Colectivo de Autores - La Tizza.- Parte I de las intervenciones de los participantes durante la primera sesión del Ciclo-Taller: «Problemas y desafíos de la democracia socialista en Cuba hoy», desarrollada en el Instituto Cubano de Investigación Cultural (ICIC) “Juan Marinello”, La Habana, 9 de diciembre de 2020.


Alejandro Gumá Ruiz (ICIC Juan Marinello): Agradecemos otra vez las amplias exposiciones y provocaciones y pautas para lo que vamos a hacer ahora, que es compartir entre todos visiones sobre estos temas, sobre los temas que traigan, las reflexiones que se han hecho en estos días, las preguntas, las inquietudes, las no certezas, todo eso también. Entonces, lo que pedimos es que, en un máximo de cinco minutos para cada intervención — recuerden que les dije que vamos a tener varias rondas — que vuelvan solamente a decir su nombre y que hagan su exposición. Adelante.

Caridad Masón Sena (ICIC Juan Marinello): Ustedes me disculpan, no es que yo vaya a menospreciar a los que vengan detrás de mí, es que la cuestión de la fatalidad geográfica — es que yo vivo en Caimito — entonces para poderme ir, de verdad que quisiera quedarme con ustedes pero nunca puedo irme después de las cinco de la tarde porque si no llegó mañana. ¿Se dan cuenta?

Lo que quiero decir es que todas las intervenciones han sido magníficas. Me ha emocionado mucho la de Llanisca [Lugo] por su sentido personal, porque todos tenemos un sentido personal en esto, sobre todo los que amamos la Revolución lo vemos así y todos los que nos formamos, que nacimos con ella y que hemos llegado a donde estamos producto de la Revolución.

Pero la Revolución, como dice el profesor [Frank Josué Solar] hay que cultivarla todos los días, si no se queda, se muere; y una forma de cultivarla es dándole la democracia cada vez mayor que debe tener.

Esa democracia requiere, en primer lugar, que todos los que nos consideramos de izquierda o que nos consideramos revolucionarios nos acordemos que fueron precisamente todas esas rencillas que hubo entre los distintos revolucionarios antes de la Revolución, fueron las que llevaron a que la Revolución del 30 se fuera «a bolina» y fueron las que llevaron a que Mella fuera sancionado en el Partido, a que Villena fuera sancionado por el Partido, a que el Partido Comunista le reprochara muchísimas cosas a Guiteras, a que después no entendiera la insurrección del Movimiento 26 de Julio, o sea, ¿vamos a seguir esa misma historia? ¿Los revolucionarios vamos a seguir fajados entre nosotros? Y cuando digo los revolucionarios me refiero al propio Gobierno, que es parte de esas tendencias que supongo que tampoco es unánime; o sea, dentro del propio Gobierno debe haber sus tendencias, como las hay en cada uno de nosotros.

Si la Revolución nos formó para pensar, cuando a uno le iban a hacer el proceso de la Juventud lo primero que te preguntaban era que si tú eras combativa, crítica y autocrítica. Entonces, ¿qué quieren ahora?, ¿qué nos callemos la boca?, ¿qué no digamos lo que pensamos?, ¿qué no expresemos lo que queremos? Eso no puede ser. Y esta juventud que está aquí — ya yo estoy casi de regreso — , ustedes son los que la tienen que llevar adelante, pero con el apoyo de todos nosotros, de todos los revolucionarios.

Hay que darle espacio a las personas que dentro de la Revolución piensan diferente, pero también hay que escuchar a los que son contrarrevolucionarios. Algún sentido tiene, siempre hay algún sentido racional en esas posturas. ¿Cuál sería? ¿El dinero? Pero a veces no es el dinero, a veces es que esas personas, por algún motivo, fueron perjudicadas por la Revolución. Entonces, nosotros también tenemos que oír eso, no podemos ser sordos, tenemos que tratar de oír y sacar las mejores conclusiones de todo esto.

Daikel Adriano Abreu (Facultad de Turismo, Universidad de La Habana): Primero, agradecer a todos los panelistas sus presentaciones; realmente muy buenas todas. También lo que acaba de decir la profe [Caridad Masón]. Estoy muy contento de estar aquí, porque realmente hasta ahora la mayoría de los planteamientos que han hecho los que me antecedieron coinciden y me identifico con muchos de ellos, y estoy contento porque siento que no estoy solo y veo que hay mucha gente que piensan como yo y quieren construir.

Hay muchas cosas que quisiera decir pero bueno, como va a haber varias sesiones del ciclo las dejaré las otras para después. pero hay una que considero muy importante, relacionada con algo que el profe Valdés Paz planteó con mucha claridad, muy bien identificado, que es el tema del enemigo constante que tenemos que son los Estados Unidos y cómo ha reaccionado el poder ante ese enemigo constante, de alguna manera limitando la democracia y la participación.

Yo tengo unas notas hechas para mi núcleo del Partido, que debe ser la semana que viene, donde algo de lo que había recogido tiene que ver con eso y quisiera aprovechar que están los profes aquí que nos sugirieran cómo podemos disentir, dentro de la Revolución, sin que nuestros interlocutores usen como excusa, una vez más, al enemigo e impidan la posibilidad de que haya un cambio, de que haya una mejoría, de que haya mayor participación. Es algo con lo que he estado chocando durante muchos años y muchas veces he callado para tratar de mantener la unidad, y defender la Revolución, pero llega un momento en que es necesaria una mayor participación y para lograrla hay que disentir.

Y a pesar de que es real que los Estados Unidos son un enemigo que están siempre buscando los pequeños espacios para poder perjudicarnos, no puede ser esa, o — pienso yo — no debe ser esa la justificación para que nosotros no podamos evolucionar y mantener la Revolución.

Quisiera que me iluminaran, reflexionaran sobre cómo poder disentir, ser diferentes, poner en práctica eso que mencionaba la profe sin que los que están en el poder — y que además, no todos, pero muchos se aferran al poder — piensen que estamos atentando contra la Revolución o usen como excusa el enemigo constante que tenemos.

Luis Emilio Aybar Toledo (ICIC Juan Marinello): Creo que, sin dudas, estamos muy necesitados, no desde ahora sino hace mucho tiempo, de que no solo se ejerza la crítica, porque la crítica se ejerce todos los días en Cuba, si no que esa crítica se visibilice. Muchas veces en los medios de comunicación nacionales se enfocan espacios buenísimos como estos, como muchos en los que yo he estado en estos días, y el reportaje o la nota que sale acalla esa diversidad de voces, esa savia que se compartió.

Por otro lado, necesitamos también que esa crítica, que ese diálogo, sea eficaz. Es decir, que conduzca a transformaciones, que no sea solo para compartir nuestra visión, que es algo muy positivo y necesario, pero que no basta. Cuando uno tiene voz durante años y emite su voz y la vuelve a emitir y la vuelve a emitir y las cosas no cambian, pues también esos espacios de participación se van vaciando de contenido. Si algo tiene que caracterizar la democracia socialista es que sea protagónica, que sea un poder popular.

Porque, en definitiva — para hablar de la sociedad capitalista — la libertad de expresión en muchos lugares — no en todos — es muy amplia, sin embargo, habría que preguntarse qué poder real tiene el pueblo en esos países. Puedes expresar todo lo que quieras, puedes decir todo lo que quieras, pero qué poder real tienes para cambiar la realidad que estás viviendo, que muchas veces es crítica. Entonces, la diferencia que nosotros intentamos establecer es, justamente, que el pueblo pueda cambiar su realidad y no solo para expresarse.

Eso también tiene que ver con el asunto de la economía, y de las relaciones de producción, las relaciones sociales que están organizando la sociedad. Por eso yo creo que el asunto de la democracia hay que verlo no como parte de la esfera política nada más, donde a partir de ciertos procedimientos, de ciertas formalidades que se cumplen ya podemos decir que hay una democracia; sino que hay que mirar — como se decían antes — a cómo se organiza la sociedad en sus bases y si esa organización es justa, es igualitaria, es inclusiva.

Entonces, cuando hay una sociedad que tiene una desigualdad estructural entre poseedores y desposeídos, una minoría tiene el monopolio de los medios de producción y una mayoría que está desprovista de ellos, eso sabotea todo el tiempo la democracia. Por eso es que en la sociedad capitalista, a pesar de que existan todas esas posibilidades en algunos contextos, la democracia es saboteada todo el tiempo por esos poderes de facto que muchas veces son invisibles, porque están tras esas formalidades.

Entonces, buscamos algo distinto, que si bien no necesariamente hemos logrado, sí existe una base positiva para hacerlo. Me refiero, en efecto, el poco espacio que tiene en Cuba el monopolio de la propiedad. Lo que pasa es que la propiedad social, como se sabe, tiene que venir también con el ingrediente de la democracia económica.

Es decir, tenemos la propiedad decretada como social, sin embargo el poder real sobre los medios de producción no lo ejerce el pueblo, aunque pudiera tener algunas formas de influencia sobre eso. Y entonces se aprecia otro tipo de desigualdad que, en el caso cubano, podría decirse también que es estructural, que es una desigualdad entre los dirigentes y los dirigidos, y que también sabotea la democracia nuestra en muchas ocasiones.

Tenemos que luchar contra eso y tenemos que estar claros de que siempre vamos a chocar contra un muro. Seas de izquierda o seas de derecha, siempre vamos a chocar contra un muro que tiene que ver con ese proceso que describía Juan [Valdés Paz] de la participación, donde hay un punto que es la toma de decisiones, donde hay un punto que es la capacidad de desarrollar propuestas e iniciativas de diverso tipo. Ahí podemos ser escuchados, podemos dialogar y muchas veces lo que planteamos, las cosas que venimos desde hace mucho tiempo planteando, se traducen en cambios — porque no podemos decir que los grupos dirigentes en Cuba estén al margen y desconozcan los planteamientos y las opiniones del pueblo, etcétera — , pero hay una serie de aspectos donde esto no se logra. Es decir, hay consenso sobre una serie de cosas que están mal pero no cambian, y pasan los años y no cambian.

Entonces es donde entra el otro asunto de los repertorios de acción. Yo creo que una de las cosas que tiene que ver con lo que mostró la concentración del 27 de noviembre es que refleja un repertorio de acción poco habitual en la sociedad cubana, que es un repertorio mucho más confrontativo y mucho más conflictivo, porque hablamos de una masa que se congrega a exigir «X» o «Y», que no es la única vez que sucede. Yo compartía en encuentros anteriores un ejemplo de la sociedad cubana — y me disculpan los que ya lo hayan escuchado — , al que tuve que acercarme por mi tesis de Licenciatura; momentos en que el pueblo, distintos sectores del pueblo ya no dan más y entonces incurren en otros repertorios de acción que no son levantarse en una asamblea.

Ponía el ejemplo de cuando la tarea Álvaro Reynoso del cierre de los centrales azucareros, uno o dos de esos centrales no se cerraron porque sencillamente la gente se opuso y se opuso de forma confrontativa. Fue respetada su decisión, la organización de ese batey, y no se cerraron esos centrales azucareros. Otro ejemplo: yo recuerdo una vez que los residentes de un barrio que tenía problemas de agua hacía muchos días, una crisis de agua, se organizaron y fueron para la sede del Gobierno, se plantaron allí hasta que le resolvieron el problema con el agua. Y así…, es decir, hay puntos críticos.

Por eso es que yo creo que el asunto del poder hay que pensárselo, porque la democracia no puede ser solo tener voz o emitir demandas, tiene que trascender. Por eso yo reacciono con lo que estaba planteando Frank Josué [Solar] — y con esto termino — de que tiene que haber mecanismos vinculantes de control popular. Justamente: la democracia, lo cual tiene que ver mucho también con lo que decía Juan [Valdés Paz] de la tradición republicana, porque si nosotros somos democráticos tenemos que ser los más democráticos. Tenemos que construir poder popular real. ¿Por qué nosotros hemos eludido figuras tan útiles de la construcción de la democracia socialista como el veto, por ejemplo, el poder de veto, el veto popular? ¿O la revocación de mandatos? No solo en el campo de los delegados del Poder Popular sino en otras esferas. Es decir, ¿qué pasa cuando en una empresa los trabajadores son sistemáticamente desoídos y sometidos a diversas arbitrariedades por un dirigente durante años, o meses? ¿Qué hacen? ¿Y si ese dirigente que está ahí tiene complicidad con el de más arriba que es quien debe quitarlo o no? ¿Cómo la gente puede tener un poder eficaz, efectivo, de manera que cuándo otros mecanismos no funcionan, puedan organizar una revocación de mandato y revoquen a ese dirigente? ¿Por qué ese sindicato, varios sindicatos, o un sector completo de los sindicatos, no tiene la posibilidad de organizar el veto si hay una medida tomada por «X» administración que es arbitraria, que ocasiona daños, que es inefectiva, etcétera? Es decir, tenemos que empezar a hablar de esas cuestiones concretas porque, de lo contrario, quien tiene el poder de la toma de decisiones — como se dijo hace poco — no va a regalarlo. No podemos esperar a que el depositario del poder de la toma de decisiones lo vaya a compartir, vaya a escuchar a la gente. Eso debe hacerlo, esa es una necesidad, pero no es algo que tenga que pasar por necesidad, de manera espontánea.

Ahora, todo esto nos conduce a pensar el asunto del Partido Comunista de Cuba, porque no podemos hablar de la democracia en Cuba sin hablar del Partido. Entonces yo considero fundamental que la democracia, el poder popular constituya un elemento central del horizonte comunista de ese Partido, si es comunista. Y ese Partido, lejos de obstaculizar tales propósitos, tiene que defenderlos, tiene ser un facilitador de su puesta en práctica. Casi siempre dejamos al Partido fuera de la discusión, está ahí detrás pero no lo incluimos, y no podemos pensar la democracia en Cuba sin hablar del Partido, del papel del Partido y más ahora que tenemos un congreso. Pues, en definitiva, muchos de los problemas que tenemos, muchas de las cosas buenas que tenemos, son producto de que está ese Partido y que sigue ahí con ese grupo de dirigentes, y también muchos de los males que tenemos tienen que ver con eso. Por eso yo cierro invitando a pensarse el poder como un asunto que tiene que ser compartido, pensar que la libertad de expresión tiene que conducir a transformaciones y que, para discutir de la democracia en Cuba debe comenzarse por el Partido.

Muchas gracias.

Emilio Duharte Díaz (Universidad de La Habana): A los ponentes les agradezco mucho por las presentaciones que hicieron y, por supuesto, me han estimulado a pensar en algunos temas que, a mi juicio, es muy importante que sean abordados en encuentros como este. Ellos tienen que ver con algunos aspectos teóricos claves que han planteado, siempre en vínculo con los problemas prácticos. A veces algunos colegas plantean en este tipo de reuniones que «ya llegó alguien a filosofar o a teorizar, y no necesitamos eso, o no es eso lo que necesitamos». Sin embargo, yo pienso que aspectos teóricos como los que han señalado los ponentes — y de los cuales han partido en su análisis — es lo primero que necesitamos. Por supuesto, dilucidando al mismo tiempo la cuestión acerca de cómo lo podemos introducir en la práctica social y política.

En ese sentido hay una idea clave que planteó el compañero Valdés Paz que a mí me parece fundamental: es el asunto de la democracia como libertad, equidad y participación. Con respecto a ello quisiera adicionar una idea que me parece esencial en esta misma relación con la igualdad y la equidad: se trata del tema de la justicia social. Al debatir sobre todos estos conceptos observamos la gran complejidad de su alcance y de sus interrelaciones. En cuanto a la igualdad y la equidad, por ejemplo, la discusión se complica bastante al introducir variables sin las cuales no se puede hablar de ellas. Hablo, por ejemplo, de los puntos de partida de cada persona en esos planos — si procede de una familia acomodada con muchas propiedades o bienes materiales; o si, por el contrario, se trata de una persona de origen muy humilde que tiene que comenzar por construir la vivienda donde va a vivir, porque no la posee. Si nació en una zona residencial de la capital de su país en una casa lujosa, o si, por el contrario, vio la luz en una zona rural y pobre de cualquier otra provincia, o en un barrio marginal de cualquier otra ciudad, en una casa pequeña y deteriorada; y así sucesivamente se podrían ubicar otras variables sociales — . Me refiero también a las posibilidades reales de acometer determinadas políticas sociales en países desarrollados o subdesarrollados, en sistemas económicos y políticos con objetivos socialistas o neoliberales. Podría poner otros ejemplos. En cualquiera de ellos se plantean enormes retos y obstáculos de diversos tipos para lograr igualdad y equidad plenas.

Transformar la sociedad, entonces, en clave de igualitarismo, no sería tampoco la mejor opción; ya está demostrado que es un fenómeno dañino al socialismo. Igualitarismo no es sinónimo de igualdad. Igualdad es un concepto que refiere normas de distribución de valores sociales escasos — esta es una función del sistema político — , paridad en el tratamiento de las personas, pero no que todos reciban igual asignación, sino que se les aplique la misma norma de distribución en forma imparcial. El igualitarismo, en cambio, es una errónea concepción de la igualdad que excluye la individualidad: una tendencia económico-social, política y cultural que ampara, sobre el entendido de la preeminencia de lo social, un aparente tratamiento y asignación de valores igual para todos, que descarta el tratamiento diferenciado en la distribución de los recursos a sectores e individuos concretos por la cantidad, calidad y complejidad del trabajo y de los aportes que hace a la riqueza social; o sea, es la subestimación e, incluso, la negación del principio marxista de distribución de acuerdo al trabajo, en correspondencia con los resultados y la calidad de la producción, material o espiritual.

Pienso, entonces, que el enfrentamiento al igualitarismo desigual e injusto no niega, por supuesto, la observación de otro principio: la distribución de acuerdo a los fondos sociales de consumo creados por el socialismo, o sea, los fondos para gastos sociales — lo que algunos llaman inversión social — . Es la necesidad de tener en cuenta la posibilidad de compensaciones a diferentes grupos poblacionales y de subvención no a productos, sino a sectores, grupos o personas específicas. Esto último demoramos muchísimo en comprenderlo y comenzar a aplicarlo en Cuba. El igualitarismo — ha dicho el propio Raúl Castro — es también, en última instancia, «una forma de explotación».

Es evidente la relatividad y el carácter incompleto de la igualdad. Ello me hace pensar que la definición más adecuada como objetivo del socialismo podría ser la lucha por la mayor justicia social posible. Y esta es una tarea ante todo política.

Dicho en otras palabras: el justificado esmero por lo social, para que sea también legitimado suficientemente, no puede obviar la diligencia por la atención diferenciada a sectores sociales distintos de acuerdo a sus peculiaridades y aportes, ni soslayar al hombre y la mujer concretos con sus propios problemas, necesidades, características y particularidades.

Esto sería, en la práctica, una de las posibles vías para evitar que ese igualitarismo, reconocido en la teoría y en el discurso oficial como dañino a la conciencia y actividad revolucionarias, no se convierta en la práctica en un elemento corrosivo para el continuo proceso de legitimación del régimen socialista. Concluyendo este aspecto: es solo una propuesta lo que estoy haciendo. No estoy tratando de imponer ninguna idea. Me parece que el criterio de justicia social es el que más nos puede ayudar en la solución de estos problemas y sobre la que el socialismo tiene un objetivo central. Solo invito a pensar en ello, en la relación entre estos conceptos claves que hemos mencionado.

Hay otro asunto al que quiero referirme. Tanto a estos fenómenos de la primera parte de mi comentario como al tema de la democracia hay que ponerles ciencia también. El llamado que ha hecho el presidente de la República — que ha puesto en su agenda de gobierno la atención a la ciencia, la tecnología y la innovación — hay que tenerlo muy en cuenta en el proceso de democratización de nuestra sociedad. No solo es pensar la economía desde ese enfoque, o los asuntos de enfrentamiento a una pandemia — lo que, sin dudas, es relevante — sino también mirar la democracia desde esa perspectiva epistemológica de ciencia, tecnología, innovación y sociedad. Para ello, como les dije al inicio, la teoría es trascendental. No hay mejor práctica que una buena teoría, solía decir Lenin.

Pero el proceso teórico debe estar acompañado de una metodología rigurosa, basada también en la ciencia. Por eso creo que para ponerle ciencia a la democracia hay que hacerlo desde un balance crítico. No puede ser ni la apología al sistema político, ni el hipercriticismo frente a él. Como norma — eso creo que lo sabemos todos — hay que ver lo positivo y negativo de cada fenómeno o proceso, saber encontrar los balances necesarios, el equilibrio imprescindible. Eso es clave, válido para analizar muchas de las ideas interesantísimas que se han planteado aquí por parte de los ponentes y que nos han puesto a pensar. Por supuesto, el tiempo es poco, hay que dar la posibilidad a los demás que también quieren dar sus opiniones y no es posible detenerse en cada una de ellas. Solo dejo la propuesta de instrumento metodológico que no debemos soslayar nunca.

Por eso me detendré solo en forma de tesis, de manera sintética, en algunas de las problemáticas señaladas con respecto a la democracia, que es el tema central que nos convocó.

Efectivamente, aquí se mencionó la cultura democrática. Yo señalo ahora uno de sus aspectos. Es insuficiente en Cuba la cultura del debate, de la polémica, de la deliberación. Su desarrollo debe convertirse en tendencia del perfeccionamiento de nuestro sistema político. En eso hay que seguir pensando, en la teoría y en el debate práctico político.

Otra problemática clave se relaciona con los componentes representativo y participativo de la democracia. En determinados escenarios se escucha a algunas personas decir que el socialismo lo que propone es una democracia participativa y no representativa. Contraponen un fenómeno a otro y niegan lo representativo en un régimen socialista, como si lo representativo fuera inherente solo a la organización política liberal. Es evidente que la democracia — más si es socialista — debe tener ambos componentes integrados; los dos hay que desarrollarlos. El sistema político representativo cubano tiene también muchas fisuras que hay que corregir, pues afectan el desarrollo político de la nación. Más atención aún requieren los procesos participativos. Por eso estoy de acuerdo con los ponentes que definen la participación como esencia de la democracia. En mi opinión, sin la participación la democracia es una farsa. La participación no se puede limitar a lo que en ocasiones se restringe, incluso con insuficiencias en nuestro propio sistema político: hay que lograr que el pueblo se sienta «dueño» real de la situación y participante activo de cualquier decisión trascendente, y no un simple «consultado», o «movilizado», o «asistente» a una reunión o asamblea; esta será siempre la garantía real de legitimidad e irreversibilidad de los procesos de cambio hacia más socialismo en Cuba. Por eso, cuando hablo de la participación en el socialismo, yo le pongo a esta categoría varios «apellidos», y digo que tiene que ser una participación popular cada vez más amplia, activa, directa, sistemática, creativa — y este rasgo es muy relevante — , real y efectiva de la población en la toma de las decisiones más trascendentes del país. Si hablamos de socialismo, es por ese camino que deben avanzar los procesos sociales en su sentido más amplio.

Hay otros temas de gran interés que deben incluirse en este debate sobre democracia y que solo menciono o me refiero a ellos en apretada síntesis por las limitaciones de tiempo. Uno es la rendición de cuentas y la transparencia gubernamental — y de toda la institucionalidad política — . A pesar de los desarrollos teóricos al respecto — donde, por supuesto, continúan algunas polémicas — en nuestro caso aún se presentan confusiones. Incluso en algunos documentos programáticos cubanos estos dos fenómenos aparecen separados, sin aparente relación directa entre sí. En realidad la transparencia, según las investigaciones más sólidas sobre el tema, es parte de la rendición de cuentas; más todavía: constituye su primera fase, imprescindible para poder desarrollar realmente una rendición de cuentas de alta calidad democrática.

El problema de las políticas públicas es otra de esas problemáticas. Existe una tendencia actual a nivel internacional, por lo menos en el orden teórico — no quiere decir que en la práctica o en muchos lugares todos lo logren — y es que gobernar mediante políticas públicas es el camino para lograr la mejor forma de gobierno. En eso en Cuba también tenemos que profundizar, tanto en la discusión teórica del tema — donde también tenemos confusiones — como en su aplicación práctica — donde la participación debe estar en el centro del análisis — .

Políticas públicas sin participación no son tales; y esta no solo debe estar presente en la fase de implementación de aquellas, sino desde su propio diseño; por ahí hay una ruta también importante que los cubanos debemos tener muy en cuenta.

Otro tema que solo menciono — aquí se señaló más de una vez — , el de las llamadas «revoluciones de color», de lo cual se ha hablado recientemente también en la prensa; ese tema hay que estudiarlo. Hay publicaciones interesantísimas sobre eso. Con respecto al espacio postsoviético, por ejemplo, urge indagar sobre lo que pasó en las repúblicas que antes formaron parte de la antigua Urss; ahí hay muchas experiencias que para Cuba son de suma importancia.

Todo esto que he sintetizado, más otros temas cuyo interés para Cuba es necesario estudiar, creo que deben ser tenidos en cuenta en un proceso de relegitimación permanente del proyecto revolucionario cubano. La Revolución cubana debe ser legitimada día a día: a través de su pensamiento, del debate, de la producción científica en su sentido integral — incluida la científico-social — , del fortalecimiento de su obra… Recordemos que legitimación es reconocimiento, aceptación social, confianza… ¿En qué? En un proyecto, en un sistema, en un conjunto de organizaciones, en líderes políticos con preparación profesional, científica, política y cada vez más eficientes en su labor por la elevación del bienestar material y espiritual de todo el pueblo. Y eso hay que hacerlo, ante todo, con participación. ¿Buscando qué? Lo que se ha mencionado aquí: un nuevo consenso social sobre el ideal y el proyecto de país que queremos.

Ahora una penúltima idea: hay que lograr que todos esos temas, y otros tantos que se pueden presentar por todos los que estamos aquí, se conviertan en parte de la agenda de gobierno, de la agenda pública, de la agenda mediática, polemizando cada día para lograr ese nuevo consenso social que estamos buscando. Y hay que ponerle ciencia a todos estos procesos. Creo que el ejemplo de lo que se ha hecho en la relación ciencia-gobierno durante este periodo de pandemia es altamente positivo, aunque no se ha realizado todavía en todos los campos — podríamos hacer análisis en varios de sus aspectos — . Pero hay algo aquí muy importante: esa experiencia altamente positiva tenemos que trasladarla de manera creativa a las nuevas formas de hacer política en lo adelante, una vez resolvamos este tema de la pandemia o, mejor, a la misma vez que nos enfrentamos a la Covid-19. Ojalá y a las principales experiencias de este período crítico le demos continuidad en las etapas pos-pandemia.

Por último, termino con la propuesta — si los organizadores del evento y demás participantes están interesados — de enviarles algunas de las publicaciones que hemos hecho en la Universidad de La Habana sobre estas temáticas, con análisis concretos de la realidad cubana, que puedan servir en alguna medida, junto a las otras fuentes que tienen los compañeros en sus manos, a profundizar en estos temas y contribuir cada uno, con modestia, a la transformación novedosa y creativa de la Revolución socialista cubana.

¡Muchas gracias a todos!

Ernesto Teuma (Casa de las Américas): Estoy muy agradecido de estar acá, usando una parte de mi jornada laboral para ejercer mi derecho a la voz. Me aprovecho de ese privilegio para hablar aquí ante ustedes.

Yo no sé si pueda contribuir de una manera significativa al debate, así que voy a mantenerme muy breve, por el tiempo. Toda esta tarde me ha recordado un poco una escena muy peculiar, en Memorias del subdesarrollo, en la cual están René Depestre, Edmundo Desnoes y otros intelectuales discutiendo en un panel en Casa de las Américas y de repente uno de los ponentes se levanta y dice algo como «bueno, esta Revolución que ha creado tantas cosas nuevas y que quiere hacerlo todo nuevo, por qué hace un panel de la forma tradicional y no inventa una manera distinta de hacerlo». Se plantea una contradicción ahí entre las formas nuevas que la Revolución debe darle al contenido político, al contenido cultural, y su lucha permanente contra las viejas formas que existen, pero que se ve obligada a usar ante la ausencia de esas formas nuevas.

Pero me gustaría plantear el problema de una manera un tanto diferente: si toda la experiencia revolucionaria no se limita al éxtasis de lo nuevo ¿qué hace el socialismo con esos momentos que son mortalmente aburridos pero necesarios?, ¿qué hace con su dimensión cotidiana, pequeña, diaria? ¿Qué hace la Revolución, incluso, cuando ya no está surfeando la ola de euforia que genera su triunfo, y está sencillamente en la playa, cogiendo sol y construyendo un castillo de arena?

Creo que es algo que olvidamos en la discusión sobre estos temas. O sea, la democracia es un fenómeno que puede ser también mortalmente aburrido. ¿Qué representa la democracia? Representa escuchar al otro, representa pararse un momento, sentarse, poner en suspensión el propio ego y decir: ¿qué es lo que está diciendo el otro? ¿Cómo puedo construir con el otro en común? Y eso a veces puede ir en contra del tiempo, quizás, de la vida cotidiana en una sociedad cada vez más acelerada.

Ahora, nosotros tenemos un problema con esta lentitud que requiere la democracia para funcionar, que requiere el consenso para asentarse y sedimentarse; vivimos en un torrente permanente. Y no solo vivimos en un torrente permanente, sino que la generación de la que yo soy parte, y la que me sucede, y la otra, y la siguiente, está marcada por un ritmo cada vez más veloz de la vida y de su organización. Entonces, no les interesa una democracia lenta, «como debe ser»; no les interesa un consenso lento, sino que prefieren antes que la lentitud del consenso y el diálogo, la euforia de la disolución y el performance. Esa es una dimensión en la que nosotros no estamos del todo claros cuando nos enfrentamos a un fenómeno contemporáneo como lo que pasó el 27N.

El 27N la multitud frente al Mincult pedía diálogo, a partir de una sensibilidad antiautoritaria, contra la arbitrariedad, una sensibilidad democrática, o sea, en el sentido del ejercicio de la voz; sin embargo, el performance espontáneo de su propia manifestación allí a veces parecía más importante que el ejercicio de la escucha y la construcción democrática. No tenían una organización, ni parecía interesarles tener una organización, al menos en ese momento, y quedaron en el exabrupto, en la catarsis, en el gesto, en la imagen, más que en la permanencia.

Entonces, hay que pensar en esa lentitud que requiere la democracia para funcionar, en esa sedimentación que requiere y cómo, a veces, está en contra de los flujos contemporáneos de deseo tal y como existen. Un ejemplo: ¿cómo puede coexistir la democracia que requiere la atención al otro cuando tenemos este parásito electrónico-libidinal [señala el teléfono móvil] que todo el tiempo requiere nuestra atención, y nos individualiza. Cómo puede coexistir la democracia socialista que queremos, con sus movilizaciones tremendas por supuesto, pero que requiere también algo muy pesado y que casi nadie está dispuesto a asumir: la figura indispensable del «burócrata». Nosotros criticamos muchísimo al burócrata, y con razón, pero una buena administración pública, que es algo tremenda y mortalmente aburrido, resulta indispensable para un socialismo viable, para cualquier sociedad funcional.

Esto significa que la transición a una sociedad distinta implica momentos disciplinarios.

Pero debemos tener claro que absolutizar ese momento disciplinario sería un error: el socialismo que no baila tampoco funciona, porque el socialismo también tiene que implicar alegría.

La Revolución debe asimilar esa lentitud, pero también tiene que bailar Van Van, y esto implica funcionar a ritmos de maquinaria distintos de manera simultánea. ¿Qué hacemos con esas velocidades que, por fuerza mayor, se confrontan? ¿Cómo relacionar los momentos disciplinarios con un flujo de deseo libertario y emancipador?

Si el socialismo es solo control y disciplina, ¿puede seducirnos frente a otras poderosas seducciones y maquinarias deseantes? Podemos observar este problema en la televisión y los medios. No hay nada tan poco seductor para muchos que sentarse frente al Noticiero o cualquier otro programa de la Televisión Nacional.

La televisión en Cuba hoy no es un mecanismo de control ninguno. Es tan antiseductora que, más bien, provoca un tipo de rechazo que implica poner en suspensión racional todo lo que aparece en la pantalla.

Es un fenómeno que cualquier socialista crítico tendrá que suponer. En cambio, los televidentes engullen toneladas de tele basura, espectáculos que seducen y desvían su atención, les es imposible salir de la sugestión que produce. Plataformas como Youtube y las redes sociales digitales multiplican hacia otras pantallas el mismo fenómeno.

La solución no está solo en una política distinta, para la televisión y todo lo demás, que sepa seducir, sino combinarla con un mejor «aburrimiento». Debe tener esa dinámica que permita presentar lo «gris-cotidiano», pues grises son algunos de sus aspectos más importantes — la siembra de los alimentos que nos llevamos a la mesa, los áridos tópicos económicos, el saber técnico, la información fiable — , y presentar también los más florecientes — la emergencia de lo nuevo — , aquellos que los «grises» sustentan, pero que van más allá de lo «gris».

Por último, un tema que atraviesa cosas que he mencionado. Aquí se ha hablado mucho del consenso entre las izquierdas y del consenso entre revolucionarios; o sea, de las relaciones no catastróficas entre las distintas secciones de la izquierda cubana realmente existente. Pero, y el primer dato de la realidad nos lo da la propia manifestación del 27N: existe hoy en Cuba todo un espectro de la población que se encuentra repolitizado a una velocidad tremenda, que se encuentra, en cierta medida, antagónico a dimensiones del proceso tal y como se ha constituido, que no posee una posición socialista, pero no es explícitamente antisocialista. ¿Cómo tender un puente hacia ellos?

De manera que hablamos de un consenso que tiene varios niveles. Nosotros estamos conversando aquí, ahora mismo, dentro un consenso que tiene que ver con los revolucionarios, con las izquierdas, con los socialistas; pero también es preciso encontrar la estrategia mediante la cual nosotros, que tenemos una formación política que nos permite encauzar ese deseo libertario, podemos tirar ese puente hacia ese otro espectro que no nos es antagónico, que no nos es indiferente, pero que no es socialista.

¿Qué hacemos los socialistas con los no socialistas que cada vez son más? ¿Qué hacemos con la gente que se queda fuera de determinados consensos, que se han diluido y que se han disuelto?

Ya no estamos en los ochenta, no estamos en los noventa, ni siquiera estamos en los 2000; en el 2020 la pluralidad ideológica es un dato de la realidad y desborda ciertas visiones que hasta ahora teníamos sobre lo político en la sociedad cubana — y digo visiones porque la realidad siempre fue más rica que un consenso chato y homogéneo — .

Entonces, ¿cómo gestionar esa pluralidad dentro de la transición socialista, que implica la disciplina de orientar la sociedad hacia el fin y la superación de todas las dominaciones? ¿Cómo tender ese puente?

Porque hay gente que puede no percibirlo de esa manera, hay gente que puede percibir, incluso, que no es necesario enfrentar ese problema. O sea, ven en la sociedad la existencia de una pluralidad de visiones con propósitos diferentes y el problema de la política sería entonces cómo todas esas visiones coexisten y se administran sus diferencias. Sin embargo, la sociedad socialista no se limita a la administración de esas contradicciones, a la coexistencia de esas visiones, sino que en tanto se propone un fin, disciplina la sociedad hacia un determinado lugar que no existe todavía.

Entonces, ¿cómo podemos manejar esa pluralidad en una democracia socialista sin perder el horizonte de la transición hacia una sociedad distinta?

En resumen, ¿cómo lidiar con los aspectos más grises, lentos y mortalmente aburridos de la Revolución, de una manera no catastrófica con sus aspectos más seductores, libidinales? ¿Cómo replantearnos la necesidad de un socialismo que seduzca en su visión hacia el futuro y que tenga ese lado sexy que tiene Van Van, por ejemplo? ¿Cómo hacemos que la Revolución vuelva a bailar con Van Van, tal y como bailó en algún momento, tal y como lo produjo? Y, ¿cómo tender ese puente hacia ese sector repolitizado — pues existen sectores muy conservadores y sectores despolitizados — que no es socialista, aunque no sea antagónico?

Esto es lo que yo dejo.

Wilder Pérez Varona (Instituto de Filosofía): En primer lugar transmitir mi agradecimiento a quienes han intervenido, a los ponentes y a quienes han participado en el debate hasta ahora. Quería, solamente, hacer una observación, un comentario más que una pregunta y creo que no se ha mencionado acá.

Cuando decimos «socialista» no solo acotamos, sino que determinamos el término de democracia, o de lo contrario podemos hablar de socialismo democrático o de una democracia plena que distinguiría al socialismo y, sin embargo, estamos hablando de dos conceptos con una larga historia de matrimonios y divorcios. Pero esto no es solo un tema histórico, es también un tema conceptual.

Voy a simplificar muchísimo porque no voy a hacer el comentario muy extenso: si en un inicio se pensó que el proyecto socialista sería continuador — digamos superador, pero continuador en fin — de un proyecto de modernización que inició en el siglo XVIII — y que es un proceso de modernización pensado en términos políticos, en términos económicos, en términos culturales — , continuador, digamos, de un orden capitalista cuyas contradicciones darían lugar a un ordenamiento superior, lo que se vio en el siglo XX fue que esto no sucedió así. O sea, tenemos que estallaron revoluciones en sociedades, regiones, que fueron sojuzgadas, que fueron dominadas por este proyecto de modernización. Entonces, tenemos una fractura en esa continuidad, ¿en qué sentido? Sigo simplificando. En el sentido que las revoluciones han tenido que ser revoluciones violentas, han sido violentas en la forma insurreccional de la revolución, han sido violentas en la toma del aparato del Estado, han sido violentas en la transformación cultural de la sociedad, han sido violentas incluso en la unificación de los aparatos que han regido, que han dirigido la revolución — el Partido, o como se quiera — , nosotros no nos hemos librado, digamos, de ese modelo de revolución.

Entonces, esta violencia que ha sido intrínseca a las revoluciones, al socialismo realmente existente en el siglo XX; ha permeado la institucionalidad y la cultura, digamos, de esos países en los cuales han estallado estas revoluciones y han resultado en un ordenamiento de tipo socialista.

Entonces, tenemos que hay una institucionalidad que lidia con mucho trabajo, con mucho esfuerzo, con mucha tensión, con el tema de la universalidad — pensemos en la universalidad de Estado, pensemos en la ciudadanía como un concepto que también abarca una construcción universal, pensemos en la forma republicana — , que ha violentado incluso la forma republicana y, sin embargo, queremos vincularlo con la democracia que, si algo tiene, es que se piensa en términos universales, se expresa en términos universales, en términos de diálogo, en términos de reconocimiento del disenso, en términos en los cuales, sin embargo, toda esta tradición revolucionaria socialista — realmente existente — nos ha preparado para ver al diferente como antagonista.

Entonces, ¿cómo recuperar toda esa cultura y toda esa institucionalidad que lidia muy mal con lo universal, que lidia muy mal con la inclusión del disenso y que, lidia tan mal que lo convierte en un enemigo o en un antagonista potencial?

Este era el comentario que quería hacer.

Rafael Hernández (Revista Temas): Pido disculpas porque llegué tarde, involuntariamente. Siento mucho no haber oído la intervención de Llanisca [Lugo], siento no haber oído la de Juan [Valdés Paz] pero me la puedo imaginar como si estuviera aquí; y escuché la de Germán [Sánchez Otero] y luego la de [Frank] Josué.

Rodrigo Espina tiene el mal hábito de llegar a una reunión sobre racismo y decir: «¿quién de ustedes, levanten la mano, es racista?». Y él levanta la mano y más nadie la levanta. Ese maligno experimento, que consiste en ponerle delante un espejo a la gente, me inspira a mí a la primera pregunta:

¿nosotros, los que estamos aquí, somos democráticos? No las organizaciones ni el socialismo, nosotros. ¿Dónde aprendimos a ser democráticos? ¿En qué parte de esta historia, incluyo a los viejos, en que parte de esta historia adquirimos el entrenamiento para la práctica concreta — no las ideas, no la doctrina política, no los ideales y los principios — , las conductas concretas que nos hacen democráticos? ¿En qué momento fue eso?

Porque si miramos atrás en nuestra historia, no la de los últimos 60 años, toda nuestra historia, esos momentos democráticos… no los momentos de lucha, no los momentos de combate, no los momentos en que la gente se ha tirado para la calle a conquistar la libertad, toda la libertad y toda la justicia, etcétera, no, no: la democracia. El momento democrático, el momento del ejercicio de la democracia. ¿Cuál fue ese momento? ¿Cuál es nuestra experiencia? ¿Queremos tener un socialismo democrático? ¿Queremos tener una sociedad democrática? ¿En qué medida hemos logrado alguna vez tener una sociedad democrática?

Y esto, que podría justificarlo diciendo que es el argumento del abogado del diablo, la verdad es que no es el argumento del abogado del diablo, la verdad es que son preguntas reales. No son preguntas retóricas. Y, con esto yo creo que tenemos un problema y es que la construcción de una cultura democrática requiere no solo conciencia de nuestros problemas, sino ejercerlos.

Y eso quiere decir que, ¿tenemos prácticas familiares democráticas?, ¿que no discriminamos a otras personas por ser negro, por ser mujeres, por ser gays, por ser guajiros, nunca?, ¿dentro de nosotros, en nuestros comportamientos, en nuestras reacciones, eso no ocurre?, ¿no nos comportamos de manera desigual con los demás?, ¿por qué? Lo democrático empieza por ser lo igual, el reconocimiento y la incorporación de lo igual.

Yo creo que ese es un problema clave, sobre todo, dentro de una cultura socialista y dentro de las organizaciones y la cultura de las organizaciones comunistas y socialistas. Y es un problema clave, en buena medida, por no haber sido resuelto en la existencia concreta de estas instituciones.

Mi segunda inquietud tiene que ver con eso, con las organizaciones y con las dificultades para ser democrático en la Cuba de los últimos 60 años. Para que no haya democracia en un centro laboral, para explicar por qué no somos más democráticos en un centro de trabajo, en un sindicato, en una organización juvenil, ¿la razón puede ser el enemigo? ¿En qué momento el enemigo está ahí, como una pared, como una preocupación, como un temor, como una fobia que los inhibe de ser democráticos en el lugar donde se trabaja, en las organizaciones a las que pertenecemos? Hicimos hace poco un debate en la revista Temas, en un grupo de WhatsApp, público, sobre las organizaciones y lo democráticas o no que son las organizaciones: 1. No son democráticas; 2. Ni el imperialismo ni el enemigo interno pueden explicar que no lo sean. Es más fácil explicar que la economía es un desastre producto del bloqueo, que explicar que nosotros nos somos en las organizaciones lo democráticos, lo mínimamente democráticos que es necesario que seamos, no por ideales, sino para que funcione esto; es imposible lograr conectar eso con el enemigo.

Mi tercera inquietud, y con esto termino. ¿Cómo definimos la democracia? Quizás es más fácil definir, ya que tenemos experiencia acumulada, lo que no es democrático. Sabemos qué cosa es lo no democrático. Seguro que hacemos una encuesta aquí, y pedimos una lista de rasgos de lo no democrático… ahí ponemos autoritario, vertical, hipercentralizado, poco participativo, hacemos una larga lista. Uno de esos rasgos negativos de la democracia del socialismo, uno de esos antirasgos de una democracia socialista, de los que hablamos muy poco, que mencionamos muy poco, que está constantemente alrededor nuestro y que hace tiempo se utilizaba mucho en el lenguaje político, pero ha dejado de utilizarse, es el sectarismo. El sectarismo no es con el enemigo, por definición. El sectarismo no es con el imperialismo. El sectarismo es con compañeros de filas. El compañero de filas que no es enemigo pero, ¡ojo!, que está confundido, pero que se deja llevar por ventoleras, puede ser que es artista y entonces tiene la cabeza en las musarañas y las ideas del enemigo lo atrapan, puede ser que se deje influir, que se confunda y que entonces termine haciendo cosas propias del juego con el enemigo y probablemente no lo sabe. Quizás no lo sabe. O quizás se deja engatusar. Ahí hay un territorio crepuscular, que no necesariamente se aclara. Pero, el sectarismo es mucho más destructivo de lo democrático, del ejercicio y de la práctica democrática. Se entrona el miedo al enemigo, la idea de asedio enemigo, el sentimiento de ser una fortaleza sitiada y, por supuesto, todo eso es malo para la democracia e influye en todos los males que padece la fortaleza sitiada por dentro, porque ese mal, el creerse que el que está contigo, al lado — que le toca la almena y el arco y la flecha de al lado — está confundido y está perdido y se deja confundir por los cantos del enemigo, eso es fatal. Eso es casi como hacerle el trabajo al enemigo. Difícilmente el enemigo lograría entrar dentro del castillo con las armas, pero sí puede entrar de esa manera.

A partir de ahí hay un problema, que está asociado con cómo se ejerce y se desarrolla una cultura democrática y no sectaria. Solo quiero mencionar esto. Es más fácil ser democrático en un pequeño grupo, no es que se pueda ser automáticamente democrático en un pequeño grupo. Ustedes agarran a expertos, psicólogos y se ponen a practicar y a ejercitarse y verán cómo salen las costumbres no democráticas que tenemos adentro en un pequeño grupo, o en un vecindario: vayan a una reunión de vecinos y pónganse a observar cómo se comportan y verán que hay algunos que no se comportan de manera democrática, ni siquiera siendo vecinos y conociéndose toda la vida. Hay alguno que quiere «meterle el pie» a otro, incluso que vive en el mismo edificio. No necesariamente en el pequeño espacio la gente es más democrática, pero es que la democracia no es un asunto que se pueda ejercer solo en el pequeño espacio. Vamos a suponer que los pequeños grupos o los barrios, las circunscripciones, se pongan más democráticos… eso no implica que desarrollemos una cultura democrática en el conjunto de la sociedad. Sin unos medios de comunicación democráticos nunca vamos a tener una sociedad más democrática, porque es cómo se comunica la gente, cómo la gente sabe de lo otro que pasa, cómo la gente se solidariza o se diferencia de lo que están haciendo en otra parte.

Al final, hay carencia de medios de comunicación democráticos — todo esto es dentro del socialismo, yo no estoy hablando nada al margen de la institucionalidad socialista — , esos medios de comunicación no democráticos impiden en gran medida el funcionamiento de una sociedad más democrática dentro de la cual es difícil — eso lo sabría explicar mucho mejor un sociólogo o un psicólogo — que se desarrollen y socialicen prácticas y valores democráticos desde que están en el Círculo infantil y en la familia.

¿Cómo van a ser democráticos si nacen en una sociedad que no ejerce esto a nivel de base, que no lo ejerce en las relaciones sociales, que no se comporta ni se comunica de una manera democrática?

Gracias.

Yassel Padrón Kunakbaeva: Me alegro de que se haya hablado en las intervenciones anteriores sobre la cultura de la violencia y también sobre el sectarismo. Creo que algo de lo que no debemos dejar de hablar en esta reunión, para que no sea otra oportunidad perdida de hablar de todo lo que debemos hablar, es del punto cero, que sería hablar también del tratamiento que se le da al contrarrevolucionario. O sea, este tema que tiene que ver también con todo lo que ha pasado en estos días y con la percepción que se puede generar en las redes sociales como tal; y los consensos que se discuten una y otra vez, y se renegocian una y otra vez en la sociedad cubana tienen que ver también con el contrarrevolucionario; con el que es o el que hemos llamado contrarrevolucionario, que se opone, de plano, al proyecto socialista y cómo es el trato que se le da a esa persona.

Yo considero, y creo que casi todo el mundo va a estar de acuerdo, que incluso al enemigo se le debe dar un trato humano y esa es la enseñanza también de la guerrilla en la Sierra Maestra, y es una enseñanza del humanismo de la Revolución cubana que incluso al enemigo se le debe dar un trato humano en general. Pero, ese trato humano debe partir — yo creo — de un Estado de derecho, o sea, de una juridicidad en ese trato, y si la libertad de expresión y la democracia van a tener límites en la sociedad cubana, son límites que deben estar reflejados de antemano en esas leyes.

Yo creo que incluso la dirección de la Revolución tiene conciencia de esto desde el momento en que se hace un paso a una nueva Constitución donde se habla de un Estado de derecho socialista.

Aquí es donde caemos a veces en una ambigüedad que genera una zona gris que es un problema que hay en nuestra sociedad. Por ejemplo, hoy salió en Granma un titular que dice que «Nunca en Cuba se ha sancionado a nadie por pensar de manera diferente». Entonces, nosotros tenemos la experiencia, por ejemplo, para poner experiencias concretas, de un documental que, porque maltrata, en verdad maltrata la figura de Fidel Castro, ese documental es censurado. ¿Y esa censura no es una forma de sanción por un ideologema que se considera contrario al socialismo? Tenemos que ser sinceros como sociedad y con nosotros mismos, si van a haber restricciones a esa libertad y la figura de Fidel, u otra figura, no se pueden tocar, eso debe estar consensuado a nivel social y debe estar reflejado en las leyes. Cuando están esas reglas, esas leyes de antemano, sirve para todo el mundo porque cuando están las reglas claras yo sé entonces cuál es el límite y sé que fuera de ese límite hay una gran libertad en la que yo me puedo mover. El problema es que cuando no está establecido el límite queda a la imaginación de alguien cuál es el límite.

Lo que no puede pasar entonces es que estemos creando una imagen en los medios para tener buenas relaciones con Europa, para que el Parlamento europeo no nos pueda imponer una sanción y decir entonces en la prensa que nunca se ha sancionado a nadie por decir algo, o decir que somos una democracia de partido único, etcétera, y en la práctica entonces cuando ese documental no le gusta a alguien es censurado. O que no queramos aplicarle a un mercenario que está delinquiendo, que está recibiendo dinero del enemigo, no le queramos aplicar el peso de la ley, pero entonces, cuando se pone un poco revoltoso, le pongo una patrulla, lo tranco y lo suelto el mismo día porque estamos pensando en lo que diga la BBC, lo que diga El País, etcétera, ¿y cuál es el costo a nivel social de ese tratamiento fuera del Estado de derecho que se le hace al contrarrevolucionario? Llega un momento en que las personas en las redes sociales dicen, porque además está el problema de la visibilidad — antes las personas no se enteraban de lo que pasaba allí — pero hoy esa persona está grabando la patrulla, está grabando lo que está pasando.

Desde ese punto de vista, y el humanismo de la Revolución cubana es muy fuerte y está en todas las personas, y a veces ese mismo humanismo, la persona no lo sabe, pero ese mismo humanismo le hace solidarizarse con la persona que está en ese momento siendo víctima de una acción policial. Entonces, en ese momento, estamos sacrificando por quedar bien, por una relación diplomática «X», un determinado contexto internacional, una determinada situación, estamos sacrificando la juridicidad que tiene que haber en la sociedad cubana porque como no queda claramente la regla de cuál es el límite, y hasta cuándo va a ser el límite, porque si la razón del límite es la confrontación con los Estados Unidos debe quedar claro también que una vez que haya una distensión con los Estados Unidos debe haber un relajamiento de ese límite.

Cuando queda claro ese límite, también es un espacio que se le quita al sectarismo; porque cuando no está claro el límite en forma de Estado de derecho, en forma de reglas, de antemano, y queda a disposición de lo que alguien se imagina, ese alguien lo puede aplicar contra el enemigo, pero puede aplicarlo contra quien no es el enemigo, que es el que se le ocurre que es el enemigo también. Y es lo que decía el profesor Rafael [Hernández],

esa falta de juridicidad y del tema procedimental de la democracia abre un espacio demasiado grande para el sectarismo y contra el que tampoco es el diferente.

Eso es lo que quería decir.

Gian Carlo Medrano (Facultad De Comunicación, UH): Ha habido momentos puntuales de nuestra historia en los cuales se ha hecho más explícita la necesidad de una cultura del diálogo. El diálogo se ha acotado demasiado en los últimos días, se le han puesto parámetros, etcétera; pero me parecen un poco contradictorios algunos términos manejados aquí. Por ejemplo, ¿cómo puede coexistir una cultura de la confrontación con una cultura del diálogo? En las redes o en los medios públicos algunos «tarjetean» o desacreditan al que piensa diferente, y pueden catalogarlo como mercenario; son muy discutibles los términos que a veces se usan en los medios para hablar del que disiente.

Si hay una falta de articulación ciudadana de otras propuestas, que incluso pueden estar dentro del socialismo, es porque la posibilidad de existencia de esa articulación es en exceso pobre, y no por falta de sujetos capaces de gestionar una propuesta distinta. Lo que pasó frente al Ministerio de Cultura es una muestra. Había una enorme diversidad, conozco a muchas de las personas que estaban ahí, y hay muy pocas posibilidades de decir que había gente tan confundida, o que una masa tan grande estaba por entero confundida, manipulada o penetrada por el enemigo. ¿Por qué?

Porque las mismas herramientas que hemos aprendido en un contexto social — intelectuales, formativas, relacionales — nos sirven para cuestionar también nuestro presente.

Y para tener el derecho a soñar un futuro distinto a este presente, sin problemas de los que se ha hablado tanto, pero anquilosados por décadas. Yo coexisto en mi casa con cinco generaciones distintas, y siempre estoy confrontando con mis suegros, mi pareja, el tío abuelo, otras experiencias de Cuba, distintas. Y hay constantes. Uno va hasta Varela y hay constantes en la sociedad cubana que rebrotan en diferentes sistemas sociales.

Entonces, o hay una posibilidad de existencia real del debate crítico, un debate que no se quede en una sala o en un teatro de un ministerio, una articulación general, un cambio, o ese descontento se va a canalizar de forma muy arbitraria. Esa falta de articulación entre el debate, el análisis crítico, el cambio posible y la legislación para que lo acordado se convierta en mejoría social en determinada esfera — cultural, social, económica — , cala en la generación más joven y va sedimentándose o en apatía, o en descontento, y, por supuesto, se manifiesta en diferentes escenarios. Tomar la calle es muy poco común entre nosotros, plantarse frente a un ministerio es muy poco común en Cuba, y hay que pensar en por qué se llega a ese tipo de respuestas. ¿Por qué una necesidad de protesta más allá de la catarsis?: o porque la mentalidad de «plaza sitiada» busca siempre un enemigo, o porque se da un contexto que se manipula de una parte y de otra. Pero cuando uno analiza con serenidad las causales, las hay muy importantes para que la calle sea un medio de expresión para decir «me cansé de que me reúnan en el Sindicato», «me cansé de que me reúnan en mi ministerio», «que me reúnan en mi institución gremial» y «me cansé de que sigamos arrastrando los mismos problemas década tras década», porque no son meses.

Cuando estudiaba en la FAMCA [Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual, de la Universidad de las Artes] asistí a todas las reuniones del llamado grupo G-20 para una propuesta de Ley de Cine, que no se pudo articular al final, está en proceso. Pero también después de graduado asistí a los debates y la creación del Registro del Creador Audiovisual Independiente, a las discusiones del Decreto 349 y todo eso alguien podría circunscribirlo solo al campo cultural, pero esa problemática transversaliza a toda la sociedad cubana, al manifestar muchísimos conflictos: desde la creación de un guión que puede ser censurado, hasta la elección de un tema, y muchas veces ese verticalismo monolítico permea todas las decisiones. No hay capacidad de respuesta, ni de veto, ni de anulación de esa autoridad, ejercida de modo tan monolítico y sesgante. Entonces, cuando eso se acumula, ya no vas a estar lamiendo la herida o haciendo una pequeña catarsis puntual; cuando eso se acumula a ese nivel, estalla.

Habría que conocer la realidad y, con las mismas herramientas que nos dan las Ciencias Sociales y Humanísticas, analizar el contexto en que estamos, para decir: «puede que sea socialista o no, puede que sea de izquierda o no, pero lo incluyo, más allá de decir que lo voy a confrontar», porque es distinto o porque hay que asumirlo o diluirlo en la masa que piensa de una manera, o de otra…

O hay una verdadera cultura del diálogo o eso se va a agotar con el tiempo. Entonces, no se puede estar subestimando siempre al interlocutor porque sea distinto, porque el otro puede tener tanta o más inteligencia que tú para darse cuenta de las mismas cosas, y quiere permanecer y construir una sociedad distinta y mejor dentro del mismo contexto en que estás tú, que piensas diferente.

Creo que o eso se tiene en cuenta, o siempre estaremos perdiendo el tiempo para otro y otro debate sin resultados.

Joel Ernesto Marill (Facultad de Economía, UH): Yo siempre digo que no soy muy bueno hablando, así que, como siempre, pido disculpas por eso. Yo quería referirme a un tema que ya comenzó a hablar Luis Emilio [Aybar], que es el tema de la democracia en las decisiones económicas. Aquí se ha hablado de muchas esferas de la democracia, y a mí me gustaría referirme a esta porque me toca muy de cerca.

Yo recuerdo que hace un año y medio más o menos salió un anuncio en la televisión, lo anunció el presidente, sobre la participación de los trabajadores en la construcción de los planes de la economía. Y eso causó en mucha gente tremendo ánimo, tremendo revuelo, recuerdo que en las redes sociales se habló de eso mucho tiempo… Bueno, en la práctica, eso supuso agregar un inciso «(x)» a un artículo determinado de un documento de cientos de páginas llamado «Indicaciones metodológicas para la elaboración del Plan», mas, en definitiva, de la aplicación de todo esto se supo poco la verdad, pero demostró la existencia de un genuino interés con respecto al tema.

Ustedes hablaban aquí de las esferas de la democracia.

Y considero que la democracia en las decisiones económicas no puede quedar fuera de la construcción de esa democracia plena en Cuba.

Una de las primeras cosas que te enseñan en la carrera de economía, en una particular asignatura llamada «Economía Política de la Construcción del Socialismo», es que en nuestro proyecto social los trabajadores son dueños, mediante el Estado, de los medios de producción. Defender esa relación que es primaria en la transición al socialismo implica la democratización profunda de los mecanismos institucionales para la toma de decisiones económicas. Con esto quiero decir que los elementos técnicos son importantes, y pienso que no pueden dejar de estar presente en los análisis económicos, pero deben venir de conjunto con espacios de diálogo con la ciudadanía. Las políticas económicas son temas que es necesario debatir antes, durante y después de su implementación.

Es inconcebible pensar que daciones tan importantes como estas sean tomadas en base a criterios fundamentalmente técnicos y no estuviera presente la búsqueda de un consenso con la población en general. Para algunos en el gremio, tristemente, puede que importe muy poco lo que la gente va a decir — desde el punto de vista técnico — sobre estos procesos. Muchas decisiones económicas quedan así relegadas a instituciones gubernamentales del poder popular pero no al escrutinio y la búsqueda de un consenso democrático. En ese sentido, un tema en el que hay que avanzar es en la formación del presupuesto del Estado. Existe esa visión procedimental y muy tecnicista de los economistas haciendo un presupuesto entre equipos de técnicos y que, luego, se lleva a la Asamblea. Esto contrasta con la idea de que

el presupuesto debería ser el ejercicio más democrático de construcción popular de nuestra planificación anual, porque es donde se asignan los recursos colectivos de la sociedad. Falta aún mucho por trabajar en este tema.

En Cuba, y en el mundo, eso es un procedimiento bastante común: los técnicos hacen informes y después se presentan a los espacios de decisión, las amplias consultas populares se reservan solo para asuntos mucho más generales, lo específico no suele ser llevado al consenso general. Esto es parte de determinadas inercias que hay que romper. Y siempre piensen que esa ruptura no vendrá de parte de los que están cómodos con esa inercia, de ellos no va a salir la iniciativa para romper con este problema. Mientras no exista una forma de institución que compulse a las personas que toman ese tipo de decisiones a ir a debates más amplios, esa práctica nunca se va a sistematizar.

Aquí se ha hablado de dimensiones de la democracia. Pero la democracia solo es efectiva cuando hay instituciones capaces de hacerla cumplir. A nosotros nos ha faltado llevar nuestras instituciones formales a instituciones reales que permitan hacer la democracia popular, lo más democrática que pudiese ser. Es necesario logar que nuestro parlamento traduzca de una forma más clara los disensos y la pluralidad que dentro de la Revolución tenemos, en un país tan diverso como el nuestro, y aunque hoy se ha logrado mucho, no podemos dejar de preocuparnos día tras día para que eso avance más, para mejorar la salud democrática de nuestras instituciones.

En verdad, me preocupa que después — como decía Yassel [Padrón] ahorita — los debates sobre la democracia se sigan llevando desde un enfoque — no voy a decir filosófico porque no quiero que los filósofos se molesten conmigo — que en última instancia no aterrice en todas las cuestiones prácticas y mecanismos que hay que crear y reformar. Pues los mecanismos institucionales que hoy tenemos son en esencia los que se hicieron en el año 1976. Y, de verdad, la Constitución del 2019 nos da un cuerpo de derecho muy superior, abre el camino a leyes interesantes, muy importantes a futuro, derechos fundamentales, pero hay que crear mecanismos institucionales para hacer cumplir todo esto, pues los que están siguen siendo incompletos para las nuevas condiciones.

Gracias.

Fernando Luis Rojas (ICIC Juan Marinello): Buenas tardes. Yo quería empezar agradeciendo el espacio. Voy a abundar un poco en ese sentido. En primer lugar, los convocantes: tanto La Tizza, como el Instituto Marinello y el Martin Luther King tienen una amplia experiencia — con grandes desniveles a favor del CMLK y el Instituto Marinello — de convocatorias a eventos, encuentros para discutir sobre estos y otros problemas. Han tenido una práctica regular, validada también por la propia producción de estas instituciones — estoy hablando de libros, talleres, etcétera — , que ha logrado, o intentado al menos, situar temas como estos en el espacio público. Eso me parece importante rescatarlo porque, indiscutiblemente, es uno de los fenómenos sobre los que estamos hablando aquí y tratando de ampliar la discusión — creo que es lo que nos hemos propuestos todos los que, de una manera u otra, hemos intervenido hasta este momento — . Eso expresa que hay un problema y tiene que ver con preguntarse en qué medida muchas de las recomendaciones, producciones, diagnósticos que se han presentado no adquieren un carácter vinculante, no se reflejan en soluciones práctico-concretas.

Ahorita se hacía alusión a los dos tomos del libro de Juan [Valdés Paz], La evolución del poder en la Revolución cubana, donde hay una especie de diagnóstico y que contiene propuestas concretas. Pero eso tuvo un antecedente — quizás menos extenso — que fue El espacio y el límite, y estamos hablando de un libro del año 2010 donde se identificaban un grupo de elementos de este tipo. Entonces, eso me parece importante y tiene que ver con algo que decía Luis [Emilio Aybar]: el problema no es solo dar voz, el problema también tiene que ver con la medida en que se verifican en la práctica esas demandas que se están planteando. Creo que ese es uno de los elementos de mayor fuerza que pueden enunciarse y que, en alguna medida, sería necesario reivindicar. Sobre todo, también, porque expresa uno de los déficits que hemos tenido.

Creo además que — y es una de las cosas sobre las que hemos intercambiado y se ha hablado aquí — tenemos que advertir cuándo determinados fenómenos son síntomas de problemas que tienen un acumulado. Considero que al tener esta discusión en este escenario lo que se está tratando de abordar no son solo las expresiones o reacciones a esos síntomas, sino también los problemas que subyacen en las dinámicas que se han dado. En ese sentido, quería reivindicar el espacio que se propone como Ciclo-taller vinculado a algo de lo que comentaba Ernesto [Teuma]: los tiempos que requieren determinadas construcciones para poder caminar. Más adelante trataré de referirme con brevedad a eso.

Aquí se ha mencionado mucho el tema del diálogo desde cuestiones de la identidad. Uno de los problemas que yo veo es que, muchas veces, cuando hablamos de ese diálogo necesario entre la izquierda lo hacemos desde una izquierda que existe básicamente a partir de autoidentificarse como tal; y no de discutir y acercarse — en mi criterio — a partir de precisar en torno a qué va a ir el diálogo, o cuáles son los presupuestos de ese diálogo, o cuáles son sus puntos de partida. A mí me parece que no es suficiente que tú digas que vas a dialogar porque te identificas o te autodefines de izquierda; sobre todo en un ambiente donde tampoco es que haya sido una práctica cotidiana y se haya incorporado en el lenguaje político, en el lenguaje común — en el lenguaje académico un poco más en los últimos tiempos — , los términos «izquierda» y «derecha». O sea, tampoco han sido términos que nos han acompañado tanto. Los términos «revolucionario» y «contrarrevolucionario» nos han acompañado — en mi criterio — mucho más que «izquierda» y «derecha» durante las décadas posteriores al triunfo de la Revolución. Aquí pido disculpas por la simplificación y homogenización de esos términos, pero no puedo dedicar el limitado tiempo a desarrollar este aspecto.

Entonces, hay una práctica de autoidentificación y un insuficiente posicionamiento sobre problemas concretos, sobre demandas concretas, que en muchas ocasiones lleva a que nos encontremos gente que está defendiendo los Derechos Humanos ante una determinada violación particular — que es muy lícito — y al mismo tiempo te la encuentres apostando en contra del matrimonio igualitario. Esas son dinámicas a las que uno se enfrenta de manera cotidiana.

En este sentido, creo que sería útil que tratemos de diferenciar y de desmarcar «la ola» de la necesidad, de buscar soluciones de largo plazo y con verdadero impacto en torno a construcciones colectivas, identificaciones colectivas de los problemas y propuestas de soluciones colectivas a esos problemas.

Hay otro problema que tiene que ver con cuánto torpedea esto, muchas veces, el problema de los egos vinculados a esas identidades. Considero que nosotros… — y es una práctica que se da desde el Estado y se da desde otros lugares — , que todo el mundo habla en nombre de «el pueblo».

Aquí, «malanga» cuando estructura su discurso para exigir una reivindicación está hablando en nombre del pueblo.

Y eso pasa desde los actores más diversos y más polarizados que pudiéramos considerar. Me parece que un camino sería tratar de avanzar en la dirección de esa transversalidad de la discusión que también nos hace falta. Una discusión en la que creo hay que ser muy transparentes, voy a tocar luego lo de la transparencia.

Hay otro fenómeno que tiene que ver con las narrativas. Hay hechos que cobran peso más por su narrativa… la narrativa del hecho cobra más peso que el hecho como tal, o que el acontecimiento como tal. Y eso, en mi criterio, ha sido la tendencia que más se ha manifestado en los acontecimientos de los últimos tiempos. Sí, aquí se ha hablado mucho de sanciones indebidas — lo dijeron los ponentes, lo dijeron los participantes — desde una relación de poder que beneficia al Estado y a determinadas instituciones. Pero hay una narrativa del miedo también, y del temor, y de la represión, que está marcada por el linchamiento en las llamadas redes sociales y que se está estructurando desde polos por completo diferentes, y en apariencia opuestos desde el punto de vista político.

Polos que, al mismo tiempo que trabajan desde el linchamiento, enarbolan la palabra «diálogo» como premisa.

Como es lógico, eso también impone, eso también desarrolla una determinada narrativa. Y yo creo que muchas veces eso tiene que ver, para ser sincero, con determinados elementos de egos. Y esa misma narrativa genera que un hecho que puede ser diverso, que puede portar diferentes lecturas, genere una narrativa dominante sobre lo que lo caracterizó. A mí me parece muy buena la diversidad con la que se han tratado de presentar, en este espacio y en esta conversación, determinados acontecimientos; pero a pesar de la percepción que podamos tener algunos a posteriori respecto a la concentración ante el Ministerio de Cultura — y yo creo que hay mucha gente que ha trabajado de manera positiva, incluso en contra de determinada satanización y todas esas cosas — , la narrativa dominante en un momento para promover esa concentración era la de una demanda específica. Estoy hablando de un hecho y de percepciones que están filtradas por ochenta mil cosas, pero tengo que ser transparente y dar mi opinión.

Creo que hay que tratar de seguir diferenciando, solo voy a mencionar las cuestiones que son de índole policial — no me refiero solamente a la Policía, sino en un sentido más amplio — , que son políticas. Hay que darles tratamientos diferentes y hay que plantearse el reto, también, de enfrentarlas como tal.

Considero que debemos pensar cómo caminamos desde el punto de vista de la transversalidad de las propuestas que se hagan porque, también, hay un ejercicio que se convierte — cuando tenemos problemas tan hondos, tan profundos, tan serios como los que tenemos ahora — en darle salida a determinados problemas que son más amplios, y la salida se torna en limitación para avanzar más allá. Hay una subvaloración a la población, y esto es un llamado sobre todo a las posiciones polarizadas que siguen situando en una posición subordinada a la población; o sea, «no te voy a dar toda la información porque tú no eres capaz de valorarla o evaluarla» y, al mismo tiempo, la otra reacción que para mí obedece a una lógica similar que es «tú no eres capaz de tomar partido por lo que te están diciendo en la televisión». Para mí son dos lógicas similares, con el mayor respeto, pero yo las entiendo así, como dos lógicas similares que parten de la subvaloración de la gente. Y la subvaloración — ya hablando del Estado que se presenta como revolucionario — del resultado de la Revolución en la gente, es, incluso, más grave.

Y, con respecto a las relaciones de poder, considero que debemos incorporar e incluir una visión multifactorial del asunto. Creo que está muy claro que las contradicciones con el Estado se dan en el marco de una relación de poder favorable a este; pero creo también que hay una relación de poder que está por debajo y conforma una situación de impunidad cuando tú puedes llamar a la violencia y no te pasa nada. Entonces, estamos enfrentándonos a relaciones de poder desde varios polos y emitidas desde varios espacios, y también habría que incorporarlas a la discusión.

Víctor Fowler (escritor): Me alegra eso que has dicho porque llevo un rato escuchando y pensando. Miren, esencialmente hago crítica de Literatura; es decir, trabajo con las palabras y siempre trato de pensar que las palabras tienen una historia y una genealogía. En este sentido, «diálogo» no es una palabra gratuita, sino que posee una historia y una suerte de «peso» según el uso que de ella se hace en espacios como los medios y la política. «Diálogo» es palabra típica del manejo de situaciones de conflicto, de intercambios en organismos internacionales, del lenguaje de las promesas electorales, etcétera. Se repiten tanto que hemos terminado por asimilarlas e incluso por aprender cuándo y cómo utilizarlas, sin embargo, mientras escucho lo que se ha dicho aquí he sentido la ausencia de dos palabras. Voy a regresar a mi casa pensando en esto, porque de algún modo pensé escuchar las palabras a las que me refiero y que son: «movilización» y «participación». Las he extrañado mucho.

Siento que la esencia de la teoría marxista del trabajo político con las masas es, sencillamente, una combinación de movilización y participación. Noté la ausencia aquí y la he visto sustituida por una palabra que merece, primero, una discusión profundísima y que es «democracia». O sea, «democracia» es una palabra que tiene un significado que es absolutamente contextual, no es un universal abstracto… Entonces, como escritor yo tengo que decir: para mí, cuando pienso en la Revolución, imagino tres niveles. Un nivel propio de la poética y cuando pienso en la poética de la Revolución veo algo que se acerca a la poética de un creador literario; o sea, un nivel donde respondemos de qué manera el proceso de la Revolución se une con mi espíritu, de qué manera se traduce y conecta con lo que estoy dispuesto a introducir y dar en términos de cuerpo, el límite que pongo al poner en la balanza cuerpo y muerte — mi duración — para hacer equilibro con la entrega y el ideal.

Junto con esto anterior pienso en un segundo nivel que entiendo como una suerte de gramática, que tiene que ver con la estructura y el cómo utilizo todos los elementos del lenguaje en lo que tengo delante para producir un efecto de significación… estructura de oraciones, sintaxis, etcétera. Pero hay un tercer nivel que a mí me ha faltado durante casi todo el tiempo, que es la pragmática. Cuando tú piensas en la transmisión de un mensaje, el mensaje se traduce en unas condiciones concretas.

En varias ocasiones en las que he dado clases a estudiantes extranjeros, en particular a estudiantes estadounidenses, les pregunto: «bueno, qué harían ustedes si fueran los que dirigen Cuba. ¿Qué se les ocurre hacer para salir del hueco este en el que estamos?». Todos, siempre me dan la misma respuesta: «profesor, yo invertiría en desarrollar la industria de la computación y la industria de la biotecnología, porque son dos de las más grandes industrias en el mundo de hoy». Yo les digo: «bueno, pues eso es lo mismo que hizo Fidel Castro, pero con la diferencia de que el Producto Interno Bruto de vuestro país es más de 3.000 superior al de Cuba».

Cuento esta historia porque todo lo que estamos hablando aquí tiene lugar dentro de una realidad de hostilidad permanente, 24 horas al día y 365 días al año sin cesar, proveniente de un país que tiene una fuerza más de tres mil veces superior a la tuya. No tengo dudas de que esta es la comparación entre una hormiga y un elefante. Y ni siquiera podemos sucumbir a la lógica de los enfrentamientos bilaterales, que es la trampa esencial del manejo de las situaciones con Cuba. Y digo que se trata de una trampa porque — con todo lo monstruosa que nos parece la diferencia entre los «contendientes» — esto oculta que el enfrentamiento real no es, ni siquiera, el contendiente gigantesco, sino una estructura aún peor a la que podemos llamar un sistema mundial articulado. Cuando una empresa suiza no le ha vendido, nada más y nada menos, que respiradores a Cuba en medio de la Covid-19, esa no es la lógica de 1 contra 3.500, sino de una articulación — sin importar los medios empleados para «disuadir» a un vendedor — que supera cualquier diferendo bilateral.

Entonces, ¿cómo hacemos funcionar la democracia desde una visión pragmática? Operar desde una visión pragmática implica la obligación de preguntar cómo haces funcionar lo que puede funcionar en Cuba hoy y esto claro que obliga a conocer — y dejarnos imbuir — por las condiciones de Cuba hoy.

Hace años le escuché a Aurelio Alonso algo que no me gustó cuando lo dijo, no me gustó en lo más mínimo. Él dijo «tenemos que estar preparados para vivir con el bloqueo 10 años», pero parece que es cierto y que hay que estar preparados para vivir con el bloqueo 100 años. En toda esa articulación, ¿cómo construyes democracia? Toda esta conversación es para llegar a la idea de que nunca se debería dejar fuera la pragmática. Es decir, ¿cuál es el límite de lo posible?, porque el límite de lo posible te da el límite de lo que se puede conseguir en una determinada cantidad de tiempo, el límite de las fuerzas que hay que movilizar, el límite de que esta conversación al rebotar en la población tenga efectos sobre estructuras concretas, movilice fuerzas concretas, obtenga efectos inmediatos de algún tipo que realmente cambien, de alguna forma, la vida de las personas…

Claudia Flores (Movimiento Cubano de Excursionismo): Buenas tardes. Yo lo que quería decir es… bueno, todos los que han hablado delante de mí han hecho referencia, de cierta forma, a eso. Para resumir un poco, a ver, ¿qué impacto — como decía usted también — puede tener esto que estamos haciendo aquí en la sociedad y en lograr una sociedad socialista más democrática? ¿Qué impacto puede tener?

Ahora mismo, si me preguntan a mí, yo digo que ninguno. Ese es un punto de vista muy personal, desde mi experiencia. Y para mí, también, los hechos que han acontecido hace poco — la «sentada» de los muchachos frente al Mincult, el propio parque Trillo — , son una manifestación más de lo debilitado que está el ejercicio de la democracia en Cuba. Los mecanismos, ahora mismo, no funcionan. Yo puedo poner un escenario básico, que es lo que yo vivo.

¿Cuánto es lo más cerca que está un ciudadano cubano de ser partícipe del destino de su país? ¿Cuándo es lo más cerca que uno puede estar de ser un actor de su contexto, de su país? ¿Cuándo?

Para mí, en el momento que uno elige sus Delegados; para mí, en el momento en que está en la Rendición de Cuentas haciendo propuestas para mejorar, tal vez, las condiciones de su Consejo Popular. Eso es desde mi punto de vista. Otro momento es en el Sindicato, cuando está en las reuniones del Sindicato en los centros de trabajo. Son dos momentos, por ponerlos así.

¿Con qué responsabilidad el ciudadano cubano actual defiende su derecho o ejerce con derecho esa participación en una reunión sindical? ¿Qué persona aquí va, de manera consciente, a una reunión sindical y le da el valor que tiene una reunión sindical? ¿Qué persona va a una Rendición de Cuentas con la conciencia del impacto y la importancia que tiene el papel que está jugando en ese momento?

Las reuniones del Sindicato son un estorbo para las personas, cuando no deberían ser, porque es el espacio que tienen las personas de ejercer su derecho; es el espacio donde más democracia se puede ejercer en un centro de trabajo, por ejemplo. Y hoy día las personas no defienden ese derecho. No lo aprovechan, no les importa. Entonces, se hacen reuniones para tomar una decisión — me ha pasado en mi centro de trabajo — , se han hecho «n» reuniones para tomar una decisión con respecto, por ejemplo, a la colocación o no de un tanque de agua en la azotea del edificio. A nadie le importó participar en la reunión: «No estoy para eso, me quiero ir para mi casa»… Los cuatro que estuvieron en la reunión democráticamente decidieron colocar el tanque en el techo. Entonces, los 20 que no participaron en la reunión, cuando ven el tanque colocado, dicen «Pero mira eso, ahora provoca filtraciones», «Pero mira eso, ahora nos molesta». Entonces, en ese momento te dicen «No, pero aquí no cuentan con nadie». «Sí se contó, lo que usted no aprovechó su momento de ejercer su derecho democrático a actuar».

Entonces, eso ha pasado mucho. Ha pasado, sobre todo, que — de lo otro que se ha hablado aquí — la dejadez que tienen las personas, que después de sentirse actores muchas veces — quizás al principio de la Revolución — , hubo un momento en que el ímpetu empezó a decaer porque la gente veía que iban a las reuniones del Sindicato y no resolvían nada, y entonces la gente dijo «No, eso a mí no me representa».

Entonces, que haya pasado lo del parque Trillo, que haya pasado lo del 27 de noviembre, para mí es una manifestación de que los canales constituidos para ejercer la democracia no están funcionando.

Y entonces, ahora, las formas que están surgiendo de defender la democracia son formas violentas. Para mí eso que se dio en el Mincult se puede ver como un acto en verdad violento: las personas tuvieron que reunirse, ir allí y defender su derecho a la democracia, a ser escuchados. ¿Por qué? Porque los canales no funcionan. Han dejado de funcionar.

Les pongo ejemplos de canales que han dejado de funcionar. Yo soy nueva en mi edificio, por primera vez voy a la reunión de Rendición de Cuentas con el Delegado. El Delegado se para ahí y dice «Bueno, tenemos este planteamiento de no sé qué, este otro planteamiento, este otro planteamiento»… Las personas dicen «Pero ese planteamiento es de hace 20 años y no le dan respuesta». Planteamientos de hace 20 años. Para mí eso es ya una falta de respeto total. Entonces él dice «Bueno, aquí yo no tengo respuesta para esto, no tengo respuesta para esto. Yo soy un simple tramitador». Yo no pude aguantarme y le dije a ese hombre que él estaba haciendo contrarrevolución. El Delegado estaba haciendo contrarrevolución. Tú no te puedes parar, en un momento de votaciones, porque eran las elecciones en ese momento, y decir que tú no tienes respuesta para planteamientos de hace 20 años. Eso es una falta de respeto a los que estamos ahí. Ese hombre se alteró muchísimo, «¿Cómo tú me vas a decir contrarrevolucionario?». Porque está haciendo contrarrevolución. Ahí no hay democracia, ahí no hay nada, porque… Entonces le digo, «A ver, cuál es la forma que tiene este Consejo Popular, estas personas de este CDR de ejercer su democracia, de ser escuchados y tener una respuesta». Entonces, un pequeño grupo dijo «vamos a ir al Poder Popular, al Partido municipal y ahí nos tienen que atender». Y ahí entonces todos «No. No podemos ir en masa, porque entonces van a pensar que los del edificio son contrarrevolucionarios». Pues no. ¿Ejercer la democracia de manera violenta es contrarrevolución? No. Porque hoy día los mecanismos no están funcionando.

Las personas cuando se va a elegir a un Delegado… levante la mano quién ha tenido aquí disposición para ser Delegado de una Circunscripción. Nadie quiere. «Yo no quiero esa candela», «Yo no estoy para eso». Preferimos estar aquí, «dando muela» aquí en el Juan Marinello que estar fajados ahí con el Poder Popular municipal. Y esas son batallas que hay que dar. Pero esa es la forma aquí de construir la democracia. La única forma que vamos a tener de ejercer el poder popular es que las personas con cierta conciencia ocupen los puestos. Tenemos que ocupar los puestos porque es la única vez que tenemos, primero, la moral. Yo quiero que alguien me diga a mí que soy contrarrevolucionaria. Yo tengo moral suficiente para decirle a cualquiera que yo no soy contrarrevolucionaria, que el contrarrevolucionario es él. Entonces, hacen falta personas que tengan la suficiente preparación política, la suficiente convicción, para ir a enfrentarse a ese monstruo que es la burocracia, a ese monstruo que es la desidia y a ese monstruo que son las organizaciones y la institucionalidad; que es en lo que se han convertido el Poder Popular municipal, el Poder Popular provincial, llenos de personas que están trabajando por unos salarios mínimos, que no se sienten identificados para nada con lo que están haciendo, ni de la importancia que tienen en los puestos que ocupan.

Entonces para mí, resumiendo, eso es lo más importante. Lo principal que debe salir de aquí es ser actores. Y la única forma de ejercer y tener más protagonismo es que nosotros, los que tengamos más conciencia, ocupemos los puestos, defendamos los derechos del pueblo y agarremos el poder. Porque, si no, si el pueblo no arranca el poder… los únicos mecanismos que tenemos son o de forma violenta –como lo que sucedió el 27N–, o que las personas con cierta conciencia ocupen los puestos que dan más poder popular, o sentarnos a esperar que las instituciones, de forma vertical, desde arriba, alumbrados no sé por qué, digan «tenemos que darle poder al pueblo, tenemos que hacer que funcione el Poder Popular municipal, el provincial». La verdad es que no sé cuál será la solución. No sé si la conciencia social. No sé cómo vamos a ejercer el poder, si en verdad vamos a ocupar los puestos, no sé si vamos a estimularnos… porque esto mismo del «diálogo», eso que está ocurriendo de que haya «diálogo», es el primer síntoma de que no están funcionando los mecanismos de la democracia que deberían funcionar. Eso de, «Vamos a tener un diálogo». ¿Cómo que diálogo? Si yo debo tener diálogo cada vez que tengo una asamblea de la CTC. ¿La Asociación Hermanos Saíz no tiene una asamblea que se hace con no sé cuánta frecuencia? Eso es un momento de diálogo. Ahora a hacer un «diálogo»… ¡Eso es una cosa por completo ridícula! Eso da la idea de que nada de lo que tienes concebido funciona. Ahora voy a tener no sé cuántas asambleas al mes y, además, un «diálogo». Eso no tiene sentido.

Víctor Fowler (Escritor): Yo quiero agregar una cosa que se me pasó antes. Es una cuestión de percepción de lo que pasó frente al Ministerio de Cultura. En la reunión que se hizo con el ministro de Cultura, de un grupo de los que estuvieron en la reunión y estuvieron el 27 [de noviembre] allí. Varias de las personas que estuvieron el 27, cuando hablaron en esa reunión con el ministro, y vuelvo al mismo punto: ¿qué es democracia?… varias de las personas que estuvieron allí dijeron que ellos habían ido al Ministerio de Cultura porque era su Ministerio. O sea, que ellos no habían ido al Malecón. Es decir, pudieron haber ido al Malecón y haber constituido esa sentada en otra cosa. Dijeron, «fuimos al Ministerio porque sentimos que era nuestro Ministerio y queríamos hablar con nuestro ministro». Eso es una cuestión muy paradojal y da qué pensar; de qué hablamos cuando hablamos de democracia. Solo eso.

Iramís Rosique: Ahora habló Claudia [Flores] y entonces es difícil caer en la teoría porque ella siempre nos desmoraliza a los teóricos porque, mientras nosotros estamos en la superestructura, ella rápido siempre cae en las cuestiones bien concretas de la realidad.

Yo quería referirme a dos aspectos. Por un lado, iba a hablar de cuestiones procedimentales de la democracia socialista como está implementada y pensada en Cuba, y las limitaciones que tiene; y después quería hablar de los mitos liberales que se han expuesto en estos días, y que están siempre en el debate sobre democracia.

Sobre lo procedimental, el Poder Popular, como está diseñado teóricamente, tiene amplias potencialidades democráticas y, sin embargo, el Poder Popular posee normas que lo organizan y le imponen determinados diques; yo siempre comento que son impresionantes los diques a la participación democrática.

Diques que consisten, por ejemplo, en las candidaturas cerradas: un puesto, un candidato; cinco puestos, cinco candidatos. Esos son diques a la participación democrática que lastran por completo las potencialidades democráticas de las instituciones del Poder Popular que, en su diseño, son profundamente democráticas.

Tenemos, por ejemplo, que los órganos de deliberación son demasiado grandes y no se reúnen nunca. Entonces, los órganos que se reúnen siempre son demasiado pequeños. Es impresionante. La Asamblea [Nacional] tiene casi 600 diputados, pero el Consejo de Estado tiene veintipico, 21, 22, o algo así; es impresionante. Las Comisiones de Candidatura, he discutido con algunos amigos que son enemigos de las Comisiones de Candidaturas, yo les decía la Comisión Electoral sustituye el cuento este de los Partidos políticos, entonces la Comisión de Candidatura y la Electoral serían herramientas profundamente democráticas si contuvieran, en su seno, a todos los representantes de la sociedad civil y si no tuvieran una composición estricta y cerrada como la que tiene, que dice la Ley Electoral que no están los miembros de la sociedad civil y no están los movimientos sociales, sino que están esta organización, aquella y la otra; sin ver las complejidades de una comunidad en la que está, por ejemplo, el CMLK — no sé si el CMLK participa en la Comisión de Candidatura en Marianao que es donde está enclavado — , que es parte de la familia de la sociedad civil y, a la vez, es una institución con determinado peso en su demarcación, ¿por qué no participa en la Comisión de Candidatura?, o que estén los animalistas, porque los movimientos sociales continúan surgiendo, continúan articulándose y continúan desarrollándose y todo eso debía enriquecer el mundo de la Comisión Electoral en lo procedimental. Sin embargo, la Ley Electoral dice «No, los miembros de la Comisión Electoral son éstos que se cuentan con los dedos de las manos» y la dirige la CTC y es una cosa cerrada. Esos son límites, diques que tienen puestas las instituciones del Poder Popular que podían ser mucho más democráticas porque tienen potencialidades profundamente democráticas, y no funcionan porque tienen estos límites.

Estos límites tienen que ver con determinada cultura política del autoritarismo, yo decía ayer en una reunión en el Ministerio de Cultura que el autoritarismo no tiene que ver con usar el poder para el bien o para el mal, no tiene que ver con para qué usas el poder; tiene que ver con cómo lo usas, con determinadas prácticas verticalistas, tiene que ver con el autoritarismo, y puedes ser el mejor del mundo y ejercer el poder de una manera autoritaria. Esa cultura autoritaria tiene que ver con estos diques democráticos, y tiene que ver también con el sectarismo — que anotaba el profesor Rafael Hernández — .

Hasta ahí lo procedimental que yo quería decir.

En los debates sobre la democracia, que han surgido no en estas últimas dos semanas sino en estos últimos cinco años, se enseñorean los mitos del pensamiento liberal.

Por eso ahora la gente se puede mover con tremenda tranquilidad en un marco que diga «Cuba de todos», «Cuba es de todos», ¿verdad? Cuba es de todos, ¿cómo Cuba no va a ser de todos? Por eso un día yo ponía en mi Facebook que la República no puede contener a los que quieren destruirla, y eso para la gente era extraordinariamente antidemocrático y escandaloso, porque Cuba es de todos; incluso, de los que quieran destruirla; incluso, de los que no quieren que haya una Cuba para todos y entonces te sacan a Martí: «La República con todos y para el bien de todos», bueno, con todos y para el bien de todos los que quieran una República «con todos y para el bien de todos»… ese uso de Martí porque, además, es un uso de Martí.

Y recordaba un texto de Mónica Baró en el que decía «el Poder Popular nunca será democrático hasta que no contenga en su seno a la oposición»; y me preguntaba, ¿el Poder Popular puede contener en su seno a la oposición que niega el Poder Popular, que defiende que dejen de existir las instituciones del Poder Popular? Esas son preguntas que complejizan el tema del límite de la democracia. Porque una cosa son los límites que el sectarismo le pone a la democracia donde yo sospecho de todo el que no soy yo, como decía también un amigo, «Al Comité Central todo lo que no controla lo pone nervioso». Esas son cuestiones que tienen que ver con el sectarismo. Pero hay límites de la democracia que no tienen que ver con el sectarismo, pero tienen que ver con ¿cómo van a participar en las instituciones del Poder Popular personas cuyas finalidades son dinamitar y destruir las instituciones del Poder Popular? No les interesa que exista el Poder Popular. Las niegan, dicen que todo eso es mentira.

¿Cómo Cuba va a ser de todos y ese todos va a incluir también — y ahora vamos a caer en la palabra trillada — el anexionismo? Porque en el Partido Revolucionario Cubano no estaba el anexionismo, y el día del Ministerio de Cultura una persona decía «en la Asamblea de Guáimaro había muchas posiciones diferentes, mucha diversidad de posiciones», sí, pero en la Asamblea de Guáimaro todos sus participantes estaban muy claros en la independencia. Ahí todo el mundo estaba claro que la guerra era contra España y el que se parara allí a decir que lo que había que hacer era parar la guerra, que el independentismo no, allí mismo iba a salir de fly de la Asamblea de Guáimaro.

¿Por qué? Porque los mitos del pensamiento liberal tienen gran influencia, y están así porque, además, hay un conjunto de intelectuales nuestros que se han dedicado en los últimos cinco, diez años, a tejer todo un discurso, todo un imaginario liberal en torno a Cuba, una recuperación de la República, donde la República burguesa era la verdadera República democrática. Y, además, yo decía, se habla de muchos Partidos y ¿por qué no se habla de poder popular? Porque siempre pensamos en que la gente tenga 10.000 Partidos y en los derechos abstractos del liberalismo, pero nunca hablamos del poder popular: que en los barrios la gente decida y que la gente tenga poder en su fábrica, ni nos dedicamos a hablar de la democracia en el mercado, de la democracia en la economía, de eso no sé habla. Nos basamos en los mitos del pensamiento liberal.

Entonces, eso también es una cosa que la izquierda y el pensamiento crítico tienen que abordar. Eso forma parte de construir hegemonía, hacer, construir el consenso sobre la democracia, que solo puede definirse con los que quieran la democracia.

Y la democracia socialista solo puede construirse con los que quieran democracia socialista. Y la República solo puede contener a los que quieran República, y los que no quieran República no caben en la República.

No vale eso de que en la República cabemos todos, porque hay fuerzas políticas, hay intereses políticos que son antirrepublicanos, antidemocráticos y antinacionales. Y eso es parte de la complejidad de plantearnos el límite de la democracia. Desde los mitos todo suena muy bonito pero, como decía otro día mi compañero Ernesto, los mitos no sirven para pensar, ni sirven para explicarse la realidad, sirven para movilizar, sirven como instrumento político pero no teórico, no explican para nada cómo funciona la realidad, y no explican para nada cómo funciona la política.

Eso es lo que yo quería decir.

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