Imágenes del colectivo colombiano Tejiendo Memoria

Gabriela Orihuela - Revista Muchacha.- Han tratado de menospreciarte, devaluarte, humillarte. Las evidencias perceptibles son incuestionables: los golpes, las cicatrices, los gritos, el suspiro, los llantos, los lamentos. «Es inadmisible. Tenemos leyes que no dejarán impune ningún hecho», dicen. Las leyes, las letras, perecen no estar vivas en todos los momentos. Pero también existen aquellas agresiones que pasan desapercibidas; las silenciosas, las que se siguen naturalizando y transmitiendo.


Suena atrevido ir en contra de un sistema cultural, estructural, de un imaginario compartido. La violencia simbólica yace soterrada; ese simbolismo oculto invisibiliza, promueve el odio, ataca, lacera.

Escuchas, en algunas ocasiones, «lo haces como niña». Intentas ignorarlo, sin embargo, es en vano. Es una marca, un estigma. “Hacerlo como niña” es como hacer las cosas mal, sin fuerzas, sin valor, incluso con algo de jocosidad, de plasticidad, de pereza. “Hacerlo como niña” carece de validez, de reconocimiento. “Hacerlo como niña” implica debilidad. “Hacerlo como niña” ya está estereotipado.

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Haces algo “como niña”, cuando corres de manera desordenada, cuando cantas agudo, cuando hablas bajito, cuando escribes cartas y poemas de amor, cuando comes poco, cuando prefieres las carreras de Letras a las de Ciencias, cuando la pelota que lanzas que no llega tan lejos, cuando no pateas con fuerza el balón de futbol. Haces algo “como niña” cuando prefieres no pelear y, si lo haces, cuando no das tan duro, cuando te gusta estudiar, cuando develas tu lado sensible. Haces algo “como niña” cuando caminas con vaivén de caderas, cuando te sientas con las piernas cerradas, cuando bailas ballet clásico o no intentas hacer, en la danza, ningún gesto obsceno.

En qué momento el hacer algo “como una niña” se convirtió en un insulto.

Pero cuando una niña, adolescente o mujer hace las cosas “bien” puede enfrentarse a otros comentarios sexistas. “Lo haces como hombre” si lideras correctamente, si corres rápido, si levantas pesas, si pintas un bello cuadro porque tu profesor de arte te explicó que las mujeres, por naturaleza, son daltónicas. “Lo haces como hombre” cuando calculas complejas ecuaciones a gran velocidad, cuando conduces de manera apropiada, cuando hablas rudo o dices “malas palabras”, cuando no tienes delicadeza al andar o gesticular, cuando prefieres tener relaciones abiertas o cuando eres campeona de videojuegos. “Lo haces como hombre” cuando comes y/o bebes mucho.

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“Hacerlo como hombre” implica fuerza, autoridad, orden, destreza. “Hacerlo como hombre” habla de poder, de aceptación, de ingenio. “Hacerlo como hombre” resulta lo contrario a “hacerlo como niña”.

Niños, niñas y adolescentes crecen entre estos esquemas; crecen y lo reproducen a su paso; crecen y temen hacerlo de una forma u otra; crecen y suprimen actos, deseos. Luego vienen los mutismos, los bandos rosas y azules, los lados de lo que está bien para unos y mal para otros.

El lenguaje sí importa. Logra, a su manera, perpetuar pensamientos machistas y retrógrados. El lenguaje oculta a unas tantas personas y señala a otras. El lenguaje sí puede ridiculizar, ofender, maltratar.

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Pensemos en cómo han de sentirse las chicas cuando su género se usa como burla, como una forma de rebajar y minimizar acciones, palabras, quimeras. Seguramente, ellas han de perder confianza, autoestima. Analicemos, además, cómo crecen los chicos cuando, por miradas sociales, deben callar y someterse, deben renunciar y modificar, a la fuerza, hábitos, conductas.

Renunciemos a las ideas preconcebidas. Alejémonos de los colores opuestos y entendamos, de una vez, que somos diversos, diversas. Cambiemos las frases. Aboguemos porque lo “haces como niña” o lo “haces como hombre”, se convierta en, simplemente, hazlo como tú.

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