Francisco Rodríguez - Blog "Paquito el de Cuba" / Cubainformación.- Después de resistirme durante tanto tiempo, esta última semana volví a un aula para comenzar el escarpado sendero de la maestría en Sexología y sociedad.


Más o menos eso fue lo que escribí en Facebook el lunes anterior, cuando publiqué el selfie que me hice el primer día de clases, entre unos 40 estudiantes, la mayoría muy jóvenes.

Muchas amistades y colegas enseguida acudieron a comentar para darme ánimos en esta nueva empresa, lo cual agradezco de todo corazón, porque en verdad los estudios académicos y yo estábamos —digámoslo como si fuera una difícil relación de pareja— algo distanciados.

Varias son las razones, y la mayoría —lo admito— son puros prejuicios míos.

Un primer motivo para no emprender antes este tipo de estudios fue durante un largo periodo mi negativa a trazarme planes a muy largo plazo, por la posibilidad de dejarlos inconclusos como resultado del sida.

Pero el VIH que me tocó al parecer no es de muy buena calidad, porque voy ya casi para los 15 años y nada, ni me mata el dichoso virus ni me hago máster.

También este pretexto con tufo melodramático bien pudo ser solo una argucia sentimental para justificar cierta pereza intelectual, lo confieso.

Nadie mejor que uno sabe cuáles son sus propias limitaciones. Soy bastante asistemático, inconstante y me dejo llevar en no pocas ocasiones por el entusiasmo pasajero de grandes pasiones que luego cesan con la misma velocidad que nacieron.

Tampoco ayuda el hecho de que a lo largo de mi vida profesional conociera a unas cuantas personas con maestrías y doctorados a quienes no querría parecerme ni por asomo, más que todo por ciertas deleznables actitudes difíciles de admitir en alguien con un pensamiento supuestamente más científico y humanista.

Es cierto, no obstante, que también conocí gente muy buena cuyos aprendizajes y saberes académicos les hicieron mejores individuos, junto con la adquisición además de una credibilidad que han sabido emplear ante determinados poderes para ayudar y hacer el bien.

Así que ahora, con unos años de más y en medio de condiciones personales que quizás no sean incluso las más óptimas para emprender un esfuerzo de esta índole, me decidí al menos a intentarlo.

Lo peor que podría suceder es que por cualquier razón no terminara la maestría, pero igual, será un atrevimiento divertido. Siempre algo nuevo aprenderé, digo yo.

Involucrarme en lo que me asusta, desconozco o incluso a veces hasta desconfío, es la mejor manera que tengo para tratar de enfrentar mis propias limitaciones y prejuicios.

Partirle para arriba al problema. Al científico —que todavía anda bastante esquivo e impreciso—, y al emocional, sin dudas el más difícil de resolver.

Y si escribo todo esto justo al empezar, es para exorcizar mis propios demonios: tal vez, con un poco de persistencia y suerte, me reiré de mí mismo dentro de tres años, si resulta que, por fin, lo consigo.

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