: Estudios desarrollados por el CIPS han demostrado -y siguen demostrando- que las mujeres negras y mestizas son mayoría en el patrón de vulnerabilidad del país, algo que también se evidencia en los análisis de María del Carmen Zabala, de Flacso, realizados desde una perspectiva interseccional. El principal antídoto hay que buscarlo en el diseño de políticas públicas con perspectiva interseccional, que tomen en cuenta la matriz de desigualdad. Pero estas políticas no serían nada si no se acompañan de una educación antirracista. Hay que explicar qué es el racismo; no como un acto concreto, sino como un proceso de exclusión a partir de modelos de blanquitud; enseñar sus tipos y cómo se manifiesta en nuestra sociedad; incluir en el currículo escolar -a todos los niveles- las temáticas de la lucha contra el racismo interseccionada con el género. Igualmente, es importante implementar el Programa nacional para el adelanto de las Mujeres (PAM).

YRR: Las investigaciones cubanas reconocen la existencia de brechas de género por color de la piel y de condiciones de reproducción generacional e intergeneracional de desventajas asociadas al color de la piel, a pesar de los derechos y garantías alcanzados para cubanas y cubanos desde el triunfo de la Revolución. Las desigualdades marcadas por el color de la piel se manifiestan en el panorama socioeconómico cubano, fundamentalmente en la estructura socio-laboral, en las formas alternativas de ingreso económico y en la ocupación del espacio urbano y la vivienda, así como en el acceso a ocupar cargos de dirección.

Según el Programa nacional contra el racismo y la discriminación racial, el entrecruzamiento género-color de la piel refuerza las desventajas de mujeres negras y mulatas en: supervivencia, fecundidad adolescente, presencia en trabajo informal, situaciones de pobreza y vulnerabilidad social y su trasmisión intergeneracional. La falta de vivienda propia o de vivienda alternativa, las condiciones con hacinamiento, la situación de migrantes internas y la residencia en lugares de hacinamiento improvisados son algunas de las condiciones que favorecen la exposición a la violencia de género. En este panorama, las mujeres negras y mestizas son las más desfavorecidas. También integrantes de la comunidad LGBTI vivencian diversas situaciones de marginación y violencia, reforzadas por el color de la piel.

¿Qué recomendaría para atender este problema en el país?

GFN: Primero, es importante profundizar en las investigaciones. El problema, además, aún no está suficientemente posicionado en la agenda académica. O sea, se ha ido construyendo una agenda investigativa sobre las violencias de género, pero no necesariamente está la perspectiva interseccional; y si bien se han incrementado los estudios sobre racismo, falta mucho más la presencia de la violencia de género en ellos. Es hora de que se articulen las agendas y de que se destinen fondos especiales a proyectos específicos sobre esta problemática, o donde se crucen, al menos, algunas de las variables que están en juego. Esto es clave para buscar información lo menos sesgada posible y, además, realizarlo con investigadores e investigadoras altamente sensibles con la temática y con experiencia. También es necesario hacer mucho más visibles los resultados existentes e incluso sistematizar las investigaciones sobre violencia de género e intentar releerlas desde esta perspectiva.

Por otra parte, el PAM, la Estrategia integral de prevención y atención a la violencia de género y en el escenario familiar y el Programa nacional contra el racismo y la discriminación racial requerirían una mayor articulación en función de atender esta problemática en específico. Siento que son caminos que se han abierto, que crean un marco programático muy favorable, pero falta trabajar en su articulación. Eso implica recursos para capacitación, pero también para superar desigualdades, vulnerabilidades. Igual ocurre con la Estrategia de integración de las personas trans que ha intentado impulsar el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex); tiene que articularse con esos otros programas y estrategias, para poder captar -y por lo tanto transformar- estas violencias de género asociadas a los racismos. Lo mismo con el Programa nacional de educación sexual, que debe incorporar elementos claves para construir relaciones positivas de pareja, sexuales y otras sin violencias de género, desde una perspectiva de interseccionalidad.

El país está en un proceso de refundar el trabajo social, ampliando la cantidad de trabajadores y trabajadoras sociales, y es muy importante que estas temáticas entren también en el currículo de estas personas. Ello incluye el acompañamiento, no solo psicológico o para conectar con los servicios existentes en materia jurídica o de salud; sino también para poder gestionar mejores trabajos, mejores ingresos, salir de la informalidad, garantizar protección laboral, etc. O sea, que se generen nuevas condiciones para que esas personas superen situaciones de violencia. Es importante también avanzar en el diseño de los protocolos de atención a formas de discriminación múltiples y también a manifestaciones de violencia, tanto en los espacios laborales, en los espacios educativos y en otras instituciones públicas. Igualmente, es necesario que se sigan fomentando espacios de comunicación crítica donde se deconstruyan simbólicamente todas estas formas de violencia que incluyen la manera en que se representa a las personas negras, a las mujeres negras.

También se necesita un mayor apoyo, con recursos de los gobiernos municipales, a los proyectos comunitarios que trabajan con mujeres que viven situaciones de violencias múltiples. Las estrategias de desarrollo municipal no son solamente estrategias para el desarrollo económico, también son estrategias para el desarrollo social. Además, estas dimensiones están interconectadas. En la medida en que más mujeres salgan de situaciones de violencia de género y se incorporen, por ejemplo, a los espacios laborales, más posibilidades tendrá ese municipio de poderse desarrollar.

RCS: La principal propuesta tiene que girar en torno a la educación integral de la sexualidad, pero sobre todo en cuanto a la educación en los valores de igualdad y de antiracismo. Sin esa formación no vamos a aproximarnos siquiera a lograr acciones que impacten en esta idea, en esta lucha contra la violencia de género. Creo que nos hemos tardado mucho en incorporar en los currículos de todos los niveles la educación en la igualdad de género. No basta con declarar que sea transversal, hay que incorporarla también de manera directa en determinados programas y sí, transversalizarlo en determinadas educaciones. Y esto tiene que partir desde la educación primaria, desde la educación inicial y mantenerse para todos los niveles. Tiene que ser una educación constante, permanente, porque los problemas de género y de igualdad de género van cambiando, contextualizándose. La pandemia puso en el centro de las miradas la humanidad, la vida y cuidado de la vida. Bueno, pues hay que incorporar las lecturas de género y las lecturas de no violencia de género como parte importante, crucial, del cuidado de la vida.

Se necesita una campaña que, desde el punto de vista sociológico, subvierta y deconstruya todos los códigos simbólicos de la violencia, que se pueden apreciar en los medios, en las redes; en las legislaciones, incluso, encontramos violencia de género. Hay que pensar de manera diferente, viendo este tema como holístico, integrador. Hay que avanzar en la legislación pues, desde nuestro punto de vista, no basta con una estrategia integral para la prevención de la violencia. Este es un paso importante, pero hay que avanzar hacia una ley específica, igual que tenemos que ponernos de acuerdo en la dicotomía entre femicidio y feminicidio. Después del Código de la Familia que hemos logrado, no tenemos derecho a pararnos.

Los campos claves para atender serían la formación, la educación y el ordenamiento sobre el desarrollo jurídico, desde una perspectiva de género. Y más que de género, desde una perspectiva interseccional que tenga en cuenta la matriz de desigualdad: género, raza, territorio, generación, situación migratoria, entre otros factores.

YRR: Se deben trabajar las brechas de equidad relacionadas con las diferencias por color de la piel y promover la participación activa de la ciudadanía en la implementación del programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial, así como en el PAM. Igualmente, hay que lograr una transformación de las subjetividades individuales y colectivas, mediante la educación y la cultura, por lo que se hace necesario ejercer un sistema de influencias coherente que potencie la educación basada en los derechos humanos y que visibilice las contribuciones de las mujeres negras y sus descendientes a la cultura e identidad nacional, así como de las injusticias que han sufrido históricamente.

Además, es necesario implementar estrategias concretas que contribuyan a la eliminación de todas las formas de discriminación y al logro de la equidad racial. Para ello deben existir mecanismos que permitan prevenir, detectar, denunciar y atender a las víctimas de este tipo de violencia. Urge visibilizar la problemática, hacer de las instituciones un espacio libre de discriminación y, por ende, transformar aquellas prácticas discriminatorias que contribuyen aperpetuar la violencia de género por motivo de color de la piel. Ayudaría incorporar en las instituciones indicadores que permitan evaluar la presencia de este tipo de violencia. Para ello es necesario la adopción de un enfoque sistémico que permita combatir la discriminación racial y la violencia de género que se produce por este motivo.

1 CEPAL-UNFPA (2020) Afrodescendientes y la matriz de la desigualdad social en América Latina: retos para la inclusión. En: https://www.cepal.org/es/publicaciones/46191-afrodescendientes-la-matriz-la-desigualdad-social-america-latina-retos-la

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