Francisco Rodríguez - Blog "Paquito el de Cuba" / Cubainformación.- Hoy cumplo mis primeros 48 años y estoy tan contento que quiero hablarles sobre mi muerte. No es que tenga entre los planes inmediatos morirme, pero creo que para ese tránsito tan natural tenemos que prepararnos con la alegría espontánea de los buenos festejos.


No querría que sucediera otra vez lo que me pasó en la última ocasión que estuve entre la vida y la muerte allá por el 2004, cuando antes de entrar al quirófano tuve que redactar a toda prisa una breve nota manuscrita tal vez demasiado solemne de la cual luego nos reímos durante mucho tiempo mi pareja y yo.

Además, hay que pensar en esa familia y amistades que cuando acontece un deceso tienen entonces que empezar a preguntar lo que pensaba o dijo la persona occisa sobre esa circunstancia, para al final hacer en definitiva lo que alguien creyó recordar que quería, o lo que mejor les parezca, o lo que sea posible, según las circunstancias.

Y a las posibilidades y las coyunturas es a lo primero que me gustaría referirme. Siempre insisto en mis conversaciones de humor negro en la idea de que me den candela. Quiero ratificar aquí mi preferencia crematoria, a pesar de las dificultades prácticas que a veces tiene ese proceso en Cuba y su mayor costo relativo como servicio funerario.

Pero les ruego, por favor, que me concedan ese mínimo sacrificio, ese pequeño lujo levemente dispendioso. Trataré de dejar el fondo necesario en mi tarjeta magnética, no vaya a ser que me muera a final de mes y nadie tenga dinero. Aunque tampoco es tan caro y sé que ese no va a ser el problema.

Mi mayor preocupación es que me toque fallecer uno de esos días en que hay congestión en las reservaciones para el crematorio de Guanabacoa, y en la Funeraria empiecen a presionar para un entierro rápido y barato en la Necrópolis de Colón.

La tentación es grande, lo sé. Salir pronto del asunto es una aspiración muy humana. Solo les pido que no cedan tan fácilmente. Autorizo cualquier gestión al respecto, legal y hasta ilícita. Si hay que congelarme tres o cuatro días para esperar mi turno en la cola, no hay problemas, aunque sea en el refrigerador de la casa. Total, no lo van a hallar muy lleno.

En caso de que la situación persista, haya roturas en el horno, falta de fluido eléctrico, crisis mundial de los precios del petróleo, lo que sea, tranzo por una pira artesanal en el patio de la Unión de Periodistas de Cuba, una fogata donde cocinan la caldosa para la fiesta del CDR en la esquina del edificio en que resido, en fin, exploren alternativas, desaten toda nuestra creatividad criolla.

Superado el insoslayable paso de la quemazón –reitero, nada de permutarme entero, en partes, y ni siquiera en polvo, para el marmóreo, aburrido y superpoblado cementerio del Vedado–, queda la cuestión del destino final de las cenizas.

Aquí quiero solicitarles a mis amistades y familiares un favor, solo si no les resulta mucha molestia. En caso de complicaciones personales o laborales, les sugiero dejar la tarea en manos de mis colegas activistas LGBTIQH, quienes pienso que querrían y me podrían ayudar mejor en este trance.

Tampoco es que deban ir muy lejos, ni hacer grandes gastos o esfuerzos. Solo tienen que tomar un ómnibus, cruzar el Túnel de la Bahía y apearse en la parada del Parque Morro – Cabaña o en la del Hospital Naval, que les queda algo más cerca.

Selfie sobre el viejo farallón desde donde me gustaría que me esparcieran, si no es mucho pedir, claro está.

Entre esos dos lugares, hacia la costa, está la Playa del Chivo. En un punto elevado intermedio, hay un antiguo y derruido farallón del viejo sistema de fortificaciones coloniales en desuso, desde donde es posible dominar toda esa franja costera, sitio visible además desde la autopista Monumental, y al cual es posible acceder por un camino costero y luego un trillo.

Soy muy feliz con la idea de que me espolvoreen al viento desde esa vieja muralla, para mezclarme con la hierba, los arbustos de uva caleta, la arena, los dientes de perro y el mar.

Soy muy feliz con la idea de que me espolvoreen al viento desde esa vieja muralla, para mezclarme con la hierba, los arbustos de uva caleta, la arena, los dientes de perro y el mar, libidinosos testigos de tantas historias de amor y sexo gay que por esos lares acontecen.

Juro también, para quitarle el susto a la gente supersticiosa, que cuando me esparzan por allí me portaré bien y no interrumpiré nada ni a nadie, porque no creo que exista el voyerismo fantasmal.

Tampoco pretendo importunarles mucho ni mostrarme en exceso exigente, así que si todo esto les parece demasiado rocambolesco e impropio, hagan conmigo lo que les dé la gana y punto.

Les aseguro que no voy a darme ni por enterado.

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