Elier Ramírez Cañedo y Esteban Morales Domínguez - Rebelión.- Hubo un período, 1959-1961, hasta que se produce la invasión mercenaria por Playa Girón, en que, consolidándose políticamente el triunfo de la Revolución, Estados Unidos lo que perseguía era frustrar esa consolidación y para eso la política norteamericana fijaba su atención en el fortalecimiento de una contrarrevolución interna, bajo el slogan de: “si no hemos podido evitar el triunfo revolucionario, al menos debemos lograr que no se consolide”.


No obstante, si la Revolución cubana era derrotada por los grupos contrarrevolucionarios sin la necesidad de una invasión militar desde el exterior y se instauraba un gobierno pro yanqui, era el mejor epílogo que podían esperar los círculos de poder en los Estados Unidos. Hacia adentro de Cuba, la política norteamericana trataba de presentar a la actividad contrarrevolucionaria como una guerra civil. Hacia afuera, como si la Revolución fuese algo ilegitimo, negativo e indeseable por el pueblo.

Para esa época el activismo de Cuba fuera de sus fronteras era solo moral. Claro, ya las relaciones con la URSS, desde principios de los años sesenta, nos situaban en el foco de la confrontación Este-Oeste.

De esta manera, desde fecha muy temprana, la política exterior estadounidense hacia la Revolución quedó enmarcada también en el contexto de la Guerra Fría, prestando gran atención al activismo internacional de Cuba -los vínculos del naciente proceso político-social con la Unión Soviética y el apoyo de la Isla a los movimientos revolucionarios del hemisferio- y encontrando en este espacio las justificaciones fundamentales para atacarla.

Hay que decir que incluso antes de que la Unión Soviética comenzara a apoyar realmente a Cuba y antes de que se declarara el carácter socialista de la Revolución, los Estados Unidos ya habían diseñado su política exterior de factura agresiva hacia la Isla, sobre la base de que esta constituía un “satélite de los soviéticos”, señalando además que su sistema político comunista era incompatible con los intereses del hemisferio y que el país exportaba su proceso. De esta manera, la esencia del conflicto entre ambos países, arrastrada desde inicios del siglo XIX: hegemonía versus dominación, se manifestó y expresó con toda intención en la política exterior estadounidense hacia la Isla, subordinada al contexto del conflicto Este-Oeste, de mayor prioridad estratégica para Washington, convirtiendo una problemática de matriz bilateral en multilateral y desdibujándose, en buena medida, la causa fundamental del conflicto entre ambos países.

De ahí que si se hace una análisis del discurso político norteamericano sobre la Cuba de los años 60 del siglo pasado, más en los 70 y 80, parecería que la causa esencial del conflicto entre Estados Unidos y la Isla residía en la conducta internacional de esta, especialmente debido a sus vínculos económicos, militares y políticos con la URSS y su apoyo a los movimientos revolucionarios y de liberación que tuvieron lugar en distintos lugares del orbe en esos años, especialmente en América Latina y en África. En los años de la administración de James Carter, se presentó con inusitada fuerza, la tendencia a bilateralizar lo multilateral y a multilateralizar lo bilateral.

Pero todo ello no fue más que una desviación de los motivos de fondo del conflicto, que le vino muy bien a Washington para establecer su política de hostilidad hacia la Isla. La historia demostró, poco más tarde, que cuando desaparecieron estos argumentos utilizados para presentar a Cuba como una amenaza a su seguridad nacional, luego de derrumbarse el campo socialista y retirarse las tropas de África, el conflicto se mantuvo vivo y el gobierno estadounidense no hizo ni el menor intento por llegar a algún entendimiento con la Isla.

Por el contrario, se agudizó la agresividad hacia Cuba, revelándose nuevamente la verdadera esencia de corte bilateral del conflicto y concentrando entonces el foco de su política en la realidad interna de la Isla. Ello constituye muestra fehaciente de que el objetivo de Estados Unidos hacia la Cuba revolucionaria siempre ha sido el mismo: el cambio de régimen, y que para lograrlo han buscado sus justificaciones tanto en la política exterior como en la política interna de la Isla, escenarios totales, en que los círculos de poder de los Estados Unidos no conciben que Cuba pueda actuar con independencia.

El carácter socialista de la Revolución, la alianza cubana con la URSS, el apoyo de Cuba a los movimientos revolucionarios en América Latina y África, fueron agravantes del conflicto Estados Unidos-Cuba, porque tenían una implicación real en el marco geoestratégico de los llamados intereses vitales del país norteño, en los marcos de la confrontación Este-Oeste, pero en ello no residía la esencia del conflicto, la fisonomía propia de la política norteamericana, caracterizada por la continua intención de Washington de dominar a la Isla, junto a la irrenunciable voluntad de esta de ser absolutamente soberana, es lo que ha matizado todo el proceso de la confrontación entre ambos. Esta es la verdadera esencia de la confrontación Estados Unidos-Cuba, más allá del sistema político de la Isla y de sus alianzas internacionales. Actitud norteamericana que la historia nos recuerda, cuando durante el llamado Gobierno de los Cien Días, en la etapa republicana, gobierno que no era comunista, ni se alió con los soviéticos, sólo por el hecho de plantearse nacionalista y antijerencista, Washington no lo reconoció y conspiró contra él.

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