Eliades Acosta Matos - Cubarte.- Casi todas las religiones universales consideran al fuego como un elemento purificador. Se somete a las llamas lo que debe ser despojado de contaminaciones, hasta alcanzar un estado de pulcritud ideal. No fue casual que en la Europa medieval el Santo Oficio encendiese las hogueras y las utilizase como antídoto perfecto contra las acechanzas de las herejías. De esta manera cruel, y al precio de inmolar a decenas de miles de victimas, muchas de ellas inocentes, la Iglesia “salvó” la integridad espiritual de su rebaño, manteniéndolo en un perpetuo estado de gracia. El fuego actuó aquí, en mano de aquellos seráficos inquisidores y santos varones, como una eficaz herramienta de control social contra todo tipo de rebeldes y contestatarios.

Pero el fuego no siempre ha servido para reprimir, sino también para liberar. En manos de los habitantes de Moscú, a punto de ser tomado por las tropas napoleónicas, resultó una eficaz arma de lucha contra el invasor. Los bayameses lo aplicaron a sus propias casas cuando se convencieron de que era imposible mantener la ciudad, cercada por las tropas colonialistas. Los comuneros no titubearon al incendiar París antes de que cayese en manos de las tropas reaccionarias de Thiers. Una indomable Louise Michel declaró en 1871 ante los jueces militares que juzgaban a los comuneros sobrevivientes:

“En cuanto al incendio de París, si, participé en él. Quise oponer a los invasores de Versalles una barrera de llamas. No tuve cómplices en esta acción. Actué por cuenta propia”

Por estos días una extraña secuencia de incendios forestales en Grecia ha vuelto a desatar la polémica entre los que ven en las llamas una bendición y los que las consideran un adelanto del infierno. En el primer grupo forman ciertos especuladores de terrenos y sus cómplices, oscuros pirómanos mercenarios a los que la voz pública acusa como causantes intencionales del mayor desastre de su tipo en la larga historia de esta nación. Resulta que esta tragedia, según los expertos raramente se desata por causas naturales y espontáneas, estando casi siempre asociada a la mano negligente o criminal del hombre.

¿Quiénes son estas personas capaces de poner en peligro los bosques, la fauna silvestre, la vida de sus conciudadanos, la permanencia de sitios de enorme valor histórico y arqueológico por el ruin afán de obtener ganancias cada vez mayores? ¿De qué madera están hechos quienes actúan como frías máquinas expoliadoras, incapaces de sentir el menor remordimiento ante el crimen que cometen al desatar las fuerzas incontrolables que anidan en las llamas?

Según una encuesta realizada entre la población del país, el 67% de las personas considera que la causa de estos incendios forestales radica en planes siniestros de los especuladores de terrenos, mientras que el 31 % acusa de ellos a fuerzas terroristas foráneas. Esto último tiene su origen, por extraño que parezca, en las declaraciones de Vyron Polydoras, Ministro de Orden Público y representante del conservador partido Nueva Democracia, actualmente en el poder, quien atribuyó el desastre a lo que denominó como “amenazas asimétricas”.

En medio de la histeria colectiva hábilmente incentivada en el mundo tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, se ha instaurado la cómoda costumbre de culpar a fantasmales terroristas islámicos de toda acción tenebrosa o tragedia insuficientemente explicada. El fuego que hoy devora las riquezas forestales de media Grecia, y que ha cobrado, por el momento, 64 vidas humanas, no es la excepción de una regla muy conveniente para mantener libre de sospechas a los verdaderos culpables. Sólo entre el 24 y el 28 de agosto han ardido 469 mil acres de bosques, causando pérdidas equivalentes al 0,6 % del Producto Interno Bruto del país.

Para Aleka Papariga, Secretario General del Partido Comunista Griego (KKE), las acusaciones del Ministro de Orden Público “forman parte del dogma imperialista sobre las amenazas asimétricas, que buscan intimidar al pueblo y desviar su atención hacia la dirección equivocada, en vísperas de elecciones”. La denuncia del líder comunista se remite al hecho de que, desde 1991, apenas la oncena parte de los terrenos devastados por incendios en el Ático ha sido reforestada, y la novena parte, en el resto del país. Leyes que datan de 1979, y que eliminaron la protección a millones de acres forestales, sumadas a la escasa protección que brinda a las labores conservacionistas el artículo 24 de la Constitución han contribuido también a la peligrosa situación creada.

“La ruta del petróleo está manchada de sangre, y la de las terrenos valiosos arde”-concluye su denuncia un documento del KKE.

La especulación con terrenos para la construcción es un fabuloso negocio en Grecia, país especialmente atractivo para el turismo por sus bellezas naturales y su historia milenaria, las mismas que hoy se volatilizan convertidas en humo y ceniza. A los efectos de la mentalidad del capitalismo más bárbaro y primitivo capaz de destruir por dinero fácil hasta las fuentes de mayores ganancias futuras, tan burdo como el de la etapa de la acumulación originaria, el mañana no existe, como tampoco un pasado que reverenciar. Lo que yace tras los incendios forestales en Grecia es la metáfora perfecta de un sistema capaz de incendiar toda la Tierra y devastar todas las naciones con tal de que sus elegidos vivan de manera trepidante el presente, para lo cual, según el estilo de vida ideal que fomenta, hace falta dinero, mucho dinero, ingentes cantidades de dinero constante y sonante, y no esas teorías sentimentaloides que promueven la preservación de paisajes, ruinas y bosques.

En el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, redactado hace 159 años, se aborda con crudeza la posición de ese movimiento ante el verdadero carácter de la burguesía:

“Dondequiera que ha conquistado el poder la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas… Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta… En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.”

Y la burguesía así descrita por Marx y Engesl era todavía una clase virginal, de reciente pasado revolucionario, y no la crapulosa elite trasnacional que señorea hoy sobre el mundo globalizado, la misma que carga sobre sus hombros el recuerdo de millones de victimas, tanto de los caídos en las abundantes guerras desatadas por sus ambiciones geopolíticas o sus terrenales intereses comerciales, como de los muertos de hambre y enfermedades curables y prevenibles, los desechables que han garantizado su opulencia al precio de su propia existencia.

Lo que dramáticamente nos recuerdan los incendios forestales que asolan Grecia por estos días, es que vivimos en un mundo donde cualquier chispa desatada por manos irresponsables puede acabar con la naturaleza, la cultura y la propia vida humana, y que este suicidio puede ser fácilmente motivado por la ambición, el egoísmo y el afán desmedido de ganancias.

Y en rigor, ¿acaso los teóricos del capitalismo no han pregonado siempre, que todo vale, que todo camino es honorable si culmina en la acumulación de riquezas, y que las mayores recompensas esperan a los más enérgicos emprendedores?

Claro que se nos ha convencido de que unas vacaciones en Las Bahamas o un fin de semana gastando dinero en los casinos Atlantic City justifica quemar un bosque centenario e incendiar las ruinas de una villa donde quizás Aristóteles se sentó a discutir con sus discípulos la importancia de las virtudes humanas.

Claro que se nos ha dicho, hasta el cansancio, que tanto tienes tanto vales y que no debes preocuparte por justificar la moralidad o legalidad de lo que tengas, siempre que compres el carro del año y cargues en la billetera varias tarjetas de crédito de oro o platino.

Claro que se nos ha demostrado que el capitalismo es el único sistema capaz de garantizar la libertad y la democracia, y por lo tanto, en condiciones de proveer de bienes y felicidad infinita a todos los seres humanos, de todas las culturas y de todos los tiempos.

Claro que Grecia, la dulce Grecia que vive en las páginas de la Ilíada y la Odisea, sigue ardiendo. Y que por cada árbol que perece, y cada ser humano que muere se escucha el sonido siniestro del dinero cayendo en las cajas contadoras. 

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