Por Arthur González*/Martianos-Hermes-Cubainformación.- Lo acontecido el 6 de enero del 2021 en el Capitolio de Washington, es una muestra de cómo el imperialismo yanqui está cada día más cerca de su caída.


La crisis económica incrementada por el pésimo manejo de la pandemia de la Covid-19, puso de manifiesto la situación que sufren los estadounidenses ante el enriquecimiento de unos pocos, a costa del empobrecimiento creciente de la mayoría de la población.

La desigualdad social afloró como nunca antes, pues la imagen encartonada que el sistema capitalista de Estados Unidos ha vendido al mundo, se vino abajo al salir a flote el pésimo sistema de seguridad social, de salud y el poco interés del gobierno por respaldar a sus ciudadanos ante situaciones de crisis.

La tapa al pomo la puso el presidente Donald Trump con su trastornada personalidad, quien prefiere irse a jugar golf en sus lujosos campos, a tomar rápidas decisiones de aprobar mínimas ayudas económicas para los desempleados y personas de bajos ingresos, prueba de que en ese sistema lo primero no es el ser humano, sino la riqueza de unos pocos.

En su nivel de enajenación y egocentrismo narcisista, Trump manipuló una buena parte de la mente de sus seguidores, con la campaña de que le habían “robado” las elecciones y el “fraude” presente, dando paso a un movimiento de supremacistas blancos y fanáticos religiosos que se creyeron sus mentiras, al punto de asaltar el Capitolio nacional y llevar a cabo actos terroristas que pusieron en peligro la vida de senadores y representantes, algo impensable en la capital de la nación que se vende como el “paraíso” de la democracia y los derechos humanos.

Cual demente sin control, Trump alentó de forma irresponsable a los manifestantes para impedir el conteo de votos que ejecutaba el Congreso, bajo la presidencia del vicepresidente de Mike Pence, hecho que dejó un saldo de cinco muertos, más de 50 heridos y cuantiosos daños a un inmueble considerado patrimonio histórico de Estados Unidos, lo que evidencia el deterioro de los valores morales e ideológicos de quienes se arrogan el derecho de acusar y condenar a quienes no siguen sus dictados imperiales. 

Por supuesto que las cadenas televisivas y la gran prensa yanqui, no empleó los términos de golpe de estado, como hicieron contra el gobierno de Evo Morales 2019, el ocurrido en Egipto el 3 de julio de 2013, el intento en 2016, sacar del poder al presidente turco Reçep Erdogan, por miembros del ejército turco, así como la intentona contra Hugo Chávez, el golpe militar en Honduras o los golpes parlamentarios contra el presidente de Paraguay y la presidenta de Brasil Dilma Rousseff.

Aquellos periodistas norteamericanos que así calificaron las acciones acontecidas en Washington, tuvieron que cambiar los titulares rápidamente, para no deteriorar más la imagen de esa nación que se desmorona a pasos agigantados, aunque lo hecho por los senadores Josh Hawley, Ted Cruz, Ron Johnson y sus colegas del Partido Republicano, fue realmente una conspiración para dar un golpe de estado y arrebatarle el triunfo a Joe Biden, situación que en otro país sería condenada con la encarcelación de los sediciosos.

Esta tentativa golpista estuvo encabezada por el propio Donald Trump, con apoyo de una parte de su partido y la callada de muchos congresistas que respaldaron su política dictatorial, de no querer ceder el poder para continuar actuando en contra de la llamada “democracia representativa” y otorgar indultos a asesinos, corruptos y ladrones.

El declive económico que vive Estados Unidos en los últimos años, es la causa de la sucia política contra China y Rusia, pues temen perder la supremacía mundial, algo que solo mantienen en teoría, porque en la práctica China ha rebasado a los yanquis en muchos campos, como son las telecomunicaciones, la ciencia, la producción de bienes y hasta la batalla por la exploración espacial, diferencia que se notará en los años venideros cuando la pandemia sea parte de la historia.

Las imágenes del brutal asalto al Capitolio y la cuasi tolerancia policial que no lo impidió adecuadamente, hicieron recordar la caída del Imperio romano, cuando fuerzas populares incendiaron los principales palacios e instalaciones de gobierno, debido al declive del aquel Gobierno, producto de la pérdida de autoridad para ejercer su dominio.

Muchos historiadores dan como causas del derrumbe romano al gran tamaño del ejército, el pésimo manejo de la salud y el crecimiento de su población, la baja de su economía, la incapacidad e incompetencia de los emperadores, las luchas internas por el poder, los cambios religiosos ocurridos y la ineficiencia de la administración civil, escenario que incrementó la presión de los llamados bárbaros externos a la cultura romana, todo lo cual contribuyó en gran medida al colapso del imperio más poderoso de su época.

Al analizar la actual coyuntura por la que atraviesa el gobierno y la sociedad norteamericana, se perciben grandes similitudes con lo sucedido en Roma y el deterioro que acontece dentro del seno de la sociedad yanqui.

En Roma, desde el año 250 en adelante, el abuso de poder político y financiero, la ineficiencia política, las invasiones, guerras civiles, y la discordia religiosa, condujeron aquel imperio por el camino del fracaso, lo mismo que está sucediendo en Washington desde hace algunos años, en un proceso lento pero indetenible.

El panorama político y económico de Estados Unidos presagia un futuro turbulento para la nueva administración, la que, en vez de malgastar miles de millones de dólares en desestabilizar gobiernos soberanos como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán o Siria, debería trabajar en mejorar su sistema electoral, darle salud a todos los ciudadanos, abrir nuevos empleos, impedir los desalojos, eliminar la pobreza creciente entre las comunidades negras y latinas, aprobar nuevas leyes que resuelvan el limbo migratorio de millones de personas que aportan su fuerza de trabajo a la sociedad, arrancar de una vez la discriminación racial y dejar de invadir países que tienen derecho a construir su porvenir en paz.

Si no reconocen que van por el camino del descalabro, pronto seremos testigos de manifestaciones populares reclamando cambios de régimen, algo que no ha sucedido porque la USAID, la NED y la CIA no diseñan programas para estimularlo.

Sabio fue José Martí cuando afirmó:

“Viví en el monstruo y le conozco sus entrañas”

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