La diversidad social no es una debilidad de la nación sino una instancia muy importante de su riqueza

Fernando Martínez Heredia - La Jiribilla.- Queridos compañeras y compañeros: Mucho me honra la encomienda recibida, y parece magnífica la compañía, el equipo y las colaboraciones que se están convocando para las labores de esta Comisión. Paso a abordar el tema que me toca esta tarde.


La gran economía exportadora que hizo avanzar tanto materialmente a Cuba durante el siglo XIX se levantó sobre la esclavización masiva de un millón de africanos, el contingente principal de trabajadores de aquel modo de producción. Fue una forma horrorosa de explotación y despojo cultural, que plasmó un orden social de opresión, profundas desigualdades, castas y racismo antinegro. Ese orden era la antítesis de los grandes avances técnicos, empresariales, de pensamiento, literarios y artísticos de aquella época, pero fue a la vez el que proveyó el suelo material que los viabilizó. Esas contradicciones terribles no encontraron una forma evolutiva de ser superadas, porque la clase dominante de Cuba solo atendió en última instancia a la ganancia capitalista y a conservar su poder social, por lo que defendió siempre el sistema que le permitía ser explotadora y no vaciló en ser antinacional cada vez que fue necesario.

Fueron las insurrecciones armadas populares entre 1868 y 1898 las que crearon una nueva situación. La Revolución del 68 unió el abolicionismo y el independentismo, y forjó lazos entre las razas basados en la sangre, el sacrificio y el heroísmo compartidos. La Revolución del 95, con su guerra popular libertadora y el sacrificio en masa del pueblo de Cuba para vencer al colonialismo español, atacó a fondo el orden colonial y desarrolló las relaciones fraternales entre las razas, el respeto mutuo y el ideal de la igualdad de todos ante la ley y en la vida social. Décadas de evolución y reformas nunca hubieran conseguido lo que lograron esos años de combate y movilizaciones. En aquella guerra los negros y mulatos tuvieron una extraordinaria participación. Pero la intervención imperialista y la ocupación frustraron la revolución y recortaron la soberanía, y la República de 1902 quedó bajo la nueva dominación neocolonial y de la burguesía cubana, cómplice y subordinada al imperialismo.

Cuba obtuvo su independencia republicana y la gente del pueblo logró su ciudadanía, pero en esas condiciones no hubo cambios sociales que favorecieran a la masa trabajadora ni a los pequeños agricultores. Los cubanos negros y mulatos sufrieron de manera permanente la situación social muy desventajosa en que los dejaron la esclavitud y el colonialismo, y carecían de posibilidades para presionar, negociar y obtener sus derechos. El racismo logró conservar una gran fuerza tanto en la vida laboral y social, como en el mundo político. Era una gran contradicción con los ideales de la gesta mambisa y con el carácter democrático que debía tener la República. El malestar entre los antiguos combatientes y entre la población negra y mulata se expresó muchas veces en esos primeros años del siglo. 

El movimiento armado liberal de 1906 contra la reelección de Tomás Estrada Palma llenó de esperanzas a los antirracistas; muchos negros y mulatos participaron en él. Pero pronto los políticos liberales demostraron que eran iguales a los desplazados, en cuanto a intereses mezquinos y racismo. Entonces un grupo de activistas decidió fundar una organización con propósitos políticos, fuera de los dos partidos principales del sistema, que defendiera los intereses de los no blancos. 

El 7 de agosto de 1908 se fundó la Agrupación Independiente de Color, en La Habana. Presidió el acto el veterano Evaristo Estenoz Corominas y fue secretario el periodista Gregorio Surín. Después de las elecciones de noviembre de aquel año, realizaron un fuerte trabajo organizativo; pronto se constituyeron como Partido Independiente de Color en casi todo el país, y llegaron a tener miles de simpatizantes y seguidores. En febrero de 1910 se les unió el coronel Pedro Ivonet, un héroe mambí de la Invasión y de la campaña de Pinar del Río, que asumió la presidencia del partido en Oriente. 

El nuevo Partido organizó su actividad utilizando las vías legales de expresión pública y electorales. Como tantos otros negros y mulatos, los independientes ligaron su nacionalismo republicano y democrático a sus reclamos y esfuerzos por lograr ascenso social y derechos civiles como hombres y mujeres “de color”, pero trataron de alcanzar estos y enfrentarse al racismo mediante la militancia política, como un arma que teóricamente estaba a su alcance dentro de las normas del sistema. Llamo la atención hacia las demandas de su programa, porque ellas eran muy avanzadas e iban mucho más allá de la dimensión racial. Los independientes se identificaron siempre como cubanos, y recababan una república soberana, igualitaria, defensora del empleo para los nativos, el retorno a Cuba de los emigrados económicos y la inmigración sin discriminaciones raciales. Abogaron por la jornada laboral de ocho horas y tribunales del trabajo para ventilar los litigios entre trabajadores y patronos; repartos de tierras del estado y otras que se adquirieran a los cubanos pobres que las trabajaran y defensa de los agricultores contra los geófagos. Reclamaron enseñanza gratuita a todos los niveles y control estatal de la educación, cambios en la administración de justicia y el régimen penitenciario que favorecieran la equidad y la educación de los pobres, y otras medidas que trascendían las cuestiones raciales. 

Los independientes estuvieron entre los cubanos que criticaban el predominio de EE.UU., la usurpación del territorio de la base de Guantánamo y el racismo vigente en ese país. Pero las relaciones entre el nacionalismo y la cuestión racial fueron complejas e inciertas, porque el racismo expresaba descarnadamente el retroceso del país respecto a las prácticas y el proyecto revolucionarios del 95. El conservatismo social era el contrapeso necesario ante la existencia de la República y del liberalismo económico. El patriotismo debía ser ciego frente a las razas y, por tanto, mudo ante las injusticias por razones raciales. La idea misma del riesgo de perder la soberanía a manos de los EE.UU. se asociaba a la intangibilidad del orden existente y a la condena de todo movimiento que lo amenazara de modo real o supuesto. El interés nacional pudo levantarse como un muro frente a las demandas y las organizaciones de lucha social o racial, y coincidir en esto dominantes y dominados. Eso no fue una mera imposición. La nación tenía sentido y valores sumamente importantes para las mayorías del país. Por eso la mayor parte de las personas “de color” estuvo ajena o rechazó las actuaciones políticas basadas en la raza en el caso de los independientes de color, aun durante el gran crimen de 1912. Unos tenían, sin duda, poca conciencia; pero muchos no estaban de acuerdo con la movilización racial como base de la actuación política. 

Todo lo enfrentaron los miembros del PIC entre 1908 y 1912. La indiferencia o la incomprensión, pero sobre todo los ataques sistemáticos del poder burgués neocolonial y sus instrumentos. Calumniados de mil formas, acusados cínicamente de racistas, en 1910 se les declaró ilegales políticamente mediante una enmienda a la Ley Electoral (Enmienda Morúa), y se mantuvo presos durante seis meses a dirigentes y activistas. Con una inmensa tenacidad y consecuencia, defendieron su causa en su periódico Previsión y de todas las formas que pudieron, sin entrar en los arreglos politiqueros que eran usuales entonces. Hostigados e impedidos de utilizar la vía electoral, optaron finalmente por lanzarse a una protesta armada el 20 de mayo de 1912, décimo aniversario de la instauración de la República. Su objetivo era exigir la legalización del Partido. En Oriente se levantaron miles de independientes con muy pocas armas y sin un real plan de guerra, con Estenoz e Ivonet al frente; en Las Villas también hubo alzamientos. 

Aquella táctica resultó funesta. El gobierno de José Miguel Gómez pasó de los rejuegos politiqueros a la movilización de miles de soldados contra ellos, mientras una campaña de prensa muy sucia los satanizaba. Durante junio y julio sucedió un baño de sangre impune, en plena República: fueron asesinados Estenoz, Ivonet y por lo menos tres mil cubanos no blancos, la mayoría en la provincia de Oriente, lo que también sirvió para reprimir a un amplio sector del campesinado oriental que estaba siendo despojado y empobrecido por la expansión capitalista. Una gran ola de represiones, prisiones, persecuciones y una intensificación del racismo antinegro se extendieron por todo el país. La República oficial celebró el gran crimen al final de aquel verano, y lo sometió de inmediato al olvido, una situación que duró casi medio siglo. 

La insurrección triunfante en 1959 propuso a todos los cubanos un igualitarismo suprarracial. Las inmensas transformaciones de la vida, las relaciones sociales y las instituciones crearon bases para que esa propuesta fuera factible. En las luchas y jornadas de intenso trabajo que siguieron, la unidad del pueblo fue exaltada como una virtud política superior. La fraternidad entre los cubanos de las más diferentes razas y procedencias sociales se consideró un ideal de pronta realización, y un anuncio claro de la liberación definitiva. En medio de prácticas y concientizaciones que brindaban oportunidades iguales, el racismo fue descalificado, execrado como una lacra del pasado, y se extendió la confianza en que el avance del socialismo iría eliminando los defectos individuales y los rezagos sociales.

En los años 60, algunas publicaciones se refirieron a la gran represión racista de 1912 como parte de un pasado abominable, pero no se adelantó mucho en el análisis de su significación y su lugar en la historia del racismo y de la dominación capitalista en Cuba. Después, 1912 volvió a las sombras en la cultura histórica que se socializa en el país, aunque fue desarrollándose su investigación historiográfica por cierto número de autores que en los últimos años han aportado estudios realmente apreciables. 

Sin embargo, la iniciativa del Partido Comunista de crear esta comisión no es hija de esos avances, sino de las realidades, necesidades y proyectos de la Cuba actual. La gran crisis que atenazó al país hace 15 años —y las medidas que exigió su superación— han producido notables cambios en numerosos aspectos de la vida material y espiritual, han afectado los comportamientos, los valores, los modos de vida, las motivaciones, las expectativas. La disgregación social ha sacado a la luz numerosas diversidades —y en algunos casos las ha promovido—, pero no estamos mirando esos procesos con temor. La diversidad social no es una debilidad de la nación sino una instancia muy importante de su riqueza. No se trata de admitirla, o llegar a tolerarla, hay que comprenderla como una fuerza con potencialidades extraordinarias. El camino socialista se hará fuerte y se profundizará si es capaz de asumir esas diversidades y vivir con ellas, de conducirlas y aprender de ellas al mismo tiempo, de respetar sus identidades y atender sus demandas a la vez que les pide contribuir a la empresa de todos y entregar buena parte de sus virtudes y su trabajo a la comunidad.  

La cuestión racial se ha ido levantando en estos años. Volvemos a constatar que son negros y mulatos una parte apreciable de los que están o quedan en mayor desventaja, y que el racismo muestra su vitalidad cuando se aflojan los vínculos de solidaridad y los valores socialistas. En la sorda pero tremenda pugna cultural que está en curso entre esos vínculos y las relaciones y valores del capitalismo, está claro donde se situarán los que tengan conciencia de su posición social y del proyecto que deben defender. Hoy una parte de los cubanos son por sobre todo cubanos, como lo fueron los independientes de color de hace casi un siglo, pero se identifican a sí mismos también como negros y mulatos. Necesitamos que esas identidades y esa conciencia marchen unidas, y sean una fuerza de la revolución socialista y su proyecto. Y esto, como todas las cosas importantes, es muy difícil en su realización práctica.

Esta Comisión tiene el deber de poner un grano de arena en esa obra, hoy que no hay tiempo que perder, porque cada vez más cubanas y cubanos quieren tener actividades cívicas y conocimiento de lo político, quieren participar directamente. Le toca a esta Comisión ayudar a recuperar la memoria histórica de una etapa de las luchas y afanes del pueblo cubano por sus derechos y su liberación de todas las dominaciones, darle de ancho a una parte de la conciencia nacional y ayudar a comprender mejor el avieso y tenaz lastre cultural que significa el racismo en nuestro país. Debe auspiciar así la comprensión del carácter plural de la cultura nacional, y la conversión de esa riqueza compleja en una fuerza mayor en la base de la manera de vivir y del proyecto que defendemos. Debe rescatar los aportes y los sacrificios que padecen olvido, exaltar a los humildes de todos los colores, que han sabido dar la sangre o el sudor, una y otra vez, sin pedir pago por ello, para crear y desarrollar la riqueza, la libertad y la justicia en esta nación. Debe recabar el concurso de todos para rendir homenaje a los mártires de ayer y promover la fraternidad verdadera entre los cubanos de hoy, y debe contribuir a la unidad de todos con la humildad y la eficacia de sus labores y con la altura de sus fines. Si trabajamos hermanados, con organización y sin desmayo, y avanzamos por ese camino, cumpliremos bien esta tarea.

Muchas gracias

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